María Ignacia García Escobar: Paz y alegría pese al sufrimiento

La paz y la alegría de una mujer feliz En la agitada España de los primeros años treinta, María Ignacia colaboró con su fortaleza, su enfermedad y su oración a la empresa sobrenatural que había iniciado el Beato Josemaría. Paradójicamente, la tuberculosis que acabó con su vida la convirtió en uno de los más firmes apoyos del Fundador.

María Ignacia García Escobar nace en 1896 en Hornachuelos, en un pueblo de la serranía cordobesa donde se viven fuertemente las tensiones sociales de la España del siglo pasado. Es hija de un médico agnóstico y liberal, y de una campesina sencilla y creyente, en una familia numerosa relativamente acomodada.

Su padre fallece pronto (1916), y la familia acaba en la quiebra económica. Tres años después, Braulia, hermana de la protagonista, se contagia de tuberculosis, enfermedad mortal en la época. María Ignacia contrae poco después el mismo mal. Durante los años veinte quedan las tres hermanas -Benilde, María Ignacia y Braulia- en una situación difícil en lo material, y en una sociedad que asistirá pronto a una guerra fratricida.

En ese contexto, María Ignacia actúa con fortaleza y coherencia interior con su fe. Participa en labores de solidaridad y, a pesar de las duras circunstancias que la rodean, guarda una serenidad de ánimo sorprendente. Al fin, tiene que abandonar Hornachuelos para ingresar primero en el sanatorio antituberculoso de Valdelasierra, en Guadarrama (Madrid) en 1930 y, un año más tarde, en el Hospital del Rey, donde acude sin esperanza de curación.

Encuentro con el Fundador del Opus Dei En este Hospital, en lo que parece ser el epílogo de su vida, esta mujer no sólo se comporta con una llamativa paz y una honda alegría -que evoca el título del libro-, sino que se atreve a creer en el mensaje de un joven sacerdote -Josemaría Escrivá- que había fundado el Opus Dei en 1928, tres años antes.

María Ignacia pide la admisión en el Opus Dei el 9 de abril de 1932 y participa, en la medida de sus fuerzas, en los primeros pasos de esta institución.

Se atreve a creer: lo suyo es un atrevimiento, un acto de audacia en el medio hostil y anticristiano que la rodea.

María Ignacia no desfallece: pese a que está moribunda y son muy pocos en el Opus Dei -un puñado de personas- escribe con fe, pensando en las futuras generaciones: “¡Nuestra hermosa Obra dará un paso adelante; no lo dudéis!”.

Sus hermanas, Benilde y Braulia, son también testigos de esos duros comienzos del Opus Dei y del desvelo espiritual del Fundador -“el Padre”-, por esta mujer, a la que atendió hasta el momento de su muerte, tras una larga agonía, el 13 de septiembre de 1933.

“He oído comentar –afirma Benilde- que el Opus Dei nació en los hospitales y suburbios de Madrid. Es una gran verdad. Allí lo conoció mi hermana María Ignacia y formó parte del Opus Dei. Allí lo conocimos Braulia y yo; y nunca dejaremos de agradecérselo al Señor”.

“Recuerdo oír decir a mi hermana –escribe Braulia, que logró recuperarse de su enfermedad- algo de lo que les decía el Padre: que el Señor escribe utilizando cualquier medio; incluso la pata de una mesa; que utilizaba instrumentos desproporcionados para que se viese que la Obra era suya. Hablaba mucho de confiar en Dios: de tener seguridad en Él”.

José Miguel Cejas, autor de una biografía recientemente publicada (La paz y la alegría, Editorial Rialp, 2001) ha dejado que sean las propias fuentes las que hablen por sí mismas; unas fuentes muy directas: los Apuntes íntimos del Fundador; las Notas personales del capellán del Hospital, José María Somoano; y los Cuadernos de María Ignacia. Tres perspectivas que muestran de modo directo y expresivo algunos aspectos de los comienzos del Opus Dei y que ahora, cuando se cumple el centenario del Fundador, adquiere especial relieve.

Tomado de www.opusdei.org