Juan Manuel de Prada, “Educación para la esclavitud”, ABC, 17.VII.2006

Recordemos la célebre frase de Jean-François Revel: «La tentación totalitaria, bajo la máscara del demonio del Bien, es una constante del espíritu humano». Todas las ideologías totalitarias que en el mundo han sido aspiran a crear, bajo esa máscara de bondad, un «hombre nuevo» que se amolde a sus postulados. El ser humano, cada ser humano, posee unos rasgos, querencias y convicciones de índole moral que dificultan la consecución de ese modelo; las ideologías totalitarias, lejos de admitir la pluralidad de sensibilidades que componen la sociedad, tratan de modificarlas mediante la «reeducación», hasta convertirlas en engranajes del sistema. Si algo hermanó al nazismo y al comunismo fue precisamente este propósito de fabricar un «hombre nuevo», en el que el valor intrínseco de la persona era negado en pro de la comunidad. Esta labor de «reeducación» social se presentó, paradójicamente, como una empresa filantrópica. Y esa «máscara del demonio del Bien» fue a la postre la que amparó el derecho de desterrar a los arrabales de la sociedad a categorías enteras de hombres, incluso el derecho a aniquilarlos sin dubitación.

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “Educación para la esclavitud”, ABC, 17.VII.2006″

Juan Manuel de Prada, “La fuerza del espíritu”, ABC, 2.IV.2006

Hace ahora un año el universo suspendía la respiración, conmovido ante la noticia: Juan Pablo II había entregado su hálito. Aquel viejo disminuido, tembloroso de parkinson y casi inválido, con la voz adelgazada hasta el susurro había encarnado, mientras duró su estancia entre nosotros, la más bella estampa de la Verdad; y hoy, cuando ya la contempla, se erige en ejemplo para todos los que anhelamos alcanzarla. Aquel hombre, a un tiempo demolido e invicto, que mantenía una lucha encarnizada con su propia decrepitud, llevaba escrito en sus arrugas y cicatrices todo un tratado de teología: Dios mismo lo habitaba, Dios mismo le inspiraba aquella donación sufriente, Dios mismo quería mostrar al mundo a través de aquel Papa dispuesto a morir con las sandalias puestas cuál era la exacta medida del amor cristiano, que se entrega hasta calcinarse. Juan Pablo II, al inmolarse de aquel modo extraordinariamente generoso, quiso como Jesús estar al lado de los que sufren, quiso demostrarnos también que, bajo el barro fragilísimo que modela nuestra envoltura carnal, alienta la piedra del espíritu, que no admite claudicaciones.

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “La fuerza del espíritu”, ABC, 2.IV.2006″

Juan Manuel de Prada, “El código Dan Brown”, ABC, 4.III.2006

Recuerdo la lectura de «El código Da Vinci» como una experiencia abracadabrante. Creo que se trata de uno de los libros más toscos que nunca hayan caído en mis manos, pero de una tosquedad que no es exactamente pedestre, sino más bien chapucera, casi me atrevería a decir que simpática de tan chapucera. El bueno de Dan Brown no disfrazaba la paparrucha de pedantería, no se preocupaba de maquillar el esquematismo de sus personajes con esos aderezos de pachulí introspectivo que suelen utilizar otros fabricantes más duchos de «best-sellers», no se molestaba en sazonar su peripecia con una mínima dosificación de la verosimilitud, ni siquiera se recataba de repetir hasta la machaconería los mismos trucos efectistas o de introducir con calzador aclaraciones que parecían postular un lector infinitamente lerdo. No, señor. Aquello era un bodrio mondo y lirondo, sin afeites ni disfraces; un bodrio candoroso, risueño, como encantado de haberse conocido. La impresión estupefaciente que me produjo su lectura nunca antes me le había deparado libro alguno; para describirla, tendría que compararla con esa hilaridad lisérgica, entreverada de pasmo y delicioso sonrojo, que me procuran las películas de Ed Wood, donde los ovnis siempre son platos de postre envueltos en papel de aluminio y los actores recitan sus parlamentos como si estuviesen en estado de trance hipnótico. Recuerdo con especial delectación un pasaje de la novela en el que los protagonistas, inmersos en su delirio esotérico-patafísico, se topaban con un mensaje presuntamente críptico que el bueno de Dan Brown reproducía, para que el lector se estrujase las meninges en su dilucidación; el mensaje se veía a la legua que era la imagen invertida que devuelve el espejo de un texto escrito en castellano (o inglés en el original), pero los protagonistas se tiraban algo así como veinte páginas discutiendo si estaría redactado en arameo o sánscrito, ocasión que el bueno de Dan Brown aprovechaba para tirar de erudición Google y colarnos unos tostonazos desquiciados sobre tan venerables y vetustas lenguas, por supuesto regados por doquier de gazapos y disparates históricos. También deambulaba por allí un sicario albino que se nos presentaba como «monje» del Opus Dei (¡vaya calladita que se tenía la Prelatura esta sucursal monástica!); y, en fin, todo tenía en el libro el mismo aire chusco, como de borrachera de anisete espolvoreada de anfetas. Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “El código Dan Brown”, ABC, 4.III.2006″

Juan Manuel de Prada, “Unos embrioncitos de nada”, ABC, 18.II.2006

Mientras ocupan el debate público asuntos más estrepitosos (y triviales), se aprueba en el Congreso un proyecto de ley de reproducción asistida que ampara, bajo coartadas terapéuticas, la eugenesia y la clonación. Como no podía ocurrir de otra manera en una época desarmada moralmente, la ciencia se erige aquí en instancia suprema e inapelable: «Todo lo que se sabe hacer, se puede hacer», parece ser el lema. Esta mitificación de la ciencia como fuerza salvífica no ha mostrado reparos siquiera en pisotear la dignidad de la vida humana; de este modo, se ha llegado a aceptar la posibilidad execrable de «fabricar» vidas, servirse de ellas como material de experimentación y después destruirlas. Aprovechándose de la ingenuidad o la desesperación de mucha gente que se deja embaucar con falsas esperanzas, la propaganda justifica la perversidad de la clonación terapéutica pregonando que permitirá sanar enfermedades hoy incurables. Y con esta expectativa (que no es sino coartada que se sirve del sufrimiento ajeno), se convierte la vida humana en un producto de laboratorio y se destruyen alegremente unos embrioncitos de nada para extraerles células o tejidos, como si fueran proveedores de piezas de recambio.

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “Unos embrioncitos de nada”, ABC, 18.II.2006″

Juan Manuel de Prada, “De rodillas y abrasaditos”, ABC, 6.II.2006

Mientras Irán, el país islámico que con mayor prontitud, entusiasmo y socarronería se ha adherido a la zapateril Alianza de Civilizaciones, enriquece uranio a toda pastilla, en Beirut y Damasco las turbas enardecidas incendian embajadas y consulados occidentales. El pensamiento débil preconiza que los principios de la tolerancia, el respeto y la convivencia deben regir nuestra relación con el Islam; pero suele olvidar que dichos principios degeneran en flatus voci cuando no se sostienen sobre una defensa convincente de los propios valores. Un mero análisis empírico nos demuestra que el Islam no ha producido instituciones políticas comparables a las que se han desarrollado en el seno de la civilización occidental. Sin embargo, parece prohibido afirmar que el modelo occidental es mejor que el islámico; así, todo diálogo se convierte en una forma de desistimiento. Y dicho desistimiento halla su primera expresión en la aceptación mansurrona de un lenguaje genuflexo. Cuando, por ejemplo, se afirma -para justificar el estallido de furia vesánica que ha desatado la publicación de las caricaturas de Mahoma- que la religión musulmana no es idólatra se insinúa tácitamente que la religión católica sí lo es, afirmación radicalmente falsa. La veneración de imágenes en la religión católica no se dirige a las imágenes en sí mismas, sino a la realidad que representan, el Dios encarnado que, a través de su representación iconográfica, se hace más próximo e inteligible al hombre. Gracias a que la iconoclasia no se impuso en Europa, la civilización occidental ha alcanzado cimas artísticas -Miguel Ángel, Caravaggio, El Greco- que le han sido vedadas a la civilización islámica. Pero definiendo la religión musulmana como contraria a la idolatría, en lugar de afirmar su fundamentalismo iconoclasta, el pensamiento débil soslaya las enojosas valoraciones negativas.

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “De rodillas y abrasaditos”, ABC, 6.II.2006″

Juan Manuel de Prada, “Reírse de Dios”, ABC, 4.II.2006

Sigo con fruición las evoluciones de la polvareda mediática provocada por la publicación de las caricaturas de Mahoma en un periódico danés. Será una ocasión formidable para comprobar -una vez más- la debilidad de Occidente, su incapacidad para defender los valores que pomposamente proclama, y también una oportunidad regocijante para desenmascarar la cobardía de ciertos valentones que no tienen rebozo en hacer escarnio de la religión… siempre que la religión escarnecida sea la cristiana, por supuesto. La primera reacción occidental ante la condena decretada por los fanáticos islamistas ha consistido en afirmar que la libertad de expresión es sagrada. Declaración grandilocuente e inexacta, pues la libertad de expresión debe estar sometida a otros derechos más elementales, cual es la propia dignidad del hombre. Del mismo modo que la libertad de prensa no puede amparar la descalificación gratuita y calumniosa de personas e instituciones, tampoco creo que deba proteger a quien agrede las creencias religiosas de una parte de la sociedad, pues dichas creencias forman parte del meollo mismo de la dignidad humana. Naturalmente, que la libertad de expresión no justifique el exabrupto pedestre o chabacano contra tal o cual religión no significa que no se pueda ironizar sobre la religión, o satirizar las imposturas de sus fieles y jerarquías.

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “Reírse de Dios”, ABC, 4.II.2006″

Juan Manuel de Prada, “Mirad cómo se aman”, ABC, 28.I.2006

En su Apología contra los gentiles, Tertuliano nos ofrece un testimonio de primera mano sobre la vida de los cristianos primitivos. Allí leemos que los paganos, admirados de la fraternidad que se entablaba entre los seguidores de Jesús, murmuraban envidiosos: «Mirad cómo se aman». Sin duda, esta concepción de la Iglesia como comunidad fundada en el amor, donde todos -con sus flaquezas e imperfecciones- tienen cabida fue el fermento que facilitó la expansión de la fe en el Galileo; y deberíamos preguntarnos, con espíritu crítico, si no habrá sido precisamente el decaimiento de esa concepción y su sustitución por otra demasiado «legalista» la que ha determinado a la postre su retroceso. Al recordarnos en su encíclica que el amor es el acontecimiento nuclear de la experiencia cristiana, Benedicto XVI nos propone un viaje hacia las raíces mismas de la fe, que San Juan supo compendiar en una sola frase: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él».

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “Mirad cómo se aman”, ABC, 28.I.2006″

Juan Manuel de Prada, “No hay futuro”, ABC, 23.I.2006

Hasta hace poco, las parejas sin descendencia eran miradas con una suerte de caridad compungida; presumíamos que, si no habían procreado, se debía a que alguna deficiencia orgánica se lo impedía. Tratábamos a estas parejas sin hijos con esa especie de funesta obsequiosidad que empleamos con los familiares de un difunto, cuando acudimos al velatorio a confortarlos. Ahora empieza a suceder lo contrario: a las parejas con hijos se las empieza a mirar con una mezcla de aprensión y desconfianza, como si fueran pringados a quienes el farmacéutico del barrio endosa las cajas de condones averiados; las parejas sin hijos, en cambio, son contempladas con una fascinada curiosidad, incluso con envidia. Se han convertido en un modelo social digno de emulación, en «creadores de tendencias»; incluso se les ha adjudicado una designación que suena risueña y megacool, «dinkis» (derivada del acrónimo DINK: «Double Income, No Kids»). Son parejas que han dimitido voluntariamente de la procreación, encerradas en la cápsula de un amor sin prolongaciones, como Narcisos atrapados en su fuente. Ya ni siquiera necesitan justificar las razones de su elección; pero, en caso de que alguien se las pregunte, responden con una munición orgullosa y archisabida: desean prolongar su juventud (pero en el fondo saben que son jóvenes fiambres, y que no hay modo más infalible de acelerar el advenimiento de la vejez que la compulsiva manía de disimularlo con afeites juveniles), desean alcanzar la estabilidad laboral (pero una vez alcanzado este objetivo, la ambición les dictará seguir ascendiendo), desean disfrutar de sus ratos de asueto, de sus vacaciones, y, sobre todo, de su dinero con una intensidad que no les permitiría la fundación de una familia.

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “No hay futuro”, ABC, 23.I.2006″

Juan Manuel de Prada, “Infancia misionera”, ABC, 21.I.2006

Esta mañana, cuando apenas rayaba el alba, ha entrado mi hija de tres años en la habitación, pidiéndome que apoquine un donativo para la Jornada de la Infancia Misionera. En su colegio, regentado por hermanas concepcionistas, le han hablado de otros niños de Guinea Ecuatorial o el Congo, Brasil o Filipinas, atendidos como ella por esta congregación misionera; niños que habrían muerto víctimas de enfermedades feroces o de pura inanición si esas monjas heroicas no hubiesen mediado en su tragedia. Como las hermanas concepcionistas, son miles los hombres y mujeres, religiosos y seglares, que un día cualquiera decidieron inmolarse en la salvación de otras vidas que languidecían en los arrabales del atlas; hombres y mujeres que, como cualquiera de nosotros, hubiesen preferido envejecer entre los suyos, disfrutando de las ventajas de una vida regalada, pero que respondieron sin rechistar a su vocación.

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “Infancia misionera”, ABC, 21.I.2006″

Juan Manuel de Prada, “Tocomocho genético”, XLSemanal, 8.I.2006

Ando desde hace algunos años absolutamente alucinado con los métodos inescrupulosos y sensacionalistas que ha adoptado la investigación genética, más atenta a la fanfarria mediática y a las cotizaciones bursátiles que al verdadero progreso científico. En esta nueva deriva degenerada sorprende, en primer lugar, el relativismo desenfadado con el que se han despachado los muy espinosos dilemas éticos que rodean la manipulación de embriones: si el siglo XX entronizó la banalidad del mal (recordemos la sobrecogedora frase de Stalin: «Un muerto es una tragedia; un millón de muertos, mera estadística»), parece que el siglo XXI será el que por fin se atreva a aprovechar las ‘utilidades industriales’ de tan bestial aserto. Pero la desfachatez amoral con que nuestra época ha resuelto el dilema de la manipulación de embriones no resultaría tan insoportablemente obsceno si no se justificase, para mayor recochineo, con coartadas humanitarias que sacan tajada del dolor de mucha gente y de la compasión que dicho dolor provoca en cualquier persona no completamente impía. Mucho más cruel aún que dejar morir a alguien sin esperanza es dejar que muera tras haberle hecho concebir esperanzas infundadas sobre su hipotética recuperación. Que es lo que, hoy por hoy, está favoreciendo, incluso estimulando descaradamente, la investigación genética: usar el dolor de esos enfermos (a quienes se moviliza para que protagonicen campañas en pro de la clonación o para que soliciten a los gobernantes una legislación permisiva en la materia), a quienes a cambio se les ofrecen soluciones inverosímiles, o siquiera inciertas, a sus dolencias. La investigación genética se presenta como una especie de panacea universal que derrotará de un plumazo el sufrimiento humano; se presenta, incluso, como una vía promisoria de acceso a la inmortalidad. Una vez excitada esa ‘codicia de salud’ que anima al hombre contemporáneo, ¿qué importa si muchas de las enfermedades que la investigación genética promete remediar aún son de etiología desconocida? ¿Qué importa si las células madre que, según se nos predica, remediarán estas enfermedades ignotas, puedan extraerse de órganos adultos, sin necesidad de crear artificialmente embriones que luego serán destruidos? ¿Qué importa, incluso, si dentro de unos años hay que reconocer el fracaso de los experimentos? Para entonces, la investigación genética ya habrá rendido unos beneficios opíparos a sus promotores; si, en esa búsqueda del enriquecimiento fácil, se han liquidado unos cuantos miles o millones de embrioncitos de nada («Un muerto es una tragedia; un millón de muertos, mera estadística»), bastará con alegar que «cayeron en acto de servicio». Y a otra cosa, mariposa.

Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “Tocomocho genético”, XLSemanal, 8.I.2006″