Gianna Beretta Molla: Cuando el amor se convierte en una prueba heroica

Por Rafael Arce Gargollo No pensó que llegaría a ser modelo de nada, pero el 24 de abril de 1994, Juan Pablo II la ha añadido al catálogo de las mujeres que han vivido heroicamente, precisamente dentro del Año de la Familia.

Aquel día fue uno de esos domingos soleados de la primavera romana. En la Plaza de San Pedro, el Papa ha pronunciado estas solemnes palabras ante una inmensa multitud y el mundo entero: Nos, después de haber escuchado el parecer de la Congregación de las Causas de los Santos, con nuestra autoridad apostólica concedemos que la venerable Sierva de Dios Gianna Beretta Molla, de ahora en adelante pueda ser llamada Beata y se pueda celebrar su fiesta todos los años en los lugares y del modo establecido por el Derecho…. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El coro de la capilla Sixtina y toda la asamblea subrayan estas palabras con un triple Amén cantado con gran solemnidad y comienza un larguísimo aplauso. Entre tanto, en la fachada de la Basílica se descubre el tapiz con la figura de Gianna Beretta. Entre los miles de peregrinos y en un lugar privilegiado están Pietro Molla, su marido —director de una empresa industrial en Milán— y sus hijos, que aplauden más fuerte aún: Pierluigi, Maria Zita, Laura Enrica y la más pequeña, Giannina, que tiene mucho que ver en toda esta historia.

Es la primera vez en este siglo que un Papa eleva a los altares a una madre de familia que ha ido semanalmente al mercado, conducido su propio automóvil para llevar a los niños al colegio o al dentista; que ha firmado cheques para gastos familiares y que ha visto televisión, además de trabajar fuera de casa, con los apuros normales de una familia de clase media. Es una mujer metida de lleno en los mil avatares e incidencias de cualquier familia: hacer treinta y seis cosas por la mañana y veintinueve por la tarde, incluido que los niños hagan la tarea, se bañen, cenen y se acuesten. Aunque adora a sus hijos, de vez en cuando les pega un grito…, porque, a veces, son inaguantables y le colman la paciencia. Más tarde, ha de esperar a su esposo y comentar, en la sobremesa de la cena, los sucesos del día y otras preocupaciones. A veces está agotada, le duele la cabeza, pero es feliz. Años más tarde, Gianna logrará la conversión de Pietro. Está más enamorada de él que cuando eran novios. En aquella casa cada día pasa más o menos lo mismo, pero con amor distinto. Sin saberlo siquiera, Gianna va que vuela a la santidad, a esa meta que está más al alcance de lo que solemos imaginar. Es que la santidad es para todos, también para cualquier ama de casa.

Gianna Beretta Molla (1922-1962) se supo siempre llamada por Dios a la vocación de madre de familia. Su esposo recuerda que al poco tiempo de hacerse novios, ella le escribía en una carta: querría hacerte feliz y ser la que tú deseas: buena, comprensiva y preparada para los sacrificios que la vida nos pida. Quiero formar una familia verdaderamente cristiana. Pasados los años, Pietro declarará: “Durante los seis años y medio de matrimonio, lo que más me impresionó fue que era muy trabajadora, y el sagrado respeto que tenía por la vida, don maravilloso de Dios, su confianza plena en Dios. Me impresionaba su gran alegría cuando nacían los hijos.” Pero no todo fue rutina o estar encerradita en casa. Esta madre de familia también vive en las entrañas del mundo que le rodea. Antes de casarse en 1955, hace estudios de Medicina en Milán y Pavía, y se especializa en Pediatría. Es fuerte y equilibrada. Por si fuera poco, saca tiempo para otras ocupaciones y aficiones: le gusta la montaña y es esquiadora experimentada. Tiene muchos intereses culturales, ama sobre todo la música, toca el piano, de vez en cuando pinta algunos cuadros y asiste al teatro. Y como es muy organizada, otros ratos de la semana se le van en conferencias para jóvenes y obras sociales en favor de ancianos. Tiene vida espiritual intensa, pero sin rarezas, donde hay trato con Dios, normas diarias de piedad, sencillas y discretas, que se entrelazan en el propio quehacer. Quiero temer al pecado mortal —dirá alguna vez— como si fuese una serpiente; mil veces morir antes que ofender al Señor. Algo hay en ella que se nota a leguas: una personalidad sencilla y atractiva, un rostro siempre sonriente y una extraordinaria naturalidad.

Un cementerio para 50 millones de niños Al tercer mes del cuarto embarazo, un fibroma en el útero amenaza la vida de su hijo. Como médico, Gianna sabe muy bien de qué se trata: deberá internarse en el hospital y someterse a una seria operación quirúrgica para extraerle el tumor. Como solución rápida y segura del problema los médicos aconsejan el aborto, pero Gianna insiste: —No lo permitiré jamás. No se preocupe por mí, basta que vaya bien el niño… Es valiente. Es que a veces no hay más remedio que ir contracorriente, cuando la mentalidad comodona y materialista de la sociedad en que vivimos, se vuelve “experta” en soluciones fáciles (o egoístas) para resolver los problemas de la vida matrimonial. Sin dudarlo, hoy en día, muchas voces (marido, hermanos, parientes, amigas) también hubieran persuadido a Gianna con amenazas o ironías: —No te hagas la mártir….

—No está el tiempo para heroísmos cuando ya la vida tiene sus propias penas…

—Mira: te lo digo como amiga y con la experiencia y gran cariño que te tengo desde hace tantos años… En estos casos lo mejor y más práctico es abortar o esterilizarse cuando vengan las primeras complicaciones de la maternidad…

Pero Gianna sabe bien que, si peligra la vida de la madre, no es lícito moralmente practicar el aborto, como si se tratara de elegir: o la vida de ella o la del niño. En esos casos no hay que intentar directamente la muerte de nadie sino poner todos los medios para salvar a los dos, aunque luego por circunstancias ajenas a la voluntad muera uno o ambos. ¿Por qué? Porque cada vida humana, individual, cada ser humano desde el seno de su madre tiene el derecho inalienable de existir: nadie puede decidir por otro, que está por nacer, si ha de vivir o no…. Por lo menos habría que preguntarle antes al niño, por el aparato de ultrasonido si esto fuera posible, si está de acuerdo en desaparecer de este mundo….

Quien negare la defensa de la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida cometería una gravísima violación al orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad. ¿Qué sentido tendría hablar de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un inocente, o se llega incluso a facilitar los medios o servicios, privados o públicos, para destruir vidas humanas indefensas [1].

No es exagerada esta denuncia si se miran los números escalofriantes de abortos que se cometen cada año: se calcula que un total de 50 millones en el mundo entero. Se ha dicho muchas veces, con razón, que vivimos en una civilización de la muerte, de verdugos, porque los seres humanos damos continuamente muerte a nuestros propios hijos. Este siglo XX ha estado marcado mas que ningún otro por el signo de la muerte de vidas humanas: nunca hubo tantos millones caídos en las guerras, o las víctimas del terrorismo, de la violencia en todas sus formas. Pero sobre todo del gran exterminio de los que no nacen por el aborto y la mentalidad anti-vida que promueve la eutanasia, por la que se quita la existencia a enfermos incurables declarados “inútiles” a la sociedad.

A este cementerio de víctimas de la crueldad humana de nuestro siglo, se agrega otro gran cementerio: el de los no nacidos. Cementerio de los indefensos, cuyos rostros ni siquiera sus propias madres conocieron, aceptando o cediendo a presiones para que se les quitara la vida antes de nacer. Pese a ello, ya tenían la vida, ya estaban concebidos y se desarrollaban bajo el corazón de sus madres, sin presentir el peligro mortal. Y, cuando esta amenaza fue un hecho, estos seres humanos indefensos intentaron defenderse. La cámara de cine ha filmado esta defensa desesperada de un niño no nacido que siente la agresión en el seno de la madre. (Una vez vi un documental de este tipo; hasta el día de hoy no puedo liberarme de su recuerdo; no puedo liberarme). Es difícil imaginar ese drama horrendo en su elocuencia moral y humana [2] ¿Qué hacer con los hijos no deseados? Gianna Beretta se sometió el 6 de septiembre de 1961 a la operación para extraerle el tumor. Llena de confianza en Dios prosiguió su embarazo. Los siete meses siguientes estuvieron llenos de molestias y riesgos. El Sábado Santo, 21 de abril de 1962 dio a luz a su hija Giannina. Una semana después, el 28 de abril, edad murió a consecuencia de las complicaciones. Se convirtió, por llamarle de algún modo, en mártir del amor materno.

No era insensible ni fanática. Pedía a Dios por la salvación suya y de su hijo. Sufrió mucho ante este grave dilema. Amaba profundamente la vida de ambos, pero se hacía este razonamiento que sólo entiende una madre embarazada con varios hijos: el hijo que tengo en el vientre tiene los mismos derechos a vivir que mis demás hijos, o incluso más porque este sí que tiene una absoluta necesidad de su madre. Si yo me muero por continuar con mi embarazo no soy injusta con ellos ni con mi esposo. Es tan grave la obligación de dar a luz a este hijo como la de cuidar de mi familia. Pero en el caso de morir por salvarlo, podré confiar por completo su educación a mis parientes o a otras personas. Lo pensó bien, pidió consejo y concluyó con lógica. Pero no con lógica matemática o comodona, sino “materna”. Dios no me pide nunca imposibles, pero eso no significa que yo no deba afrontar mis propios deberes, también cuando cuestan o en circunstancias difíciles o límites. Dios no puede contradecirse: El mismo que ha dicho “No matarás” es el que me manda respetar la vida que me ha confiado y está por nacer.

La misma lógica de madre hace ver que todo niño que es concebido ya es un don. Con frecuencia puede ser muy difícil de aceptar (dificultades de salud, económicas, etc.), pero siempre es un regalo inestimable. Un nuevo hijo nunca es un intruso, un agresor, sino un ser indefenso que espera ser acogido y ayudado. Ya es una persona humana (aunque sea pequeñita de tamaño) y, por tanto, tiene derecho a que sus padres no le priven del don de la vida —el primero y más fundamental de todos los derechos, y sin el cual no tiene sentido defender los demás—, aunque eso exija un sacrificio, y a veces grande o heroico.

Pero, —se oyen reclamos de este tipo—: ¿Por qué la Iglesia Católica es tan exigente y no nos comprende? ¿Qué no advierte que miles o millones de mujeres llevan en su seno nuevas vidas sin su consentimiento? Como si las mujeres que abortan lo hicieran por sanguinarias o malvadas. Entonces, ¿qué hacer con tantas mujeres que viven sumidas en la pobreza más absoluta, o que han sufrido una infame agresión o son víctimas del egoísmo de los varones, y por eso van a ser madres? ¿Tampoco en esos casos es lícito privar de la vida a esas criaturas? Es éste un problema muy doloroso y complejo, de gran repercusión social, pero al que no se le puede dar una y única solución: o el aborto o nada. Lo que hay que hacer es ser de verdad solidarios con las mujeres (muestra de un auténtico feminismo, que será doblemente mayor si la que está por nacer…. es niña). Si la futura madre sufre ya tremendamente por todo lo que le está ocurriendo, y no podrá cuidar de la criatura, no por eso merece que se le dé muerte al niño. Lo que hay que hacer es salir en ayuda de esas pobres madres embarazadas y liberarlas de sus miedos, y de las amenazas de esa sociedad de verdugos. Ayudarle a que dé a luz a su hijo y, si ella lo desea libremente, que lo entregue, por ejemplo en adopción o cuiden de él otras personas cercanas a su familia o promover más instituciones —las hay— que presten estas urgentes ayudas. ¡Cuántos matrimonios hay, que no han tenido descendencia, que se mueren de ganas por adoptar un hijo! Decía una vez, a gritos, la célebre Madre Teresa de Calcuta, en un discurso a miles de mujeres:—¡Si no quieren a sus hijos, no los maten. Dénmelos y yo los cuido! Pasaron dieciséis años desde la muerte de Gianna, cuando el entonces Arzobispo de Milán y los 16 obispos de la conferencia de Obispos de Lombardía, pidieron la introducción del proceso de beatificación de esta mujer que fue declarada “ejemplo de gran actualidad en este mundo nuestro, donde el derecho a la vida se desconoce y se niega”. Nos regala en vísperas del tercer milenio una lección muy actual de respetar el derecho a nacer.

El amor disipa todos los miedos Gianna Beretta Molla es una señal del tiempo presente, una invitación a defender la vida, a respetarla y hasta entregarla según las palabras de Cristo: Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Juan 15, 13). En la ceremonia de su beatificación, Juan Pablo II decía que en esta gran mujer quería rendir homenaje a todas las madres valientes, que sufren al dar a luz a sus hijos y luego están dispuestas a soportar cualquier esfuerzo, afrontar cualquier sacrificio, para transmitirles lo mejor de sí mismas. La maternidad puede ser fuente de gozo, pero también puede llegar a ser manantial de sufrimientos y, a veces, de grandes desilusiones. En este caso, el amor se convierte en una prueba, a menudo heroica, que cuesta mucho al corazón de una madre. Hoy queremos venerar no sólo a esta mujer excepcional, sino también a las que no escatiman esfuerzo para educar a sus hijos.

Tomado de www.encuentra.com [1] Juan Pablo II, Discurso a las Familias, Madrid, 2 de noviembre de 1982. [2] Juan Pablo II, Discurso en Radom, Polonia, 4 de junio de 1991.