Alfonso Aguiló, “La espiral del agravio”, Hacer Familia nº 302, 1.IV.2019

La costumbre de dirimir las ofensas a través de un duelo tiene raíces bien antiguas. Todos podemos recordar la imagen de la clásica escena de caballeros con armadura montados a caballo y con lanza, en las justas o torneos medievales.

Aquella vieja costumbre de los duelos y desafíos se popularizó en los siglos siguientes. En 1550 se codifica por primera vez en una obra del italiano Andrea Alciati. Se definía con detalle lo que era el honor y se concretaban las correspondientes reparaciones de su agravio, según la naturaleza de cada ofensa. Se estableció todo un protocolo que era casi en un rito: la ofensa previa, el reto (de palabra o mediante carta, con guante o bofetada), los padrinos, el arma a elegir, el lugar e incluso la distancia entre contendientes. Las modalidades más habituales fueron el “duelo a primera sangre” y el “duelo a muerte”. Se hicieron tan habituales entre personas de cierto linaje, que un cronista francés, Tallemant de Réaux, calculaba que entre 1589 y 1610 tuvieron lugar en Francia unos diez mil duelos en los que perdieron la vida más de cuatro mil personas.

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