Nguyen Viet Chung: Una vocación nacida en el trabajo entre los leprosos

La dedicación de las religiosas de San Vicente de Paúl hacia los leprosos fue el punto de partida de la conversión al catolicismo de un médico vietnamita que hoy es sacerdote.

El doctor Augustinus Nguyen Viet Chung, de 48 años, médico de Ho Chi Minh, conoció la fe católica hace unos diez años. Tras el adecuado camino espiritual y de formación teológica, fue ordenado sacerdote el pasado 25 de marzo, fiesta de la Anunciación de María.

El obispo auxiliar de Ho Chin Minh –Joseph Vu Duy Thong– presidió el rito de ordenación en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de la diócesis del sur de Vietnam. Más de medio centenar de personas, entre parientes del padre Chung, religiosos y religiosas, se unieron a la celebración.

Muchas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que conocen y trabajan con el doctor Chung, manifestaron: «La gracia de Dios hace milagros: no es corriente que un médico, y además a la edad de 40 años, se convierta y elija ofrecer su vida totalmente al Señor».

El padre Chung se sintió atraído por los estudios de medicina a través de un misionero extranjero que había optado por dedicar su vida al servicio de los leprosos.

Después de la licenciatura y de la especialización en dermatología, hizo sus prácticas en la leprosería estatal de Ben San, donde trabajan algunas religiosas vicencianas.

«Ejerciendo la medicina, me decía: puedo curar las heridas de los pacientes, pero ¿cómo curar su soledad y el sentido de abandono que experimentan? –recuerda el padre Chung–. Después conocí la fe católica y encontré la medicina para el alma de los enfermos, esto es, a Jesucristo».

El padre Chung fue bautizado en 1994. Cuatro meses después ingresó en el noviciado de la Congregación Vicenciana. «En mi conversión fue decisivo el ejemplo de las religiosas de San Vicente de Paúl: su dedicación y el amor hacia los leprosos hablaron a mi corazón», reconoce el sacerdote.

En la actualidad, el padre Chung trabaja en el centro para enfermos terminales de Sida dirigido por religiosas Hijas de la Caridad en el distrito de Cu Chi, a 45 kilómetros al noroeste de Ho Chi Minh City.

La Congregación Vicenciana llegó a Vietnam en 1954. Hoy cuenta en el país con 13 sacerdotes, 12 diáconos y 43 seminaristas que trabajan en la evangelización de las minorías étnicas y en el servicio a los pobres y enfermos.

Tomado de Zenit, ZS03051402 * * * Antoine de Saint-Exupery, literato francés creador del entrañable Principito, solía decir que para salir de la vacuidad que sume a los hombres en la soledad, es preciso recurrir a la amistad, al amor, al don de sí.

Esto fue precisamente lo que descubrió el vietnamita Nguyen Viet Chung cuando, al terminar la carrera de medicina, empezó a desempeñar su labor como doctor entre los leprosos de un hospital de Ho Chi Minh. Hoy, diez años después, el doctor Chung reconoce el gran bien que le ha hecho el servicio a los más necesitados.

Su forma de entender la vida fue cambiando paulatinamente con el ejemplo diario de las religiosas de San Vicente de Paúl, dedicadas por entero al cuidado de esos pacientes. “Comprendí” afirma el doctor Chung “que ejerciendo la medicina podía curar las heridas de los enfermos, pero ¿cómo curar la soledad y el sentido de abandono que experimentaban? Pues bien, aquellas mujeres lo conseguían”.

Pronto descubrió que el secreto de esas enfermeras no era otro que su amor a Dios y a los demás. Cualquiera de ellas habría podido expresarse como lo hizo la Madre Teresa de Calcuta ante una periodista occidental que le dijo que ella “no haría aquello ni por todo el oro del mundo” . “Por dinero nosotras tampoco seríamos capaces”, le respondió, “lo hacemos por amor a Jesucristo”.

Como le dijo el Principito a Antoine: “Lo importante no se ve”. Ciertamente ese amor y esa solidaridad se habían clavado en el corazón de nuestro protagonista oriental sin que éste apenas lo percibiera. La labor escondida del hospital fue acercando al doctor Chung cada vez más a Cristo, al que enseguida logró percibir tras el sufrimiento de los leprosos. Los veía como otros crucificados y le sirvió para tratarles con mucho cariño e interesarse por la salud de sus corazones. También por las miles de pequeñas cosas que a esos pobres hombres les preocupaban.

Comenzó a aprender la doctrina cristiana. Esto le ayudó a desempeñar su labor médica de una modo bastante más humano. Y finalmente, tras años al servicio de los demás, el doctor Chung pidió ser bautizado.

Ahora, tras desechar ofertas de otros centros médicos más prestigiosos y con superiores expectativas económicas, atiende a los enfermos terminales de SIDA de la capital vietnamita. Tal vez la causa de su decisión haya sido el descubrimiento de la Felicidad en el don de sí a los demás por amor.

Carlos González, PUP, 17.V.03