20. El Sacramento de la Unción de enfermos

Exposición del caso: Tras varias semanas de malestar, llevan por fin los padres de Miguel al abuelo materno de ésta, que vive con ellos, al médico. Miguel nota cierto nerviosismo. Pero la situación parece normalizarse: el abuelo vuelve a casa tras varios días en el hospital. Con todo, Miguel nota cierta afectación cuando tratan con su abuelo. Le parece un poco tonto que le digan cosas como “¡pero si estás maravillosamente bien!”, cuando se le ve pálido y desmejorado. Pero no le da mucha importancia.

Un día, al volver a casa, Miguel se encuentra con su abuelo solo en la sala de estar. Le pregunta cómo está. —”Me estoy muriendo, pero no me lo quieren decir”. —”Vamos, abuelo…” —”Es verdad. Te lo digo a ti porque tú nunca me has engañado. Con ellos no se puede hablar”. Miguel se quedó sin habla, haciendo esfuerzos por no llorar. Luego buscó a su madre, y le preguntó qué pasaba con el abuelo. Intentó decir que nada serio, pero Miguel se le enfrentó, dijo que a él no le engañaba, y que si no se lo decía diría lo que pensaba con voz bien alta. Al final, su madre cedió: el abuelo tenía un cáncer avanzado, con reproducciones por todo el cuerpo, y no había nada que hacer.

En el colegio de Miguel no pasó inadvertido que estaba afectado por algo, y al poco le llamó su tutor. Con él se podía hablar del asunto con tranquilidad. El tutor le explicó que lo más importante era prepararle para el momento de la muerte, y que debía hacer todo lo posible para que fuera el sacerdote, para atenderle y administrarle la Unción de enfermos. Miguel lo entendió muy bien.

Quien no lo entendió tan bien fue su madre. —”¡Ni hablar! Es pronto”. —”Pero ¿por qué?”, contestó Miguel. —”Que no, que no, que se va a asustar”. Miguel insistió. La respuesta no cambiaba: —”Mira, tú quieres al abuelo, y no quieres que se asuste y lo pase mal, ¿verdad?” Al cabo de unos días se agravó la situación: el enfermo tuvo que guardar cama, y ya casi no podía hablar ni tragar. Miguel volvía una y otra vez a la carga, y se repetía la escena. Hasta que un día perdió la paciencia, y le gritó a su madre: —”¡Aquí la única asustada eres tú! ¡Si no lo haces tú, lo hago yo! ¡Voy a llamar al sacerdote ahora mismo!”. Su madre, con rabia contenida, le dijo en voz baja que si lo quería matar del disgusto. Miguel contestó que no se iba a morir nadie de ningún disgusto, y que si se moría del disgusto le echara a él de casa, o mejor, se iría él mismo; pero que iba a llamar al sacerdote. Dicho esto, se puso el abrigo y salió.

Volvió con el párroco, que fue recibido con frialdad. Tras saludar al enfermo, le preguntó si quería confesarse. Respondió con un gesto afirmativo, y el sacerdote pidió a los asistentes que salieran un momento. Intervino la madre de Miguel: —”Pero si no puede, ¿no ve que no puede hablar?” El párroco contestó amablemente que no importaba. —”¿Pero no vale sólo con la Extremaunción?” —”Conviene hacerlo así, señora”. Salieron con desgana. Poco después comenzó la Unción. El sacerdote abrió un pequeño frasco, y al ver que contenía sólo un algodón reseco, pidió que le trajeran aceite de la cocina. —”Es de cacahuete”, señaló la madre de Miguel. —”No importa”. Se lo trajeron. Lo bendijo y lo aplicó en frente y manos. —”¿Y en los pies no?”, volvió a decir la madre. —”No, señora, eso era antes”. Cuando acabó la Unción, el sacerdote dijo que “ahora la comunión”. —”Si no puede tragar”. —”Si me trae un vaso con agua, verá cómo sí, señora”. A regañadientes lo trajo. Colocó un trozo muy pequeño de una Hostia en él, y lo pudo beber. Al final, el párroco se despidió amablemente. Cuando se fue, Miguel se dirigió a su madre: —”¿Ves qué contento está ahora?”. Su madre calló. Miguel también, no sin darse cuenta de que, aunque no lo quisiera reconocer, su madre también estaba aliviada.

Preguntas que se formulan: — ¿Cuál es la finalidad de este sacramento? ¿Responde a alguna necesidad? ¿Por qué? ¿Cómo lo definirías? — ¿Cuándo debe administrarse este sacramento? ¿Debe esperarse al último momento? ¿Por qué? ¿Puede reiterarse durante la misma enfermedad? — ¿Qué efectos tiene este sacramento? ¿Qué puede aportar en particular con respecto a la Penitencia y la Eucaristía? ¿Es un sacramento de vivos? ¿Puede recibirse en alguna ocasión sin estar el sujeto en gracia? — ¿Cuál es la materia del sacramento? ¿Y la forma? ¿Actúa correctamente el sacerdote? ¿Qué nombre recibe la comunión que aquí aparece? ¿Qué es el llamado “rito continuado”? — ¿Cómo hay que preparar a los enfermos para la muerte? ¿Cuándo es el momento oportuno para comunicarles la gravedad de su estado? ¿Actúa aquí Miguel correctamente? ¿A qué piensas que se debe la actitud de su madre? Bibliografía Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1020, 1499-1502, 1510-1525.

Comentario: En este sacramento, quizás el aspecto doctrinal más relevante es que debe quedar clara la naturaleza del sacramento, y con ella su finalidad y el sujeto apropiado para su recepción. La madre de Miguel, aparte de un escaso sentido sobrenatural, conserva unos anticuados prejuicios que se deben superar. La Unción de enfermos, aunque prepara para el momento de la muerte, no está concebida para ser administrada en ese momento, sino bastante antes: cuando se da la enfermedad grave, o la vejez permite pensar que ese momento puede no estar muy lejano. De ahí que, en primer lugar, conviene llamar siempre a este sacramento “Unción de enfermos” en vez de “Extremaunción”. Pensar que debe de ser tan “extrema” conduce con facilidad a pensar que la llegada del sacerdote a la cabecera del enfermo constituye una especie de certificado de defunción inminente, lo cual, entre otras consecuencias, trae la de dificultar que se administre este sacramento, con lo que supone de negar una ayuda que tanta falta hace en unos momentos tan importantes. En otras palabras, y acudiendo a la referencia bíblica de este sacramento, la Epístola de Santiago (5, 14: “¿Alguno entre vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor”) se refiere al caso de que uno enferme (se sobreentiende que gravemente), no de que se esté muriendo, aunque si éste es el caso se le debe administrar la Unción con más motivo.

Otro error bastante frecuente —en el que probablemente incurre la madre de Miguel, aunque aquí no se explicita— es pensar que sólo se puede conferir una vez, o que sólo se puede volver a conferir una segunda vez al cabo de mucho tiempo y si la enfermedad es otra. No es así: se puede reiterar, y durante la misma enfermedad si ésta se agrava. Al no imprimir carácter, no hay ningún inconveniente para ello. Y cumple así mejor su finalidad: ayudar espiritualmente en el difícil trance de la enfermedad y preparar para una buena muerte —que siempre es dura, aunque el cristiano debe verla esperanzadamente como el tránsito a la vida eterna—. Es el sacramento que de modo particular infunde esperanza, en unos momentos en que resulta más peligrosa la tentación de la desesperación. Además, secundariamente, puede curar o aliviar físicamente al enfermo, si Dios así lo quiere por convenir a su alma (a veces, puede por ejemplo limitarse a una mejora transitoria para permitir preparar adecuadamente el momento final de la vida terrena).

Por supuesto, estos efectos acompañan al aumento de la gracia santificante, que no puede faltar en ningún sacramento. Decimos aumento porque éste es, de por sí, un sacramento de vivos. Y decimos en este caso “de por sí”, porque accidentalmente puede hacer recuperar la gracia perdida: son casos en los que no hay capacidad para recibir la confesión —por ejemplo, por estar el individuo en coma—, pero sí queda una disposición habitual de querer estar en paz con Dios rechazando los pecados cometidos. De la gracia sacramental ya hemos tratado: es esa ayuda espiritual arriba señalada.

El párroco aplica lo que se ha venido en llamar el “rito continuado”, administrando, en primer lugar, el sacramento de la penitencia (es el primero en orden por ser la Unción sacramento de vivos). Puede hacerlo aunque el enfermo no pueda hablar, si éste, conscientemente, da algún signo externo de arrepentimiento —a requerimiento del sacerdote—: ya se vio en el caso anterior que la integridad de la confesión es necesaria hasta donde sea posible; por eso, si resulta imposible, puede considerarse dispensada. En segundo lugar viene la Unción, que además de su efecto propio supone una preparación óptima para recibir el principal sacramento, la Eucaristía, que en este caso recibe el nombre de “viático”, porque prepara para el tránsito —la “vía”— definitivo. Es el orden lógico, y el previsto.

Aparecen algunas dudas sobre la materia del sacramento. El óleo que se utiliza es uno específico bendecido para ello. Pero falla —es el único fallo del párroco, que subsana rápidamente—, y entonces está previsto que pueda bendecirse aceite sobre la marcha y que se emplee éste. No tiene que ser necesariamente de oliva, sino sólo vegetal; por eso, el de cacahuete vale. Actualmente se ungen cabeza y manos, y nada más: como dice el sacerdote, ungir otras partes del cuerpo “era antes”. La forma también cambió recientemente —como no aparece ninguna concreta en la Escritura, puede cambiarse, aunque siempre reflejando la naturaleza de este sacramento—, y puede encontrarse en el nº 1513 del Catecismo. En cambio, sobre lo que sí es explícita la Escritura es sobre el ministro: “los presbíteros”.

La situación que narra el caso no es infrecuente. Suele suceder que quien está sereno es el enfermo —la intranquilidad viene muchas veces de la incertidumbre, no de otra cosa— y quienes están nerviosos son los que le rodean. De todas formas, lo más importante no es que esté tranquilo o que no se disguste, sino que se prepare adecuadamente para ese momento final. Por eso hay que avisar con tiempo al enfermo del próximo desenlace. Lo suelen aceptar serenamente, contra lo que a veces piensan los familiares. El tutor de Miguel le aconseja bien, y Miguel actúa bien: se pone firme cuando no queda más remedio que ponerse firme, y no queda más remedio porque aquí el poner los medios para facilitar que el abuelo alcance la vida eterna es prioritario sobre cualquier otra consideración. Al final resulta que con ello hace un favor a todos, incluida su madre, a la que quita un peso que gravaba su conciencia.