Alfonso Aguiló, “El milagro de no desistir”, Hacer Familia nº 134, 1.IV.2005

Una profesora llamada Anne Sullivan es contratada para educar a Hellen Keller, una niña de Alabama que sufre una grave discapacidad. A causa de unas fiebres que pasó en 1882, cuando tenía sólo 19 meses de edad, Hellen quedó sorda, ciega y muda, de tal forma que se fue convirtiendo poco a poco en un ser extraño e incapaz de comunicarse.

Cuando la profesora llega a la casa de Hellen se encuentra con una familia que vive esa desgracia de un modo equivocado y traumático. La niña está muy mal acostumbrada y consentida. La han mantenido siempre a su antojo, pensando que ya que es una desgraciada, que al menos haga siempre lo que le apetezca, sobre todo si además parece imposible comunicarse con ella para intentar ayudarla. Tan sólo la madre mantiene una leve esperanza, y por eso contratan a la maestra.

Por su parte, Hellen vive en un mundo completamente aislado y no sabe cómo romper esa burbuja en que vive y que le lleva a reaccionar cada vez con más rabia y frustración. Su hermano mayor, aunque por celos suele reaccionar negativamente ante ella, es quien ve con más lucidez que el principal problema de su hermana es el conformismo de sus padres.

La propia maestra vive también un pasado oscuro y traumático. Constantemente tiene presente la muerte de un hermano pequeño suyo, de la que se hace responsable. Este sentimiento de culpabilidad le mueve a tratar a Hellen de una manera muy especial. Es su primer trabajo y desea redimirse así del sentimiento de culpa con el que carga desde la muerte de su hermano.

El primer paso de Anne fue comunicarse con Hellen venciendo su agresividad con firmeza y paciencia. El siguiente paso fue enseñarle el alfabeto. Anne le ponía en contacto con los objetos y le deletreaba cada palabra mediante signos en la palma de la mano. Hellen comenzó a animarse. Cada cosa que encontraba la cogía y preguntaba cómo se llamaba. Así iba descubriendo nuevas palabras e ideas con las que poco a poco pudo aprender a expresarse. Como resultado de todo ese esfuerzo, Hellen empezó a ser más pacífica y alegre. Aprendió a leer y escribir en Braille, y a descifrar los labios de las personas tocándolos con sus dedos y sintiendo el movimiento y las vibraciones.

Con la llegada de Anne Sullivan, todos comenzarán un camino paralelo al de Hellen. Todos, incluso la misma Anne, irán descubriéndose mutuamente. La incomunicación física que sufría Hellen era similar a la incomunicación emocional que padecía el resto de la familia. Poco a poco irán aprendiendo a superarlo. El milagroso cambio en Hellen será un cambio extendido a todos, porque con esas mejoras en la comunicación todos conseguirán ver, oír y hablar en la misma lengua, descubrir el mundo y verlo desde la perspectiva de los demás.

Pronto la niña empezó a asistir a la escuela. Anne actuaba como intérprete. Traducía en signos sobre una mano de Hellen lo que los profesores decían en clase. A su vez, ella lo transcribía en Braille. Así Hellen logró graduarse brillantemente en Radcliffe Collage en 1904. Tenía una inteligencia, una memoria y un poder de concentración extraordinarios. En esos años escribió “La historia de mi vida”, que tuvo un rápido éxito y a partir del cual llegó a ser una escritora y conferenciante mundialmente famosa hasta su muerte en 1968.

Al principio, los esfuerzos de la maestra se estrellaban con la cerrazón mental de la pequeña ciega y sordomuda, y le decían: “¿Pero usted nunca ha sentido el desánimo? ¿Nunca se ha dicho que esto es imposible?”. A lo que ella respondía: “Ese es el gran error, desistir”.

Cada día se producen pequeños y grandes milagros. Quien con demasiada facilidad se dice a sí mismo que no hay nada que hacer, que eso es imposible, dejará su vida a medias. Somos lo que queremos ser, al tiempo que queremos sacar de nosotros lo que ya en potencia somos. Somos irrepetibles, y es una pena desaprovechar las propias virtualidades y, por el desaliento, convertir nuestra vida en una existencia anodina.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”