Caso práctico de Educación de los sentimientos nº 3

SITUACIÓN:

Mónica tiene 16 años y es la menor de la casa. Sus dos hermanos mayores han sido siempre estudiantes brillantes. Ella, en cambio, va sacando los cursos con dificultad. Dedica muchas horas al estudio, pero le rinden poco y se siente decepcionada. Sus padres están preocupados, pues con frecuencia la ven triste y abatida. Por los comentarios que hace, tiene una fuerte tendencia a compararse con sus hermanos y con sus amigas, y eso hace que esté arraigando en ella un cierto complejo de inferioridad.

Una tarde, charlando con su madre a la vuelta de clase, Mónica se desahogó: “Mamá, es que no lo entiendes, es horrible. Veo que lo que yo tardo una tarde entera en estudiar, y luego además casi ni me acuerdo, en cambio mi compañera lo estudia en una hora. Y yo me paso encerrada todo el fin de semana estudiando, y ella, en cambio, no estudia nada y saca luego mejor nota. Y estamos las dos igual de distraídas en clase, nos pregunta la profesora, y ella con dos ideas que se acuerda le sale una respuesta convincente, y yo, en cambio, me quedo sin saber qué decir. Cuando pienso en esto me pongo muy triste al ver que todas me aventajan y que es algo que nunca podré evitar, porque no puedo hacer nada por remediarlo…”.

OBJETIVO:

Superar un incipiente complejo de inferioridad.

MEDIOS:

Ganar en conocimiento propio y autoestima.

MOTIVACIÓN:

Transmitir seguridad a Mónica descubriendo y potenciando sus puntos fuertes.

HISTORIA:

La madre de Mónica quedó bastante impresionada tras aquel desahogo de su hija. Por la noche lo comentó con su marido. Estuvieron charlando un buen rato sobre el tema. Pensaron en cómo podrían hacer entender a Mónica que no podía pasarse la vida lamentándose de los talentos que no tenía. “Quizá lo primero –pensaron– es que se dé cuenta de que tiene talento para muchas cosas”.

Repasaron diversas posibilidades. Concluyeron que su hija tenía muchas virtudes: era generosa, sincera, leal. Además, se le daba bien el deporte, tenía buen oído para los idiomas y era muy rápida e intuitiva para la tecnología. Al llegar a esto último, ella tuvo una idea: “Podemos empezar por eso. Voy a proponerle a Mónica que me acompañe a la oficina el miércoles por la tarde, que ella no tiene clase”.

RESULTADO:

A Mónica le hizo ilusión ayudar a su madre en la oficina. Fueron varias horas de trabajo muy intenso, y quedó bien patente que la chica era muy eficaz. Una compañera del trabajo lo comentó, y se veía que Mónica se derretía de satisfacción al oírlo.

El miércoles siguiente fue muy parecido, pues en la oficina estaban con muchísimo trabajo pendiente. El punto culmen fue cuando se descubrió que Mónica leía y escribía en inglés con gran soltura: de nuevo se escucharon diversos elogios, que resultaron muy oportunos.

De vuelta a casa, la chica estudiaba con más ganas. Por la noche lo comentaba con su madre: “Esta tarde me ha cundido muchísimo. Hemos trabajado tres horas, luego he estudiado otras dos, y estoy menos cansada que otros días que no hago ni la mitad”.

Su madre la escuchó un rato, y poco a poco fue dejando caer algunas de las ideas que había ido leyendo sobre el tema en esos días (era una persona de las que le gustaba documentarse). Habló a su hija de cómo las personas que sufren con esas preocupaciones, deben convencerse de que no es verdad que estén en casi todo en inferioridad de condiciones, ni que sus limitaciones no tengan remedio. Que la naturaleza suele otorgar sus dones de forma más repartida de lo que parece. Que otras personas con limitaciones muy superiores han triunfado en la vida y han sido muy felices. Que junto a esas limitaciones poseen muchas otras cualidades, probablemente más importantes que esas otras que tanto le deslumbran en los demás. Que tantas veces, además, el que tiene menos talento pero se esfuerza por hacerlo rendir, aunque le parezca escaso, acaba finalmente por superar a otros mucho más capacitados.

Mónica entendió que no podía contemplar constantemente su vida como lo que habría podido ser si hubiera nacido con otras dotes, o si hubiera actuado de modo distinto. Que podía y debía vivir aceptándose como era, sacando partido a su talento natural. También descubrió que su falta de autoestima le hacía aspirar a poco, y que eso le hacía exigirse poco, y que por eso con facilidad se autoengañaba con ensoñaciones que procedían fundamentalmente de la pereza. Mónica entendió que lo mejor en la vida es ser el que somos y procurar ser cada día un poco mejor. En pocas semanas su actitud vital cambió notablemente.