Jonás y la ballena

Una niña estaba hablando de las ballenas a su maestra. La profesora dijo que era físicamente imposible que una ballena se tragara a un ser humano porque aunque era un mamífero muy grande su garganta era muy pequeña. La niña afirmó que Jonás había sido tragado por una ballena. La profesora le repitió con ironía que una ballena no podía tragarse a ningún humano, pues físicamente era imposible. La niña contestó: “Cuando llegue al cielo le voy a preguntar a Jonás”. La maestra le preguntó: “¿Y qué pasa si Jonás se fue al infierno?”. La niña contestó: “Entonces tendrá que preguntarle usted”.

El hilo rojo

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando. No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad. Pensé que debía adentrarme en el misterio de tantas personas que quizá no nos buscan como el señor del hilillo, pero nos necesitan.

Convertido por una frase del Papa

París. Parque de los Príncipes. Un universitario logra acercarse al Papa y le grita: “Santo Padre, soy ateo, ¡ayúdeme!”. El Papa se le acercó. Hablaron a solas unos instantes. De regreso a Roma, Juan Pablo II recordó a ese chico y le dijo a don Estanislao: “Pienso que quizá podía haberle ayudado mejor. Quizá todavía se puede hacer algo por él”. Escribieron a París. La respuesta fue algo así como “lo intentaremos pero va a ser más difícil que encontrar una aguja en un pajar”. Sin embargo, al final se localizó al muchacho y le dijeron: “El Papa quiere que sepas que reza diariamente por ti y está preocupado porque quizá no resolvió tu problema”. Aquel muchacho explicó que al salir de allí fue a una librería y compró un Nuevo Testamento, como el Papa le había dicho…, “y nada más abrirlo, encontré la respuesta que buscaba. Díganselo al Papa. Ya me preparo para mi bautismo”.

Tomado de Miguel Angel Velasco, “Juan Pablo II, ese desconocido”, p.56.

Cuando callas

George Eliot (1819-1880) Continuar leyendo “Cuando callas”

Puntos fuertes y débiles

Cuentan que una vez en una pequeña carpintería hubo una extraña asamblea, fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? Hacía demasiado ruido y además se pasaba todo el tiempo golpeando a los demás. El martillo aceptó su culpa pero pidió que también fuera expulsado el tornillo, pues había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija, pues era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. La lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado también el metro, que siempre estaba midiendo a los demás según su medida como si fuera el único perfecto. En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo, utilizó el martillo, el tornillo, la lija y el metro, y finalmente la tosca madera inicial se convirtió en un hermoso juego de ajedrez.

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, se reanudó la deliberación, fue entonces cuando tomo la palabra el serrucho y dijo: Señores ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades, y eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos mas en nuestros puntos malos y concentrémonos en nuestros puntos buenos. La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija servía para afinar y lijar asperezas, y el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de calidad se sintieron orgullosos de sus capacidades y de trabajar juntos.

Algo parecido sucede con los seres humanos. Cuando en un grupo (ya sea empresa, hogar, amigos, colegio, familia, etc.), las personas buscan a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, florecen los mejores logros. Es muy fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo, pero encontrar cualidades, eso es lo que vale.

¿Rezar cambia las cosas?

¿Dicen que rezar cambia las cosas, pero es REALMENTE cierto que cambia algo? ¿Rezar cambia tu situación presente o tus circunstancias? No, no siempre, pero cambia el modo en el que ves esos acontecimientos.

¿Rezar cambia tu futuro económico ? No, no siempre, pero cambia el modo en que buscar atender tus necesidades diarias.

¿Rezar cambia corazones o el cuerpo dolorido? No, no siempre, pero cambia tu energía interior.

¿Rezar cambia tu querer y tus deseos? No, no siempre, pero cambiará tu querer por el querer de Dios.

¿Rezar cambia cómo el mundo? No, no siempre, pero cambiará los ojos con los que ves el mundo.

¿Rezar cambia tus culpas del pasado? No, no siempre, pero cambiará tu esperanza en el futuro.

¿Rezar cambia a la gente a tu alrededor? No, no siempre, pero te cambiará a ti, pues el problema no está siempre en otros.

¿Rezar cambia tu vida de un modo que no puedes explicar? Ah, sí, siempre. Y esto te cambiará totalmente.

Entonces, ¿rezar REALMENTE cambia ALGO? Sí, REALMENTE cambia TODO.

Teressa Vowell

Sé feliz

Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano. En un recodo del camino vio un letrero que decía: “Le quedan dos meses de vida”. Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: “Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean.” Y aquel buscador infatigable de la felicidad, al final de sus días encontró que en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado. Comprendió que para ser feliz se necesita amar, aceptar la vida como viene, disfrutar de lo pequeño y de lo grande, conocerse a sí mismo y aceptarse como se es, sentirse querido y valorado, querer y valorar a los demás, tener razones para vivir y esperar y también razones para morir y descansar. Entendió que la felicidad brota en el corazón, que está unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior. Y recordó aquella sentencia que dice: “Cuánto gozamos con lo poco que tenemos, y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos equivocadamente.”

Sembrar para cosechar

Una mujer soñó que estaba en una tienda recién inaugurada y para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador. – ¿Qué vendes aquí?, le preguntó. -Todo lo que tu corazón desee, respondió Dios. Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear. -Deseo paz, amor, felicidad, sabiduría… Tras un instante de vacilación, añadió: -No sólo para mí, sino para todo el mundo… Dios se sonrió y le dijo: -Creo que no me has comprendido. -Aquí no vendemos frutos, únicamente vendemos semillas. -Para sembrar una planta hay necesidad de romper primero la capa endurecida de tierra y abrir los surcos; luego, desmenuzar y aflojar los trozos que aún permanecen apelmazados, para que la semilla pueda penetrar, regando abundantemente para conservar el suelo húmedo y entonces… -Esperar con paciencia hasta que germinen y crezcan! En la misma forma en que procedemos con la naturaleza hay que trabajar con el corazón humano, “roturando” la costra de la indiferencia que la rutina ha formado, removiendo los trozos de un egoísmo mal entendido, desmenuzándolos en pequeños trozos de gestos amables, palabras cálidas y generosas, hasta que con soltura, permitan acoger las semillas que diariamente podemos solicitar “gratis” en el almacén de Dios, porque EL mantiene su supermercado en promoción. Son semillas que hay que cuidar con dedicación y esmero y regarlas con sudor, lágrimas y a veces hasta con sangre, como regó Dios nuestra redención y como tantos han dado su vida y su sangre por otros, en un trabajo de fe y esperanza, de perseverante esfuerzo, mientras los frágiles retoños, se van transformando en plantas firmes capaces de dar los frutos anhelados…

Todos los días

Un sacerdote estaba en su parroquia Iglesia al mediodía, y al pasar por junto al altar decidió quedarse cerca para ver quién había venido a rezar. En ese momento se abrió la puerta, y el sacerdote frunció el entrecejo al ver a un hombre acercándose por el pasillo. El hombre estaba sin afeitarse desde hace varios días, vestía una camisa rasgada, tenía el abrigo gastado cuyos bordes se habían comenzado a deshilachar. El hombre se arrodilló, inclinó la cabeza, estuvo así un momento y luego se levantó y se fue. Durante los siguientes días el mismo hombre, siempre al mediodía, entraba en la Iglesia cargando con una maleta, se arrodillaba brevemente y luego volvía a salir. El sacerdote, un poco temeroso, empezó a sospechar que se tratase de un ladrón, por lo que un día se puso en la puerta de la iglesia y cuando el hombre se disponía a salir le pregunto: “¿Que haces aquí?”. El hombre dijo que trabajaba cerca y tenía media hora libre para el almuerzo y aprovechaba ese momento para rezar. “Sólo me quedo unos instantes, sabe, porque la fábrica queda un poco lejos, así que solo me arrodillo y digo: Señor, sólo vengo para contarte lo feliz que me haces cuando me perdonas mis pecados; no sé muy bien rezar, pero pienso en Tí todos los días, así que, Jesús, éste es Jim a tu lado”. El sacerdote se conmovió y dijo a Jim que le alegraba mucho eso y que era bienvenido en la iglesia siempre que quisiera. El sacerdote se arrodilló ante el altar, emocionado, y sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas, y en su corazón repetía la plegaria de Jim: Señor, sólo vengo para contarte lo feliz que me haces cuando me perdonas mis pecados; no sé muy bien rezar, pero pienso en Tí todos los días, así que, Jesús, éste soy yo a tu lado.

Un tiempo después, el sacerdote notó que el viejo Jim no había venido. Los días siguieron pasando sin que Jim volviese para rezar, por lo que comenzó a preocuparse, hasta que un día fue a la fábrica a preguntar por él. Allí le dijeron que el estaba enfermo, que pese a que los médicos estaban muy preocupados por su estado de salud, todavía creían que podía sobrevivir. La semana que Jim estuvo en el hospital sonreía todo el tiempo y su alegría era contagiosa. La enfermera no podía entender por qué Jim estaba tan feliz, ya que nunca había recibido visitas, ni flores, ni tarjetas. El sacerdote se acercó al lecho, y Jim le dijo: “La enfermera piensa que nadie viene a visitarme, pero no sabe que todos los días, desde que llegue aquí, a mediodía, un querido amigo mío viene, se sienta aquí en la cama, me agarra de las manos, se inclina sobre mí y me dice: Sólo vine para decirte, Jim, lo feliz que soy con tu amistad y perdonando tus pecados. Siempre me gustó oír tus plegarias, y pienso en ti cada día… Así que, Jim, éste es Jesús a tu lado”.

Tres árboles

Había una vez, sobre un colina en un bosque, tres árboles. Con el murmullo de sus hojas, movidas por el viento, se contaban sus ilusiones y sus sueños. El primer árbol dijo: “Algún día yo espero ser un cofre, guardián de tesoros. Se me llenará de oro, plata y piedras preciosas. Estaré adornado con tallas complicadas y maravillosas, y todos apreciarán mi belleza”. El segundo árbol contestó: “Llegará un día en que yo seré un navío poderoso. Llevaré a reyes y reinas a través de las aguas y navegaré hasta los confines del mundo. Todos se sentirán seguros a bordo, confiados en la resistencia de mi casco”. Finalmente, el tercer árbol dijo: “Yo quiero crecer hasta ser el árbol más alto y derecho del bosque. La gente me verá sobre la colina, admirando la altura de mis ramas, y pensarán en el cielo y en Dios, y en lo cerca que estoy de El. Seré el árbol más ilustre del mundo, y la gente siempre se acordará de mí”.

Después de años de rezar para que sus sueños se realizasen, un grupo de leñadores se acercó a los árboles. Cuando uno se fijó en el primer árbol, dijo: “Este parece un árbol de buena madera. Estoy seguro de que puedo venderlo a un carpintero”. Y empezó a cortarlo. El árbol quedó contento, porque estaba seguro de que el carpintero haría con él un cofre para un tesoro. Ante el segundo árbol, otro leñador dijo: “Este es un árbol resistente y fuerte. Seguro que puedo venderlo a los astilleros”. El segundo árbol lo oyó satisfecho, porque estaba seguro de que así empezaba su camino para convertirse en un navío poderoso. Cuando los leñadores se acercaron al tercer árbol, él se asustó, porque sabía que, si lo cortaban, todos sus sueños se quedarían en nada. Un leñador dijo: “No necesito nada especial de mi árbol. Me llevará éste”. Y lo cortó. Cuando el primer árbol fue llevado al carpintero, lo que hizo con él fue un comedero de animales. Lo pusieron en un establo, y lo llenaron de heno. No era esto lo que él había soñado, y por lo que tanto había rezado. Con el segundo árbol se construyó una pequeña barca de pescadores. Todas sus ilusiones de ser un gran navío, portador de reyes, se acabaron. Al tercer árbol simplemente lo cortaron en tablones, y lo dejaron contra una pared. Pasaron los años, y los árboles se olvidaron de sus sueños. Pero un día un hombre y una mujer llegaron al establo. Ella dio a luz, y colocaron al niño sobre el heno del pesebre que había sido hecho con la madera del primer árbol. El hombre querría haber hecho una pequeña cuna para el niño, pero tenía que contentarse con este pesebre. El árbol sintió que era parte de algo maravilloso, y que se le había concedido tener el mayor tesoro de todos los tiempos. Años más tarde, varios hombres se subieron a la barca hecha con la madera del segundo árbol. Uno de ellos estaba cansado, y se durmió. Mientras cruzaban un lago, se levantó una tormenta fortísima y el árbol pensaba que no iba a resistir lo suficiente para salvar a aquellos hombres. Los otros despertaron al que estaba dormido. El se levantó, y dijo: “¡Cállate!”, y la tormenta se apaciguó. Entonces el árbol se dio cuenta de que en la barca iba el Rey de reyes. Finalmente, tiempo después, se acercó alguien a coger los tablones del tercer árbol. Unió dos en forma de cruz, y se los pusieron encima a un hombre ensangrentado, que los llevó por las calles mientras la gente lo insultaba. Cuando llegaron a una colina, el hombre fue clavado en el madero, y levantado en el aire para que muriese en lo alto, a la vista de todos. Pero cuando llegó el siguiente Domingo, el árbol comprendió que había sido lo suficiente fuerte para estar sobre la cumbre y acercarse tanto a Dios como era posible, porque Jesús había sido crucificado en él. Ningún árbol ha sido nunca tan conocido y apreciado como el árbol de la Cruz.

La parábola nos enseña que aun cuando parece que todo nos sale al revés, debemos estar seguros de que Dios tiene un plan para nosotros. Si confiamos en El, nos dará los regalos más valiosos. Cada árbol obtuvo lo que deseaba y pedía, pero de otra manera mejor. No nos es posible siempre saber qué prepara Dios para nosotros; pero debemos saber que sus planes no son los nuestros: son siempre mucho más sublimes. (Anónimo inglés. Traducido por E.M. Carreira).