Julio Barrilero, reseña-resumen de Alejandro Llano, “El diablo es conservador”, 25.X.2001

El diablo es conservador, de Alejandro Llano (EUNSA, 2001). El título del libro viene a significar que tan maligno espíritu es considerado como “conservador”; metáfora de la inercia y terquedad de los males sociales y, en particular, de las situaciones flagrantemente injustas. Una de las cosas por las que nos cuesta tanto cambiar las cosas que no van bien es que creemos que no podemos cambiarlas.

El diablo es conservador Claudio Magris, autor de Danubio, decía: “El diablo es conservador porque no cree en el futuro ni en la esperanza, porque no consigue siquiera imaginar que el viejo Adán pueda transformarse, que la humanidad pueda regenerarse. Este obtuso y cínico conservadurismo es la causa de tantos males, porque induce aceptarlos como si fueran inevitables y, en consecuencia, a permitirlos.” Los hechos no son lo mismo que las cosas. Las cosas reales están ahí, tranquilas, esperando sólo que las dejemos ser, es decir, que las conozcamos. Los hechos, en cambio, tienen que ser construidos: responder a los intereses de alguien y a estrategias casi siempre opacas. No confundir los hechos con la realidad representa el inicio de toda sabiduría, por modesta que sea.. La realidad “es de suyo” mientras que los hechos “son para mí”.

No hay sistema humano, ni siquiera “el nuestro”, el del liberalismo racionalista, que sea capaz de asegurar mecánicamente la felicidad humana en este pícaro mundo. Porque la felicidad nunca es un logro automático: hay que merecerla trabajosamente por el sabio ejercicio de la virtud, y vivirla gozosamente como un regalo inmerecido.

Según recuerda Donati, el Estado del Bienestar es una componenda entre burocratización y mercantilismo, donde se intenta reducir la libertad de los ciudadanos a veleidad hedonista. Lo que el permisivismo permite es siempre el dominio de los débiles por los fuertes, el asesinato flagrante de los físicamente indefensos, y la marginación de los más desfavorecidos. El ideal de vida personalmente lograda resulta sustituido por el éxito exterior, por los señuelos del dinero, el placer y la influencia. La verdad ya no es un valor en sí mismo …depende de lo que resulte socialmente plausible relevante, correcto, aceptable, es decir, de lo que se nos imponga desde fuera. El Big Brother, -el Gran Hermano de Orwell- resulta muy activo.

El campo de batalla decisivo de este comienzo de milenio no es la política ni la economía: es la cultura y la educación.

El totalitarismo siempre ha procurado aislar a las personas; pero también el individualismo hedonista contribuye a ese aislamiento, porque nos enseña a conjugar el “yo”, pero nos ha hecho olvidar qué significado pueda tener el “nosotros”.

De ahí que no quede más remedio que conspirar. Se trata de una leal y pacífica conspiración civil a favor de la dignidad y de la libertad de las personas humanas.

El otro modo de pensar Necesitamos más que nunca pensar. Pero hemos de pensar de otro modo. El modo de pensar dominante hasta ahora, desde hace más de dos siglos, es el que corresponde al racionalismo moderno y al predominio del Estado nacional, en el que se mezclan las utopías socialista y liberales, hasta desembocar en el capitalismo consumista.

Ha empezado a ser posible cuestionar públicamente las ideas que han dominado el llamado “primer mundo” a lo largo de los tres últimos siglos: la implacable racionalización del mundo y de la sociedad a través de la ciencia.

la creencia en un progreso histórico indefinido.

la democracia liberal como solución de todos los problemas sociales.

la revolución como medio radical para liberar a los individuos y a los pueblos.

Es necesario, como propone McIntyre, pasar del paradigma de la certeza al paradigma de la verdad que sitúa a la verdad por delante de la certeza, lo radical no es la objetividad sino la realidad.

Surge, así, el otro modo de pensar que se abre a la pluralidad de lo real y ajeno a los modelos unilaterales y cerrados.

El otro modo de pensar diferencia pero no discrimina. Se da un predominio de lo cualitativo sobre lo cuantitativo.

Se da el criterio de incidencia o de cercanía, que fomenta ámbitos compatibles, donde se cultivan bienes que han de ser compartidos: tal es el caso del conocimiento, de la paz, de la armonía, de la amistad, de la alegría, que crecen cuando se participan. El lema es “Yo sólo puedo estar donde tú estás”, en contraposición al “Donde yo estoy tú no puedes estar” propio del criterio de generalidad que produce ámbitos incompatibles, porque se manejan bienes que no se pueden compartir, como el dinero, el prestigio, el placer físico o la influencia, que disminuyen cuando se comparten.

La perfección del mundo, la plenitud de los tiempos, llega cuando el Hijo de Dios hecho carne se ha unido en cierto modo a todo hombre, haciendo al hombre manifiesto a sí mismo, revelando la grandeza de su vocación, de manera que el misterio del hombre sólo se desvela en el misterio del Verbo Encarnado.

Si volvemos la espalda a esta fuente de luz, nuestro saber es vano y nuestra cultura vacía, mientras que la filosofía se curva sobre sí misma, asfixiada por una erudición desesperante o debilitada por el narcisismo.

El otro modo de pensar es la pasión incondicionada por la verdad de lo que las personas son. Lo importante no es lo que nosotros hacemos con la verdad, sino lo que la verdad hace con nosotros, al desvelarla nos desvela lo que nosotros mismos somos.

El “proyecto moderno”, con sus profecías de progreso indefinido, ha entrado en pérdida y casi nadie cree ya que pueda remontar.

Hace ya algún tiempo que se va produciendo la mutación de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento. Hace ya más de treinta años se viene realizando una “revolución silenciosa” cuyo trasunto son las exigencias postmaterialistas de más alto nivel, configuradas en torno a los movimientos de disidencia social.

Un modo de pensar en el que se armonicen la pluralidad de métodos y de sensibilidades, más atento al juego de las complementariedades que a la dialéctica de las oposiciones. Un modo de pensar solidario en el que se practique la hospitalidad de considerar a los extraños como propios.

Un modo de pensar humanista que sepa ver el rostro de las mujeres y de los varones el resplandor de una dignidad intocable, reflejo de nuestra condición de Hijos de Dios, unidos vitalmente al Verbo Encarnado.

Al filo del milenio: encrucijadas culturales A) Relativismo cultural y valor de la verdad. Lo que se encuentra en la raíz del relativismo cultural es el abandono de la noción de naturaleza, y con ella, de la visión teleológica del hombre y de la entera realidad. Supone parámetros característicos de las sociedades modernas, en las que la clave relacional ya no es la amistad civil sino el comercio.

La vida buena, las Humanidades, la religión la cultura se convierten entonces en una creación circunstancial e histórica del propio hombre. Y, por lo tanto, poseen un valor estrictamente relativo.

La llamada “nueva economía” es la variante más reciente y ambiciosa de tal planteamiento. La mundialización y la emigración masiva que conlleva están contribuyendo al desarraigo de millares de personas y a ampliar el foso que separa a los países pobres de los países ricos.

Tal visión de la realidad social abre camino a una concepción minimalista de la moralidad. Es la ética sin metafísica. La ética es exclusivamente procedimental o funcional: es la moral del buen funcionamiento.

Hoy día decir la verdad siempre -sin componendas, cesiones o compromisos- es la estrategia subversiva por excelencia.

B) Los derechos humanos. Toda sociedad necesita algún referente en el que creer. Hoy día las únicas referencias “políticamente correctas” son los derechos humanos. Es imprescindible ganar la batalla retórica de los derechos humanos; no permitir que deriven irreversiblemente hacia su versión individualista y agnóstica; abrir un camino más ancho a su versión cognitivista, es decir, aquella que se basa en la admisión de la capacidad que el hombre tiene para conocer su propia naturaleza, que es lo que hace ser persona.

C) Materia y espíritu. El materialismo actual ya no es el materialismo burdo del siglo pasado o de comienzo de este. Pero aunque más sutil, en el fondo, seguimos pensando que -de manera extraordinariamente compleja y difícilmente inteligible para los legos en el tema- todo acaba por reducirse a materia y movimiento local, es decir, a un mecanismo que no se distingue esencialmente de lo que el hombre puede fabricar.

Recientemente, el director del Instituto Max Plank de Frankfurt, recordaba que los ordenadores no han sido capaces de simular hasta ahora ni siquiera parte del cerebro de una mosca; ni lo serán por más que se multiplique el volumen y la velocidad de las computadoras, porque los algoritmos que rigen, respectivamente, los cerebros biológicos y las máquinas cibernéticas son esencialmente diferentes y mutuamente irreductibles.

Hay que afirmar la primacía del espíritu sobre la materia. Y este sentido de la realidad y eficacia del espíritu procede reincorporarlo a la vida diaria, al común vivir y sentir de las gentes, hasta en los detalles aparentemente más intrascendentes.

D) Sexualidad y consumo. La pérdida del pudor, del respeto al cuerpo propio y ajeno, de la vergüenza a exhibirlo ante propios y extraños, es quizás el fenómeno más grave con el que nos enfrentamos.

Detrás de esta realidad social hay toda una labor de ejercicio de la “sospecha” intelectual que viene de muy atrás. Existe, también, una estrategia de seducción y perversión desde la infancia hasta la vejez, que ha conducido a una penosa “sexualización” del arte y de la moda.

Se trata de una re-educación del gusto, es decir, de que llegue de nuevo a agradar lo bello y lo bueno, y a repeler o disgustar lo soez y desvergonzado.

El consumo es otro de los grandes temas culturales de la hora presente. Hay que llegar a una situación en la que la riqueza común (no precisamente pública) sea compatible con la austeridad personal, sin que los consabidos indicadores económicos hagan sonar sus apocalípticas señales de alarma.

Como indica Schumacher, la virtud que hoy más necesitamos es la sobriedad. Y la sobriedad es la elegancia del espíritu.

E) Comprender la religión. El relativismo cultural y ético es ahora la coartada ideal para evitar tener que ponerse decididamente a favor o en contra de actitudes religiosas determinadas, actitud que siempre resulta peligrosa.

F) Educación y religión. Eliminar o marginar la religión de la enseñanza primaria, media o universitaria equivale a eludir el problema, al precio de que surjan otras aporías más angustiosas y empobrecedoras.

Apartar las cuestiones religiosas del debate público, con la coartada de que tales discusiones dividen a la sociedad y enconan a unos ciudadanos contra otros, es una salida en falso, teñida de un despotismo ilustrado que casi nunca logra ocultar las vergüenzas de su sectarismo religioso.

Hoy la religión ha vuelto a enraizarse en el suelo personal y vital -el de la cultura y el estilo de pensamiento- que es previo a toda estructura política y económica, aunque nunca deje de haber entre ambos niveles un diálogo constante.

Actualidad política del humanismo clásico El pensamiento clásico nos sitúa ante “lo natural” del hombre, entendiendo por natural lo opuesto a lo meramente humano o demasiado humano. El pensamiento clásico no es tradicional en el sentido usual y peor de la palabra, es decir, heredado y repetitivo.

El humanismo clásico es un modo de pensar libre de todo fanatismo.

La supresión casi total de las Humanidades clásicas en la enseñanza nos conduce a perder toda perspectiva histórica, toda visión de la profundidad de lo real, para resignarnos a un continuo deslizamiento por la brillantez de superficies niqueladas que esconden lo que son y deforman lo que reflejan.

El humanismo cívico se encuentra en la antípodas del ya residual empeño por reforzar el Estado del Bienestar. El nuevo modo de pensar del humanismo cívico propone una progresiva sustitución del modelo técnico-económico por el paradigma ético de la comunidad política, que proviene de la filosofía práctica aristotélica.

Según se ha discurrido desde Aristóteles hasta nuestros días, salirse fuera de la efectiva condición humana, es algo que no se debe intentar ni se puede conseguir. La “vida buena” consiste en la contemplación de la verdad y la virtud probada. Según McIntyre, la fusión de ambas es hacedera y fue llevada acabo por el humanismo cristiano de Tomás de Aquino.

La primacía de la “vida” sobre la “vida buena” hace perder todo el impulso ético y cultural del humanismo clásico, hasta acabar en el actual economicismo pragmático.

Lo que la revolución antropocéntrica quiso desterrar a toda costa fue precisamente la idea de sacrificio, es decir, el reconocimiento de una Santidad trascendente que exige entrega esforzada y generosa. … Pero esta emancipación del hombre ha originado el grandísimo efecto equivoco de un sufrimiento sin límite y sin consuelo.

Es preciso rescatar lo humano del humanismo racionalista.

Sólo si nos situamos más acá de la cultura, en una naturaleza teleológicamente cristiana, podremos acoger al multiculturalismo como una integración posible de identidad y diferencia.

Formación ciudadana Junto a una cierta satisfacción con las libertades públicas y el progreso económico, experimentan estas sociedades fenómenos de disidencia, marginación, paro, violencia e, incluso terrorismo, que provocan el generalizado sentimiento de que “algo no marcha”.

A los jóvenes actuales les faltan auténticos maestros. Se hallan desasistidos respecto a su preparación ética y cultural.

Aprender el oficio de la ciudadanía.. Se trata de un conocimiento práctico que sólo se puede adquirir en comunidades vitales cercanas a las personas mismas, como son la familia, el colegio, la parroquia o la universidad.

Hace poco había en Italia un inmenso cartel con la inconfundible imagen telegénica de Berlusconi. En este anuncio se trataba de la educación del futuro, que según el Honorable, consistía en tres palabras que coincidían en comenzar con la letra i: inglés, informática, internet. Un lúcido espontáneo había añadido, pintado con rotulador, una cuarta: ignorancia.

La formación cívica es asunto estrechamente relacionado con la adquisición de las virtudes morales e intelectuales: fortaleza, prudencia, sabiduría, templanza, arte y justicia.

Como decía Corts Grau, a la juventud hoy se la adula, se la imita, se la seduce, se la tolera, … pero no se la exige, no se la ayuda de verdad, no se la responsabiliza,… porque en el fondo no se la ama.

El amor noble y normal de los padres y maestros para con los jóvenes está siendo sustituido por el emotivismo, por la inundación afectiva,…

Al menos en una tradición histórica y religiosa como la nuestra, no es posible una formación cívica sin un sólido fundamento cristiano. Las exigencias sociales del cristianismo , sus demandas cívicas, serán mucho más altas y certeras que las que puedan transmitir cualquier doctrina científica, ética o política.

Reducir la moral al ámbito exclusivamente personal, familiar o profesional, con abandono de la esfera estrictamente pública, es un enfoque burgués y completamente insuficiente de la ética.

Antropología de la dependencia Sin que se pueda hacer todavía un balance, somos muchos los que pensamos que el pensamiento típicamente moderno -La Ilustración- se nos presenta hoy como una ficción que se ha tornado imposible.

El ideal metódico de la modernidad implica una racionalidad monocorde y unívoca, mientras que el pensamiento clásico de signo realista supone un uso abierto o analógico de la razón.

La suerte de algunas buenas iniciativas sociales depende del fomento de una cultura que no siga valorando negativamente lo que McIntyre llama “virtudes de la dependencia reconocida”: entre las que se sitúan el servicio a los más necesitados, el cuidado de los más débiles, el respeto a la corporalidad decaída, la capacidad de sacrificio, la misericordia, la compasión, la ternura, el agradecimiento, …

Lo que falta a la espléndida teoría clásica (Aristotélica) de la excelencia o virtud, es el reconocimiento del valor positivo de la dependencia respecto de otros. Es más, los humanos sólo podemos adquirir la independencia a partir de la dependencia misma.

Quien no sabe qué hacer con el dolor propio y ajeno, quien no acierta a descubrir su misterioso sentido, llevará necesariamente una vida desgraciada o de penosa superficialidad.

Es una sociedad escasamente humana la que sistemáticamente recluye a los niños en guarderías y a los ancianos en los asilos.

La edad-robot a la que suele dirigirse la publicidad mercantil y la propaganda política es la del adulto infantilizado y prematuramente envejecido.

Una buena definición del ser humano: aquél que en algún sentido es mejor que cualquiera de sus semejantes y que no puede ser sustituido por ninguno de ellos.

La intrínseca vulnerabilidad de la humana condición proporciona una inédita relevancia a las virtudes de la independencia reconocida y a las propias virtudes de la independencia ganada o rescatada, hasta tal punto de que la propia noción de virtud -y la misma necesidad de las virtudes- se oscurece si pensamos en los humanos como si fueran pura y simplemente personas lockeanas o sujetos cartesianos. Porque nunca lo somos, ni siquiera en las fases -menos frecuentes de lo que admitimos- de impecable lucidez y salud perfecta.

Si no entendemos que nuestra situación de dependencia es inseparable de nuestro logro de la independencia, comprenderemos escasamente lo más peculiar de la naturaleza humana.

Si el humanismo es tan soberbio e ilustrado que pierde el sentido profundamente humano que lleva consigo el sufrir por otros, y sobre todo, con otros, entonces es que se ha transmutado en su paradójica oposición, es decir, en lo inhumano o deshumanizador.

La familia ante la nueva sensibilidad Hemos de lograr una nueva sensibilidad familiar que sepa descubrir la unidad que late bajo la dispersión .

El Estado del Bienestar ha producido una multitud de efectos perversos o equívocos….

El fenómeno global que revela ese grandioso “efecto no pretendido” es la marginación. Marginación de los países del tercer mundo, de los pobres, de los suburbios, de los inmigrantes, de los parados, de los enfermos…

Pero hay más, es que la marginación ya no es marginal . Es un estilo, una moda. Los universitarios de familia bien acuden a la universidad vestidos de marginados; los ejecutivos se sienten obligados a revestirse cada semana con prendas que simbolizan la marginación, aunque sean carísimas.

La familia constituye el más fundamental grupo generador de sentido: la solidaridad primaria, la más radical y básica. Como dijo T.S. Elliot “home is where one starts from”; es el sitio del que se parte.

La familia es la víctima típica de la paradojas del Estado del Bienestar. Esta gran paradoja consiste en que el Estado del Bienestar ha ignorado la principal fuente humana del auténtico bienestar.

La anomia de la familia -su desregularización con el divorcio y las parejas de hecho- está en el origen de buena parte de los casos de marginación y “nueva pobreza”: minusválidos, ancianos, enfermos, depresivos, inadaptados, quedan abandonados a la intemperie pública, multiplicándose así las situaciones límite: autismo, delincuencia juvenil, prostitución temprana, infección por SIDA, fracaso escolar, drogadicción, violencia callejera o escolar, suicidio.

Los cinco principios de la nueva sensibilidad: a) Principio de gradualidad. Es preciso recuperar el principio de gradualidad del saber; Las familias de hoy han de redescubrir que la fecundidad formativa es más importante que la eficacia a corto plazo o el bienestar inmediato.. Lo importante es no ser el mejor, sino ser bueno.

b) Principio de pluralismo. El descubrimiento del valor de la diferencia es propio de la nueva sensibilidad. Los padres que se empeñan de hacer de todos sus hijos ejecutivos o tecnólogos -y les prohiben de hecho ser historiadores o literatos- les están prestando un flaquísimo servicio.

c) Principio de complementariedad. La realidad no es antagónica sino complementaria. No todo lo diferente es contrario. Los valores de la nueva sensibilidad familiar son, sobre todo, valores que la mujer representa. La postmodernidad ha descubierto la profundidad y el valor de la dimensión femenina de la persona.

d) Principio de integralidad. La persona humana es una realidad poliédrica, compleja y unitaria, que no debe considerarse de una manera unidimensional. Precisamente el humanismo es la visión pluridimensional y unitaria del hombre y el amor es el núcleo de todo auténtico humanismo.

e) Principio de solidaridad. Un nuevo desafío para las familias actuales, en sus empeños de renovación educativa, es el fomento de la empatía como raíz antropológica de toda solidaridad. Según Edith Stein, la empatía es la experiencia inmediata de sujetos distintos de nosotros mismos así como de sus vivencias. Una sola acción, una sola expresión corporal -una mirada o una sonrisa- puede darme una vivencia del núcleo de una persona, que quizá era ante para mí un desconocido. De la casa hasta la escuela, las familias han de cultivar en los niños y adolescentes esa capacidad primitiva de comprender a los demás, de hacerse cargo de lo que les pasa.

Comprensión, veracidad, diálogo El dialogar fáctico no plenifica una situación de comunicación interpersonal, que requiere, al menos, la condición de la comprensión mutua y la ayuda efectiva. La comprensión y la veracidad aparecen como presupuestos imprescindibles de un diálogo con sentido.

Comprender es hacerse cargo. La comprensión permite entendernos aunque no estemos de acuerdo, convivir estrechamente aunque nuestras ideas sean diversas o incluso opuestas.

La comprensión es una virtud que nos posibilita ser fieles al amigo y a la verdad conjuntamente.

La sociedad de la información arroja un notorio déficit de capacidad dialógica, que ha llevado a Jacques Ellul a hablar de “la palabra encadenada”. Ya Platón al final de Fedro dice que “todo hombre serio se abstendrá de poner cosas serias por escrito”.

El diálogo, que es un instrumento para encontrar soluciones justas, una vía hacia la verdad práctica, se prostituye al convertirse en una herramienta de superficial contemporarización: la verdad se dulcifica, se ablanda, se amortigua hasta convertirse en algo amorfo que vale para todos porque ya nada vale.

La veracidad es el presupuesto objetivo del diálogo.

Un riesgo: el deseo de ser claros, de darnos a entender, de estar al día, de ser “políticamente correctos”, de comprender al interlocutor, prevalece sobre el afán de ser veraces, por manifestar las cosas como son.

Es muy clara la afirmación de Tomás de Aquino: “En nada se perfecciona mi entendimiento sabiendo qué deseas o qué piensas tú, sino sólo sabiendo lo que pertenece a la verdad de las cosas”.

El diálogo es una actividad interpersonal en la que la mutua comprensión se basa en un interés común por la verdad.

¿Qué es la persuasión? Alusión constante a dos obras de Claudio Magris: “el Microcosmos” y “el Danubio”, en las que de diferentes maneras habla de la persuasión.

Dice Magris: “El desarrollo de la civilización occidental ha privado al individuo de la persuasión, o sea, de la fuerza de vivir poseyendo plenamente el propio presente y, por tanto, la propia persona…”.

“El presente para bastarse a sí mismo debe apoyarse en valores, pero el polvillo de fines y obligaciones convencionales…. ofusca y tapa esos valores, eso si no los destruye; impide al pensamiento detenerse en lo esencial.

“La leyenda que hace desembocar el Danubio en el Adriático revela el deseo de disolver las escorias del miedo, obsesiones, pudores, delirios de defensa, en la gran persuasión marina, distendido abandono, puro presente de la vida que se basta a sí misma y no se consume en la carrera hacia metas que alcanzar, en el ansia de hacer, de haber hecho ya y ya vivido, sino que es felicidad sin meta y sin agobio, eternidad y autosuficiencia del instante”.

Marisa Madieri, esposa de Magris, escribe: “No me gusta el declinar del año, el transcurrir demasiado rápido de las estaciones. Quisiera un tiempo que no pasa, la hora de la persuasión, porque sé que no me espera nada más hermoso que el presente que vivo”.

La nueva complejidad Lo propio de esta nueva complejidad es que nos deja perplejos, es, como dice Habermas una “nueva inabarcabilidad”.

La sociología actual viene a coincidir en que las variadísimas manifestaciones patológicas de la actual complejidad pueden sintetizarse en cuatro: Segmentación: es una especie de fragmentación o fraccionamiento creciente de los procesos y de las situaciones sociales.

Efectos perversos: Se multiplican las consecuencias equívocas o no pretendidas.

Anomia: Es la carencia de reglas y normas indiscutibles o, simplemente, vigentes. El hombre anómico es espiritualmente estéril, concentrado sobre sí mismo, no responsable ante nadie. Se burla de los valores de otras personas..

Implosión: Es la explosión seca, producida por el vaciamiento interior, por la pérdidas de la esencia propia y de los proyectos genuinos. Es significativo que las instituciones más frecuentemente afectadas por la implosión sean las más primitivas, las más originarias como la familia o la universidad.

Mi propuesta discurre por una descarga de la complejidad indeseada, que no es más ni menos que una desburocratización y una desmercantilización de la sociedad a favor de la iniciativa y la responsabilidad social.

La rápida historia de esta mutación hasta planteamientos humanistas, queda reflejada en un interesante proceso, aún en curso, que puede sintetizarse en cinco parámetros: Organizativo: En una empresa como institución, la organización es sólo instrumental y, por lo tanto versátil y flexible.

Relacional: Las organizaciones están ahora esencialmente orientadas hacia el cliente o usuario, hasta el punto que consideran que forma parte de la compañía.

Motivacional: Se entiende la corporación, en términos antropológicos, como una institución vital que se constituye en torno a valores, el motivo predominante es la efusividad, la necesidad de aportar, compartir y crear.

Cognoscitivo: A medida que la complejidad ha ido creciendo, los profesionales de la empresa han necesitado un espectro más amplio de conocimientos.

Ético: En este ámbito empresarial se registra un mundo ético de pensar que critica duramente al pragmatismo y actualiza el concepto clásico de virtud. Basta reflexionar sobre las virtudes que se requieren en la función directiva: para el diagnóstico: la prudencia; la decisión exige audacia y magnanimidad, y la ejecución fortaleza y confianza en los demás.

En la nueva empresa más valioso que tener “poder” es tener “peso”. El que obedece también manda, según Leonardo Polo. Porque al ejecutar una orden está devolviendo otra orden a quien emitió la primera.

¿Emergencia o colonización? Hay dos grandes posibilidades que se abren ante nosotros: a)La colonización. Es la intromisión del Estado, el mercado y los medios de comunicación en el ethos ciudadano.

b)La emergencia. Es la aportación de sentido que va desde las personas y sus relaciones originarias hasta la estructura político-económica y de la comunicación colectiva.

La colonización es descendente y alienadora, la emergencia es ascendente y personalizada. El humanismo civil y empresarial es emergencia.. Se trata de pasar del Estado del Bienestar a la sociedad del bienestar. Ese cambio tiene dos vertientes: a) El peso se traslada desde el Estado-mercado y mass media a la sociedad. b) El concepto de bienestar cambia, deja de ser pasivo y cuantitativo para ser cualitativo y activo, empieza a llamarse calidad de vida.

Lo que hoy llamamos postmodernidad es el mundo de lo radicalmente humano: el mundo de las solidaridades primarias, de las iniciativas sociales, de las relaciones cívicas, la sustancia misma del ethos o cultura en sentido radical. La postmodernidad puede llegar a representar una síntesis de clasicismo y modernidad.

Si consideramos el humanismo como emergencia, entonces la personalización no está reñida con la eficacia. Todo lo contrario: en una organización compleja y viva, la eficacia sólo se puede lograr a través de la personalización.

Organizaciones inteligentes Sólo las instituciones capaces de operar de manera corporativamente inteligente serán capaces de navegar en el espacio del conocimiento abierto por la nueva sociedad.

Personas cultas, habitar sabio, reticularidad compleja, espontaneidad vital … Son rasgos que nos hablan que la sociedad está volviendo a adquirir un sentido humanista.

Para cruzar los umbrales de la sociedad postindustrial necesitamos una silenciosa sabiduría práctica.

La primera confusión que hemos de evitar es creer que el conocimiento se identifica, sin más, con la información.

Lo que nos permiten los ingenios cibernéticos es descargarnos de las tareas rutinarias de buscar información, almacenarla y, en alguna medida, organizarla y procesarla. Quedamos a sí en franquía para ponernos a realizar esa misteriosa operación de la que sólo nosotros, los seres humanos, somos capaces: pensar.

Las únicas corporaciones adaptadas a la sociedad del conocimiento son las “organizaciones inteligentes”.

Seis propuestas para la sociedad del conocimiento Primera: Trabajar es aprender, dirigir es enseñar. Lo importante no es enseñar, lo importante es aprender. La única finalidad de la enseñanza es el aprendizaje, así como el único objetivo de la dirección es la mejora de la calidad del trabajo.

Segunda: Una organización inteligente es una comunidad de investigación y aprendizaje. Todos tienen la responsabilidad de no dejar de indagar, de reforzar sus ocurrencias acertadas y de cuidar de que sus innovaciones no tropiecen con rigideces burocráticas o con autoritarismos formales.

Tercera: Las organizaciones inteligentes entienden la profesionalidad como dominio de un “oficio”. Un profesional es quien resulta capaz de dar fe pública de sus conocimientos. La organización inteligente permite y fomenta que exista la creatividad, y esto sólo lo logra quien domina la técnica o el arte que le es propia..

Cuarta: Una organización inteligente posee una ineludible dimensión ética. Según Millán Puelles “la moral es la lógica de la libertad”, es la urdimbre de toda convivencia… La tolerancia institucional de mentiras o medias verdades es letal para una organización inteligente.

Quinta: Una organización inteligente ha de cultivar una profunda cultura corporativa. La capacidad para adquirir saberes nuevos no se puede restringir a unos pocos especialistas o a un departamento de innovación, sino que tiene que empapar la empresa de arriba a bajo. Esto es lo que debemos llamar hoy cultura corporativa. Una empresa culta es la que está llena de proyectos, más que de realidades logradas.

Sexta: En las organizaciones inteligentes investigación y gestión se identifican. La propia acción directiva consiste en poner a todos los miembros de la organización a pensar en lo que cada uno está haciendo.