Juan Manuel de Prada, “Unos embrioncitos de nada”, ABC, 18.II.2006

Mientras ocupan el debate público asuntos más estrepitosos (y triviales), se aprueba en el Congreso un proyecto de ley de reproducción asistida que ampara, bajo coartadas terapéuticas, la eugenesia y la clonación. Como no podía ocurrir de otra manera en una época desarmada moralmente, la ciencia se erige aquí en instancia suprema e inapelable: «Todo lo que se sabe hacer, se puede hacer», parece ser el lema. Esta mitificación de la ciencia como fuerza salvífica no ha mostrado reparos siquiera en pisotear la dignidad de la vida humana; de este modo, se ha llegado a aceptar la posibilidad execrable de «fabricar» vidas, servirse de ellas como material de experimentación y después destruirlas. Aprovechándose de la ingenuidad o la desesperación de mucha gente que se deja embaucar con falsas esperanzas, la propaganda justifica la perversidad de la clonación terapéutica pregonando que permitirá sanar enfermedades hoy incurables. Y con esta expectativa (que no es sino coartada que se sirve del sufrimiento ajeno), se convierte la vida humana en un producto de laboratorio y se destruyen alegremente unos embrioncitos de nada para extraerles células o tejidos, como si fueran proveedores de piezas de recambio.

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Alfonso Aguiló, “Los derechos de los demás”, Hacer Familia nº 144, 1.II.2006

Abraham Lincoln fue elegido miembro de la Cámara de Representantes del Estado de Illinois en 1834. A pesar de haber nacido en Kentucky, un estado donde se reconocía y ejercía la práctica de la esclavitud, siempre se opuso firmemente a ella. En 1837 fue uno de los dos miembros de la Cámara que firmó una propuesta abolicionista. Elegido miembro del Congreso de los Estados Unidos en 1846, pronto destacó por la formulación de un plan de emancipación gradual en el distrito federal de Columbia.

Al acabar su mandato como congresista federal, en 1849, regresó a Springfield para continuar ejerciendo su profesión como abogado. Pero en 1854, debido a su asombro ante la aprobación de la Ley Kansas-Nebraska, favorable a la esclavitud y promovida por el senador Stephen Arnold Douglas, decidió retornar a la política y se presentó contra él como candidato al Senado Federal, pero fue derrotado.

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Ignacio Aréchaga, “Religión en la escuela”, Aceprensa, 15.II.2006

Alianza de civilizaciones y religión en la escuela. No hay mejor caldo de cultivo para el conflicto que la ignorancia mutua.

La crisis internacional desatada por la publicación de las caricaturas de Mahoma ha revelado que no hay mejor caldo de cultivo para el conflicto que la ignorancia mutua: ignorancia europea de la sensibilidad religiosa islámica, e ignorancia musulmana de la sensibilidad democrática en Europa.

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Juan Manuel de Prada, “De rodillas y abrasaditos”, ABC, 6.II.2006

Mientras Irán, el país islámico que con mayor prontitud, entusiasmo y socarronería se ha adherido a la zapateril Alianza de Civilizaciones, enriquece uranio a toda pastilla, en Beirut y Damasco las turbas enardecidas incendian embajadas y consulados occidentales. El pensamiento débil preconiza que los principios de la tolerancia, el respeto y la convivencia deben regir nuestra relación con el Islam; pero suele olvidar que dichos principios degeneran en flatus voci cuando no se sostienen sobre una defensa convincente de los propios valores. Un mero análisis empírico nos demuestra que el Islam no ha producido instituciones políticas comparables a las que se han desarrollado en el seno de la civilización occidental. Sin embargo, parece prohibido afirmar que el modelo occidental es mejor que el islámico; así, todo diálogo se convierte en una forma de desistimiento. Y dicho desistimiento halla su primera expresión en la aceptación mansurrona de un lenguaje genuflexo. Cuando, por ejemplo, se afirma -para justificar el estallido de furia vesánica que ha desatado la publicación de las caricaturas de Mahoma- que la religión musulmana no es idólatra se insinúa tácitamente que la religión católica sí lo es, afirmación radicalmente falsa. La veneración de imágenes en la religión católica no se dirige a las imágenes en sí mismas, sino a la realidad que representan, el Dios encarnado que, a través de su representación iconográfica, se hace más próximo e inteligible al hombre. Gracias a que la iconoclasia no se impuso en Europa, la civilización occidental ha alcanzado cimas artísticas -Miguel Ángel, Caravaggio, El Greco- que le han sido vedadas a la civilización islámica. Pero definiendo la religión musulmana como contraria a la idolatría, en lugar de afirmar su fundamentalismo iconoclasta, el pensamiento débil soslaya las enojosas valoraciones negativas.

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Juan Manuel de Prada, “Reírse de Dios”, ABC, 4.II.2006

Sigo con fruición las evoluciones de la polvareda mediática provocada por la publicación de las caricaturas de Mahoma en un periódico danés. Será una ocasión formidable para comprobar -una vez más- la debilidad de Occidente, su incapacidad para defender los valores que pomposamente proclama, y también una oportunidad regocijante para desenmascarar la cobardía de ciertos valentones que no tienen rebozo en hacer escarnio de la religión… siempre que la religión escarnecida sea la cristiana, por supuesto. La primera reacción occidental ante la condena decretada por los fanáticos islamistas ha consistido en afirmar que la libertad de expresión es sagrada. Declaración grandilocuente e inexacta, pues la libertad de expresión debe estar sometida a otros derechos más elementales, cual es la propia dignidad del hombre. Del mismo modo que la libertad de prensa no puede amparar la descalificación gratuita y calumniosa de personas e instituciones, tampoco creo que deba proteger a quien agrede las creencias religiosas de una parte de la sociedad, pues dichas creencias forman parte del meollo mismo de la dignidad humana. Naturalmente, que la libertad de expresión no justifique el exabrupto pedestre o chabacano contra tal o cual religión no significa que no se pueda ironizar sobre la religión, o satirizar las imposturas de sus fieles y jerarquías.

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