Juan Manuel de Prada, “Condones transversales” (preservativos en el aula), ABC, 12.II.2000

Hace ya algunas semanas, los padres de alumnos matriculados en el cuarto curso de ESO en un instituto del madrileño Barrio del Pilar recibían una carta. En ella se especificaba que unos voluntarios de la Cruz Roja, con la connivencia del Ministerio de Sanidad, se disponían a impartir a sus vástagos unas clases en horario lectivo. Los discípulos de Florence Nightingale incluían en su ambicioso temario anzuelos tan convincentes como la bulimia y la anorexia, pero ya advertían que el grueso de sus enseñanzas atañían a la educación sexual. El desquiciamiento pedagógico que sufrimos hace posibles estas paradojas grotescas: nuestros jóvenes abandonan las aulas sin tener ni puñetera idea de su ubicación en el mundo, pero en cambio se les informa exhaustivamente sobre sus coordenadas genitales. Hasta hoy, una de las muestras más inequívocas de orfandad cultural era la propensión a contemplarse el propio ombligo; a partir de ahora, esa propensión descenderá hasta las partes pudendas. Como se ve, algo hemos progresado, aunque sea hacia abajo.


Antes de seguir, quisiera aclarar que no soy uno de esos mojigatos que se resisten a tratar sin rebozo los asuntos de la sexualidad. Los misterios gozosos del sexo constituyen una de las más formidables expresiones humanas; pero su conversión en catequesis los rebaja a una grosera variante del tedio. Parece que ahora lo moderno y convergente con Europa es llevar el sexo a las escuelas como si de una árida disciplina se tratase, desligada de cualquier visión humanista que lo haga inteligible. El sexo como pura zoología, vamos. Pero antes de introducir esta digresión me disponía a contarles una verídica anécdota ocurrida en un instituto madrileño. La circular que recibieron los padres de esos alumnos, después de desgranar el repertorio de prolijidades venéreas que los discípulos de Florence Nightingale impartirían, incluía un escueto formulario para que los padres prestasen su consentimiento, no sin antes recordarles muy sibilinamente que la asignatura de Salud e Higiene ostenta el rango de «transversal», o sea, que atraviesa como una espada flamígera las demás asignaturas, iluminándolas con su resplandor. Quizá el conocimiento de la Biblia o de la mitología grecolatina, sin el que no se entiende la cultura occidental, no merezca el rango de «transversal», pero sí la Salud e Higiene. ¿Cómo vamos a permitir que un chico se escarbe las narices y se coma sus propios mocos mientras se le explican los ríos y afluentes de su Comunidad Autónoma? Bueno, el caso es que los discípulos de Florence Nightingale celebraron la clase transversal, en la que se acabó hablando del sida, pero no de un modo científico ni esmeradamente ecuánime, sino atajando por la vereda de los métodos de prevención. Entonces un discípulo de Florence Nightingale extrajo de su maletín un plátano y un condón, y procedió a hacer una demostración de cómo debe instalarse esta gomita lubrificada en el pene o polla. Lo hizo con parsimonioso esmero, porque lo bueno que tienen los plátanos es que no padecen erecciones fugaces. A partir de ahora ya no podremos quejarnos de que nuestros alumnos no reciben, junto a una remesa de conocimientos teóricos, diáfanas explicaciones prácticas. Y puesto que la educación no debe atrincherarse en las aulas, sino que debe proyectarse sobre la vida, los discípulos de Florence Nightingale repartieron entre los alumnos, a modo de eucaristía, un condón resguardadito en un estuche de cartón. Dicho estuche proclamaba su procedencia con una inscripción nada discreta: «Asociaciones gays y lesbianas», y con letra más pequeñita: «Con la colaboración del Ministerio de Sanidad». En el reverso del estuche, unas risueñas viñetas ilustraban los pasos o requisitos que exige un satisfactorio coito anal. Así es como se les da por culo a nuestros adolescentes, así es como se sodomiza su rudimentaria formación cultural. Con la participación del Ministerio de Sanidad, of course.