Alfonso Aguiló, “Espíritu de innovación”, Hacer Familia nº 262, 1.XII.2015

Clermont-Ferrand, zona central de Francia, año 1891. Un ciclista pincha su rueda y se dirige a una fábrica cercana en busca de ayuda. Allí encuentra a Edouard Michelin. Es un pequeño empresario dedicado al caucho vulcanizado. Cambiar una rueda de bicicleta a finales del siglo XIX es una tarea ardua que puede ocupar varias horas. Pero Edouard Michelin es una persona inquieta y creativa, y al hacer la reparación intuye un posible modo de diseñar unas nuevas llantas desmontables que podrían reemplazarse en menos de media hora.

La llanta desmontable será un éxito desde el mismo momento de su creación. La velocidad de difusión del invento se debió en gran parte a Charles Terront, un ciclista que usó ese prototipo en la clásica París-Brest-París ya en ese mismo año 1891. Su victoria en la prueba conquistó al público y sólo un año después ya había más de diez mil ciclistas franceses que usaban las llantas de Michelin.

El ingenio de Michelin parecía inagotable. En 1895 presentó otra novedad, un automóvil equipado con llantas. Más adelante, desarrolló la llanta desmontable, que daría lugar a la rueda de repuesto que pronto todos llevarían en su automóvil. Un tiempo después inventó la rueda de caucho negro con surcos, que aumentaba la adherencia y reducía el desgaste del neumático. Luego vino la llanta de estructura radial, y muchas cosas más.

Antes de que sucediera todo esto, Edouard Michelin era un joven e inquieto licenciado en Derecho con un gran interés por la pintura, hasta el punto de que se había matriculado en la Escuela de Bellas Artes de París, en la que tuvo como profesor a Bouguereau. Su talento y su ilusión parecían conducirle a una apasionada carrera artística, pero de pronto se vio precisado a tomar las riendas de la pequeña empresa familiar de Clermont-Ferrand, dedicada al caucho vulcanizado, cuando apenas tenía 30 años. Fue un viraje radical en su vida. Podía haberse sentido fracasado en su ansiado horizonte profesional en el mundo de la pintura, pero no fue así, como muestra el hecho de que en poco tiempo relanzó la empresa de neumáticos de un modo espectacular. Dirigió la compañía durante 51 años, a lo largo de los cuales transformó la modesta fábrica en un grupo de dimensión internacional, con 25.000 empleados en la fecha de su muerte, en 1940.

La trayectoria de Edouard Michelin resulta muy interesante. Estudia Derecho, pero después tiene el valor de reorientar su trayectoria profesional para dedicarse a su gran pasión de la pintura. Cuando surge la necesidad de hacerse cargo de la fábrica, tiene la capacidad de renunciar a sus ilusiones de juventud, sin sentirse frustrado y sin dejar de poner todo su empeño en algo para lo que no parecía tener inclinación ni preparación. Cuando, al poco tiempo, aquel ciclista aparece frente a su fábrica buscando remedio para un pinchazo, en vez de desentenderse o sentirse importunado, se compromete de tal modo en ayudarle que hace el descubrimiento que antes hemos comentado. Y así muchas veces en lo sucesivo. Su trayectoria es muy sugerente. Quizá otros habrían trabajado con desgana, pensando que habían tenido que renunciar a sus proyectos, pero Edouard se entrega con pasión y sin victimismos a lo que la vida le ha deparado. Y demuestra que todos valemos para muchas cosas muy diferentes. Y que un revés puede convertirse en una oportunidad. Y que un contratiempo puede ser ocasión de un gran avance.

También es estimulante su ejemplo incansable de innovación. El avance de las empresas, y del conjunto de la sociedad, está ligado muy frecuentemente a la generación de nuevas ideas, a esos saltos que abren nuevos horizontes, que permiten hacer más y mejor con los mismos o menos recursos. Las personas necesitamos también, de algún modo, ese espíritu de innovación, para no ser absorbidos por la rutina o el acostumbramiento. Es necesario tener el oído atento a las oportunidades que nos presenta la vida. Oportunidades que pasan inadvertidas para muchos, y también para nosotros mismos si no tenemos la suficiente agilidad. La mediocridad es un enemigo formidable, que todos tenemos que combatir buscando cada día nuevas oportunidades de mejorar.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”