Alfonso Aguiló, “El triunfo y el fracaso, esos dos impostores”, Hacer Familia nº 278, 1.IV.2017

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Del escritor Rudyard Kipling (Premio Nobel de Literatura en 1907) se decía que, después de Shakespeare, era el único británico que escribía con todo el diccionario. Sabía administrar una inmensa profusión léxica sin caer en la pedantería. Cada línea y cada palabra suya habían sido sopesadas con todo cuidado.

Fue autor de poemas, relatos y cuentos. Quizá su obra más conocida fue “El libro de la selva”. Sus relatos han inspirado y siguen inspirando muchas películas de éxito. De la misma manera, casi todos sus escritos han sido objeto recurrente de citas y frases lapidarias. Sin buscarlo, ha inspirado multitud de recomendaciones que hoy encontramos en los libros de autoayuda.

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Alfonso Aguiló, “Educar en humildad”, Hacer Familia nº 277, 1.III.2017

No hace mucho podía leerse en la prensa una curiosa noticia: “Pagar 30.000 libras para que enseñen humildad a tu hijo: Avenues llega a Londres”. Hubo un tiempo en que los colegios más exclusivos ofrecían ese valor añadido a través de sus instalaciones deportivas, idiomas o cursos de intercambio. Sin embargo, lo que ahora parece que muchos buscan en las escuelas de élite es que enseñen humildad. Y las familias más pudientes hacen cola para poder pagar esas cantidades en Avenues, The World School.

El primer campus fue inaugurado en septiembre de 2012 en Nueva York, en el selecto barrio de Chelsea, con una inversión de 60 millones de dólares. Hay muchos otros colegios prestigiosos, como Eton donde la matricula ronda los 37.000 libras anuales, pero esto de la humildad aparece ahora como algo novedoso. La pregunta es: ¿es fácil enseñar humildad a unos alumnos cuyos padres pagan esas cuotas? Los fundadores de Avenue no lo explican con mucha claridad, pero cada año hay lista de espera para poder acceder al centro.

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Alfonso Aguiló, “No lo sé”, Hacer Familia nº 276, 1.II.2017

Leo un simpático relato sobre un docente que cierto día se atrevió a responder con un “no lo sé” a un alumno. Proviene de un libro escrito por el profesor de economía Steven Levitt y el periodista Stephen Dubner, y que lleva por título “Piensa como un freak”.

El escenario es una clase en la que se propone a los alumnos la siguiente narración: “Una niña llamada Mary va a la playa con su madre y su hermano. Viajan en un coche rojo. En la playa nadan, comen un helado, juegan en la arena y almuerzan unos sándwiches.” Y estas son las preguntas que se plantean al hilo de esta narración: 1) ¿De qué color era el coche? 2) ¿Comieron pescado con patatas para almorzar? 3) ¿Escucharon música en el coche? 4) ¿Tomaron limonada en el almuerzo?

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Alfonso Aguiló, “Nudo gordiano”, Hacer Familia nº 275, 1.I.2017

Cuenta una vieja leyenda griega que los habitantes de Frigia (en la actual Anatolia, Turquía) necesitaban elegir rey. Según su costumbre, consultaron al oráculo, que les respondió asegurando que el nuevo rey vendría por la Puerta del Este acompañado de un cuervo que se posaría en su carro, y que debían escoger a ese hombre como rey.

Ese hombre fue Gordias, un labrador que tenía por toda riqueza una carreta con sus bueyes. Cuando le proclamaron rey fundó la ciudad de Gordio y, en señal de agradecimiento, ofreció su carro al templo de Zeus, atando la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior del propio nudo. Tan complicado resultó el nudo, al decir de la leyenda, que nunca nadie lo pudo soltar, y se aseguraba que quien lo consiguiese desatar se haría dueño de toda Asia.

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Alfonso Aguiló, “Los malos tienen también su papel”, Hacer Familia nº 274, 1.XII.2016

Frodo y Sam lograron escapar de las cavernas de Ella-Laraña y llegaron a la caldera volcánica de Sammath Naur en el Orodruin (el Monte del Destino). Gollum los siguió durante todo este camino, esperando una oportunidad de tomarlos por sorpresa y robar el Anillo. Cuando Frodo y Sam casi llegaban a su destino, él los atacó, pero falló. Momentos más tarde, Frodo estaba parado en el borde de la grieta de la montaña y, en ese momento, casi con sorpresa para sí mismo, no se mostró dispuesto a destruir el Anillo, sino que lo reclamó como suyo y se lo puso en su dedo.

Entonces Gollum le atacó de nuevo. Ambos lucharon y finalmente Gollum le arrancó a Frodo el dedo de un mordisco. Para celebrar su logro, Gollum bailó al borde del abismo, levantando en alto su tan preciado tesoro. Fue entonces cuando dio un paso en falso al borde del gran pozo, perdió el equilibrio y cayó mientras sujetaba el dedo de Frodo junto con el Anillo, y cayendo daba un último grito de “¡Tessssssorooo!”.

Así, el Anillo, Gollum y el dedo de Frodo fueron destruidos en la lava del Monte del Destino. Gollum cayó junto con el Anillo al fuego del que había sido forjado, y al morir cumplió, por medio de su mala acción, la buena misión que Frodo y Sam no habían logrado culminar: destruir el Anillo y con él, el poder de Sauron en la Tierra Media.

Se podría decir que Gollum terminó involuntariamente haciendo el bien, pues si no hubiera atacado a Frodo, éste se habría quedado con el Anillo y eso le habría convertido en un nuevo Señor Oscuro; sin embargo, gracias a la maligna intervención de Gollum, el Anillo fue destruido.

Esta historia nos puede hacer pensar en todas esas ocasiones en que comprobamos cómo “los malos” tienen también su papel, y que muchas veces, sin querer, acaban facilitando o provocando cosas buenas, o incluso decisivamente buenas.

Quizá la primera enseñanza es que “los buenos”, por el hecho de serlo, no lo hacen todo bien: tienen fragilidades, errores, incoherencias. Frodo había sido fiel a su misión hasta el final, a lo largo de innumerables peripecias, siempre al borde de la muerte. Pero cuando logra llegar al borde mismo de la infernal grieta de la montaña, y ya solo tiene que dejar caer el Anillo al fondo del abismo, su voluntad se quiebra. Se descubre entonces la ancha fractura que había permanecido oculta a lo largo de su azarosa y heroica historia. Se encuentra sorprendido a sí mismo por una impetuosa fuerza interior que le impulsa a no dejar caer el anillo, y decide quedarse con él. Enloquecido, el virtuoso Frodo se ve entonces como el nuevo amo. No quiere o no puede ver en ese momento que, al hacer eso, quedará eternamente esclavizado bajo el poder de Saurón, condenado a la soledad y el odio eternos. Es entonces cuando Gollum le ataca súbitamente, ambos luchan a muerte, con feroz determinación, y el monstruo inicialmente vence, pero a continuación resulta vencido porque, víctima de su propia presunción y su maldad interior, oscila al borde del abismo y cae.

Frodo se salva en el último instante, a pesar de él mismo, aun habiendo tomado una mala decisión. Y se salva gracias precisamente a que alguien peor que él, queriendo hacer y hacerle el mal, le arrebata el anillo y, celebrándolo, cae al abismo y hace y le hace un gran bien. Y entonces Frodo se encuentra ante la oportunidad de rectificar y aceptar con resignación un grave contratiempo a sus deseos pero que en realidad le salva la vida y le reencamina hacia el bien. Es esto quizá algo cotidiano de todos los mortales, en situaciones diarias grandes o pequeñas que nos contrarían y que nos cuesta entender, pero que a lo mejor nos traen un bien que en ese momento desconocemos, y todo eso constituye un misterio de los distintos efectos del ansia de posesión y de poder que nos acechan a todos, por buenos que nos consideremos o seamos.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”

Alfonso Aguiló, “Hombres perdidos”, Hacer Familia nº 273, 1.XI.2016

En el cementerio parisino de Thiais hay una tumba con una frase que revela al paseante curioso la identidad de su inquilino: “Escritor austriaco muerto en París”. Es una lápida sobria, fría, granítica. Allí descansa Joseph Roth, uno de los mejores escritores que dio el siglo XX, que vivió solo 44 años.

Joseph Roth había nacido en 1894 en Brody, una población de Galitzia, entonces en el Imperio Austrohúngaro. De familia judía, su padre los abandonó antes de nacer. Su infancia y adolescencia fueron difíciles. Acabó sus estudios de literatura y filosofía en Viena. Sirvió en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial. Después trabajó como periodista en diversas capitales europeas. Pronto empezó a publicar unas novelas que le proporcionaron una merecida fama como escritor, aunque la enfermedad, el alcohol y las penurias económicas nunca le abandonarían hasta su prematuro fallecimiento.

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0. Introducción

LA LLAMADA DE DIOS

Anécdotas, relatos y reflexiones sobre la vocación

Vocación no es algo que tienen algunos, sino todos. La vocación es el encuentro con la verdad sobre uno mismo. Un encuentro que proporciona una inspiración básica en la vida, de la que nace el compromiso, el cometido principal que cada persona tiene, y que quien es creyente percibe como los planes de Dios para él.

Por eso, saber cuál es nuestra misión en la vida es la cuestión más importante que debemos plantearnos cada uno, y que podemos plantear a quienes queremos ayudar a vivir con acierto.

Dios busca la felicidad del hombre, y la vocación es el descubrimiento de ese designio y ese plan que Dios ha previsto para que cada uno alcance la máxima realización personal. La vocación es como el reto que nos plantea nuestra vida. Es una nueva luz, un acontecimiento que nos da una nueva visión de la vida, y la llena de sentido.

A través de relatos, ejemplos y anécdotas de la vida cotidiana y de la historia de los santos, en estas páginas se ofrecen algunas ideas sobre cómo conocer cada vez mejor ese designio de Dios y sobre cómo incorporarlo a nuestra vida. Mediante un diálogo con el lector, se abordan las principales dudas y cuestiones que se plantean en torno a esa gran pregunta del hombre que es la vocación, un enigma que a cada uno toca descifrar.

Alfonso Aguiló, “Saber hacerse preguntas”, Hacer Familia nº 271, 1.IX.2016

Reg Revans nació en Portsmouth en 1907. Entre sus recuerdos de niño está la figura de su padre, que era inspector marítimo y formó parte del equipo investigador del hundimiento del Titanic., hablando con supervivientes de la tragedia. Cuando más adelante le preguntó qué había aprendido de todo aquello, su padre respondió: “me ha servido para conocer la diferencia entre la inteligencia y la sabiduría”, y siempre recordó aquella frase como un principio que conservó durante toda su vida.

Reg hizo un doctorado en astrofísica en la Universidad de Cambridge, al tiempo que practicaba el atletismo, llegando a participar en las pruebas de salto de longitud y triple salto en los Juegos Olímpicos de 1928 en Amsterdam. Posteriormente obtuvo una beca para estudiar en Michigan. A su regreso a Cambridge trabajó en un departamento del Laboratorio Cavendish donde había cinco premios Nobel. Revans evocaba con frecuencia su recuerdo de Albert Einstein diciéndole: “Si usted piensa que está entendiendo un problema, asegúrese de que no se está engañando a sí mismo”, y explicaba cómo aquellas palabras de aquel hombre tan eminente le llevaron a desarrollar toda una serie de ideas, que le harían famoso, sobre el papel de la “persona no experta” como un factor decisivo para resolver problemas.

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Alfonso Aguiló, “Atreverse a cambiar”, Hacer Familia nº 269-270, 1.VII.2016

Los Juegos Olímpicos de México dejaron muchos momentos para el recuerdo, pero quizá uno de los más destacados fue la sorpresa que dio un atleta norteamericano de 21 años llamado Dick Fosbury.

Fosbury había nacido en Portland en 1947, estudiaba en la Universidad de Oregón y practicó el baloncesto y el fútbol americano antes de dedicarse al atletismo. Pronto le cautivó el salto de altura y, al ver que no lograba obtener buenos resultados mediante el procedimiento convencional, descubrió que le iba mejor saltar de espaldas al listón, pasando sucesivamente la cabeza, la espalda arqueada y las piernas flexionadas, que tenía que estirar en el último instante. Tomaba carrerilla de forma transversal y, poco antes de llegar al listón, se giraba y saltaba de espaldas. Era un estilo mucho más efectivo desde un punto de vista biomecánico, pues permitía dejar menos espacio entre el listón y el centro de gravedad del saltador, con lo que se gana altura.

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Alfonso Aguiló, “Buscar lo que une”, Hacer Familia nº 268, 1.VI.2016

Después de las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, la Organización de las Naciones Unidas, a través de la UNESCO, estaba comprometida a preparar una Declaración Universal de los Derechos Humanos que sentara unas bases comunes que todo el mundo pudiera reconocer.

Pasaba el tiempo y en 1947 los trabajos preparatorios de la Declaración estaban en un callejón sin salida. Los desencuentros ideológicos entre las distintas posiciones de fondo presentes eran muy fuertes. Julian Huxley, un prestigioso científico británico que era por entonces Director General de la UNESCO, insistía en que esos derechos no podían basarse en convicciones religiosas. Se buscó una salida invitando a intelectuales de diversas culturas del mundo a interrogarse sobre el significado y la posibilidad de un acuerdo respecto a esos derechos.

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