13. Separar chicos de chicas, ¿no supone segregar o discriminar?

Algunas personas argumentan que, al separar chicos de chicas en las aulas, la escuela diferenciada discrimina y segrega. Pero, según la lógica de ese razonamiento, también sucedería eso mismo en muchos otros muchos casos, que podemos señalar, de un modo ilustrativo, no exhaustivo.

Por ejemplo, la liga profesional de fútbol de Primera División es masculina en casi todos los países del mundo. ¿Eso significa que discrimina y segrega? ¿Habría que imponer cuotas de varones y mujeres en los equipos de fútbol?

En los Juegos Olímpicos hay equipos masculinos y femeninos en casi todos los deportes. ¿Serán también discriminatorios? ¿Qué sucedería si hombres y mujeres corrieran juntos los 100 metros lisos? Quizá eso sí sería una importante discriminación.

Hay diferentes exigencias en las pruebas físicas para hombres y mujeres en las pruebas de ingreso para academias militares o puestos dedicados a fuerzas y cuerpos de seguridad. ¿Suponen discriminación?

La legislación vigente en casi todos los países del mundo exige que haya vestuarios y baños separados para hombres y mujeres. ¿Son también leyes segregadoras?

En los centros comerciales suele haber departamentos para señoras y para caballeros. Hay moda de la mujer y del varón, revistas dirigidas a la mujer… y nadie lo considera discriminatorio.

Las familias suelen poner a hijos e hijas en habitaciones separadas. ¿También habría que considerarlo segregador?

En casi todos los países hay ministerios, consejerías, direcciones generales o institutos públicos dedicados a la mujer. ¿También suponen discriminación?

Parece claro que la cuestión de la discriminación no es nada sencilla, y que hay que tener cierto cuidado para no caer en simplificaciones. Por eso ha sido preciso profundizar con un poco de sentido crítico estos asuntos, y se han establecido acuerdos internacionales para determinar qué es discriminación y qué no lo es, de manera que se tenga un cierto criterio a la hora de interpretar en cada país los principios constitucionales en cuestiones tan importantes. Y en esos acuerdos internacionales (como los establecidos por la UNESCO, o por la Unión Europea, que veremos luego con más detalle) se ha considerado siempre que la educación diferenciada no supone discriminación si hay una oferta equivalente para chicos y para chicas.

Se ha dado por supuesto demasiadas veces que la proximidad y el trato entre chicas y chicos contribuye a la desaparición de los estereotipos de género. Sin embargo, los investigadores han visto cómo los efectos positivos del contacto son bastante variables, igual que los negativos. En todo caso, la hipótesis del contacto es poco defendida actualmente, así como los efectos de ese contacto sobre los estereotipos (Cornelius Riordan, “Girls and boys in school. Together or separate?”, 1990). Hay numerosos estudios que revelan cómo el contacto contribuye al conocimiento, pero también hace destacar las diferencias. Y supone efectos positivos para algunos, pero negativos para otros, pues es obvio que no basta con poner juntos dos grupos para conseguir espontáneamente unas relaciones igualitarias.

Al llegar la adolescencia, aunque la autosegregación por sexo en el aula disminuye, aumenta la sexualización de las culturas masculina y femenina. Varias investigaciones señalan que esa sexualización suele ser más intensa en las chicas, que con más facilidad otorgan a la apariencia física y a las relaciones con los chicos una importancia mayor frente a otros aspectos. Eso alimenta la vieja idea que, para una chica, una apariencia atractiva, sexy, es central en su autoconcepto. Eso incentiva una sexualización impregnada por los estereotipos de género, que sin duda va en aumento:

Hay un asunto que me preocupa, y no sólo a mí. Esta situación está perjudicando a las niñas, y mantiene una discriminación machista. Hace pocos años, en un libro que tuvo gran éxito en EEUU, Mary Pipher alertó sobre un hecho inquietante. Nuestras niñas entran precozmente “en una cultura más peligrosa, más sexualizada y más influenciada por los medios masivos de comunicación. Se enfrentan a presiones increíbles para ser bellas y sofisticadas. Al tiempo que navegan en un mundo más peligroso, las jovencitas de hoy están menos protegidas”. Resulta que todavía sigue vigente la vieja queja de Simone de Beauvoir: “Las muchachas dejan de ser y comienzan a parecer”. O, como expresó con frase genial: “Las muchachas, que son los sujetos de sus propias vidas, se convierten en los objetos de otras vidas” (José Antonio Marina, “La sexualización precoz”, 2008).

Tony Little, director durante muchos años de la escuela single-sex británica Eton College, reitera que mantener durante unos años esa separación escolar entre chicos y chicas facilita que sean ellos mismos y evita la presión de las conductas sexualizadas, lo que conlleva una maduración más natural (Tony Little, “The Global Education & Skills Forum”, GESF 2015).

En USA, con una tradición de escuela mixta que se remonta al siglo XIX (sin duda la más antigua del mundo), estos efectos están ampliamente estudiados desde hace décadas, y hay numerosas publicaciones que señalan cómo el aula mixta supone durante la adolescencia la potenciación de otros aspectos en detrimento de los académicos, así como a veces también un retroceso en socialización:

“En mi estudio, los chicos manifiestan una vez tras otra que no es aceptable mostrarse demasiado listo en clase, ya que eso puede ser considerado como poco masculino. Del mismo modo que las chicas en entornos mixtos han sido muchas veces forzadas a esconder su seguridad, los chicos se sienten presionados a esconder sus deseos de relaciones auténticas y su sed de conocimiento. Para conseguir la aceptación entre sus iguales y protegerse del ridículo, los chicos se centran con frecuencia en mantener una apariencia y en hacer todo lo posible por no mostrar demasiado interés en temas creativos o intelectuales.” (William Pollack, “Real boys”, 1999, p. 16).

Aunque la organización formal del centro educativo pretenda regular el sistema de valores mediante declaraciones del ideario del centro, o precisando los roles y normas mediante reglamentos internos, en la realidad práctica eso no resulta fácil de conseguir. Un ejemplo es el patio escolar, donde se manifiestan con fuerza las diferencias de género y donde puede verse cómo se resiente la mixticidad cuando el alumno tiene posibilidad de relacionarse libremente.

Para desesperación de los más confiados en la fuerza de los reglamentos, las interacciones entre iguales que se producen en la escuela constituyen un componente casi autónomo y difícil de regular por los profesores o la planificación escolar. Y, lamentablemente, con frecuencia se plantea una doble cultura de género en las aulas, muchas veces con valores contrarios a los objetivos de la escuela. Por eso, hay que estudiar desde una perspectiva de género si el modo de organizar la escuela puede influir positivamente sobre las dinámicas interiores del grupo, y plantear así la propuesta de la escuela single-sex como modelo escolar de última generación (cfr. Jaume Camps i Bausell, “Inteligencia de género para la escuela”, 2015, pp. 87-104).