42. ¿Puede la educación diferenciada amortiguar los estereotipos machistas?

 

Por el ritmo de maduración más precoz en las chicas, sobre todo entre los 12 y 14 años, los chicos suelen percibir que, mientras ellos siguen siendo niños, la apariencia de las chicas de su edad es cada vez más la de una mujer adulta. También en lo psicológico, la asimetría es notable: las chicas a esa edad son  mucho más despiertas, en tanto que los chicos son más torpes. Ese retraso biológico del adolescente varón puede llevar en algunos casos a que su vida escolar transcurra en cierto modo dominado intelectual y madurativamente por sus compañeras, lo que puede hacerle reaccionar a la contra, buscando apoyo en los pocos aspectos en los que puede considerarse superior, con gestos que pueden derivar en un virilismo machista que dificulta la convivencia en la escuela y en la sociedad. Los chicos tímidos tampoco salen ganando, pues es fácil que reaccionen retrayéndose y encerrándose en sí mismos, aislándose en sus relaciones con las chicas (María Calvo, 2005).

El mayor fracaso escolar de los chicos también puede dificultar su relación con el otro sexo. El retraso en su maduración, unido a su impresión de inferioridad en las cuestiones académicas, hace que algunos chicos tiendan a adoptar actitudes sexistas, como reacción inmadura al no poder compararse académicamente con sus compañeras.

Según Nicole Mosconi, profesora de pedagogía en la Universidad de París, esos estereotipos quedan reforzados en las escuelas mixtas (Nicole Mosconi, “Effets et limites de la mixité scolaire”, 2004). Esa es una de las paradojas del debate. Basta fijarse en cualquier aula mixta, sobre todo en la etapa de la primera adolescencia, para observar que hay una distancia entre niños y niñas, y no solo psicológica sino también física, pues tienden a sentarse por grupos de chicos o de chicas, hacen corros diferentes en el patio o el comedor, o a la salida del colegio. Michel Fize señala cómo los patios y recreos son lugares en los que se fomenta la “hegemonía masculina” pues los chicos se inclinan por actividades más violentas y cinéticas e imponen su dominio en un espacio limitado y reducido a las chicas, que prefieren los juegos más calmados (Michel Fize, La Vanguardia, 2004).

Eleanor Maccoby analiza esas diferencias desde una perspectiva evolutiva y social. Ya desde la infancia se percibe una diferencia de culturas entre ambos sexos debido a sus distintos intereses, especialmente al deseo de los chicos de dominar y mantener su estatus. Después de esta etapa de separación hay una de enfrentamientos que deja paso a una relación más sexualizada o romántica en una edad aún muy temprana. Para esta autora, la reducción de contactos entre ambos sexos durante la infancia protege a las chicas del dominio y la coerción masculina (Eleanor Maccoby, “The two sexes”, 1999).

Años atrás se sostuvo la hipótesis de que la escuela mixta, en tanto que suponía la temprana convivencia entre chicos y chicas, contribuiría a mejorar el conocimiento y la mutua adaptación entre ambos sexos. Dichas hipótesis no han podido ser verificadas, pues no es seguro que hayan disminuido los estereotipos vinculados al género, ni se ha podido comprobar que por el hecho de ir a la misma clase los chicos y las chicas hayan aprendido a respetarse en mayor medida en que podrían hacerlo en aulas separadas.

Hay numerosos estudios publicados que analizan el desigual éxito en términos de igualdad de oportunidades alcanzado por la escuela mixta (ver, por ejemplo, los estudios de Diane Reay, de la Cambridge University, sobre Gender and Education). Por ejemplo, un estudio de Joy Faulkner en 1991 sobre los estereotipos sexuales en una amplia muestra de alumnos de escuelas mixtas y single-sex de varias ciudades norteamericanas, verificó que  tanto los alumnos como las alumnas de las escuelas single-sex tienen un concepto mucho más avanzado sobre los derechos de las mujeres y su papel en la sociedad contemporánea, hasta el punto de concluir que la escuela mixta tiende a perpetuar activamente los principales estereotipos sexuales de la sociedad y afecta negativamente a la igualdad de oportunidades de las mujeres (Joy Faulkner, ”Mixed-sex schooling and equal opportunity for girls: a contradiction in terms?”, 1991, pp. 197-223).

Harald Eia, un famoso presentador noruego que trabaja de forma similar a Jordi Évole aquí, planteó esa cuestión en un conocido documental televisivo sobre los estereotipos de género y la igualdad emitido en 2010 (The Gender Equality Paradox). Estaba intrigado por el hecho de que, a pesar de todos los esfuerzos de muchas décadas para eliminar esos estereotipos, las chicas seguían optando por profesiones típicamente femeninas, mientras que los chicos seguían siendo atraídos por las profesiones típicamente masculinas. Unas pocas “preguntas inocentes” fueron suficientes para cuestionar todos los principios “políticamente correctos” sobre los estereotipos y la igualdad. Aunque las mujeres noruegas tienen los más altos niveles de participación laboral de todo el mundo, el reportaje mostró la elevada diferencia por sexos que hay en muchas profesiones, y los motivos que lo provocan, lo cual generó un intenso debate en todo el país.

Otro extenso estudio presentado en 2015 sobre los comportamientos y actitudes de jóvenes entre 15 y 29 años, con una perspectiva de género, muestra datos muy preocupantes. “Cuando la mujer es agredida por su marido, algo habrá hecho ella para provocarlo”: un 30% de los jóvenes está de acuerdo con esta frase, que intenta justificar la violencia de género. Uno de cada tres hombres opina que “está bien que los chicos salgan con muchas chicas, pero no al revés”, que los varones no deben llorar, que aquellos que parecen agresivos son más atractivos y que a veces es correcto amenazar a los demás “para que sepan quién manda” (Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, “Jóvenes y género. Estado de la cuestión”, 2015).

Queda mucho, en fin, por avanzar en el camino por amortiguar los estereotipos de sexo, que siguen manifestándose con gran fuerza en los entornos mixtos de las naciones con mayores progresos sociales. Hay quien los considera naturales y quien los considera una férrea imposición de la cultura imperante. Por mi parte, considero que tanto en la escuela mixta como en la diferenciada se debe seguir trabajando por una más profunda educación en la igualdad y una amortiguación de esos estereotipos.

Hay que superar los tópicos de la educación sentimental sexista, por la que,

por ejemplo, las mujeres deben expresar miedo y de una determinada manera: huyendo y gritando, estremeciéndose. Los hombres no deben manifestarlo, y si reaccionan ante él ha de ser atacando. De este modo se “sienten” bien unas y otros. Una explicación similar la podemos trasladar a otros sentimientos, como el de culpa, ira, compasión, amistad, amor.

Siendo de uno u otro sexo, el género adjudicado nos dicta cómo debemos sentir: la amistad entre hombres es acción, juego, compañía en la aventura, compadreo, competitividad. La amistad entre mujeres es confidencia, intimidad, rivalidad, atención personalizada, ayuda.

La educación sentimental nos inclina hacia un campo u otro, nos indica qué queremos hacer y qué rechazamos, dónde y cuándo abordamos la seguridad, el abandono, la confianza, la añoranza, la soledad, la culpa, etc. Generalmente esta educación nos socializa en el género que “nos corresponde”, masculino o femenino. El entorno humano se encarga de reforzar positiva o negativamente nuestras reacciones o elecciones sentimentales. (Elena Simón Rodríguez, “La igualdad también se aprende: Cuestión de coeducación”, 2010, pp. 92-93).

Cada uno y cada una debe modelar su carácter cómo considere más conveniente, aceptando o rechazando los estereotipos que le presenta la cultura en que vive. Cada uno y cada una debe procurar superar los prejuicios, falsas creencias, imágenes estereotipadas, modas o costumbres que conducen a varones y mujeres a tópicos o lugares comunes que nadie sabe bien a qué obedecen. Parece que hasta el gusto por los colores, las aficiones, el uso de los espacios, todo tiene que mirarse en un espejo simbólico de género y seguir sus dictados.

No sabemos muy bien dónde se enseña y se aprende todo esto, pero la escuela no puede permanecer ajena a la necesidad de analizarlo críticamente y, en todo caso, luchar por educar en la equidad para hacer posible a todos una verdadera igualdad de oportunidades. Hay numerosos testimonios de feministas distinguidas que señalan cómo la escuela mixta formal no ha tenido mucho éxito en la lucha contra la misoginia y el androcentrismo, que los estereotipos siguen bien presentes y, por ejemplo, parece que “ser chica es exhibir su cuerpo sexualizado al extremo, adornado con todo tipo de ridiculeces que resalten sus atractivos” (Elena Simón Rodríguez, “Hijas de la igualdad, herederas de injusticias”, 2008, p. 58).

Cada escuela debe tener un “plan de igualdad” en el que se establezcan objetivos y procedimientos para avanzar en ese terreno: evitar el uso sexista del lenguaje; rechazar y superar estereotipos que supongan cualquier tipo de discriminación; visibilizar la contribución de la mujer a lo largo de los siglos al arte, la literatura, las ciencias y el desarrollo de la sociedad y de la cultura; destacar el valor de la igualdad y evitar los sesgos de género o los valores no igualitarios o no participativos; etc.