Angel García Prieto, “El alcohol en los jóvenes, sociología y patología”, PUP, 19.IV.01

Las recientes estadísticas ponen de manifiesto que ha aumentado el uso y el abuso de alcohol entre la gente joven. Ahora también la mitad de las chicas lo consumen especialmente los fines de semana. Y también parece muy claro que se ha adelantado de una manera notable el inicio de esta costumbre, que ahora se cifra en los 13 años para los varones y los 14 para las chicas, aunque existan algunas diferencias según las muestras estadísticas estudiadas en nuestro país.

La capacidad adquisitiva mayor, el retraso en la emancipación de la familia y el aumento de tiempo de ocio, son algunos de los factores que se estiman como favorecedores de este fenómeno social, en el que los chicos dedican la mayor parte de su dinero – a partir de los 18 años también es el coche o la moto quien comparte este primer lugar en el capítulo de gastos – y de su tiempo relacional y de ocio.

El pico estadístico de mayor consumo está en torno a los 25 años, edad a partir de la cual la mayoría – salvo aquellos que están encaminados por una más o menos clara trayectoria de alcoholismo – comienzan a descender la cantidad de etílico consumido. La cerveza y los licores combinados son las bebidas preferidas de los más jóvenes y el vino aumenta su protagonismo a medida que crece la edad. Y es en el medio rural donde la proporción de varones es mayor que en la ciudad; al contrario de las chicas que, por razones estilo de vida y consideración social, beben más en el ambiente urbano.

El alcohol desinhibe y tomado en cantidades excesivas – para cada persona el límite cuantitativo es distinto, y a veces muy pequeño- predispone a conductas violentas personales o grupales; euforias que pueden ser peligrosas en el uso de vehículos, y no cabe olvidar que los accidentes de motos y coches son la primera causa de muerte juvenil; en la conducta agresiva frente a otros – el alcohol es “amigo” del crimen, dice algún tratado de medicina legal -; en excesos de control sexual, con aumento de embarazos no deseados en adolescentes y las consecuencias en el feto del uso habitual de alcohol de la madre… y en general en consecuencias de actos en los que el bebedor excesivo puede dejarse llevar del sentimiento de omnipotencia que el alcohol produce, como droga psicoactiva que es.

Naturalmente, no todo uso de alcohol pinta unos cuadros tan dramáticos como los enumerados; pues su utilización moderada y en circunstancias ambientales apropiadas no solo no es malo para la mayoría de las personas, sino un elemento que sirve para animar la vida personal y social. Pero cuanto más se tome y cuanto más joven sea el que lo ingiere, la cercanía a las consecuencias negativas aumenta. Es necesario tener en cuenta, en este sentido, que la adolescencia es un periodo muchas veces difícil para los chicos: problemas y tensiones interiores, frustraciones escolares, laborales o familiares; y ellos de una manera más o menos consciente buscan en el alcohol la compensación que además de falsa se convierte en un riesgo de primer orden.

Algunos medios, y en especial la televisión, favorecen unos usos sociales del alcohol que son más que criticables, al presentarlo como medio para triunfar, relacionarse, ligar, estar alegre, superar los propios complejos…En definitiva, legitima unos patrones de uso impropios, a la vez que presenta como naturales, inocuos y recomendables unas normas de uso que son nocivas y patológicas.

Nuestra sociedad tiene, en estas cuestiones, un reto que no sólo es necesario afrontar, sino que hay que intentar con todos los medios superar.