Alfonso Aguiló, “Constancia y convicción”, Hacer Familia nº 221-222, 1.VII.2012

Cuando Kenneth Waters es condenado a cadena perpetua sin libertad condicional por el asesinato de una mujer en 1980 en Massachusetts, su hermana, Betty Anne Waters, empleada en una cafetería, con 28 años y dos hijos pequeños, decide luchar con todas sus fuerzas para demostrar que su hermano es inocente.

Al ser ella una persona sin estudios, uno de los primeros objetivos que se marca es lograr licenciarse en Derecho, para así poder reabrir el caso y defenderlo ella misma ante un tribunal. Eso supone muchos años de duro trabajo, y también dejar de lado muchas cosas de su propia vida para centrarse en la de su hermano. Además, la lucha promete ser larga, ya que el sistema judicial no va admitir su error fácilmente. Y el tiempo juega en su contra.

Kenny tenía una coartada bien clara, pues en el momento del crimen estaba compareciendo ante un tribunal, y había también otras pruebas exculpatorias, pero todas fueron obviadas en el juicio por culpa de las maniobras de la policía Nancy Taylor, que amenazó a la exnovia de Kenny, Rosanna Perry, para que lo incriminara de modo directo. Y eso hizo de Kenny acabara en una prisión de Massachussetts por un crimen que no había cometido.

La historia de Betty Anne Watters queda muy bien recogida en la película que lleva su nombre. Es un conmovedor testimonio, un relato vibrante, sin moralismos, de cómo una persona entrega su vida a demostrar la inocencia de otra que, a su vez, va perdiendo la suya año tras año en una prisión. Ella asume enormes sacrificios, durante muchos años, pasando por periodos de crisis y de dudas, en los que, como es natural, se plantea si hace bien renunciando a tantas cosas por ayudar a su hermano, pues es obvio que se trata de un sacrificio que no es solo un sacrificio individual de ella, sino también de la familia que ha formado y que también la necesita.

La vida de Betty Anne no había sido nada fácil. Su educación no había facilitado la constancia ni la convicción. Su madre había tenido ocho hijos de siete padres diferentes, y los ocho hermanos se habían educado de modo casi salvaje. Kenny y Betty Anne fueron enviados a casas de acogida distintas, pero siempre estuvieron unidos. Y pese al nefasto ambiente en que fueron educados, ella creció con valores muy sólidos.

Betty Anne pasó un momento particularmente difícil al comienzo de sus estudios de Derecho. Hubo un momento en que se desmoralizó totalmente ante las dificultades que surgían en todos los frentes, y dejó de acudir a clase. Hasta que Abra, la única amiga que había podido hacer en sus estresantes jornadas entre el trabajo y la universidad, se presentó un día en su casa, la ayudó a levantarse, vestirse y volver a clase. Betty terminó la carrera en un tiempo récord y se convirtió en el representante legal de su hermano.

En su grupo de estudio, Betty Anne había conocido el nuevo modo de prueba mediante el ADN y desde el principio piensa que puede ser la clave para demostrar la inocencia de su hermano. Era fundamental encontrar las pruebas de sangre del juicio, para analizarlas, pero habían pasado tantos años que parecían haberse destruido. Ella no se da por vencida y se embarca en una odisea hasta encontrarlas. Finalmente, el ADN demuestra que la sangre no era de Kenny. Pero el tribunal se resiste a reconocer su error y asegura que Kenny podría haber actuado como cómplice. Betty Anne visita a los demás testigos del juicio hasta lograr unas nuevas declaraciones que destapan las irregularidades policiales y finalmente en 2001 Kenny abandona la cárcel de Walpole después de 18 años en prisión por un asesinato que había cometido otra persona.

Pese a su caótica educación, Betty Anne se impuso a sí misma un deber moral de gran alcance y supo responder con una gran entereza. Su amiga Abra jugó también un papel decisivo. Toda esta historia es una muestra de lo cruel que puede llegar a ser la vida, pero también una prueba de cómo las grandes desgracias y las grandes injusticias pueden hacer aflorar y crecer grandes virtudes dentro de las vidas de las personas que las sufren, y eso aunque su educación haya dejado mucho que desear.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”