48. ¿Cómo se puede entonces coeducar mejor, tanto en el aula mixta como en la diferenciada?

 

John Gray, experto en psicología especializado en terapia de pareja y escritor mundialmente conocido por el libro Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, asegura que los hombres y las mujeres, piensan, sienten, perciben, reaccionan, responden, aman, necesitan y valoran de manera totalmente diferente. Casi parecen proceder de planetas distintos, con idiomas distintos y necesidades también diferentes (John Gray, “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”, 2004, p. 20).

El reconocimiento de que hombres y mujeres somos diferentes tiene importancia no solo desde el punto de vista educativo. También muchos problemas de pareja y muchos fracasos matrimoniales podrían evitarse siendo ambos un poco más conscientes de esas diferencias. Muchas parejas señalan como motivo de su fracaso el hecho de ser “radicalmente distintos” o “demasiado diferentes”. En bastantes casos, quizá, analizando esas diferencias, puede verse que eran bastante normales, puesto que se dan de modo general en cualquier hombre y en cualquier mujer. El reconocimiento previo de las diferencias es muy útil para conseguir la complementariedad entre el hombre y la mujer, que debe partir precisamente del previo reconocimiento de lo diferente.

Gray insiste en que, para mejorar las relaciones entre los sexos, es preciso llegar a una comprensión de nuestras diferencias que aumente la autoestima y la dignidad personal al tiempo que inspire la confianza mutua, la responsabilidad personal, una mayor cooperación y un amor más grande… Esta mayor comprensión de nuestras diferencias ayuda a solucionar en gran medida la frustración que origina el trato con el otro sexo y el esfuerzo por comprenderlo… (John Gray, “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”, 2004, p. 23).

Los hombres y las mujeres abordan los problemas de diferente modo, enfatizan la importancia de las cosas de distinta forma y experimentan el mundo que les rodea a través de unos filtros diferentes. Sin embargo, son precisamente las diferencias las que nos complementan y enriquecen, dotándonos del equilibrio preciso para nuestro pleno desarrollo personal. Dos piezas de un puzzle no encajan si son iguales, y es precisamente su diferente forma lo que permite unirlas, para mostrarnos el dibujo al completo, en toda su dimensión y perfección. El hecho de reconocer y respetar dichas diferencias reduce drásticamente la confusión cuando se trata con el otro sexo, mientras que el empeño por negarlas produce conflictos, tensiones y frustración en esas relaciones. Hombres y mujeres habitamos en dos realidades emocionalmente diferentes. Comprender esto y aprender sinceramente las estrategias más eficaces de nuestra pareja nos ayudará a acortar el espacio que nos separa (María Calvo, “Igualitarismo y divorcio”, 2007).

La buena relación entre el hombre y la mujer debe partir precisamente del previo reconocimiento de sus diferencias. Es muy frecuente que, al convivir, aparezca una frustración o un enfado con el otro sexo porque se olvida esa verdad importante:

Los hombres esperan erróneamente que las mujeres piensen, se comuniquen y reaccionen de la forma en que lo hacen ellos; y las mujeres esperan equivocadamente que los hombres sientan, se comuniquen y respondan de la misma forma que ellas. Como resultado de esta situación las relaciones se llenan de fricciones (María Calvo, “Igualitarismo y divorcio”, 2007).

Pero, volviendo a la escuela, y a la pregunta concreta que se ha hecho, sería interesante seguir esa línea y prescindir de prejuicios ideológicos para así abordar estas cuestiones bajo un prisma y unos criterios verdaderamente educativos.

Y es precisamente la mujer la que en muchos países está impulsando el cambio y reivindicando el derecho a la escuela single-sex como un medio más para facilitar en muchos casos la igualdad de oportunidades. Cansadas de que se las iguale de modo simplista y sistemático al hombre, reclaman su derecho a que se les reconozca diferentes.

Como ha señalado el sociólogo francés Michel Fize, miembro del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) en Francia y nada sospechoso de pasado conservador, se trata de no partir de dogmas:

Yo no critico la educación mixta. ¡Yo critico que la educación mixta sea considerada como un artículo de fe, un dogma, un principio sagrado, intocable! El objetivo de la educación mixta, la igualdad entre los sexos, parece sensato, ¡desde luego!, pero… ¿es la escuela mixta la vía que conduce a esa igualdad? Yo discuto ese argumento. Planteo que, por el contrario, favorecer la igualdad exige en muchos momentos evitar la escuela mixta y abogar por las aulas separadas (Michel Fize, La Vanguardia, 2004).

La enseñanza mixta no es un principio intangible del derecho escolar, es un instrumento para dos combates de fondo de nuestra sociedad: la igualdad de oportunidades y la transmisión de valores fundamentados en el respeto y la tolerancia. Lo importante es ver si está sirviendo para ello (Michel Fize, “Les pièces de la mixité scolaire”, 2003).

Creo que esa es la clave del debate: saber si la educación, mixta o diferenciada, está sirviendo verdaderamente para mejorar la igualdad de oportunidades. Hay indicios y datos más que suficientes para cuestionar las identificaciones simplistas que algunos hacen entre la idea de aulas mixtas y la idea de igualdad. Por eso, no está de más que haya voces que se atrevan a decir que no deben confundirse los fines con los medios. El fin es claro (la igualdad), pero los medios no están tan claros.

En esto, me atrevería a hacer una comparación y decir que se parece a lo que sucedió con el caso Galileo.