Andrés Ollero, “La dignidad humana es anterior a la autonomía”, 8.I.2003

En el Congreso de los Diputados español se ha rechazado recientemente una proposición de ley de despenalización de la eutanasia. Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho y diputado del Partido Popular, razonó el voto en contra de su grupo. Ollero se quejaba de la trivialización del debate sobre la eutanasia, fruto de la repetición de los argumentos. “Ha habido una Comisión de estudio en el Senado, pero no se ha citado ni una sola vez ni uno de sus contenidos, entre otras cosas porque los contenidos son masivamente contrarios a la eutanasia, algo que ustedes han ocultado aquí en el debate. No tiene sentido que haya una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos [también contraria a la eutanasia] y nadie sepa que la ha habido”.

Ollero hizo algunas reflexiones desde la perspectiva de la Filosofía del Derecho, citando a un teórico del individualismo: “El hombre está inclinado a buscar lo bueno para él y evitar lo malo y, particularmente, la muerte, que es el peor de los males naturales. Esta inclinación es tan natural como la que lleva a la piedra a caer”. La cita era de “De cive, de Thomas Hobbes (…). Él mismo se ocupa de cuáles serían las consecuencias jurídicas de una despenalización”. “Hobbes hace siglos tenía muy claro en qué medida el derecho normaliza conductas y en qué medida despenalizar lleva a generar conductas favorables”. “Dice Hobbes: ‘Donde la ley cesa, cesa el delito. No hay protección que pueda derivarse de la ley y, por consiguiente –y esto es muy interesante–, cada uno puede protegerse a sí mismo por su propia fuerza’. Se llega al puro darwinismo, que es a lo que lleva la irresponsabilidad de permitir que alguien pueda matar a otro”.

“Quiero hacerles reflexionar sobre un problema ético que se plantea hoy día: si la dignidad es prioritaria respecto a la autonomía o viceversa. Desde luego, históricamente se concibió que la dignidad, el hecho de que el hombre es intocable, es la fuente de la autonomía. Precisamente porque el hombre es intocable, porque nadie puede condicionarlo, su ética no puede ser heterónoma; la autonomía era una consecuencia de la dignidad. Sin embargo estamos –por parafrasear a Chesterton– con ideas modernas que se nos han vuelto locas y resulta que ahora queremos que la dignidad sea una consecuencia de la autonomía”. “Si la autonomía es la fuente de la dignidad, otros controlarán cuándo tenemos autonomía y cuándo no; habrá un criterio de calidad sobre nuestra autonomía y a partir de ese momento, nuestra dignidad queda machacada”.

“Jürgen Habermas, mítico representante de la escuela de Frankfurt –marxista cuando se podía ser, hoy día post-kantiano, como ha sido siempre–, está enormemente preocupado por el futuro de la naturaleza humana. Así se llama su libro (…). Aunque él se fije fundamentalmente en los problemas planteados por la bioética, por el comienzo de la vida humana, sus argumentos son perfectamente aplicables igualmente al final de la vida humana”.

“Como ven, señorías, no traigo aquí santos padres ni sumos pontífices”. “Dice Habermas: No está claro si estamos ante un incremento de libertad necesitado de regulación normativa o ante preferencias no necesitadas de autolimitación alguna”. “Eso lleva el riesgo –dice Habermas– de alterar la estructura de nuestra experiencia moral en su conjunto; aspirando a un aumento de la autonomía del individuo, podemos minar la autocomprensión normativa de personas que deben respetarse en situación de igualdad. Situación de igualdad que no se da cuando alguien legalmente puede matar a otro: ahí no hay igualdad ninguna, jamás la habrá”.

“Hace falta recuperar el punto de vista moral del trato no instrumentalizador a una segunda persona, que se detecta en la lógica del sanar. En la eutanasia no hay lógica del sanar ninguna, en la eutanasia se mata de manera directa a una persona; no tiene nada que ver con la sanidad. Habermas también está preocupado por el papel normalizador (…) y teme esa pendiente resbaladiza. Llega a prever que la frontera de tolerancia de lo originariamente considerado como normal se irá difuminando con los acumulativos efectos de acostumbramiento, fruto de normas sanitarias, y llevará a un trato cosificador de la vida humana”.

“Voy a una tercera fuente argumental. Johannes Rau, presidente de la República Alemana, socialista, ajeno absolutamente al mundo católico (…) en un discurso institucional ya célebre, pronunciado en Berlín, el 18 de mayo de 2001, (…) se refirió a este problema: a cómo en los Países Bajos el principal argumento para despenalizar la eutanasia había sido la apelación a la autonomía. Recordaba el punto de vista de un médico que le decía: ‘Cuando seguir viviendo se reduce sólo a una entre dos opciones legales, todo aquel que imponga a otro la carga de su supervivencia estará obligado a rendir cuentas, a justificarse’. Se genera una situación en la que, para seguir viviendo, hay que pedir perdón porque uno es una carga”. “No estamos hablando del derecho que alguien tenga a quitarse la vida. Nadie lo discute. Jurídicamente es irrelevante. Estamos hablando del posible derecho a que alguien mate a otro”.

“Dice Rau: ‘El motor de la eutanasia es el gran temor de no soportar el sufrimiento y el dolor, el miedo a quedar abandonado, a ser una carga; pero la eutanasia activa no es la única respuesta posible. Tenemos que volver a aprender que existen muchas posibilidades de asistir a los moribundos. Lo más importante es no dejarlos solos’. Eso sí que es superar el individualismo. La ayuda médica más eficaz es una buena terapia contra el dolor que hoy día está abandonada”.

“Tenemos un reto pendiente: renunciar a un individualismo posesivo que acaba cosificando al otro, y acaba suscribiendo una cultura de la muerte que anima a plantearse –con un paternalismo negador de toda autonomía– si no sería bueno, por el bien del otro, matarlo. Hay que dar paso a una cultura de la vida que lleve a no regatear esfuerzos para ayudar a vivir hasta el fin con dignidad”.