Beverly McMillan: Confesiones de una ginecóloga

A veces ser católico y tratar de estar a la altura de las enseñanzas morales de la Iglesia puede resultar un poco opresivo. Así es como me sentí cuando, en 1990, regresé a la Iglesia Católica. Había sido una larga ausencia para mi.

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Vasilyi Sirotenko: Un oficial soviético que salvó la vida a Karol Wojtyla

Juan Pablo II no hubiera llegado a ser Papa si, en el año 1945, en Cracovia, un oficial de la Armada Roja de la Unión Soviética, culto y amante de la historia, no hubiera decidido salvar la vida, a pesar de las órdenes de Stalin, a un joven seminarista llamado Karol Wojtyla, que le había ayudado a traducir libros sobre la caída del Imperio romano.

Este episodio, hasta ahora inédito de la vida del Papa, ha sido narrado al semanario italiano «Famiglia Cristiana» por el protagonista, el mayor Vasilyi Sirotenko, a quien Juan Pablo II le ha mandado una felicitación por su cumpleaños.

Cayó Cracovia Sirotenko, profesor de historia medieval, formó parte de la 59ª Armada del general Ivan Stepanovich Konev que arrebató a los alemanes Cracovia el 17 de enero de 1945. Al día siguiente el soldado se encontraba entre los hombres que ocuparon una mina de piedra de la empresa Solvay a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. «También allí los alemanes se rindieron y escaparon casi inmediatamente –recuerda–. Los obreros polacos se habían escondido: cuando llegamos comenzamos a gritar: sois libres, salid, salid, estáis libres. Cuando los contamos, eran ochenta. Poco después descubrí que 18 de ellos eran seminaristas».

La guerra de Stalin no eran un banquete de gala. Los soldados robaban lo que podían: dinero, relojes, ropa… Los primeros rusos que entraron a Cracovia lo único que buscaban era comida. Sirotenko, sin embargo, causó en más de alguno risa: él buscaba libros en latín y alemán.

Por este motivo, al ver a los seminaristas se puso muy contento. «Llamé a uno de ellos y le pregunté si era capaz de traducir del latín y del italiano –revela Sirotenko–. Me dijo que no era muy bueno en estas materias, que había estudiado poco. Estaba aterrorizado, e inmediatamente añadió que tenía un compañero muy inteligente y capaz para los idiomas. Un cierto Karol Wojtyla».

«Entonces di la orden de encontrar a ese tal Karol», continúa diciendo el antiguo soldado. «Descubrí que era bastante bueno en ruso pues su madre era una “russinka”, es decir una “ukrainka” con raíces rusas. Por eso le hice traducir también documentos del ruso al polaco».

Vasilyj se hizo amigo de Karol y pidió que le tradujera también artículos sobre la caída del Imperio romano, que era fruto de todo tipo de interpretaciones por parte de Stalin. Fueron tan amigos que un día el comisario político Lebedev convocó al oficial soviético: «Camarada mayor, ¿qué hace usted con ese seminarista? ¿Piensa ignorar las órdenes de Stalin? ¿La disposición del 23 de agosto de 1940 sobre los oficiales, maestros y seminaristas polacos no le convence?».

Sirotenko respondió: «No puedo fusilarlo. Es demasiado útil. Sabe idiomas y conoce la ciudad». Y añade: El comisario sabía que era verdad, pero no quería correr riesgos. De modo que me dijo que la responsabilidad era mía».

Después, salieron los primeros carros de prisioneros hacia Siberia, personas que no volverían nunca más. Los seminaristas de la cantera Solvay estaban entre los primeros de la lista. Sirotenko, sin embargo, les salvó la vida. La misma excusa volvió a convencer a Lebedev.

Ahora al mayor no le gusta reconocer que sabía lo que significaba partir al destierro. «Escribí una orden en la que, por exigencias relativas a las operaciones militares que tenían lugar en Cracovia, Wojtyla y los demás no deberían ser deportados».

Cuando en 1978 fue elegido Papa un cierto Karol Wojtyla, Sirotenko era el único que conocía ese nombre en Rusia, a excepción del KGB. El 6 de marzo pasado recibió una carta del Papa en la que le felicitaba por sus 85 años. El viejo profesor de historia y antiguo oficial de la Armada Roja mira la carta y dice: «Los dos hemos tenido una vida muy intensa».

Tomado de ZENIT.org, 3.V.01

Vicente González: Un filósofo convertido leyendo a Santa Teresa

Buscaba el placer en el estudio y el sexo hasta que leyó a Santa Teresa de Ávila. Un catedrático emérito se convierte al leer la biografía de la mística.

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Nelson Mandela: Superar el odio y el rencor

Nelson Mandela nació el 18 de julio de 1918 en Qunu, un poblado de unos 300 habitantes que vivían en unas chozas con paredes de barro y un palo de madera que sostenía el techo de hierbas. A los cinco años ya pastoreaba ovejas y becerros, y se entretenía con sus amigos con juegos como “ndize” (las escondidas) o el “thinti”, donde dominaba técnica de la pelea con palos, esencial para los chicos africanos. “Al volver a casa –cuenta en su libro “La larga marcha hacia la libertad”–, mi madre me contaba leyendas Xhosa que pasaban de generación en generación. Mi padre, cuando estaba casa, me fascinaba con las historias los guerreros luchando contra la opresión del hombre blanco”.

Su padre, Henry Mgadla Mandela, era jefe de Consejeros del Caudillo Supremo del clan de los Thembus. De él heredó un obstinado sentido de la justicia y del honor. Todo en su infancia transcurría sin novedad, hasta que un día su padre tuvo un conflicto por desafiar la autoridad de un magistrado británico, y pasó de ser un acaudalado ciudadano a perder todos sus cargos, títulos y propiedades. Cuando Nelson cumplió nueve años, su padre murió y él fue trasladado a casa del jefe de Jongintaba, el líder del poblado Thembú, que se encargó de educarlo durante los diez siguientes años.

Fue por aquellos años cuando supo de verdad lo que era la pobreza. “Entonces aprendí más de lo que significa ser pobre que en toda mi infancia en Qunu. Muchos días caminaba los diez kilómetros hasta el pueblo por la mañana y por la tarde, para ahorrarme la tarifa del autobús. Muchos días comía sólo una vez, y rara vez podía cambiarme de ropa. Sin embargo, la pobreza es un potente generador de auténtica amistad. Mucha gente aparenta ser amigo cuando las cosas te van bien, pero son muy pocos pero valiosos los que se te acercan cuando no tienes nada. Si la riqueza es un imán, la pobreza actúa a modo de repelente. Pero hace aflorar unos grandes sentimientos de camaradería y generosidad en los demás”.

Junto con su compañero de estudios Oliver Tambo, ingresó a los 17 años en el internado metodista de Healdtown y luego en la Universidad de Fort Hare, participando activamente en campañas de protestas por las injusticias raciales, que finalmente provocaron su expulsión de la universidad en 1940. Se trasladó entonces a Johannesburgo y obtuvo allí su grado de Artes, estudiando por correspondencia. Continuó luego en Witwatersrand, hasta que obtuvo la licenciatura en Derecho.

Posteriormente trabaja en una firma de abogados. Su participación política continúa, y crea en 1944 una rama juvenil del Congreso Nacional Africano (en inglés, ANC), organización que lucha por la defensa de los derechos de la minoría negra en Sudáfrica. Pronto se convierte en el máximo dirigente del movimiento. A partir de 1952, con motivo de la “campaña del desafío”, Mandela pasa a defender la unión de los distintos grupos culturales de raza negra en para desarrollar una estrategia común en defensa de sus intereses y en contra de la política del “apartheid”. La actividad militante de Mandela le hacía no sólo participar en las actividades de la organización sino que también le llevó a fundar un despacho de abogados, el primero regentado por negros. Conocido activista, ya es muy notoria su oposición al gobierno y su participación en actos radicales. Por ello, el gobierno sudafricano ordena su detención en diciembre de 1952, aplicando la “Ley de Represión del Comunismo”, en virtud de la cual es condenado a nueve meses de prisión. Más tarde, aunque la condena no es aplicada, se sustituye por la prohibición de participar o acudir a actos políticos y a no poder salir de Johannesburgo, pena que será constantemente renovada durante los nueve años siguientes. La condena y el seguimiento de que es objeto por parte de las autoridades policiales no impide que siga mostrando una intensa actividad a favor de los derechos de los negros.

Nuevamente detenido, fue acusado de traición y procesado en diciembre de 1956 junto a otras 156 personas, en un juicio que terminó en 1961 con una sentencia absolutoria. Una manifestación en protesta por la muerte de 56 personas en Sharpeville a cargo de la policía sudafricana fue el detonante para que el Congreso Nacional Africano y el Congreso Panafricano, otra organización similar, fueran prohibidos. Mandela, que preveía una nueva detención y condena, hubo de esconderse y vivir de manera clandestina. Durante esta etapa, se dedica a recorrer el país junto a Sisulu, con el objetivo de organizar tres días de huelga. La cerrazón del gobierno y la brutal respuesta policial a los actos reivindicativos decidieron a la dirección clandestina del ANC a emprender la lucha armada. Estamos en 1961, y se inaugura así un periodo de enfrentamiento que se prolongará durante largos años. Para organizar la lucha, el ANC crea el grupo Umkhonto we Size (‘La lanza de la nación’), dirigido por Mandela. Para recabar apoyo internacional viajó a Dais Abeba, donde se estaba celebrando en 1962 la Conferencia Panafricana. Más tarde, se desplazó a Argelia y a Londres. A su vuelta a Sudáfrica ese mismo año, fue detenido y condenado a cinco años de cárcel por el delito de rebelión y por salir ilegalmente del país. Encarcelado, un registro policial en la sede del ANC en Rivonia halló el diario de Mandela, en el que explicaba sus actividades durante sus viajes al extranjero. Por ello, junto a otros activistas, fue nuevamente juzgado, recayendo sobre él esta vez la pena de cadena perpetua. Durante el juicio, entre octubre de 1963 y junio de 1964, él mismo se encargó de su defensa y de la de sus compañeros, si bien eso no impidió que hubiera de pasar en la cárcel los siguientes 27 años de su vida.

Su estancia en prisión movió el apoyo de gran parte de la comunidad internacional, que le convirtió en un símbolo de la lucha contra el “apartheid” y la discriminación racial. Tras pasar dieciocho años en la prisión de Robben Island, en 1982 fue recluido en la de Pollsmoor (Ciudad de El Cabo). La presión internacional logró que el presidente sudafricano Pieter Botha le ofreciera en 1986 la libertad condicional, oferta que Mandela rechazó por cuanto no conllevaba una apretura del régimen hacia la igualdad racial. La situación no cambió hasta la llegada en 1990 de un nuevo presidente, Frederick de Klerk, que legalizó el ANC y liberó a Mandela en febrero de ese mismo año. No obstante, aun quedaba mucho camino por recorrer, por lo que Mandela, puesto al frente del ANC, hubo de negociar con el gobierno las bases para la reforma, todo ello en medio de un clima de fuerte enfrentamiento social entre los propios grupos negros y el miedo de la minoría blanca al desencadenamiento de represalias una vez que estos pudieran llegar al poder. Llegadas a buen término, el resultado supuso la derogación del régimen racista, aunque no la igualdad económica, pues la mayoría de la población negra se encuentra en una situación cercana a la pobreza. Mandela y De Klerk recibieron el premio Nobel de la Paz en 1993. Unas elecciones generales celebradas en mayo de 1994, en las que participaron todos los grupos, dieron el poder a Mandela, que se convirtió así en el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica. Desde entonces, Mandela es uno de los líderes mundiales más relevantes, con especial significación en el continente africano. Desde su cargo, ha ejercido como mediador en varios de los conflictos que asolan Africa.

Durante los 13 años que permaneció en la prisión de Robben Island, fue obligado a realizar trabajos forzados en las minas de cal de la isla. No les permitían usar gafas oscuras y los reflejos del sol sobre la cal dañaron sus ojos para siempre. Estando en la cárcel murió su madre y uno de sus hijos, pero se le negó el permiso para asistir a sus funerales. La dureza de la situación le hizo meditar profundamente: “Una cosa es escuchar, hablar y pensar sobre la adversidad –escribió–, y otra totalmente distinta es tenerla que experimentar en tus propias carnes. La cárcel no sólo te priva de tu libertad, te intenta robar tus señas de identidad. Es un sistema totalitario en estado puro, que no tolera ningún vestigio de independencia y de individualidad. La cárcel esta diseñada para destrozar tu espíritu y tu voluntad. Para ello, las autoridades explotaban cualquier debilidad, derruían cualquier iniciativa, negaban cualquier vestigio de lo que nos hacía a cada uno ser lo que éramos.” Las visitas de su esposa tenían lugar en presencia de un atosigante guardián, y tardó 21 años en poder acariciar su mano, pues un cristal se interponía entre ellos.

Cuando fue puesto en libertad, el 10 de febrero de 1990, tenía todas las razones para sentir odio y rencor a quienes le habían hecho pasar 27 años en una prisión inhumana por una condena injusta. Sin embargo, su reacción fue siempre de perdón y espíritu conciliador: “A punto de salir de la cárcel, Badenhorst se dirigió a mí directamente para desearme buena suerte a mí y a mi gente. Badenhorst probablemente había sido el más cruel y salvaje comandante que habíamos tenido en Roben Island. Pero ese día, en la oficina, comprendí que existía otro aspecto de su naturaleza, un lado un tanto escondido de su persona, pero que ahí estaba. Me ha servido siempre de recordatorio de que todo ser humano, incluso los que parecen más odiosos, tiene una parte noble, y si se mueve su corazón, es capaz de mostrar humanidad. Badenhorst no era el demonio; su falta de bondad había sido alentada por un sistema inhumano. Otro de lo carceleros, el oficial Swart, había preparado una comida de despedida. Se lo agradecí. Al oficial James Gregory le abracé efusivamente. Durante los años en que me vigiló nunca discutimos de política, nuestros lazos no necesitaban de palabras. Hombres como estos me reafirman en mi fe en la humanidad”.

La estancia en la prisión templó enormemente su espíritu: “Es de los compañeros que pelearon por la libertad –comentaba– de quien aprendí el significado de la palabra coraje. Una y otra vez he visto hombres y mujeres arriesgar sus vidas por esa idea. He visto a seres humanos soportar ataques y torturas sin romperse, sin descomponerse, mostrando una fortaleza y resistencia que desafían a la imaginación. Aprendí entonces que coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre ese instinto básico. Sentí miedo muchas más veces de lo que puedo recordar, pero lo ahogaba en una máscara de atrevimiento. El hombre bravo no es aquel que no siente miedo, sino el que lo conquista y lo domina”. “Recuerdo –contaba en otra ocasión– cuando Gericke, el capitán, me gritó: –Nunca me hables así, chico, y empezó a caminar hacia mí. No es nada agradable saber que alguien te va a pegar una paliza y no podrás defenderte. –Si me pone una mano encima le llevaré hasta el más alto tribunal, y cuando haya acabado todo, será usted tan pobre como su gusano, le chillé con toda la fuerza que pude recoger. Tenía tanto pánico que no hablé por coraje, fue una bravata que a mí mismo me sorprendió. A veces tienes que poner una fachada fuerte a pesar de lo que sientas por dentro”.

“En la prisión –continúa–, sería muy difícil, casi imposible, resistir si estás solo. Ese fue el mayor error de las autoridades, mantenernos juntos, porque unidos nuestra determinación se fortaleció muchísimo. Nos apoyábamos todos, sacábamos fuerzas de cada uno de los compañeros. Cualquier cosa que sabíamos, la aprendíamos, la compartíamos enseguida, y de este modo el coraje individual que cada uno mantenía se multiplicaba”.

En sus años en la cárcel meditó profundamente sobre la situación de su país y sobre cómo resolverla: “Siempre supe que en lo más profundo del corazón humano hay misericordia y generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por razón de su piel, de su origen, de su formación o de su religión. La gente aprende a odiar, y si los hombres y mujeres pueden aprender a odiar, también pueden aprender a perdonar y a amar. El amor es más natural al corazón humano que su opuesto, el odio. Incluso en los momentos más horrorosos en prisión, cuando mis compañeros y yo éramos empujados al vacío, podía ver un atisbo de humanidad en los guardianes. Quizá sólo un segundo, pero era suficiente para confiar en la bondad del ser humano.” Cuando salió de la prisión y se dirigió a la muchedumbre, evitó la demagogia fácil y oportunista de las promesas y expectativas baratas, y colocó la pelota en el tejado de cada vivienda y cada familia: “La vida –les anunció– no va a cambiar drásticamente, a excepción de que seréis ciudadanos de vuestra propia tierra. Tenéis que tener paciencia, podéis tener que esperar cinco años a ver resultados. Les desafié, no quería protegerles: Si queréis seguir viviendo pobres sin comida ni calzado, entonces id a beber a la cantina. Pero si queréis mayor prosperidad, debéis trabajar duro. No podemos hacerlo todo por vosotros; debéis hacerlo vosotros mismos”.

“Como líder –reflexionaba–, uno debe estar dispuesto a tomar decisiones, a emprender acciones impopulares, o que al menos sus resultados y efectos positivos no se van a ver y disfrutar en años.” Era preciso tomarse tiempo, superar el odio y la impaciencia acumulados: “Yo había sido corredor de larga distancia. Disfrutaba de la disciplina y la soledad de los corredores de fondo. Me permitía escaparme de las prisas de la escuela y evadirme al campo con mis pensamientos. Las pruebas y carreras de mi infancia me enseñaron lecciones valiosísimas, me formaron en hábitos que luego me han sido de mucha utilidad”.

Al asumir su cargo de presidente renunció a una tercera parte del salario y creó el Fondo Nelson Mandela para la Infancia. “Si yo no hubiese estado en prisión, no sé si hubiera sido tan bueno con los niños. Estar preso durante 27 años sin ver niños es una experiencia terrible”.

Sacrificó su vida por buscar una salida al racismo. Salió de la cárcel sin rencores y siguió luchando por encontrar una alternativa que impidiera una guerra en Sudáfrica ante la crisis racial que atravesaba ese país: “He peleado en contra de la dominación blanca y de la dominación negra. He apreciado el ideal de una sociedad democrática y libre, donde todas las personas conviven con igualdad de oportunidades. Representa un ideal por el cual vivo y espero alcanzar. Pero, de ser necesario, un ideal por el cual estoy dispuesto a morir.” A pesar de la violencia generada por el apartheid, afrontó la transición con tolerancia y prudencia. “Cuando salí de la cárcel –comentaba– me impuse como misión la libertad de todos. La verdad es que todavía no somos libres. Simplemente hemos logrado la libertad para ser libres, el derecho a no ser oprimidos. Ser libre significa respetar al otro. He caminado un largo trecho hacia esa libertad. He intentado no vacilar. He tenido trompicones en el camino. Al fin he descubierto el secreto: después de conquistar una gran colina, uno descubre que hay muchas otras colinas que escalar.

He tomado un momento aquí para descansar, para ver un poco de la perspectiva del camino que ya hemos recorrido. Pero sólo puedo descansar un momento, porque con la libertad vienen las responsabilidades. No me puedo retrasar, porque nuestro largo camino aún no ha terminado.”

Luis Ruiz: misionero de 90 años dirige 145 leproserías en China

Acaba de cumplir 90 años, y ha sido la primera vez, desde 1930, que el padre Luis Ruiz lo pudo celebrar en Gijón (España) con su familia. «Es que estos últimos 72 años he estado por ahí, por estos mundos de Dios, ¿sabe usted?», argumenta. Acaba de participar en el Congreso Nacional de Misiones que se ha celebrado este fin de semana en Burgos. Monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, arzobispo de Tunja (Colombia), le presentó a los medios como «la estrella del congreso», a lo que él respondió, con el sentido del humor que conserva intacto, «apagada, estrella apagada». «Cuando ves la pobreza no puedes cruzarte de brazos», asegura el P. Ruiz. Continuar leyendo “Luis Ruiz: misionero de 90 años dirige 145 leproserías en China”

Una misionera en África: Confianza en Dios

A mí me encantan los niños y disfruto mucho estando y conversando con ellos. Tal vez también a ti te suceda algo igual. Y la razón es muy simple: porque nos fascina su sencillez, su inocencia, su bondad natural, la transparencia de su alma, su pureza y su candor. Casi todos los niños son así. Aunque algunos sean un poco más pícaros, poseen un alma noble y son muy sensibles ante lo grande y lo bello. Te quiero contar hoy una historia para que veas la grandeza de la fe, la inocencia y el candor de los pequeños.

Una noche yo había trabajado mucho ayudando a una madre en su parto. Pero, a pesar de todo lo que hicimos, murió la madre dejándonos un bebé prematuro y una hija de dos años. Nos iba a resultar difícil mantener el bebé con vida porque no teníamos incubadora –¡no había electricidad para hacerla funcionar!–, ni facilidades especiales para alimentarlo. Aunque vivíamos en el Ecuador africano, las noches frecuentemente eran frías y con vientos traicioneros.

Una estudiante de partera fue a buscar una cuna que teníamos para tales bebés, y la manta de lana con la que lo arroparíamos. Otra fue a llenar la bolsa de agua caliente. Volvió enseguida diciéndome irritada que, al llenar la bolsa, había reventado. La goma se deteriora fácilmente en el clima tropical. –”¡Era la última bolsa que nos quedaba! –exclamó–; y no hay farmacias en los senderos del bosque”. –”Muy bien –dije–; pongan al bebé lo más cerca posible del fuego y duerman entre él y el viento para protegerlo. Su trabajo es mantener al bebé abrigado”.

Al mediodía siguiente, como hago muchas veces, fui a orar con los niños del orfanato que se querían reunir conmigo. Les sugerí a los niños varias intenciones para su oración y les hablé del bebé prematuro. Les conté el problema que teníamos para mantenerlo abrigado, pues se había roto la bolsa de agua caliente y el bebé se podía morir fácilmente si cogía frío. También les dije que su hermanita de dos años estaba llorando porque su mamá había muerto. Ruth, una niña de 10 años, oró con la acostumbrada seguridad consciente de los niños africanos: –”Por favor, Dios mándanos una bolsa de agua caliente. Mañana no servirá porque el bebé ya estará muerto. Por eso, Dios, mándala esta tarde”. Mientras yo contenía el aliento por la audacia de su oración, la niña agregó: –”Y mientras te encargas de ello, ¿podrías mandar una muñeca para su hermana pequeña, y así pueda ver que tú la amas realmente?” Con frecuencia las oraciones de los chicos me ponen en evidencia. No creía que Dios pudiese hacerlo. Sí, claro, sé que Él puede hacer cualquier cosa. Pero hay límites, ¿no? Y yo tenía algunos grandes “peros”. La única forma en la que Dios podía responder a esta oración en particular, era enviándome un paquete de mi tierra natal. Yo llevaba en Africa casi cuatro años y nunca jamás recibí un paquete de mi casa. De todas maneras, si alguien llegara a mandar alguno, ¿quién iba a poner una bolsa de agua caliente? A media tarde, cuando estaba enseñando en la escuela de enfermeras, me avisaron que había llegado un auto a la puerta de mi casa. Cuando llegué, el auto ya se había ido, pero en la puerta había un enorme paquete de once kilos. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Por supuesto, no iba a abrir el paquete yo sola. Así que invité a los chicos del orfanato a que juntos lo abriéramos. La emoción iba en aumento. Treinta o cuarenta pares de ojos estaban enfocados en la gran caja. Había vendas para los pacientes del leprosario. Luego saqué una caja con pasas de uvas variadas. Eso serviría para hacer una buena horneada de panecitos el fin de semana. Volví a meter la mano y sentí… ¿sería posible? La agarré y la saqué… ¡Sí, era una bolsa de agua caliente nueva! Lloré… Yo no le había pedido a Dios que mandase una bolsa de agua caliente, ni siquiera creía que Él podía hacerlo. Ruth estaba sentada en la primera fila, y se abalanzó gritando: –”¡Si Dios mandó la bolsa, también tuvo que mandar la muñeca!”. Escarbé el fondo de la caja y saqué una hermosa muñequita. A Ruth le brillaban los ojos. Ella nunca había dudado. Me miró y dijo: –”¿Puedo ir contigo a entregarle la muñeca a la niñita para que sepa que Dios la ama de verdad?” Ese paquete había estado en camino por cinco meses. Le había preparado mi antigua profesora de religión, quien había escuchado y obedecido la voz de Dios mucho antes de que sucedieran las cosas, y fue Él quien la impulsó a mandarme la bolsa de agua caliente, a pesar de estar yo en el Ecuador africano. Y una de las niñas había puesto una muñequita para alguna niñita africana cinco meses antes, en respuesta a la oración llena de fe de una niña de diez años que la había pedido para esa misma tarde.

Tomado de www.catholic.net

Jim Caviezel: Durante el rodaje de “Passion”

Esta entrevista se realizó un año antes de que Jim Caviezel fuera convocado por Mel Gibson para representar a Jesús en “Passion”, la película sobre las últimas 12 horas de la vida de Cristo.

El día que conversé con Jim Caviezel -cuenta Edel M. Cech-, comprendí que Dios realmente es capaz de hacer cualquier cosa para alcanzar a alguien donde quiera que se encuentre. La conversación telefónica de una hora, no fue sólo un hito importante en mi vida, sino también una de las conversaciones más encantadoras, inspiradoras y santas que he tenido. Y estoy dispuesto a compartir los mejor de ella con ustedes.

– Edel: No es común que las estrellas de cine sean tan religiosas como tú. – ¿Cómo es que tu fe es tan profunda? -Jim: Bien, yo pienso que Dios puede alcanzar a cualquiera. Nuestro Señor puede tocar a cualquiera en cualquier profesión. Dios nos está llamando hacia Él más que nunca.

– Edel: ¿Te sientes solo entre todos estos actores que piensan de manera tan diferente? ¿Cómo enfrentas esto? -Jim: Siempre me siento solo acerca de esto. Pero si no existe ningún actor en mi profesión que siga su fe, no importa. Sé cuál es mi responsabilidad… . Estoy dispuesto a sufrir eso, sé que no fui llamado para la vida fácil – fui llamado como todos para vivir como Jesús. Dios nos está llamando a ser la luz del mundo y nos pide que nos sacrifiquemos para ayudar a cargar la cruz de Cristo.

– Edel: ¿Hablas con los demás actores sobre tu fe? -Jim: Si lo hago…cuando el tiempo lo permite… … [pero] la mejor manera de mostrar tu fe es a través de la manera en que vives tu vida.

– Edel: ¿Quién es tu mayor apoyo en todo esto? -Jim: Mi esposa. Mi esposa, quien debe serlo… Ella es la persona más cercana.

– Edel: ¿Cuánto tiempo han estado casados? -Jim: 5 años y medio.

– Edel: ¿Tu esposa es también actriz? Jim: No, es maestra de colegio. Enseña en secundaria. Es realmente buena. Es una católica muy comprometida.

– Edel: ¿Siempre has sido tan fuerte en tu fe? -Jim: Fui criado católico, pero mientras crecía, me afectó mucho lo que sucedía en el mundo y en la sociedad, y cedí ante la media verdad que reina en el mundo. … Mi conversión ha sido lenta y me ha tomado años. Ahora sé que Dios me está pidiendo más. Y no soy la misma persona que era cuando tenía 20 o 25 años y tampoco soy el mismo del año pasado, cuando hice una película llamada Ojos de Ángel (Angel Eyes). No sé si la pusieron en cartelera por ahí.

– Edel: ¡La acabamos de ver! -Jim: Antes de hacer la película la rechacé porque había una escena de amor y era muy difícil para mí. – Le dije [al director], “No, no vas a verme desnudo, no vas a ver ciertas cosas”. – Así que me dijo, “Entonces, ¿cómo vamos a hacer esto?” – Le dije, “Tú eres el director, ¡ingéniatelas!” Así que tomaron la cámara y filmaron algunas cosas – Tenía puesta mi ropa y ella [Jennifer López] tenía puestos un top y shorts, pero luego de terminar, no me sentía bien, porque sentía que estaba dando el mensaje falso a la gente de que “si hay amor, entonces está bien.” El mensaje que realmente quiero dar a los jóvenes es este: Mírenla y digan: ¡Esto es algo que no debo hacer! ¡Aún existe mucha ambigüedad en los medios! Pero existe una sola interpretación [de la sexualidad] y se basa en la absoluta voluntad de Dios. Esto siempre es difícil y me cuestiono sobre qué mensaje estamos enviando.

– Edel: ¡Claro que no es fácil! -Jim: Pero, ¿sabes? No estamos llamados a la vida fácil… . Jesús dice, “Sean perfectos – como mi Padre es perfecto.” Y ser perfecto es intentar, tratar. Y en tu mente debes tratar de evitar el pecado. Y mientras más larga sea tu vida – debes mejorar y evitar el pecado. Y quizás no en acciones, sino en el pensamiento. Así que debes tratar en tus pensamientos – lo que quiere decir que la única manera de lograrlo es a través de la oración, y mientras más reces, más tendrás a Dios en tu vida.

Si estás buscando una vida fácil, entonces lo tuyo no es la fe católica. Por lo menos haz una opción. Si la vida católica no es para ti, entonces haz otra cosa. Pero si vas a decir que eres católico, vívelo. Vive tu vida. Eso es lo que necesitamos. Necesitamos guerreros. Necesitamos santos en la tierra ahora. Los necesitamos urgentemente. Necesitamos personas que le den la espalda al pecado.

– Edel: ¿Cómo debemos rezar? -Jim: Desde nuestro corazón y mientras más reces, mejor será tu oración. María intercede para que se nos conceda la gracia. Y cuando nos da la gracia que viene de Dios, podemos orar más desde nuestro corazón. Y mientras más oramos desde nuestro corazón, más queremos orar. Mientras más oramos, recibimos más gracia, y mientras más gracia recibimos aumenta nuestro anhelo de rezar. Entonces iniciamos el círculo de la vida. ¿Qué es el círculo de la vida? El círculo de la vida es hacer que el pecado sea raro en nuestras vidas, cuando el pecado se hace extraño en nuestras vidas, empezamos a sentir más la presencia de Dios en nuestras vidas, porque viene a nuestros corazones. ¡Hemos nacido para tener a Dios en nuestros corazones! Y entonces empezamos a vivir el Cielo, no tenemos que morir para ver el Cielo, podemos empezar a vivir el Cielo ahora en la tierra. Y mientras más sentimos el Cielo en nuestros corazones, somos más santos. Entonces, estamos cumpliendo lo que Dios nos pidió: “¡Sean perfectos como mi Padre es perfecto!” Y te conviertes en imagen de Cristo en la tierra. Mi esposa y yo rezamos el rosario todos los días, porque si rezamos permaneceremos unidos.

– Edel: ¿Cuál crees que es el mayor problema de hoy? -Jim: Ahor no se habla del pecado. Decimos, “¡Oh, no existe! No pecamos, sólo tenemos problemas.” Esa es la voz del demonio. El gran San Maximiliano Kolbe dijo que el más grande problema del siglo XX y ahora del siglo XXI es la indiferencia. ¡Piensen en eso! Indiferencia quiere decir “no saber la diferencia”. Uno dice, “Conozco la diferencia entre lo bueno y lo malo.” El diablo está diciendo, “No, no, no, no, no – no existe diferencia – todo es lo mismo. Lo que es malo es bueno – haz lo que quieras.” Pero, ¿qué nos dice Jesús? “¡Los vomitaré de mi boca! No sean tibios, el camino hacia el Cielo es angosto. El camino al infierno es amplio.” ¡Conozcan la diferencia! – Edel: ¿Cómo podemos hacer esto? -Jim: Lo escoges. Tienes que ubicarte entre personas que vayan a apoyar tu vida católica, que van a nutrirla. Cada vez que busques amigos que tienen eso, Dios te bendecirá. Debes conservar estas amistades incluso si es una sola. Y si no tienes ninguna reza, porque Dios te las pondrá en tu vida.

– Edel: Pero muchas personas vienen de hogares destruidos, así que han perdido la esperanza o no tienen la energía para iniciar tal círculo.

-Jim: Pero, ¿no crees que Dios puede alcanzar a cualquiera? La Inmaculada María puede tocar la vida de cualquiera. Dios creó todas las cosas, todas las personas son sus hijos. Empieza contigo mismo, tú puedes hacer la diferencia. Si quieres paz en el mundo, empieza en tu vida, empieza hoy. Y los que te rodean te imitarán. San Francisco de Asís decía, “Vayan y prediquen el Evangelio a todas las naciones, y si lo necesitan, ¡usen palabras!” Piensen en eso. Nos dice que prediquemos con nuestras acciones.

– Edel: ¿Tienes un mensaje final para los jóvenes? -Jim: Mi mensaje para ellos sería [nuevamente]: La Paz empieza por ti. Puedes tomar mis palabras literalmente.

– Edel: ¿Tienes algún proyecto cinematográfico actualmente? -Jim: No, no he encontrado nada que me agrade aún. Cada vez que sale una película tienes que competir con otros actores, tienen que decidir entre Russel Crowe o quien sea. Pero no puedo preocuparme por eso porque sé que Dios me pondrá donde Él quiere.

Jim Caviezel: “Después de mi primer día en la cruz, casi llego a la hipotermia” A sus 34 años de edad, Jim Caviezel se perfila como un actor de gran proyección en Hollywood. Desde su trabajo en “The Thin Red Line” (La Delgada Línea Roja) y luego “La venganza del conde de Montecristo”, se convirtió en uno de los actores favoritos del medio, pero nunca pensó que en tan poco tiempo podría encarnar el papel más importante de su carrera: Caviezel es Jesús en la película “Passion”, que actualmente Mel Gibson rueda en Italia.

El día de la entrevista, Caviezel había pasado 17 horas rodando el interrogatorio de Cristo, cargando sogas y cadenas a la merced de Poncio Pilato y sus centuriones.

“Para tener la apariencia de un hombre que ha sido humillado y golpeado hasta que la carne cuelgue de su cuerpo, el maquillaje puede tardar ocho horas. Tengo que levantarme a las dos de la mañana para estar listo a en el set a las 10 u 11”, revela Caviezel y agrega que si el clima es malo y no se puede filmar, debe dormir con el maquillaje puesto.

Era la cuarta vez que Caviezel recibía este papel en oferta. Siempre se había negado porque consideraba que las producciones en cuestión no eran respetuosas con la historia y la persona de Cristo. Sin embargo, la propuesta de Gibson lo convenció.

Según sostiene, Gibson -como devoto católico también- había entendido la importancia de este proyecto y, lo más importante, está comprometido a recrear las últimas horas de Jesús, desde Getsemaní hasta su muerte- de la forma más auténtica posible.

Para Caviezel, que no duda en proclamar su fe católica, el papel de Cristo representa un desafío espiritual y físico que afronta con esfuerzo, oración, meditación y la permanente asistencia de María.

En una entrevista concedida al diario canadiense Globe and Mail desde Sassi di Matera –escenario de la película-, el testimonio de Caviezel estremeció a la reportera Gayle MacDonald y anticipó una película que podría ser la representación más gráfica del dolor que padeció Cristo en las últimas 12 horas de su vida.

“La exigencia” Según MacDonald, el trabajo de Caviezel ha trascendido el intenso frío del invierno italiano y el dolor de huesos, no en vano pasó los últimos 15 días casi desnudo colgado en una cruz para escenificar la Crucifixión.

“Cuando el viento toca la cruz, a tantos pies de altura, el aire te congela los huesos. La cruz comienza a temblar y piensas que se va a romper. Todo lo que haces es moverte y rezar”, confiesa el actor que agrega no haber estado nunca tan exhausto, ni atravesar tanto dolor físico y mental.

“Después de mi primer día en la cruz, casi llego a la hipotermia. Debieron traer calentadores que funcionaban bien cuando había viento pero cuando el clima se calmaba, podían quemarme las piernas. Trataba de comer algo, pero solo tenía náuseas. Sabía que este papel sería el más duro y difícil de mi carrera. También ha sido increíble”, señala Caviezel.

Según MacDonald, la apariencia y el nervio de Caviezel lo convirtieron en la primera opción de Gibson al pensar en el actor que representaría a Jesús.

Su representación de Cristo parece tan real, que la gente de Sassi di Matera aún no se acostumbra a verlo sin exclamar “¡Jesús! ” cuando camina por las calles, o en la iglesia donde asiste a diario a Misa y reza su rosario.

“Muchas veces estoy tan concentrado que no escucho lo que ocurre a mi alrededor”, señala Caviezel quien en sus oraciones suele recurrir a al patrono de los actores San Genesius de Arles, y San Antonio de Padua, que lo ayuda a encontrar buenos guiones.

En una entrevista que concedió algunos años atrás, Caviezel aseguró creer que Dios y los santos le muestran el camino, y dijo que María lo guió para seguir la ruta de la actuación. Cree que haber rezado un rosario antes de la audición para La Delgada Línea Roja lo ayudó a conseguir un papel en esa cinta.

“Por la conversión” “Todas las descripciones que he leído sobre lo que realmente le pasó a Jesucristo son más duras de lo que estamos mostrando y no podemos mentir. Uno de los látigos que usaron con Jesús, tenía garfios que literalmente le arrancaron la carne del cuerpo. Fue terrible”, asegura. Sin embargo, precisa que la fidelidad a lo que ocurrió no puede alejarlos del mensaje. “No vamos a llegar a un punto en el que la gente se sienta tan afectada por lo que ve en la pantalla que no saque nada del relato. No queremos eso”. Según Caviezel, en este sentido el film quiere que algo cambie en el corazón de la gente y, de repente, regrese a Dios.

Tomado de piensaunpoco y acidigital

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