Alfonso Aguiló, “Alardes y vanidades”, Hacer Familia nº 196, 1.VI.2010

Cicerón y Demóstenes fueron dos de los más grandes oradores de la antigüedad. Cuando Cicerón hablaba, todo el mundo quedaba pasmado ante su capacidad oratoria. Era un hombre muy instruido, que sobresalió en toda clase de estilos, pero sus discursos y sus escritos transmiten un sutil deseo de hacer alarde de erudición. Demóstenes, en cambio, aunque también tuvo un extraordinario talento y superaba a todos los que competían con él en la tribuna y en el foro, cuando hablaba, la gente no quedaba tan impresionada, pero salía encendida, dispuesta a ponerse en marcha, a hacer cosas, y las hacía. Es quizá la diferencia entre una ostentación de destrezas retóricas y una verdadera comunicación.
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