César Vidal, “¿Fueron las Cruzadas fruto de un interés material”, La libertad digital, 1.IV.2002

Durante décadas distintos historiadores, especialmente de orientación marxista, han insistido en presentar las Cruzadas como un fruto de factores materiales exclusivamente.

Sólo la codicia y el deseo de obtener tierras habrían movido a los cruzados a abandonar Europa occidental para dirigirse a Tierra Santa pero, a pesar de lo arraigado de esta idea, ¿fueron las Cruzadas fruto de un simple interés material? La historiografía marxista y aquella que sin serlo está muy influida en sus planteamientos por ésta ha insistido durante décadas en el carácter meramente material de las Cruzadas. De acuerdo, por ejemplo, a la Historia de las Cruzadas, de Mijaíl Zaborov, los cruzados sólo se desplazaron a Oriente Próximo movidos por el deseo de obtener beneficios económicos que, fundamentalmente, se tradujeran en la posesión de tierras y en el aumento de bienestar material. En otras palabras, la cruzada no pasaba de ser una emigración violenta movida por causas meramente crematísticas. El elemento espiritual simplemente proporcionaba la cobertura, bastante ridícula por otra parte, para semejante aventura de saqueo y pillaje.

El punto de vista de Zaborov tan repetido posteriormente resultaba especialmente sugestivo en la medida en que permitía desacreditar una empresa de carácter confesamente espiritual y, a la vez, dar un ejemplo de cómo ese tipo de fenómenos podía explicarse recurriendo únicamente a argumentos economicistas. Sin embargo, como tantas explicaciones de este tipo, a pesar de lo socorrido e instrumental de su formulación, no resiste un análisis mínimamente sólido de la documentación con que contamos. En primer lugar, lo que se desprende de las fuentes de la época es que marchar a la cruzada no implicaba un aliciente económico sino más bien un enorme sacrificio monetario que sólo se podía emprender convencido de que la recompensa sería más sólida que un pedazo de terreno o una bolsa de monedas. Al respecto los documentos no pueden ser más claros. Un caballero alemán que era convocado a servir al emperador en aquellos años en lugar tan cercano como Alemania gastaba tan sólo en el viaje y atuendo el equivalente a dos años de sus ingresos. Para un francés viajar a Tierra Santa implicaba unos gastos que llegaban a quintuplicar sus rentas anuales. Por lo tanto, como primera medida, necesitaban endeudarse fuertemente para acudir a la cruzada. En no pocos casos incluso perdieron todo lo que tenían para sumarse a la empresa.

No deja de ser curioso que Enrique IV de Alemania en una carta se refiriera a Godofredo de Bouillon y Balduino de Bolonia, ambos caudillos de la primera cruzada, como personas que “atrapadas por la esperanza de una herencia eterna y por el amor, se prepararon para ir a luchar por Dios a Jerusalén y vendieron y dejaron todas sus posesiones”. Su caso, desde luego, no fue excepcional. De hecho, el Papa y los obispos reunidos en el concilio de Clermont redactaron una legislación que imponía la pena de excomunión a aquellos que se aprovecharan de estas circunstancias para despojar a los caballeros cruzados de sus propiedades valiéndose de intereses usurarios o de hipotecas elevadas. El listado de caballeros que se endeudaron extraordinariamente para ir, por ejemplo, a la primera cruzada es enorme y demuestra que ésa era la tendencia general.

Tampoco faltaron los apoyos eclesiales en términos económicos. Por ejemplo, el obispo de Lieja obtuvo fondos para ayudar al arruinado Godofredo de Bouillon despojando los relicarios de su catedral y arrancando las joyas de las iglesias de su diócesis. Quizá se podría interpretar todo esto como una inversión arriesgada ¡y tanto! que se compensaría con las tierras que los cruzados conquistaran en Oriente. Sin embargo, ese análisis tampoco resiste la confrontación con los documentos. Es cierto que durante la primera cruzada un número notablemente exiguo de caballeros optó por permanecer en las tierras arrebatadas a los musulmanes. No obstante, salvo estas excepciones, la aplastante mayoría de los cruzados regresaron a Europa. Tras producirse, en el curso de la primera cruzada, la toma de Jerusalén y la victoria sobre un ejército egipcio (el 12 de agosto de 1099) la práctica totalidad retornó a sus hogares sin bienes y con deudas pero, al parecer, con un profundo sentimiento de orgullo por la hazaña que habían llevado a cabo. De hecho, para defender los Santos Lugares resultó necesario articular la existencia de órdenes militares como los caballeros hospitalarios, primero, y los templarios después. No fue mejor la situación económica en las siguientes cruzadas.

Nuevamente el factor espiritual resultó decisivo y, precisamente, para costear los enormes gastos de una empresa que recaía sobre los peregrinos así se consideraban sus participantes ya que el término cruzados es posterior los monarcas recurrieron a impuestos especiales o a préstamos concedidos a la corona. Vez tras vez, la posibilidad de quedarse en Tierra Santa si es que alguien la contemplaba se reveló imposible pero eso no desanimó a los siguientes participantes a lo largo de nada menos que dos siglos. Ciertamente, no podemos tener una imagen excesivamente idealizada de las Cruzadas y tampoco podemos negar que su modelo de espiritualidad en muchas ocasiones causa más escalofrío a nuestra sensibilidad contemporánea que entusiasmo. A pesar de todo, existe un dato que no puede negarse siquiera porque aparece corroborado en millares de documentos.

Prescindiendo de la mayor o menor categoría humana y espiritual de los participantes, su impulso era fundamentalmente espiritual. Movidos por el deseo de garantizar el libre acceso de los peregrinos a los Santos Lugares y de ganar el cielo, abandonaron todo lo que tenían y se lanzaron a una aventura en la que no pocos no sólo se arruinaron sino que incluso encontraron la muerte, un ejemplo, dicho sea de paso, que no disuadió a otros de seguirlo a lo largo de dos siglos. No se trató, por lo tanto, de un movimiento material disfrazado de espiritualidad sino de un colosal impulso de raíces espirituales que no tuvo inconveniente, pese a sus enormes defectos, en afrontar considerables riesgos y pérdidas materiales.