Alfonso Aguiló, “Moral de juventud”, Hacer Familia nº 151, 1.IX.2006

La profesora Jung Chang, que fuera guardia roja en la Revolución Cultural China e hija de uno de los funcionarios asistentes a la célebre Conferencia de los 7000, ha publicado junto con su marido Jon Halliday una biografía de Mao Zedong. ¿Cómo era la personalidad del tirano, los rasgos de temperamento que le definieron como político y estadista? Para Chang, hay que remontarse a un texto escrito cuando apenas tenía 24 años, en el que Mao dice: «Rechazo toda moralidad, rechazo la conciencia, rechazo cualquier responsabilidad hacia los demás. Soy absolutamente egoísta y no me importan los sentimientos de nadie».

Mao fue un gobernante de enorme crueldad. Tenía una fuerza de voluntad extraordinaria. Al mismo tiempo mostraba, cuando era joven, un gran sentido del humor, igual que Stalin. También era muy buen psicólogo para advertir los defectos y las virtudes de las personas, pero sobre todo sus debilidades, y no dudaba en someter a cualquiera a la presión necesaria para lograr sus objetivos, incluso amenazando con cometer atrocidades con su familia.

Antes de 1927, Mao era más moderado, pero ese año hizo una gira por los pueblos de su provincia natal y vio cómo los campesinos ejercían la violencia unos contra otros, cómo apaleaban a los que tenían algo más, siguiendo el modelo de terror leninista. Se dio cuenta de que le gustaba aquella violencia rural y a partir de ese momento se convertiría en su mayor promotor. De este modo se fue haciendo con el poder, hasta que en 1938 dominaba completamente aquel enorme y poblado país.

«Sed violentos. Es probable que media China tenga que morir». Este era uno de los lemas que Mao inculcaba a los guardias rojos para lograr el éxito en su “Gran Salto Adelante”, que supuso una industrialización masiva en la que murieron de hambre y de explotación 38 millones de personas. Después vino la Revolución Cultural, en 1966, una etapa de deliberada anarquía y terror promovida por él mismo para asentarse aún más en el poder.

Poco a poco, las biografías y estudios sobre Mao desvelan que ha sido el dictador más sangriento de la historia, culpable directo de más de 70 millones de muertes. Se trata de una cifra inimaginable en un país en tiempos de paz. El Partido Comunista Chino sobrevivió gracias a un régimen de terror y a ignorar por completo cuenta ni los sentimientos, los deseos y los sufrimientos de la población. Y lo más sorprendente es que este dictador, junto con otros de parecida ideología, fueron convertidos en héroes por no pocos intelectuales europeos de su época. ¿Cómo es posible que una purga que ocasionó tanto dolor, tantos atropellos y tantos millones de muertos pudo fascinar en su día a los intelectuales occidentales? La mayor parte de ellos creía que Mao dirigía un verdadero movimiento libertario y antiburocrático. Pero muchos otros tenían noticia de los horrores que se estaban produciendo, y no quisieron verlos, o incluso apoyaron el maoísmo, como Jean Luc Godard y Jean Paul Sartre, que aprobaban la violencia.

En todo caso, este breve relato sobre los terribles resultados del pensamiento de un hombre, nos invitan a reflexionar sobre la importancia de los principios morales de cualquier persona en su juventud. Sus palabras a los 24 años son un reflejo de cómo se educó, y un reflejo también de lo que vino después. No se puede restar importancia al egoísmo o la falta de rectitud de conciencia de una persona joven. La falta de sensibilidad ante lo que sucede a los demás, el empleo de la mentira o la violencia para alcanzar objetivos, el rechazo de la responsabilidad, el considerar la moral como un incordio que obstruye el propio camino, todo eso no son pequeños egoísmos sin importancia, ni faltas de madurez por las que todos hemos pasado, ni pequeñas nimiedades disculpables en los años de juventud. Quienes en sus primeros años se muestran dispuestos a emplear cualquier medio para lograr los propios fines, son enormemente vulnerables ante la tentación de seguir haciéndolo cuando luego tienen mayores responsabilidades.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”