Francesco Pappalardo y otros, “Isabel de Castilla”, Arbil, 25.V.2002

Isabel de Castilla (1451-1504).

Isabel, cuyo proceso de beatificación está en camino, es modelo de vida para los regidores de los Estados, a los que muestra el camino de la caridad política; para los laicos, a los que enseña cómo perseguir el reino de Dios tratando las cosas temporales; para las familias y para las mujeres, como hija, hermana, esposa, madre cuidadosa y atenta de cinco hijos, en los que se volcó sin descuidar los asuntos de gobierno.

Los primeros años de reinado Isabel de Castilla nace en Madrigal de las Altas Torres, en las cercanías de Ávila, el 22 de abril de 1451, hija del rey Juan II (1405-1454) y de Isabel de Portugal (m. 1496), su segunda mujer. Desde los tres hasta los diez años de edad vive en Arévalo, también en las cercanías de Ávila, educada con amor por su madre y guiada espiritualmente por los franciscanos. Llamada a la corte de Segovia por su hermano, el nuevo soberano Enrique IV (1425-1474), da pruebas de madurez solicitando y consiguiendo el permiso de vivir en casa propia para escapar de la vida licenciosa de la Corte. A la edad de diecisiete años demuestra tener un carácter enérgico y decidido, rechazando las propuestas de los partidarios de su hermano menor Alfonso (1453-1468), fallecido prematuramente, para ser proclamada reina en lugar del rey Enrique, cuya política había suscitado la oposición armada de una parte de la nobleza y del país.

El 19 de octubre de 1469, tras haber rechazado numerosos pretendientes propuestos por el soberano, se casa con don Fernando (1452-1516), príncipe heredero de Aragón y rey de Sicilia, que se compromete a llevar a su fin junto con su consorte, apenas fuera posible, la Reconquista. Finalmente, a la muerte de su hermano Enrique, es coronada reina de Castilla y León el 13 de diciembre de 1474, en Segovia, donde consagra el reino a Dios, jura fidelidad a las leyes de la Iglesia y se compromete a respetar la libertad y los privilegios del Reino y a que reine la justicia.

La joven reina se encuentra a la cabeza de una sociedad rica en vitalidad y energía, pero debilitada por conflictos internos y por la administración poco diligente de sus predecesores. Desde el principio de su reinado convoca a toda la nación a asambleas generales para la elaboración del programa de gobierno y varias veces reúne las Cortes de Castilla, formadas por los representantes de la nobleza y del clero y por los delegados de las ciudades, a las que pide auxilium y consilium antes de tomar las decisiones más importantes. Gracias a la participación de la nación en la actividad reformadora y al respeto por las libertades regionales y por los fueros, Isabel goza de un amplio consenso, que le permite alcanzar en un tiempo breve la pacificación del país. Además ordena la redacción de un código válido para todo el Reino, que es publicado en 1484 con el título de Ordenanzas Reales de Castilla; preside casi semanalmente las sesiones de los tribunales y otorga pública audiencia a quienquiera que lo solicite. Su sentido de la justicia y su clemencia conquistan rápidamente el país.

Isabel contribuye también de manera importante a la reforma de la Iglesia en Castilla, merced al apoyo del Papa Alejandro VI (1492-1503), que le concede amplios poderes, y a la ayuda del franciscano Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), su confesor y luego arzobispo de Toledo. La reforma del clero y de las órdenes religiosas favorece la formación de un episcopado muy preparado y a la altura de los servicios universales a los que la Iglesia española será muy pronto llamada, como también la aparición de una legión de santos -entre ellos san Ignacio de Loyola (1491-1556) y santa Teresa de Ávila (1515-1582)- y de misioneros, que alcanzarán notoriedad especialmente en la evangelización de las Canarias, del emirato musulmán de Granada, de las Américas y de las Filipinas.

Isabel promociona también los estudios eclesiásticos, fundando numerosas universidades -primero la de Alcalá de Henares, que se convierte en el centro más importante de estudios bíblicos y teológicos del Reino-, y creando colegios y academias para laicos de ambos sexos, que dan a España una clase dirigente bien preparada y una nómina de hombres de vasta cultura y de profunda religiosidad que en los años venideros ofrecerán contribuciones importantes al Renacimiento español, que será ampliamente cristiano, a la Reforma católica y al Concilio de Trento (1545-1563).

La Inquisición y la expulsión de los judíos La defensa y la difusión de la fe constituyen la preocupación principal de Isabel, que para conseguirlo solicita y obtiene del Pontífice la creación de un tribunal de la Inquisición, considerada necesaria para encarar la amenaza representada por las falsas conversiones de judíos y de musulmanes.

En los reinos de la península ibérica los judíos, muy numerosos, tenían desde siglos un estatuto no escrito de tolerancia y gozaban de una protección particular por parte de los soberanos. En cambio, las relaciones a nivel popular entre judíos y cristianos eran muy difíciles, sobre todo porque a los primeros no sólo se les consentía tener abiertas las tiendas en ocasión de las numerosas festividades religiosas, sino también efectuar préstamos con intereses, en una época en la que el dinero no era considerado como un medio para conseguir la riqueza. La situación se complicaba aún más por la presencia de numerosos conversos, o sea, de judíos convertidos al catolicismo, que dominaban la economía y la cultura, pero que a veces mostraban una adhesión puramente formal a la fe católica y celebraban en público ritos inequívocamente judaicos. Cuando Isabel asciende al trono la convivencia entre judíos y cristianos está muy deteriorada y el problema de los falsos conversos -según el autorizado historiador de la Iglesia Ludwig von Pastor (1854-1928)- era de una dimensión tal que incluso llegaba a cuestionar la existencia o no de la España cristiana.

Solicitado por Isabel y por su marido Fernando de Aragón -que inútilmente habían impulsado una campaña pacífica de persuasión para con los judaizantes- el 1 de noviembre de 1478 el Papa Sixto IV (1471-1484) crea la Inquisición en Castilla, con jurisdicción solamente para los cristianos bautizados. Por lo tanto, ningún judío fue jamás condenado como tal, mientras que fueron condenados los que se fingían católicos para conseguir ventajas. La Inquisición, arremetiendo sobre un porcentaje reducido de conversos y moriscos, acredita que todos los demás eran verdaderos conversos y que nadie tenía el derecho de discriminarlos o de atacarles con la violencia.

En los años posteriores a la creación de la Inquisición es de todas formas necesario proceder al alejamiento de los judíos de Castilla y de Aragón. Preocupados por la creciente infiltración de los falsos conversos en los altos cargos civiles y eclesiásticos y por las graves tensiones que debilitan la unidad del país, el 31 de marzo de 1492 Isabel y Fernando se ven obligados a revocar el derecho de residencia a los judíos no conversos. Los dos soberanos, esperando la conversión de la gran mayoría de los judíos y la permanencia en sus lugares, hacen preceder la medida por una gran campaña de evangelización.

De Granada a San Salvador La tensión hacia la unidad religiosa, mucho más comprensible en una época en la que la adhesión de los ciudadanos a la misma fe era el elemento fundante de los Estados, alienta también la lucha plurisecular por la liberación del territorio ibérico de la dominación musulmana. La definitiva conquista de los últimos baluartes andaluces es gloria de todos los españoles, pero en particular de Isabel, que por llevar a buen término la Reconquista entrega todas sus energías y su dinero, manda construir carreteras y ciudades, recluta tropas de élite, atiende a la asistencia de heridos y de enfermos.

La victoria sobre los musulmanes, sancionada por la capitulación de Granada el 2 de enero de 1492, tras diez años de combates, es el acontecimiento más importante de la política europea de su tiempo y provoca gran júbilo en todo el mundo cristiano. El entusiasmo religioso y nacional que sostiene la empresa explica también el hecho de que los soberanos acojan el proyecto, aparentemente irrealizable, de Cristóbal Colón (1451-1506): las Capitulaciones de Santa Fe, el documento en el que se ponía en marcha su expedición, son, justamente, firmadas en el cuartel general de Granada, dos meses después de la reconquista de la ciudad.

La esperanza de Isabel es la de conducir a otros pueblos a la verdadera fe y no repara ni en gastos ni en dificultades para honrar los compromisos con Alejandro VI, que había concedido a los soberanos el derecho de patronazgo sobre las nuevas tierras a cambio de precisas obligaciones de evangelización. La reina, que ya en 1478 había hecho liberar a los esclavos de los colonos en las Canarias, prohíbe enseguida la esclavitud de los indígenas en el Nuevo Mundo y la decisión es respetada por todos sus sucesores. Merced al compromiso de Isabel y de sus sucesores el encuentro entre pueblos tan distintos, como los ibéricos y los indios americanos, es muy fecundo, alienta una auténtica integración racial -que se realiza bajo el signo del catolicismo, sin encontrar las dificultades típicas de la colonización de tipo protestante- y establece el nacimiento de una nueva y original civilización cristiana.

A finales de 1494 el Papa Alejandro VI concede a Fernando y a Isabel el título de Reyes Católicos como recompensa por sus virtudes, por el celo en defensa de la fe y de la Sede Apostólica, por las reformas aportadas en la disciplina del clero y de las órdenes religiosas, y por el sometimiento de los moros.

La reina, no obstante las graves desventuras familiares que afligen los últimos años de su vida -el fallecimiento de su único hijo varón, Juan (1478-1497), de su joven hija Isabel (1470-1498), de su nieto Miguel, además de la ofuscación mental de su hija Juana (1479-1555)-, jamás falta a sus obligaciones. Combativa hasta el final y animada por una fe heroica, muere en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504.

La causa de beatificación A pesar de que entre sus contemporáneos fuera casi unánime la aprobación de las virtudes de Isabel y la admiración por su vida ejemplar, la difusión de una “leyenda negra” sobre la España católica, las guerras de religión y la dificultad de consultar los documentos retrasan abundantemente la apertura de la causa de beatificación. Pero la fama de santidad de la reina crece con el paso de los siglos y con el proceder de la investigación histórica, hasta que en 1958 se abre en la diócesis de Valladolid la fase preliminar del proceso de canonización, con la constitución de una comisión de expertos llamada a examinar más de cien mil documentos conservados en los archivos de España y del Vaticano. El 26 de noviembre de 1971 se instruye el proceso ordinario diocesano, que concluye tras la celebración de ochenta sesiones; el proceso apostólico en Roma se abre el 18 de noviembre de 1972 y, tras catorce años de trabajos, se lleva a cabo la composición de la Positio historica super vita, virtutibus et fama sanctitatis de la sierva de Dios, de la cual seis consultores de la Congregación de las Causas de los Santos, en la reunión del 6 de noviembre de 1990, expresan un juicio positivo. Los actos son trasladados a una comisión teológica para que se pronuncie sobre el mérito de la causa, pero el íter recibe un frenazo con ocasión del quinto centenario del descubrimiento y evangelización de América, que asistió al desencadenamiento de polémicas instrumentales por parte de cuantos consideran que la beatificación de la reina perjudicaría al espíritu ecuménico y que la creación del tribunal de la Inquisición y la “conquista” de América son obstáculos insuperables para el reconocimiento de la santidad de Isabel.

Un Comité Promotor de la Causa ha sido creado por alrededor de cincuenta cardenales, arzobispos y obispos de varias nacionalidades y por personajes ilustres del mundo católico para solicitar la beatificación de la sierva de Dios que -como afirma el canonista claretiano argentino Anastasio Gutiérrez Poza (1911-1998), postulador de la causa- es modelo de vida para los regidores de los Estados, a los que muestra el camino de la caridad política; para los laicos, a los que enseña cómo perseguir el reino de Dios tratando las cosas temporales; para las familias y para las mujeres, como hija, hermana, esposa, madre cuidadosa y atenta de cinco hijos, en los que se volcó sin descuidar los asuntos de gobierno. No obstante, su principal enseñanza consiste en el cuidado por el empeño misionero, que anima todas sus grandes empresas y que insta a proponerla como modelo de la primera y de la nueva evangelización del mundo en general y de Europa en particular.

Por Francesco Pappalardo, T. Angel Expósito y Jorge Soley Climent Para profundizar: Joseph Pérez, Isabella e Ferdinando, trad. It., SEI, Turín 1991; A. Gutiérrez Poza C.M.F., La serva di Dio Isabella la Cattolica, modello per la nuova evangelizzazione, entrevista realizada por el que suscribe, en Cristianità, año XX, n. 204, abril 1992, págs. 11-16; y Jean Dumont, Il Vangelo nelle Americhe. Dalla barbarie alla civiltà. Con un´appendice sul processo di beatificazione della regina Isabella la Cattolica, trad. It., con un prefacio de Marco Tangheroni, Effedieffe, Milán 1992.