César Alonso de los Ríos, “Nostalgia de la religión”, ABC, 9.XI.2004

El bautizo civil que acaba de celebrarse en Igualada es algo más que una ocurrencia o un atrevimiento. Al igual que las primeras comuniones festivas, es una muestra de la insatisfacción en la que se encuentran instalados los laicos. Este empeño en invocar lo religioso para justificar o dar realce a ciertos hechos viene a demostrar una inmensa nostalgia religiosa por parte de aquellos que dicen no tener fe. Se reconoce, asimismo, la fuerza seductora que tienen las tradiciones. Se intenta encontrar en los aledaños de la religión los remedios a la frustración que no es capaz de proporcionar el agnosticismo. Es un modo de acercarse a la sombra de la Iglesia, lo que no quita para que, objetivamente, haya que denunciar lo que todas estas prácticas tienen de desconsideración de los sacramentos. Por no decir de agresión. La típica de los bárbaros en un templo…

La utilización de los sacramentos aunque sea tan sólo en su lado más nominalista o apariencial es una demostración del vacío en el que se encuentra la izquierda agnóstica. La misera en la que yace.

Descreída, pragmática, utilitarista, carente de valores y de modelos alternativos al tipo de sociedad que critican retóricamente… la izquierda atea, agnóstica o laica (que ni siquiera ellos mismos son capaces de diferenciar) no sólo está hueca, sino que es consciente de que suena a hueca y de que, por tanto, ya no queda en ella nada que pueda dar sentido a sus vidas y a aquellos actos que consideran especialmente relevantes o significativos. Entonces es cuando miran alrededor y comprueban que sus despreciables vecinos católicos, estos carcas que diría Zapatero, parecen tener resueltas algunas cosas. Y deciden apropiárselas. Eso sí, vaciándolas a su vez. En su mejor estilo. Dejándolas en pura carcasa. En gesto. En este caso vacían la liturgia de lo sacramental.

ASÍ que celebrarán el bautismo sin bautizo, esto es, sin dar el paso a la fe; llamarán matrimonio a lo que no carece de posibilidades de maternidad y llamarán primera comunión a un acto insular e intransitivo. Ni siquiera el niño tendrá posibilidades de saber por qué razón le someten sus padres a esta impostura. No creen en la religión pero necesitan el olor de lo sagrado, el perfume de lo religioso…, aunque sea para reafirmarse en el resentimiento contra la Iglesia.

¿Por qué razón los creyentes habrían de ser más que nosotros?, se preguntan los agnósticos. Así que insatisfechos con la ceremonia civil o con el simple banquete, tratan de aprovecharse del patrimonio secular de la Iglesia. No les parece suficiente lo profano. Necesitan la apariencia de lo sagrado, la simulación religiosa. Un poco de liturgia, la nostalgia del sacramento, un olor a incienso…

Ante estos hechos los ideólogos de la izquierda deberían reflexionar sobre la naturaleza del progresismo laico y su formidable capacidad para la frustración. Deberían al menos darse cuenta de que sin una moral laica que ellos y sus partidos han sido capaces de construir, sin una tradición cultural pagana, sin valores (término que, por otra parte, les horroriza) las gentes de izquierda presentan el aspecto patético del que busca la trascendencia en creer en ella.

Las primeras comuniones falsas, los bautizos civiles… constituyen la trivialización intolerable de los sacramentos, pero, al tiempo, suponen el reconocimiento del inmenso fracaso de la laicidad. Todos estos hechos nos anuncian la vuelta a un mundo de valores o, al menos, a la necesidad de ese regreso.