Ignacio Sánchez Cámara, “Lo que el velo esconde”, ABC, 18.XII.03

El informe del Comité de expertos, creado por el presidente Chirac y presidido por Bernard Stasi, recomienda, junto a otras medidas que entrañarían un cambio en la naturaleza del laicismo francés, la prohibición del uso del velo islámico en la escuela pública. Pero para justificar la medida y, acaso también para cobijarla bajo el confortable manto de la corrección política, los autores del documento han extendido sus reflexiones hasta generalizarlas a todas las religiones, incluidas las que no plantean problemas relevantes de congruencia con los valores liberales de la Constitución. La igualdad es el signo de los tiempos. Ya lo advirtió Tocqueville hace casi dos siglos: nada podrá realizarse sin su concurso. Para resolver el problema del velo, que sólo plantean unos, se trata de descender a una casuística reglamentista, razonable en muchos casos, pero muy ordenancista y poco liberal, aplicable a todos. El Comité prohíbe, junto al velo, todos los signos religiosos ostentativos, como los kippas judíos y las «grandes cruces», propone el reconocimiento oficial como fiestas escolares de las dos grandes festividades de los calendarios religiosos musulmán y hebreo, el Aid-el-Kebir y el Yon Kipur, recomienda la aceptación de los signos religiosos discretos y la equiparación de las religiones, así como la reintroducción de la enseñanza de la asignatura de Religión como «hecho religioso» ampliada con carácter «transversal» a las distintas confesiones. También propugna la introducción de la enseñanza oficial del árabe y el hebreo, la conveniencia de nombrar en el Ejército un «capellán musulmán general», la autorización de las tumbas musulmanas orientadas a La Meca y la tolerancia de las prácticas propias en las escuelas privadas. Y todo esto, para resolver la querella del velo.

El informe defiende la tradición laica en las escuelas, universidades, hospitales y prisiones y, con toda razón, rehúsa la exclusión de lo religioso del ámbito público, ya que la laicidad debe entenderse precisamente como libertad religiosa, no como reducción de la religión al ámbito privado y menos como exclusión o persecución de ella. También denuncia la intolerancia y el afán de provocación que se realizan en nombre del fundamentalismo islámico.

La cuestión que da origen al informe, la permisión del velo en la escuela, es difícil. Existen argumentos razonables para proscribir su uso en la escuela. El más sólido es que se trata de una exhibición pública del sometimiento de la mujer, de su inferioridad social y legal, y de su condición de ser impuro y pecaminoso. También puede argumentarse en contra de la prohibición la libertad religiosa, la no injerencia del Estado y el hecho de que se trata sólo de un símbolo. En cualquier caso, lo relevante no sería el velo sino lo que éste proclama o, si se prefiere, esconde. Son las violaciones de la Constitución, de la ley y de los derechos de la persona lo que debe ser prohibido. En suma, no es coherente prohibir el velo y tolerar las conductas hostiles a los valores de la sociedad abierta y liberal. Y en esto es en lo que no entra la Comisión, quizá para no herir la sensibilidad islamista. Así, recomienda la prohibición del uso del velo, no por su condición de símbolo de la humillación femenina, sino por tratarse de un signo religioso ostentativo. Y, para ello, se prohíben todos ellos y se penetra en el laberinto de la casuística. ¿Qué tamaño ha de tener una cruz para convertirse de símbolo discreto en ostentativo? Por este camino, algún laicista recalcitrante puede terminar por defender la demolición de Notre Dâme de París, de la Mezquita de Córdoba o de la toledana sinagoga del Tránsito por su condición de edificios religiosos ostentativos y ostentosos. Por lo demás, los niños católicos no acuden a la escuela vestidos de nazarenos ni portando una inmensa cruz a cuestas. Una carpeta con la efigie del Ché o la reproducción del Guernica serían admisibles pero si exhiben la imagen de la Inmaculada o el Cristo de Velázquez podrían convertirse en inaceptables signos ostentosos de religiosidad. O tal vez no lo fueran en una carpeta pero sí en una camiseta.

Lo que resulta censurable en el velo no es la ostentación de la religión sino la exhibición de la marginación de la mujer. Por eso no es comparable al hábito usado por los religiosos. Lo que se intenta esconder es que el problema se encuentra en el Islam, pues los fundamentalismos cristiano y judío son muy minoritarios, casi inexistente el cristiano, mientras que el islamista es quizá mayoritario. La interpretación fundamentalista del Corán es mucho más verosímil que la de la Biblia. La del Nuevo Testamento es imposible. El problema reside en la guerra declarada a los infieles por Mahoma y sus seguidores radicales. Y parece percibirse en la solución, algo salomónica y miope del Comité, un intento por igualar a todos y que paguen justos por pecadores. Insisto, lo censurable no está en el carácter religioso de los símbolos, por ostentativos que sean, sino en la violación de los valores constitucionales. No se debe limitar la expresión de la religión sino el fanatismo anticonstitucional. Naturalmente, invocar para este fin la posibilidad de reformar la Constitución con el fin de adecuarla a la desigualdad de la mujer sería, por supuesto, inaceptable. En este sentido, la equiparación entre las religiones es injusta.

Francia es todavía, si no me equivoco, un país de mayoría católica. Desde luego, posee hondas raíces cristianas y también una decidida vocación laicista. Pero las dos cosas son compatibles si el laicismo se entiende, como deber ser, no como una actitud de hostilidad contra la religión, sino de respeto a la libertad religiosa y a la aconfesionalidad del Estado. Una cosa es la separación entre la Iglesia y el Estado y otra su incompatibilidad y hostilidad mutuas. Por lo demás, el principio de la aconfesionalidad no entraña necesariamente la pura neutralidad estatal. Pues no se debe tratar de manera igual lo que no es igual. No se puede equiparar el catolicismo con el fundamentalismo islámico, ni por sus valores ni por el grado de adhesión que respectivamente les prestan las sociedades europeas ni por sus contribuciones a la génesis de la civilización occidental. Los valores cristianos han sido decisivos para la creación de los principios republicanos franceses. El cristianismo es uno de los pilares de la civilización liberal. Allí donde no ha prevalecido la cultura cristiana prenden con dificultad la democracia y el liberalismo.

En España tenemos el problema no ya a la vista sino ante nosotros, aunque aún sea con una magnitud moderada. Conviene que aprendamos de los aciertos y errores ajenos. El informe del Comité francés contiene, pese a sus intentos de equilibrio y mesura o, acaso, precisamente por ellos, unos y otros. Cuando llegue la hora, si es que no ha llegado ya, sigamos los aciertos y evitemos los errores, y combinemos la tolerancia con la firmeza de nuestras convicciones, en la medida en que existan y no queramos que se desvanezcan. Y no debemos ignorar que la tolerancia ha de ser recíproca y que posee límites. Lo importante no es tanto el velo como lo que representa, exhibe o también esconde y encubre: el fundamentalismo y la marginación de la mujer. No es la religiosidad ni sus símbolos lo que debe desaparecer de la escuela -no lo pretende el Comité de expertos-, sino el fanatismo, el fundamentalismo y la superstición.