Jaime Nubiola, “La marea negra de la pornografía”, Aceprensa, 11.IX.2003

La pornografía es uno de esos temas de los que se habla poco, pero influye mucho. En la sociedad occidental solo se considera verdaderamente reprobable la denominada “pornografía infantil”, y, a juzgar por las reacciones que suscita cualquier intento de contener otras modalidades, hay más adicción de la que parece. También la “pornografía de lujo”, que pretende ser aceptada bajo el término de “erotismo”, se abre paso en los medios de comunicación, la publicidad o las modas. Por eso es interesante clarificar términos y deslindar campos, como lo hace el filósofo Jaime Nubiola en este texto, síntesis de una conferencia. En nuestra sociedad hay una notoria contradicción en toda esta materia, pues si bien relega la pornografía a las salas X, a las zonas especiales de los videoclubs o las sex shops sin escaparates, valora por el contrario muy positivamente el erotismo tal como muestran constantemente los medios de comunicación, la publicidad o las modas. Las transparencias y exhibiciones de las modelos en los desfiles de alta costura son un preciso indicador de este ambiente erotizado que multiplican los medios de comunicación. Quizá por ello muchas personas tienden a pensar que el erotismo es un valor cultural que puede llegar a ser un arte exquisito y sofisticado, mientras que la pornografía no sería otra cosa que el erotismo degradado para consumo de los incultos, pobres, o viciosos. (…) Signos como estímulos Se dice de la pornografía que es difícil de definir, pero muy fácil de reconocer (…) Puede resultarnos todavía más útil lo que escribió a este respecto el novelista Walker Percy, refiriéndose en particular a los libros: “La pornografía se diferencia de otros escritos en que hace algo que los otros libros no hacen. Hay novelas que aspiran a entretener, a decir cómo son las cosas, a crear personajes y aventuras con los que el lector pueda identificarse. En cambio, la pornografía hace algo completamente diferente: trata de modo completamente deliberado de excitar sexualmente al lector. Esto es algo en lo que podemos estar de acuerdo los cristianos y los no cristianos, los científicos y los profesores de lengua, pues no tiene gran misterio. La pornografía, que es una transacción con signos, no es realmente diferente de la salivación del perro de Pavlov al oír el sonido de la campana que ha aprendido que ‘significa’ que llega la comida”.

“Entonces, ¿qué es lo permitido? Quiero decir lo permitido por un escritor serio y un lector serio. La única regla que sigo es la de permitir todo lo que sirva al propósito artístico de la novela. (…) Si tengo una determinada verdad o una forma artística para una novela, y escribo una escena que es tan explícita sexualmente o tan explícitamente violenta que el lector se distrae, sea por estimulación, es decir, por excitación sexual, sea por asco y disgusto, he perdido entonces al lector o a la lectora y he fallado como novelista” (1).

Esta descripción nos proporciona una verdadera definición pragmática de “pornografía”. Son obras pornográficas aquellas que se hacen, se comercializan y se consumen como excitantes sexuales (2). No es una cuestión de qué se exhibe, hasta dónde se enseña, sino que guarda relación directa con los propósitos de sus autores. Se trata de productos comerciales diseñados para producir o favorecer la excitación sexual de la audiencia encarnando sus fantasías sexuales (3). (…) Sin embargo, las fronteras de demarcación entre estos productos y la llamada “pornografía de lujo” –que aspira a ser aceptada bajo el rótulo de “erotismo”– son del todo borrosas. Nadie duda de la fuerte carga pornográfica de películas como Emmanuelle, El último tango en París, Instinto básico, o de algunas películas españolas que al distribuirlas en Estados Unidos han debido ser “podadas” para evitar su confinamiento en las salas X. Se trata de productos con una notable inversión económica, que aspiran a aunar una cierta calidad técnica con un mayor éxito comercial mediante la explotación publicitaria de la novedad transgresora en materia sexual, intercalada con otras escenas de notable valor lírico o con historias de gran fuerza expresiva. (…) Cuando el desnudo es arte (…) La tradición católica ha convivido con el desnudo bastante bien, quitando y poniendo estratégicas hojas de parra al vaivén de los cambios de la sensibilidad cultural en esta materia, incluida la Capilla Sixtina. La enseñanza de la Iglesia católica en todo este campo “no es efecto de una mentalidad puritana ni de un moralismo estrecho, así como no es producto de un pensamiento cargado de maniqueísmo” (4): no está en contra del desnudo artístico, sino radicalmente en contra de la desnaturalización del sexo mediante su utilización comercial o su deliberada exhibición ante terceras personas, porque tales conductas degradan la dignidad de la comunicación sexual y envilecen a las personas. (…) A este respecto, vale la pena recordar la luminosa enseñanza de Juan Pablo II en su catequesis de 1981: “En el decurso de las distintas épocas, desde la antigüedad –y sobre todo, en la gran época del arte clásico griego– existen obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su desnudez; su contemplación nos permite centrarnos, en cierto modo, en la verdad total del hombre, en la dignidad y belleza –incluso aquella ‘suprasensual’– de la masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en sí, como escondido, un elemento de sublimación, que conduce al espectador, a través del cuerpo, a todo el misterio personal del hombre. En contacto con estas obras –que por su contenido no inducen al ‘mirar para desear’ tratado en el Sermón de la Montaña–, de alguna forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que corresponde y es la medida de la ‘pureza del corazón’”.

Reducido a objeto Digámoslo con otras palabras, el desnudo es –puede ser cuando es artístico– hermoso, muy hermoso e incluso tira de nosotros “hacia arriba”: es un elemento de sublimación. A mí me gusta recordar el comentario incidental que hace Juan Pablo II en su carta apostólica Mulieris dignitatem con ocasión del relato bíblico de la creación de Eva. Recordáis la escena: Dios ha infundido un sueño profundo a Adán y forma de su costilla a Eva. Al despertarse Adán y ver a Eva desnuda enfrente de él, grita: “¡Eres carne de mi carne y hueso de mis huesos!” y añade el Papa: “La exclamación del primer varón al ver la mujer es de admiración y de encanto: abarca toda la historia del ser humano sobre la tierra” (5). (…) Sin embargo, prosigue Juan Pablo II, “hay también producciones artísticas –y quizás más a menudo reproducciones [fotografías]– que suscitan objeciones en la sensibilidad personal del hombre, no por causa de su objeto –pues el cuerpo humano, en sí mismo, tiene siempre su inalienable dignidad–, sino por causa de la cualidad o modo en que se reproduce artísticamente, se plasma, o se representa. (…) Es bien sabido que a través de estos elementos, en cierto sentido, se hace accesible al espectador, al oyente, o al lector, la misma intencionalidad fundamental de la obra de arte o del producto audiovisual. Si nuestra sensibilidad personal reacciona con repugnancia y desaprobación, es porque estamos ante una obra o reproducción que, junto con la objetivación del hombre y de su cuerpo, tiene una intencionalidad fundamental que supone una reducción a rango de objeto, de objeto de ‘goce’, destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma. Esto colisiona con la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional del arte y de la reproducción” (6).

(…) Desde esta perspectiva se descubre fácilmente que no tiene mayor valor aquella supuesta distinción entre “pornografía” y “erotismo” de la que venimos hablando. Cuando aquí se habla de “erotismo” no me estoy refiriendo a la ternura, a la sugerencia, a las caricias, o a la intimidad sexual, sino más bien al arte erótico, a la objetualización del estímulo sexual.

La pornografía, explotación sexual La pornografía existe en la literatura universal con cierta profusión al menos desde los griegos: a cualquier ciudadano de principios del siglo XXI el Lisístrata de Aristófanes sonroja todavía por su procacidad. Obras de este tipo, aunque se presenten a veces como literatura o arte, no son más que pornografía. Machado la llama “esa baja literatura que halaga no más la parte inferior del centauro humano” (7) o Magris –utilizando una expresión de Céline– la califica como el “bidet lírico” (8). Como señaló agudamente Steiner, a pesar de los frecuentes elogios acerca de la potencialidad creativa del sexo, la cruda realidad de la pornografía es siempre monótonamente la misma y “no tiene una importancia literaria eminente” (9).

En cambio, lo que sí ha cobrado una creciente importancia a lo largo del siglo XX es la pornografía audiovisual tanto por el formidable crecimiento de los medios de comunicación audiovisuales –en los últimos años Internet – como por la denominada “revolución sexual” de los años 60, que ha hecho prácticamente banal tanto la exhibición de la intimidad conyugal como de todo tipo de perversiones. Realmente, en nuestra sociedad occidental sólo se considera verdaderamente reprobable la denominada “pornografía infantil”, esto es, el abuso sexual de niños (10), mientras que las demás conductas sexuales se presentan simplemente como “opciones sexuales” de seres humanos adultos.

Contra la mujer (…) La pornografía es consumida principalmente por varones (11), y las películas pornográficas para varones incluyen elementos y temas sistemáticamente ofensivos y degradantes para las mujeres: las mujeres suelen ser presentadas explícita o de una manera implícita como esclavas sexuales (12). (…) Las afirmaciones que acabo de hacer resultan de una gran importancia para entender la pornografía y dan también razón de que el origen clásico del término “pornografía” sea el de escritura (grafía) relativa a la prostitución (porneia). Para sus consumidores las imágenes pornográficas son un sustituto audiovisual de la prostitución, más higiénico, más económico, e incluso puede que más práctico.

(…) En la última década viene desarrollándose con singular fuerza el movimiento, originado en Canadá y en auge en Estados Unidos, para la eliminación de la pornografía no por motivos religiosos, sino por la constatación empírica de que las películas pornográficas causan daño a las mujeres, no sólo a las que toman parte en la filmación, sino también a las que son violentadas por los varones excitados por esas películas o que han aprendido en ellas nuevas prestaciones (13).

Heridas en la sensibilidad (…) ¿Cómo influye la pornografía en la vida real de sus consumidores? Los estudios científicos disponibles no llegan todavía a un consenso total (14), pero para nuestros propósitos me parece muy certera la expresión de que esas películas pueden herir la sensibilidad del espectador. Más aún con esa expresión lo que quiere afirmarse es que esas imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador hasta el punto que se fijen de modo indeleble en su memoria. No me estoy refiriendo sólo a aquel espectador que tenga una sensibilidad enfermiza, obsesiva o deteriorada, sino en particular a la del espectador sano y normal, y para ello apelo a la experiencia personal de cada uno y al archivo de imágenes repugnantes que almacena muy a su pesar en su memoria.

(…) El negocio pornográfico es una brutal explotación del impulso sexual de los machos, pero, quizá casi a partes iguales, vive también de la curiosidad natural. Lo extraordinario es llamativo, atrae nuestra atención. Se trata de lo que Laumann ha denominado el “gaper phenomenon”, el fenómeno del asombro que nos deja boquiabiertos: “Hay curiosidad por cosas que son extraordinarias y fuera de lo corriente. Es como pasar en coche junto a un horrible accidente. Nadie querría estar envuelto en él, pero todos reducimos la velocidad para mirar” (15). Esta poderosa tendencia humana en pos de lo novedoso, de emociones nuevas y de “sabores fuertes” explica nuestra atención privilegiada a lo extraordinario, a lo anormal y a lo desviado que cautiva nuestra atención. También ayuda a comprender el fenómeno de la producción cinematográfica que hemos denominado “pornografía de lujo”, en la que la excitación sexual se dosifica “prudentemente” junto con los sentimientos, la aventura o incluso el lirismo.

Un claro rechazo ¿Qué se puede hacer para afrontar la “marea negra” de la pornografía? 1) Rechazar sistemáticamente la pornografía en todas sus formas y denunciar su carácter degradante tanto para las mujeres en ella utilizadas como para los consumidores. La pornografía no es tanto la explicitación de la genitalidad, como el establecimiento de unas cadenas de excitación y consumo –de verdadera explotación– entre creadores o productores y audiencia. En este sentido, la pornografía sería una adicción plenamente asimilable a la droga, tanto por el volumen de negocio que mueve, como por la borrosa distinción entre drogas duras y blandas (hard y soft porn), o incluso por la ingenua tolerancia satisfecha que se tiene acerca de ella en muchos países democráticos en nombre de la libertad de expresión. (…) 2) Luchar por la erradicación de la excitación sexual en los medios de comunicación. La influencia más negativa y general de la pornografía o el erotismo es que empobrece la imaginación de varones y de mujeres hasta el punto de llegar a conformar reductivamente las relaciones entre ellos. Como las relaciones entre las personas están mediadas por su imaginación, la sistemática reducción de las relaciones entre mujeres y varones en términos de mutua excitación sexual es una degradación violenta de nuestra humana condición. (…) 3) Exigir una clara identificación de los productos pornográficos como peligrosos y contaminantes de nuestro entorno moral e intelectual para mantenerlos lo más lejos posible, cuando no puedan ser eliminados (16). Como escribiera C.S. Lewis, “cuando los venenos se ponen de moda, no dejan de matar” (17).

(…) Por eso, se alzan voces cada vez con más fuerza defendiendo el “derecho a la desinformación”, el derecho a no tener noticia de la intimidad sexual de otras personas, o de la perversión o las barbaridades de nuestros congéneres, tal como se empeñan en presentarnos los telediarios –que compiten a base de “morbo” por su cuota de audiencia – o incluso los periódicos de información general.

Educar la imaginación y el corazón 4) Empeñarse en educar la imaginación y el corazón de uno mismo y de los demás. (…) Es preciso que nos empeñemos en un proceso de purificación del clima social (18), que pasa no sólo por la eliminación o contención de los productos contaminantes, sino también y sobre todo por la difusión de estilos de vida creativos y solidarios, capaces de hacer más felices a los seres humanos.

(… ) Un mundo sin pornografía sería un mundo mucho mejor que el actual. Si hay pornografía es –además de una consecuencia del pecado original– porque la vida cotidiana no llena su imaginación. Dejadme que cite un texto de Simone Weil que expresa bien esta paradoja de la imaginación humana: “El mal imaginario es romántico, variado; el mal real, triste, monótono, desértico, tedioso. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagante” (19). Así es la imaginación humana y por eso hace falta educar la propia imaginación purificándola y desarrollándola de manera creativa.

En este sentido, la literatura y el cine tienen un papel decisivo en el cultivo de la imaginación. Su misión no es simplemente el entretenimiento, sino la educación más plena del ser humano, la educación del corazón (20): son el mejor invento para ensanchar nuestra experiencia humana, para cultivar nuestro corazón, para educar nuestra imaginación. A través de algunas películas o novelas nuestra experiencia personal, tantas veces inexplicable, se ilumina hasta llegar a formar parte de la experiencia universal humana (21). En particular estoy persuadido de que el cine y la literatura pueden ser el medio más eficaz para que los varones aprendamos de la experiencia de las mujeres y las mujeres aprendan de la de los varones, y sobre todo para que unas y otros aprendamos a tratarnos mutuamente como personas.

(1) W. Percy, Signposts in a Strange Land, Farrar, Straus & Giroux, New York, 1991, págs. 362-363. (2) Una definición semejante puede encontrarse en D. Jones (ed.), Censorship. A World Encyclopedia, Fitzroy Dearborn, London, 2001, vol. 3, 1907: “Pornography is the depiction of sexual behaviour in the arts and media that is intended to cause or does cause sexual arousal”. (3) D.L. Mosher, “Pornography Defined: Involvement Theory, Narrative Context, and Goodness of Fit”, Journal of Psychology and Human Sexuality, 1 (1988), 67-85. (4) Juan Pablo II, Audiencia general, 29 abril 1981, en La redención del corazón, Palabra, Madrid, 1996, 254. (5) Juan Pablo II, Mulieris dignitatem (1988), 10. (6) Juan Pablo II, Audiencia general, 6 mayo 1981, en La redención del corazón, 258. (7) A. Machado, Los complementarios, Losada, Buenos Aires, 1968, 143. (8) C. Magris, El Danubio, Anagrama, Barcelona, 1989, 46. (9) G. Steiner, “Night Words”, Language and Silence. Essays 1958-1966, Faber & Faber, London, 1985, 91. Para un cuidadoso estudio de esta cuestión, puede verse R. Shattuck, Conocimiento prohibido. De Prometeo a la pornografía, Taurus, Madrid, 1998. (10) T. Sancton, “Preying on the Young”, Time, 2 septiembre 1996, 22-25. (11) Un estudio de la Carnegie Mellon sobre pornografía en Internet aportaba los datos de que el “98,9% de los consumidores on-line de pornografía son varones. Y hay algún indicio de que del restante 1,1% muchas son mujeres pagadas para tomar parte en las chat rooms y en los boletines para que los clientes se sientan más a gusto”. P. Elmer-Dewitt, “On a Screen Near You: Cyberporn”, Time, 3 julio 1995, 38. (12) Cf. G. Cowan y K.F. Dunn, “What Themes in Pornography Lead to Perceptions of the Degradation of Women?”, Journal of Sex Research, 31 (1994), 11-21; D. Linz y N. Malamuth, Pornography, Sage, Newbury Park, CA, 1993, 4. (13) M. Serrill, “Smut that Harms Women”, Time, 9 marzo 1992, 48; K. Mahoney, “Por una sociedad más limpia”, Nuestro Tiempo, diciembre 1992, 86-91; C. MacKinnon, Only Words, Harvard University Press, 1994; M. Le Doeuff, El estudio y la rueca. De las mujeres, de la filosofía, etc., Cátedra, Madrid, 1993. (14) D. Zillmann, “Effects of Prolonged Consumption of Pornography”, en D. Zillmann y J. Bryant (eds.), Pornography: Research Advances and Policy Considerations, Lawrence Erlbaum, Hillsdale, NJ, 1989, 127-157; D. Zillmann, “Influence of Unrestrained Access to Erotica on Adolescents’ and Young Adults’ Dispositions toward Sexuality”, Journal of Adolescent Health 27 Sup. (2000) 41-44 y R.J. Harris, “El impacto de los media explícitamente sexuales”, en D. Zillmann y J. Bryant (eds.), Los efectos de los medios de comunicación. Investigaciones y teorías, Paidós, Barcelona, 1996, 329-364; véase también D. Linz y N. Malamuth, Pornography, 16-28 y el reciente estudio de C. Rogala y T. Tydén, “Does Pornography Influence Young Women’s Sexual Behavior?”, Women’s Health Issues 13 (2003), 39-43, que da noticia de bibliografía relevante. (15) E. Laumann, Sex in America, 1994; P. Elmer-Dewitt, “On a Screen Near You: Cyberporn”, 40. (16) Cf. R. Shattuck, Conocimiento prohibido, 359. (17) C.S. Lewis, A Preface to “Paradise Lost”, cap IV; cf. R. Shattuck, Conocimiento prohibido, 347. (18) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2525. (19) S. Weil, La gravedad y la gracia, Trotta, Madrid, 1994, 111. (20) N. Grimaldi, “El aprendizaje de la vida a través del cine y la literatura”, Nuestro Tiempo, diciembre 1994, 116-125. (21) W. Percy, Signposts in a Strange Land, 359. Jaime Nubiola (jnubiola@unav.es) es profesor agregado de Filosofía en la Universidad de Navarra.

Publicado en Aceprensa, Servicio: 121/03, 11.IX.03