Alfonso Aguiló, “Adicciones inadvertidas”, Hacer Familia nº 40, 1.VI.1997

Como ha señalado Pascal Bruckner, quien nunca haya experimentado el irresistible afán de hacer zapping durante horas y horas, a veces tardes enteras, incapaz de sustraerse a la adicción a esa secuencia continua de imágenes, no sabe aún de las seducciones y sortilegios de la pequeña pantalla. En el televisor siempre están ocurriendo cosas, muchas más que en nuestra propia vida, y es tal la hipnosis que puede llegar a producirnos que acabemos quemándonos como insectos alrededor de una bombilla. La televisión no nos libera del agobio ni de la rutina, pero los convierte en una amable tibieza, nos narcotiza.

Dentro de poco podrán captarse hasta quinientos canales distintos, y con la aparición de los receptores de pulsera o de bolsillo, ver televisión puede acabar siendo –más fácilmente que ahora– una profesión a jornada completa. Su magia nos retiene, despliega auténticos alardes de ingenio para atraer nuestra atención, es como una promesa permanente de diversión, que suplanta todo lo demás, que hace que todo lo que no sea ella se torne inútil, fastidioso.

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