Alfonso Aguiló, “Honestidad y progreso social”, Hacer Familia nº 223, 1.IX.2012

Aunque para muchos resulte extraño, en la honestidad está buena parte de las claves por las que —como ha explicado Juan Planes—  unas naciones han progresado económica, cultural y socialmente bastante más que otras.
Dos estudios realizados hace ya unos años por Stephen Knack, Philip Keffer y Paul J. Zak muestran que existe una fuerte correlación entre honestidad y desarrollo económico. La primera investigación valoró los niveles de confianza estudiando las respuestas dadas por personas de 29 países a la pregunta “¿cree usted que puede fiarse de la mayoría de la gente?”, y la segunda investigación estudió también si las personas de esos mismos países consideraban aceptables las siguientes situaciones: cobrar un beneficio social sin merecerlo, no pagar el billete del metro, defraudar a Hacienda, quedarse con una cartera perdida y ocultar un golpe que damos a un vehículo aparcado.

Ambas investigaciones encontraron una fuerte correlación entre esos factores y el nivel de crecimiento en esos 29 países durante las tres últimas décadas. Bien pensado, no es extraño que suceda así, pues detrás de cada transacción económica subyace una percepción de confianza: vendes a crédito esperando cobrar, compras esperando que no te engañen, pagas un sueldo confiando en que el trabajador cumpla lo prometido sin necesidad de controlar todo lo que hace, etc. La confianza subyace también en cada decisión de ahorro e inversión: confías en que el dinero estará en el banco cuando lo necesites, en que se respetarán unos derechos o en que tus inversiones no dependerán de la arbitrariedad de un funcionario.

La clave del éxito de las naciones que tienen un mejor desarrollo parece estar en los principios que comparten la mayoría de sus conciudadanos, en unas reglas de juego, formales e informales, que todos suelen respetar. Es difícil que un país prospere social y económicamente mientras no puedas, por ejemplo, adquirir prensa cogiéndola de una cesta en la calle y dejando voluntariamente una moneda (Suiza), olvidarte el portátil en el banco de un parque y volver el día siguiente con la tranquilidad de que allí lo encontrarás (Japón), o pagar tú mismo, sin cajero ni vigilante, la compra en el supermercado (Gran Bretaña).

La confianza hace más fácil los negocios, favorece la inversión e incrementa el nivel de vida de todos. La colaboración y el altruismo están en la base del desarrollo alcanzado por el ser humano. El amor de los padres nos permite sobrevivir durante la niñez. La colaboración permite garantizar la seguridad, cuidar a los enfermos o ayudar a los desfavorecidos. La sociedad avanza porque todos contribuyen al bien común.

El problema es que el gran tamaño del Estado hace más difícil que se controlen los abusos sobre lo común, y sobre todo dificulta que los ciudadanos sientan lo común como algo propio. En el pasado, si en un poblado alguien abusaba de la solidaridad de sus convecinos era sancionado socialmente. Ahora, en la medida en que nos parece que el Estado es un ente bastante ajeno a nosotros, se ve con más indulgencia tomar ventaja del dinero de todos, pues parece que no es de nadie, y quien lo hace no recibe castigo social y quizá ni siente que se está aprovechando del esfuerzo de los demás.

Para que las cosas mejoren, todos hemos de tomar una mayor conciencia de que pertenecemos a una comunidad superior que todos hemos de sacar adelante, en vez de aprovecharnos al máximo de ella. Eso incluye erradicar el poco aprovechamiento de los estudios, el absentismo injustificado, el favoritismo desde la autoridad, el amiguismo profesional, el derroche con lo público, la falta de cuidado del medio ambiente y muchas cosas más. La verdad, la honestidad y la justicia deben cotizar al alza si realmente queremos un progreso social sostenible.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”