Ignacio Sánchez Cámara, “Clonación y dignidad”, ABC, 1.XII.01

Las reacciones ante la clonación de un embrión humano parecen confirmar el carácter anómalo del debate moral contemporáneo. Especialmente, quizá, en el ámbito de la bioética. Toda discusión moral es estéril si no se remonta a los fundamentos, es decir, a las diferentes concepciones filosóficas de la ética. En caso contrario, todo queda reducido a repetición de tópicos, charla de café o diálogo de sordos. Tampoco cabe encontrar la respuesta en la ciencia, que suministra más los términos del problema que la solución.

Y no se trata sólo de que no lleguemos a un acuerdo, cosa tal vez imposible; es que ni siquiera discutimos sobre los mismos presupuestos. De este modo, con exigua sutileza, unos perciben en los partidarios de la clonación terapéutica a una especie de asesinos en serie, y los otros convierten a sus detractores en entusiastas fundamentalistas de la muerte que se oponen con crueldad a un simple tratamiento médico. Pero algunos defensores de la clonación, y de otras causas semejantes, esgrimen un argumento falaz, que consiste en la atribución a sus oponentes de un planteamiento religioso o confesional, identificando el suyo con la racionalidad y el buen sentido, y les exigen la tolerancia y la exclusión del dogmatismo. Naturalmente, aceptar ese planteamiento es otorgarles de antemano la razón y escamotear el debate.

Si no estoy equivocado, todo depende de la concepción que se defienda sobre la vida humana, sobre su origen, fundamento y dignidad. No pueden pensar lo mismo sobre, por ejemplo, el aborto, la eutanasia o la clonación quienes consideran que la vida es un don de Dios o una realidad misteriosa o trascendente que quienes la entienden como una mera propiedad inmanente de ciertos seres autónomos que pueden disponer libremente de ella, o quienes limitan la existencia de la persona a un cierto estado de madurez, o reducen el deber moral al principio de no causar daño a un ser sensible o consciente. Tampoco pueden pensar lo mismo quienes postulan la existencia de deberes absolutos e incondicionados que quienes limitan el deber a la producción del placer y a la evitación del dolor.

Sin acudir a este ámbito de los fundamentos filosóficos y de la concepción radical del mundo y de la vida, las disputas morales constituyen una pérdida de tiempo y una irresponsabilidad. Si asumimos la primera tesis, es claro que la clonación, incluida la terapéutica, atenta contra el deber moral y contra la dignidad de la vida. Si nos adherimos a la segunda, la conclusión será su licitud en la medida en que puede paliar el sufrimiento de seres conscientes y maduros, aunque sea al precio de manipular y destruir embriones, carentes de toda dignidad. Por eso, no espero nada relevante de un debate sobre la clonación, y, en general, sobre bioética. Poco más que parloteo e incomprensión. Por mi parte, como creo en el sentido trascendente de la vida, considero que la clonación, incluida la terapéutica, es ilícita moralmente. Aliviar el sufrimiento y curar una enfermedad pueden constituir un deber, pero no un deber absoluto e incondicionado. Hay deberes más elevados. Pero también entiendo la posición de los partidarios, aunque creo que parten de una concepción equivocada de vida humana. Lo que no estoy dispuesto a aceptar es que la suya sea la única posición ilustrada y racional. Si es la única moderna y progresista, me importa muy poco. En cualquier caso, no albergo dudas acerca de cuál de las dos concepciones es más favorable a la dignidad de la vida y de la persona. Si no va a haber auténtico debate, lo mejor es guardar silencio, respetar al discrepante, mas no necesariamente sus argumentos, y confiar en que la verdad moral, que no depende del sufragio universal, termine por imponerse.

Publicaciones on-line de Javier Cremades

 

  • Presentación
  • Javier Cremades, "La confesión explicada por el Papa", 1989.
  • Javier Cremades, "¡Quiero vivir!".
  • Javier Cremades, "¿Quién decís que soy yo?", 1998.
  • Javier Cremades, "Mi corazón está inquieto", 1999.
  • Javier Cremades, "Cómo explicártelo…", 2000.
  • Lynette Burrows, “El sexo irresponsable nunca es seguro”, The Daily Telegraph, 26.II.02

    Las estadísticas sobre enfermedades de transmisión sexual (ETS) en Gran Bretaña son alarmantes, dice la autora. Por eso el gobierno pretende lanzar una nueva campaña de educación sexual. “Pero los anteriores intentos de educar a los jóvenes para que se aparten de las conductas peligrosas han sido contraproducentes. (…) Tenemos la mayor tasa de Europa de nacimientos extramatrimoniales, los abortos de chicas jóvenes se cuentan por millares y ahora, como en cumplimiento de un mal augurio, hay una epidemia de ETS”.

    En efecto, hay un millón y medio de británicos –jóvenes en gran parte– infectados. La ETS que más deprisa se ha extendido es la clamidia, que puede causar infertilidad: desde 1995, los casos nuevos diagnosticados en chicas jóvenes han pasado de 30.000 a 64.000 al año.

    “Ante la magnitud del problema, los comentaristas, en su mayoría, rehuyen hacer juicios de valor: no quieren ‘moralizar’. Es una reacción perfectamente respetable y ciertamente bondadosa, pero más bien errada: olvida que la ley moral se basa en las leyes de la naturaleza. Lo que ahora vemos es la respuesta implacable de la naturaleza a la promiscuidad. (…) Los jóvenes son perfectamente capaces de entender esto, y tienen gran simpatía por lo ‘natural’, como opuesto a lo sintético. Al presente, su mayor problema es que desconocen casi por completo los riesgos del sexo irresponsable, pues desde la escuela primaria les han hecho creer que la ciencia puede hacerlo seguro”.

    Así, pocos jóvenes saben –dice Burrows– que el preservativo presenta una tasa de fallos –como anticonceptivo– del 15%, según los propios fabricantes. “Por desgracia, no se facilita esta información a la gente joven. Ahora mismo, las autoridades sanitarias distribuyen un folleto a todos los chicos de 13 años. En él hay un recuadro que dice: ‘Solo los preservativos protegen a la vez contra el embarazo y las infecciones de transmisión sexual, incluido el SIDA’.

    “La mala información se completa en otro recuadro que advierte a los jóvenes: ‘Hasta 1 de cada 14 jóvenes tiene una ETS llamada clamidia. A menudo no presenta síntomas; pero, si no se trata, puede causar infertilidad al 10-15% de los infectados. Usa siempre el preservativo’. Es un ejemplo más de uso desleal del lenguaje contra jóvenes inexpertos: creerán que no pueden contraer clamidia si usan preservativo. Las cifras ‘10-15%’ no les alarman: parecen muy pequeñas. Solo si se les advirtiera que hay decenas de miles de casos de clamidia, empezarían a captar el peligro que entraña lo que la propaganda les ha hecho creer que es solo un pasatiempo”.

    El riesgo está comprobado. Burrows menciona un informe del Medical Institute (Estados Unidos) publicado en julio del año pasado. Este informe (Condom Effectiveness for STD Prevention) se elaboró con datos de los National Institutes of Health y tras revisar la literatura científica de los últimos veinte años acerca de las 25 principales ETS. Concluye que el uso sistemático del preservativo reduce el riesgo de contraer el virus del SIDA y también la tasa de transmisión de la gonorrea de mujer a hombre. Pero no hay pruebas de que el preservativo reduzca la probabilidad de contraer otras ETS, entre ellas la gonorrea y la clamidia para las mujeres. Además, tampoco se han encontrado indicios de que el preservativo proteja contra el virus del papiloma humano, causante de la ETS más común; algunos tipos de este virus provocan cáncer de cuello uterino.

    “Así se explica por qué se extienden las ETS y se demuestra que los folletos que las autoridades reparten a los jóvenes son inexactos desde el punto de vista médico. Lo que falta por explicar es por qué en los folletos no hay rastro de ese informe. Quizás la respuesta sea que mucha gente tiene interés económico en promover la anticoncepción, o adhesión ideológica a la libertad sexual. Estos dos motivos se apoyan mutuamente y han silenciado el debate público sobre los peligros del sexo irresponsable”.

    Gaston Courtois, “Educación de la castidad”

    Problema crucial al cual muchos padres, ciegos, no dan demasiada importancia. Es necesario evitar dos excesos: negarse a plantear el problema o dramatizar la cuestión.

    ¿De qué se trata? Se trata de formar niños con visión clara; almas sanas en cuerpos sanos; muchachos y muchachas que se respeten y se hagan respetar; advertidos, mas no hipnotizados, de los peligros y tentaciones posibles, conscientes del plan del amor de Dios sobre ellos y de las exigencias que reclama la colaboración a ese plan.

    En todo lo que concierne al origen de la vida, tiene el niño derecho a la verdad, al menos de una manera progresiva adaptada a su edad, a su inteligencia, a su temperamento.

    La táctica del silencio, erigida en sistema o tomada como principio, es una táctica peligrosa y claramente nociva al interés del niño y al de la sociedad.

    Las iniciaciones claras, hechas con el tacto preciso, deben ser consideradas como una obligación grave que se puede imponer en nombre de la caridad y aun de la justicia.

    El silencio de los padres, el misterio que se crea alrededor de esos problemas, son causa importante de muchas deformaciones de conciencia.

    El niño a quien nadie quiere ilustrar con precisión tiene el peligro de ver el mal donde no lo hay y de no verlo donde está.

    Todo niño normal se plantea un día y otro, y con frecuencia más pronto de lo que los padres creen, la cuestión sencillamente: «¿Cómo he venido yo a la tierra?» Lejos de ser una curiosidad malsana, es eso una prueba de inteligencia.

    Lo más, frecuente, por otra parte, es que el niño plantee esa cuestión a su mamá. Si ésta, en vez de tratar el asunto corno la cosa más natural del mundo, parece escandalizarse o turbarse por semejante pregunta y lo manda bruscamente a sus juegos, el niño se planteará todavía con más agudeza el problema o intentará saberlo por todos los medios, guardándose en adelante de hablar de ello a sus padres.

    Si la madre da una explicación embustera -cigüeñas, París, bazar, etc.-, el niño creerá sus palabras -lo que dice mamá es siempre verdad-; pero el día, y ese día llegará infaliblemente, en que aprenda de manera más o menos deformada la verdad, habrá perdido para siempre la confianza en sus padres.

    Cuando los niños no obtienen de sus padres o de persona autorizada la solución a las preguntas que plantean, la buscarán o la recibirán, aun sin buscarla, sea en conjunto o en parte, de manera incompleta, deshonesta, a veces brutal y degradante.

    Es un deber de los padres velar por la educación de la castidad de sus hijos. Esta educación supone no sólo la respuesta leal y progresiva a los problemas del origen de la vida, el advertir a tiempo las transformaciones de alrededor de los trece años, sino también, en un ambiente de confianza y amor, la educación de la valentía, del valor, para asegurar sin peligro el sostenimiento del equilibrio y el dominio de sí mismo en este período de crisis que caracteriza la adolescencia.

    Los padres no tienen derecho, en una materia que puede tener repercusiones tan serias, a dejar que esta educación se haga «a la buena de Dios», y con frecuencia, «a la gran desgracia» de los niños, que tanta necesidad tienen de ser instruidos afectuosamente, guiados, ayudados por aquellos que tienen el derecho de decirlo todo, y de quien ellos tienen la obligación de oírlo todo.

    No porque sea un deber delicado y difícil hay derecho a eludirlo.

    La revelación por los padres mismos del hermoso plan de amor de Dios, lejos de disminuir el respeto, la confianza y el afecto hacia el papá o la mamá, despertará en el espíritu de sus hijos el sentimiento de la grandeza y dignidad del matrimonio y avivará en su corazón -porque son más razonados- ternura y reconocimiento hacia aquellos a quienes deben, después de Dios, el ser y la vida.

    No hay por qué crearse una montaña para decir la verdad de manera delicada.

    Gran número de libros se han editado a propósito de esto, con fórmulas concretas de conversaciones para chicos y chicas, como respuesta a las distintas preguntas que suelen hacer y para las diferentes edades de la infancia y de la adolescencia. Os será fácil inspiraros en ellos leyendo el texto y añadiendo los comentarios que vuestro corazón os dicte. Lo que es menester es decir las cosas con la mayor naturalidad, insistiendo sobre la grandeza del amor que ha inspirado el plan divino hasta en los detalles y pidiendo a os niños que no hablen de ellos a los otros a fin de dejar a sus propios padres tomar la iniciativa, instruirlos y guiarlos.

    Si por casualidad se juzga que el niño puede aprovechar la lectura de tal o cual página, que sea, al menos, como una conversación comenzada o continuada, y, por consecuencia, que acaba en conversación. La voz, con el tono, los matices, los acentos, crea alrededor de la letra muerta una armorúa viva de pensamientos y de sentimientos que la coloca en su justo punto y la hace buena y bella.

    ¡Cuántos atenuantes, sugestiones, repeticiones, correctivos, dulzuras y vivacidades son necesarios para comunicar a pensamientos tan delicados la pureza de forma, la veracidad exacta del sentido, el ritmo bienhechor de la paz! Al libro el niño no responde, no se abre, permanece mudo, y la más segura protección del niño está en hablar a sus padres. El libro es apresurado, no espera, trastorna el orden interior, las imágenes asaltan la sensibilidad. La conversación, al contrario, es paciente; va y vuelve; avanza y retrocede; vuelve a comenzar si hay necesidad; se pliega de manera muy sutil a la sinuosidad y elasticidad del alma infantil. Una madre llena de experiencia y muy inteligente -sólo esta frase lo demostraría- decía con finura: «Es necesario adaptar los consejos al estilo de la familia».

    Si el niño no pregunta, no hay que dudar en plantearle una cuestión como ésta: «¿Te has preguntado cómo vienen al mundo los niños?» Hay a veces niños tímidos, o bien niños que no se atreven a interesarse por esos problemas porque han oído alrededor de este asunto ciertas reticencias y se imaginan que son cosas en las cuales no hay que pensar. Pero eso no sería sin gran inconveniente para el porvenir. Dadles confianza, pues, y no adoptéis nunca un aspecto solemne ni cohibido para hablar de estos asuntos.

    Después de una conversación de este género no dudéis en decir a vuestros hijos que recurran a vosotros de nuevo si en adelante alguna otra cuestión se plantea a su espíritu. Mantendréis así entre vuestros hijos y vosotros una puerta abierta a la confianza total, tan necesaria en este terreno.

    En materia de pureza no son las costumbres o las convenciones las que determinan lo que está bien y lo que está mal- Hay un orden en la creación, y es este orden, o en otros términos: ese plan de amor que Dios ha establecido, lo que es necesario respetar.

    No se trata de ver el mal en todas partes. Ni tampoco de ser ingenuos e imaginar que nuestros riños están fuera de todo peligro. En este mundo moderno, que Bergson calificaba de afrodisíaco, se encuentran desequilibrados, obsesionados, gentes más o menos morbosas, y nuestros niños pueden ser uno u otro día, cuando menos lo sospechemos, víctimas de un camarada perverso o de un adulto impúdico.

    Es necesario que la mamá haya podido decir un día muy naturalmente a su hijo: «Estate con cuidado: encontrarás a veces compañeros o gentes mal educadas que se portan mal. Si alguno, por ejemplo, quisiera jugar contigo a juegos indecentes, intenta hacerte cosquillas entre las piernas, no te dejes y ven a hablar conmigo». La experiencia prueba que un 60% de los niños, por lo menos, niñas o niños, han sido uno u otro día objeto de tentaciones de ese género sin que los padres lo sospecharan siquiera. Un niño prevenido vendrá más fácilmente a sincerarse con vosotros en caso de peligro.

    Ante los inconvenientes del silencio en estas materias, varios países han preconizado la educación colectiva en la escuela. Es ésta una medida en extremo peligrosa, y varios países que la habían adoptado han renunciado finalmente a ella. En materia tan delicada, dirigiéndose a espíritus y, a temperamentos tan diversos como los que puede ofrecer una clase con una enseñ-,inza uniforme en la que falta totalmente la gradación necesaria según las circunstancias tan variadas del auditorio, existe el peligro de convertirse en seguida en objeto de conversaciones malsanas y de crear en algunos la obsesión de la sexualidad.

    Nada es mejor que la iniciación individual adaptada al desarrollo físico y moral e intelectual del niño.

    Se mutila la verdad mostrando sólo el aspecto fisiológico de estos problemas. Es muy importante exponerlos en una síntesis donde no se olvide el aspecto sentimental, el aspecto social y el aspecto religioso.

    Nuestras respuestas deben estar impregnadas de espíritu de fe y descubrir al iniciado el plan providencial de Dios en relación con el dominio de lo sexual. Sin duda alguna, ciertos detalles son muy delicados para explicarlos; pero, por otra parte, y si bien el hombre puede corromper el plan divino en esta materia, es necesario no perder de vista que la estructura del corazón del hombre o de la mujer, su madurez fisiológica, los actos fundamentales de la unión conyugal, de la paternidad, de la maternidad y del nacimiento de los hijos, son obra directa de Dios.

    Es preciso no perder tampoco de vista que el Señor ha hecho del matrimonio un sacramento y que los actos conyugales, rcalizados en estado de gracia y según la rectitud de su naturaleza, llegan a ser para los cónyuges fuente de gracia y de méritos para el cielo.

    Es necesario, pues, enfocar el problema de la sexualidad con mirada límpida, bajo su aspecto providencial noble y puro. Con esta rectitud, con esta nobleza, debemos hablar de él a nuestros niños.

    Importa que la niña sea prevenida por su mamá antes que se produzca el acontecimiento que la consagrará como mujer.

    Le explicará ésta primero el papel de la madre. Con la pubertad de la mujer, especialmente con ocasión de los nuevos cuidados de higiene que deberá tener, y al corriente de los cuales es necesario ponerla, podrá la madre volver sobre el asunto para precisar lo que haya dicho unos años antes relativo al «papel de la madre» en la vida del niño pequeño. Como las circunstancias se prestan, podrá darle de manera técnica los detalles físicos y fisiológicos necesarios. El tema será el siguiente: la adolescente deja de ser una niña para convertirse en mujer; su cuerpo está dispuesto a prepararse poco a poco para su hermoso papel de madre. Y precisamente porque es obra importante y delicada, un trabajo de colaboración con Dios, la preparación se hace lentamente. Y puesto que su cuerpo será algún día la primera cuna de un niño pequeñin, debe ella, a la vez, cuidarlo y respetarlo.

    Es importante, asimismo, que el chico sea prevenido por su papá -y, en defecto de él, por su mamá- de las transformaciones que van a operarse en él, de las reglas higiénicas que debe observar. Convendrá prevenirlo, para que no se inquiete por las perturbaciones fisiológicas que pueden sobrevenirle durante el sueño independientemente de su voluntad.

    Una recomendación que tal vez sorprenda a algunos padres, a la cual, sin embargo, conceden una gran importancia quienes profesionalmente reciben numerosas confidencias: el niño no debe, en manera alguna, compartir el dormitorio de sus padres. Con frecuencia, las condiciones económicas impiden a los padres conformarse a esta exigencia esencial, pero cuantas veces sea posible, es necesario hacerlo.

    Ignoramos todavía el grado de impresionabilidad del cerebro infantil. Es, no obstante, verosímil que el cerebro del niño, muy sensible, reciba ciertas impresiones, como la placa de cera de un aparato registrador, aunque no las asimile hasta mucho más tarde.

    A los padres -a la mamá, principalmente- incumbe formar al niño en lo relativo a pudor, de modo que, de una parte, evite las fobias, los temores exagerados, que le harían ver el mal en todo; pero, por otra, tenga el sentido de cierta reserva, tanto más indispensable cuanto que el ambiente actual se empeña en destruirla.

    ¿Qué hacer si os dais cuenta de que vuestros hijos han adquirido malos hábitos solitarios? 1. Nada de dramatizar, no amedrentar al chico ni hipnotizarlo con este motivo; tendréis el peligro de formar en él una obsesión y de impedirle salir de ella.

    2. Enseñar al niño a lavarse como es preciso y completamente. Con frecuencia, estos hábitos provienen de falta de higiene y de limpieza.

    3. Plantear el problema en el aspecto de la buena educación y del respeto a sí mismo: un niño bien educado no juega con su cuerpo, como no se rasca la nariz ni se frota los ojos.

    4. Animar al niño a reforzar su voluntad haciéndola trabajar en otros dominios.

    5. Asegurarle que no hay por qué extrañarse de las tentaciones en ese sentido: son propias de la edad; pero es también propio de su edad ejercitarse en el dominio de sí mismo con la gracia de Dios, que nunca se le niega al hombre de buena voluntad. Proporcionarle una vida equilibrada; enseñarle a elegir lecturas, a evitar cualquier causa de excitación y orientarlo en la técnica de la diversión en algo que le interese.

    6. En esta materia es necesario insistir más sobre el aspecto positivo de la alegría de elevarse, de vencer, que sobre el aspecto negativo de la falta moral. Este punto, preciso es dejarlo al juicio del confesor, que para eso tiene gracia de estado.

    Instruir a la juventud en las realidades de la vida no es, como pretenden algunos higienistas, prevenir contra los peligros de las enfermedades venéreas, sino preservar de desviaciones morales que resultan de la mala conducta. El hombre no es un simple animal a quien hay que proteger de los contagios microbianos; es un ser que debe por sí mismo dominar sus apetitos.

    La juventud debe saber que si es depositaria del poder creador, eso no es para que se envilezca y lo convierta en instrumento de placer. La impureza es a la vez una falta contra el respeto que el hombre se debe a sí mismo; una falta contra la que algún día será su esposa, una falta contra los hijos, herederos de sus potencias físicas y morales.

    Un joven se prepara, pues, a la fidelidad en la medida que se respeta a sí mismo y en la que respeta a la mujer en general.

    Tomado de Gaston Courtois, “El arte de educar a los niños de hoy”, Atenas, 1982, en www.edufam.net

    José Ramón Ayllón, “La buena vida”, PUP, 30.XII.00

    ¿Se puede decir que le ética busca la buena vida? Pienso que sí. Por definición, la ética es el arte de vivir, de optimizar nuestra conducta. Pero el lector querrá saber si existe una fórmula para lograr la buena vida. La respuesta es que existen varias. Sabemos que el fuego quema, el agua moja y las vacas dan leche. De forma similar, el hombre está sometido a ciertas condiciones objetivas que no son negociables: tiene ojos para ver, piernas para caminar, pulmones para respirar… Respecto a la conducta humana, también existen unos ingredientes fijos y unas cuantas recetas acreditadas. Entre los ingredientes con los que siempre hay que contar están los afectos, la amistad y el amor, la conciencia moral, el placer, la vida familiar y social, la libertad y la responsabilidad. Respecto a las mejores recetas, las mejores han sido propuestas por los clásicos, al menos desde que Homero presentó en Ulises el primer diseño de una conducta esforzada e inteligente. Desde que Sócrates habló de la virtud y de la muerte. Desde que Platón interpretó el misterio del amor. Desde que Aristóteles dibujó los perfiles y matices de la amistad y la felicidad. Desde que Epicuro señaló los límites razonables del placer. Desde que Séneca defendió con su pluma la dignidad humana.

    ¿Son los placeres el secreto de la buena vida? Así lo han pensado muchos desde antiguo, porque el placer es uno de los resortes principales de la conducta humana. Pero también sabemos que es necesaria una gestión racional del placer, porque su abuso pasa siempre factura. A principios de este año, un Magazine de El Mundo dedicaba un amplio reportaje a la fiebre consumista de las navidades. Llevaba por título “Consumidos por el consumo”, y decía textualmente que “la clave frente al ambiente consumista es el autocontrol”. Ese autocontrol es lo que, desde los griegos, conocemos por moderación o templanza, una de las cuatro virtudes básicas que Platón explicó en el inovidable mito del carro alado.

    Si las recetas mencionadas no se ponen más en práctica no es porque sean complicadas. El problema es que cuestan esfuerzo, pues el ser humano no realiza el bien de forma espontánea, como las plantas realizan la función clorofílica. Esa dificultad la expresa muy bien el emperador Marco Aurelio, cuando dice que “la vida se parece más a la lucha que a la danza”, y cuando pasa revista a las excusas que ponemos para no esforzarnos: “Cosas que dependen por entero de ti: la sinceridad, la dignidad, la resistencia al dolor, el rechazo de los placeres, la aceptación del destino, la necesidad de poco, la benevolencia, la libertad, la sencillez, la seriedad, la magnanimidad. Observa cuántas cosas puedes ya conseguir sin pretexto de incapacidad natural o ineptitud, y por desgracia permaneces por debajo de tus posibilidades voluntariamente. ¿Es que te ves obligado a murmurar, a ser avaro, a adular, a culpar a tu cuerpo, a darle gusto, a ser frívolo y a someter a tu alma a tanta agitación, porque estás defectuosamente constituido? No, por los dioses. Hace tiempo que podías haberte apartado de esos defectos”.

    Como el lector puede apreciar, en los clásicos de la ética siempre encontraremos una guía de navegación para la travesía que más nos interesa a todos: la de la vida. Y una interpretación de la existencia humana que supera el actual reduccionismo que quiere ver a los adolescentes como una especie de monos con pantalones, enganchados al hedonismo y cerrados a la trascendencia. Por una larga experiencia sé que la mejor tradición ética puede ser un gran instrumento educativo en las manos de sus profesores.

    José Ramón Ayllón es autor de La buena vida (Ediciones Martínez Roca, 2000)

    Julio Barrilero, reseña-resumen de Alejandro Llano, “El diablo es conservador”, 25.X.2001

    El diablo es conservador, de Alejandro Llano (EUNSA, 2001). El título del libro viene a significar que tan maligno espíritu es considerado como “conservador”; metáfora de la inercia y terquedad de los males sociales y, en particular, de las situaciones flagrantemente injustas. Una de las cosas por las que nos cuesta tanto cambiar las cosas que no van bien es que creemos que no podemos cambiarlas.

    El diablo es conservador Claudio Magris, autor de Danubio, decía: “El diablo es conservador porque no cree en el futuro ni en la esperanza, porque no consigue siquiera imaginar que el viejo Adán pueda transformarse, que la humanidad pueda regenerarse. Este obtuso y cínico conservadurismo es la causa de tantos males, porque induce aceptarlos como si fueran inevitables y, en consecuencia, a permitirlos.” Los hechos no son lo mismo que las cosas. Las cosas reales están ahí, tranquilas, esperando sólo que las dejemos ser, es decir, que las conozcamos. Los hechos, en cambio, tienen que ser construidos: responder a los intereses de alguien y a estrategias casi siempre opacas. No confundir los hechos con la realidad representa el inicio de toda sabiduría, por modesta que sea.. La realidad “es de suyo” mientras que los hechos “son para mí”.

    No hay sistema humano, ni siquiera “el nuestro”, el del liberalismo racionalista, que sea capaz de asegurar mecánicamente la felicidad humana en este pícaro mundo. Porque la felicidad nunca es un logro automático: hay que merecerla trabajosamente por el sabio ejercicio de la virtud, y vivirla gozosamente como un regalo inmerecido.

    Según recuerda Donati, el Estado del Bienestar es una componenda entre burocratización y mercantilismo, donde se intenta reducir la libertad de los ciudadanos a veleidad hedonista. Lo que el permisivismo permite es siempre el dominio de los débiles por los fuertes, el asesinato flagrante de los físicamente indefensos, y la marginación de los más desfavorecidos. El ideal de vida personalmente lograda resulta sustituido por el éxito exterior, por los señuelos del dinero, el placer y la influencia. La verdad ya no es un valor en sí mismo …depende de lo que resulte socialmente plausible relevante, correcto, aceptable, es decir, de lo que se nos imponga desde fuera. El Big Brother, -el Gran Hermano de Orwell- resulta muy activo.

    El campo de batalla decisivo de este comienzo de milenio no es la política ni la economía: es la cultura y la educación.

    El totalitarismo siempre ha procurado aislar a las personas; pero también el individualismo hedonista contribuye a ese aislamiento, porque nos enseña a conjugar el “yo”, pero nos ha hecho olvidar qué significado pueda tener el “nosotros”.

    De ahí que no quede más remedio que conspirar. Se trata de una leal y pacífica conspiración civil a favor de la dignidad y de la libertad de las personas humanas.

    El otro modo de pensar Necesitamos más que nunca pensar. Pero hemos de pensar de otro modo. El modo de pensar dominante hasta ahora, desde hace más de dos siglos, es el que corresponde al racionalismo moderno y al predominio del Estado nacional, en el que se mezclan las utopías socialista y liberales, hasta desembocar en el capitalismo consumista.

    Ha empezado a ser posible cuestionar públicamente las ideas que han dominado el llamado “primer mundo” a lo largo de los tres últimos siglos: la implacable racionalización del mundo y de la sociedad a través de la ciencia.

    la creencia en un progreso histórico indefinido.

    la democracia liberal como solución de todos los problemas sociales.

    la revolución como medio radical para liberar a los individuos y a los pueblos.

    Es necesario, como propone McIntyre, pasar del paradigma de la certeza al paradigma de la verdad que sitúa a la verdad por delante de la certeza, lo radical no es la objetividad sino la realidad.

    Surge, así, el otro modo de pensar que se abre a la pluralidad de lo real y ajeno a los modelos unilaterales y cerrados.

    El otro modo de pensar diferencia pero no discrimina. Se da un predominio de lo cualitativo sobre lo cuantitativo.

    Se da el criterio de incidencia o de cercanía, que fomenta ámbitos compatibles, donde se cultivan bienes que han de ser compartidos: tal es el caso del conocimiento, de la paz, de la armonía, de la amistad, de la alegría, que crecen cuando se participan. El lema es “Yo sólo puedo estar donde tú estás”, en contraposición al “Donde yo estoy tú no puedes estar” propio del criterio de generalidad que produce ámbitos incompatibles, porque se manejan bienes que no se pueden compartir, como el dinero, el prestigio, el placer físico o la influencia, que disminuyen cuando se comparten.

    La perfección del mundo, la plenitud de los tiempos, llega cuando el Hijo de Dios hecho carne se ha unido en cierto modo a todo hombre, haciendo al hombre manifiesto a sí mismo, revelando la grandeza de su vocación, de manera que el misterio del hombre sólo se desvela en el misterio del Verbo Encarnado.

    Si volvemos la espalda a esta fuente de luz, nuestro saber es vano y nuestra cultura vacía, mientras que la filosofía se curva sobre sí misma, asfixiada por una erudición desesperante o debilitada por el narcisismo.

    El otro modo de pensar es la pasión incondicionada por la verdad de lo que las personas son. Lo importante no es lo que nosotros hacemos con la verdad, sino lo que la verdad hace con nosotros, al desvelarla nos desvela lo que nosotros mismos somos.

    El “proyecto moderno”, con sus profecías de progreso indefinido, ha entrado en pérdida y casi nadie cree ya que pueda remontar.

    Hace ya algún tiempo que se va produciendo la mutación de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento. Hace ya más de treinta años se viene realizando una “revolución silenciosa” cuyo trasunto son las exigencias postmaterialistas de más alto nivel, configuradas en torno a los movimientos de disidencia social.

    Un modo de pensar en el que se armonicen la pluralidad de métodos y de sensibilidades, más atento al juego de las complementariedades que a la dialéctica de las oposiciones. Un modo de pensar solidario en el que se practique la hospitalidad de considerar a los extraños como propios.

    Un modo de pensar humanista que sepa ver el rostro de las mujeres y de los varones el resplandor de una dignidad intocable, reflejo de nuestra condición de Hijos de Dios, unidos vitalmente al Verbo Encarnado.

    Al filo del milenio: encrucijadas culturales A) Relativismo cultural y valor de la verdad. Lo que se encuentra en la raíz del relativismo cultural es el abandono de la noción de naturaleza, y con ella, de la visión teleológica del hombre y de la entera realidad. Supone parámetros característicos de las sociedades modernas, en las que la clave relacional ya no es la amistad civil sino el comercio.

    La vida buena, las Humanidades, la religión la cultura se convierten entonces en una creación circunstancial e histórica del propio hombre. Y, por lo tanto, poseen un valor estrictamente relativo.

    La llamada “nueva economía” es la variante más reciente y ambiciosa de tal planteamiento. La mundialización y la emigración masiva que conlleva están contribuyendo al desarraigo de millares de personas y a ampliar el foso que separa a los países pobres de los países ricos.

    Tal visión de la realidad social abre camino a una concepción minimalista de la moralidad. Es la ética sin metafísica. La ética es exclusivamente procedimental o funcional: es la moral del buen funcionamiento.

    Hoy día decir la verdad siempre -sin componendas, cesiones o compromisos- es la estrategia subversiva por excelencia.

    B) Los derechos humanos. Toda sociedad necesita algún referente en el que creer. Hoy día las únicas referencias “políticamente correctas” son los derechos humanos. Es imprescindible ganar la batalla retórica de los derechos humanos; no permitir que deriven irreversiblemente hacia su versión individualista y agnóstica; abrir un camino más ancho a su versión cognitivista, es decir, aquella que se basa en la admisión de la capacidad que el hombre tiene para conocer su propia naturaleza, que es lo que hace ser persona.

    C) Materia y espíritu. El materialismo actual ya no es el materialismo burdo del siglo pasado o de comienzo de este. Pero aunque más sutil, en el fondo, seguimos pensando que -de manera extraordinariamente compleja y difícilmente inteligible para los legos en el tema- todo acaba por reducirse a materia y movimiento local, es decir, a un mecanismo que no se distingue esencialmente de lo que el hombre puede fabricar.

    Recientemente, el director del Instituto Max Plank de Frankfurt, recordaba que los ordenadores no han sido capaces de simular hasta ahora ni siquiera parte del cerebro de una mosca; ni lo serán por más que se multiplique el volumen y la velocidad de las computadoras, porque los algoritmos que rigen, respectivamente, los cerebros biológicos y las máquinas cibernéticas son esencialmente diferentes y mutuamente irreductibles.

    Hay que afirmar la primacía del espíritu sobre la materia. Y este sentido de la realidad y eficacia del espíritu procede reincorporarlo a la vida diaria, al común vivir y sentir de las gentes, hasta en los detalles aparentemente más intrascendentes.

    D) Sexualidad y consumo. La pérdida del pudor, del respeto al cuerpo propio y ajeno, de la vergüenza a exhibirlo ante propios y extraños, es quizás el fenómeno más grave con el que nos enfrentamos.

    Detrás de esta realidad social hay toda una labor de ejercicio de la “sospecha” intelectual que viene de muy atrás. Existe, también, una estrategia de seducción y perversión desde la infancia hasta la vejez, que ha conducido a una penosa “sexualización” del arte y de la moda.

    Se trata de una re-educación del gusto, es decir, de que llegue de nuevo a agradar lo bello y lo bueno, y a repeler o disgustar lo soez y desvergonzado.

    El consumo es otro de los grandes temas culturales de la hora presente. Hay que llegar a una situación en la que la riqueza común (no precisamente pública) sea compatible con la austeridad personal, sin que los consabidos indicadores económicos hagan sonar sus apocalípticas señales de alarma.

    Como indica Schumacher, la virtud que hoy más necesitamos es la sobriedad. Y la sobriedad es la elegancia del espíritu.

    E) Comprender la religión. El relativismo cultural y ético es ahora la coartada ideal para evitar tener que ponerse decididamente a favor o en contra de actitudes religiosas determinadas, actitud que siempre resulta peligrosa.

    F) Educación y religión. Eliminar o marginar la religión de la enseñanza primaria, media o universitaria equivale a eludir el problema, al precio de que surjan otras aporías más angustiosas y empobrecedoras.

    Apartar las cuestiones religiosas del debate público, con la coartada de que tales discusiones dividen a la sociedad y enconan a unos ciudadanos contra otros, es una salida en falso, teñida de un despotismo ilustrado que casi nunca logra ocultar las vergüenzas de su sectarismo religioso.

    Hoy la religión ha vuelto a enraizarse en el suelo personal y vital -el de la cultura y el estilo de pensamiento- que es previo a toda estructura política y económica, aunque nunca deje de haber entre ambos niveles un diálogo constante.

    Actualidad política del humanismo clásico El pensamiento clásico nos sitúa ante “lo natural” del hombre, entendiendo por natural lo opuesto a lo meramente humano o demasiado humano. El pensamiento clásico no es tradicional en el sentido usual y peor de la palabra, es decir, heredado y repetitivo.

    El humanismo clásico es un modo de pensar libre de todo fanatismo.

    La supresión casi total de las Humanidades clásicas en la enseñanza nos conduce a perder toda perspectiva histórica, toda visión de la profundidad de lo real, para resignarnos a un continuo deslizamiento por la brillantez de superficies niqueladas que esconden lo que son y deforman lo que reflejan.

    El humanismo cívico se encuentra en la antípodas del ya residual empeño por reforzar el Estado del Bienestar. El nuevo modo de pensar del humanismo cívico propone una progresiva sustitución del modelo técnico-económico por el paradigma ético de la comunidad política, que proviene de la filosofía práctica aristotélica.

    Según se ha discurrido desde Aristóteles hasta nuestros días, salirse fuera de la efectiva condición humana, es algo que no se debe intentar ni se puede conseguir. La “vida buena” consiste en la contemplación de la verdad y la virtud probada. Según McIntyre, la fusión de ambas es hacedera y fue llevada acabo por el humanismo cristiano de Tomás de Aquino.

    La primacía de la “vida” sobre la “vida buena” hace perder todo el impulso ético y cultural del humanismo clásico, hasta acabar en el actual economicismo pragmático.

    Lo que la revolución antropocéntrica quiso desterrar a toda costa fue precisamente la idea de sacrificio, es decir, el reconocimiento de una Santidad trascendente que exige entrega esforzada y generosa. … Pero esta emancipación del hombre ha originado el grandísimo efecto equivoco de un sufrimiento sin límite y sin consuelo.

    Es preciso rescatar lo humano del humanismo racionalista.

    Sólo si nos situamos más acá de la cultura, en una naturaleza teleológicamente cristiana, podremos acoger al multiculturalismo como una integración posible de identidad y diferencia.

    Formación ciudadana Junto a una cierta satisfacción con las libertades públicas y el progreso económico, experimentan estas sociedades fenómenos de disidencia, marginación, paro, violencia e, incluso terrorismo, que provocan el generalizado sentimiento de que “algo no marcha”.

    A los jóvenes actuales les faltan auténticos maestros. Se hallan desasistidos respecto a su preparación ética y cultural.

    Aprender el oficio de la ciudadanía.. Se trata de un conocimiento práctico que sólo se puede adquirir en comunidades vitales cercanas a las personas mismas, como son la familia, el colegio, la parroquia o la universidad.

    Hace poco había en Italia un inmenso cartel con la inconfundible imagen telegénica de Berlusconi. En este anuncio se trataba de la educación del futuro, que según el Honorable, consistía en tres palabras que coincidían en comenzar con la letra i: inglés, informática, internet. Un lúcido espontáneo había añadido, pintado con rotulador, una cuarta: ignorancia.

    La formación cívica es asunto estrechamente relacionado con la adquisición de las virtudes morales e intelectuales: fortaleza, prudencia, sabiduría, templanza, arte y justicia.

    Como decía Corts Grau, a la juventud hoy se la adula, se la imita, se la seduce, se la tolera, … pero no se la exige, no se la ayuda de verdad, no se la responsabiliza,… porque en el fondo no se la ama.

    El amor noble y normal de los padres y maestros para con los jóvenes está siendo sustituido por el emotivismo, por la inundación afectiva,…

    Al menos en una tradición histórica y religiosa como la nuestra, no es posible una formación cívica sin un sólido fundamento cristiano. Las exigencias sociales del cristianismo , sus demandas cívicas, serán mucho más altas y certeras que las que puedan transmitir cualquier doctrina científica, ética o política.

    Reducir la moral al ámbito exclusivamente personal, familiar o profesional, con abandono de la esfera estrictamente pública, es un enfoque burgués y completamente insuficiente de la ética.

    Antropología de la dependencia Sin que se pueda hacer todavía un balance, somos muchos los que pensamos que el pensamiento típicamente moderno -La Ilustración- se nos presenta hoy como una ficción que se ha tornado imposible.

    El ideal metódico de la modernidad implica una racionalidad monocorde y unívoca, mientras que el pensamiento clásico de signo realista supone un uso abierto o analógico de la razón.

    La suerte de algunas buenas iniciativas sociales depende del fomento de una cultura que no siga valorando negativamente lo que McIntyre llama “virtudes de la dependencia reconocida”: entre las que se sitúan el servicio a los más necesitados, el cuidado de los más débiles, el respeto a la corporalidad decaída, la capacidad de sacrificio, la misericordia, la compasión, la ternura, el agradecimiento, …

    Lo que falta a la espléndida teoría clásica (Aristotélica) de la excelencia o virtud, es el reconocimiento del valor positivo de la dependencia respecto de otros. Es más, los humanos sólo podemos adquirir la independencia a partir de la dependencia misma.

    Quien no sabe qué hacer con el dolor propio y ajeno, quien no acierta a descubrir su misterioso sentido, llevará necesariamente una vida desgraciada o de penosa superficialidad.

    Es una sociedad escasamente humana la que sistemáticamente recluye a los niños en guarderías y a los ancianos en los asilos.

    La edad-robot a la que suele dirigirse la publicidad mercantil y la propaganda política es la del adulto infantilizado y prematuramente envejecido.

    Una buena definición del ser humano: aquél que en algún sentido es mejor que cualquiera de sus semejantes y que no puede ser sustituido por ninguno de ellos.

    La intrínseca vulnerabilidad de la humana condición proporciona una inédita relevancia a las virtudes de la independencia reconocida y a las propias virtudes de la independencia ganada o rescatada, hasta tal punto de que la propia noción de virtud -y la misma necesidad de las virtudes- se oscurece si pensamos en los humanos como si fueran pura y simplemente personas lockeanas o sujetos cartesianos. Porque nunca lo somos, ni siquiera en las fases -menos frecuentes de lo que admitimos- de impecable lucidez y salud perfecta.

    Si no entendemos que nuestra situación de dependencia es inseparable de nuestro logro de la independencia, comprenderemos escasamente lo más peculiar de la naturaleza humana.

    Si el humanismo es tan soberbio e ilustrado que pierde el sentido profundamente humano que lleva consigo el sufrir por otros, y sobre todo, con otros, entonces es que se ha transmutado en su paradójica oposición, es decir, en lo inhumano o deshumanizador.

    La familia ante la nueva sensibilidad Hemos de lograr una nueva sensibilidad familiar que sepa descubrir la unidad que late bajo la dispersión .

    El Estado del Bienestar ha producido una multitud de efectos perversos o equívocos….

    El fenómeno global que revela ese grandioso “efecto no pretendido” es la marginación. Marginación de los países del tercer mundo, de los pobres, de los suburbios, de los inmigrantes, de los parados, de los enfermos…

    Pero hay más, es que la marginación ya no es marginal . Es un estilo, una moda. Los universitarios de familia bien acuden a la universidad vestidos de marginados; los ejecutivos se sienten obligados a revestirse cada semana con prendas que simbolizan la marginación, aunque sean carísimas.

    La familia constituye el más fundamental grupo generador de sentido: la solidaridad primaria, la más radical y básica. Como dijo T.S. Elliot “home is where one starts from”; es el sitio del que se parte.

    La familia es la víctima típica de la paradojas del Estado del Bienestar. Esta gran paradoja consiste en que el Estado del Bienestar ha ignorado la principal fuente humana del auténtico bienestar.

    La anomia de la familia -su desregularización con el divorcio y las parejas de hecho- está en el origen de buena parte de los casos de marginación y “nueva pobreza”: minusválidos, ancianos, enfermos, depresivos, inadaptados, quedan abandonados a la intemperie pública, multiplicándose así las situaciones límite: autismo, delincuencia juvenil, prostitución temprana, infección por SIDA, fracaso escolar, drogadicción, violencia callejera o escolar, suicidio.

    Los cinco principios de la nueva sensibilidad: a) Principio de gradualidad. Es preciso recuperar el principio de gradualidad del saber; Las familias de hoy han de redescubrir que la fecundidad formativa es más importante que la eficacia a corto plazo o el bienestar inmediato.. Lo importante es no ser el mejor, sino ser bueno.

    b) Principio de pluralismo. El descubrimiento del valor de la diferencia es propio de la nueva sensibilidad. Los padres que se empeñan de hacer de todos sus hijos ejecutivos o tecnólogos -y les prohiben de hecho ser historiadores o literatos- les están prestando un flaquísimo servicio.

    c) Principio de complementariedad. La realidad no es antagónica sino complementaria. No todo lo diferente es contrario. Los valores de la nueva sensibilidad familiar son, sobre todo, valores que la mujer representa. La postmodernidad ha descubierto la profundidad y el valor de la dimensión femenina de la persona.

    d) Principio de integralidad. La persona humana es una realidad poliédrica, compleja y unitaria, que no debe considerarse de una manera unidimensional. Precisamente el humanismo es la visión pluridimensional y unitaria del hombre y el amor es el núcleo de todo auténtico humanismo.

    e) Principio de solidaridad. Un nuevo desafío para las familias actuales, en sus empeños de renovación educativa, es el fomento de la empatía como raíz antropológica de toda solidaridad. Según Edith Stein, la empatía es la experiencia inmediata de sujetos distintos de nosotros mismos así como de sus vivencias. Una sola acción, una sola expresión corporal -una mirada o una sonrisa- puede darme una vivencia del núcleo de una persona, que quizá era ante para mí un desconocido. De la casa hasta la escuela, las familias han de cultivar en los niños y adolescentes esa capacidad primitiva de comprender a los demás, de hacerse cargo de lo que les pasa.

    Comprensión, veracidad, diálogo El dialogar fáctico no plenifica una situación de comunicación interpersonal, que requiere, al menos, la condición de la comprensión mutua y la ayuda efectiva. La comprensión y la veracidad aparecen como presupuestos imprescindibles de un diálogo con sentido.

    Comprender es hacerse cargo. La comprensión permite entendernos aunque no estemos de acuerdo, convivir estrechamente aunque nuestras ideas sean diversas o incluso opuestas.

    La comprensión es una virtud que nos posibilita ser fieles al amigo y a la verdad conjuntamente.

    La sociedad de la información arroja un notorio déficit de capacidad dialógica, que ha llevado a Jacques Ellul a hablar de “la palabra encadenada”. Ya Platón al final de Fedro dice que “todo hombre serio se abstendrá de poner cosas serias por escrito”.

    El diálogo, que es un instrumento para encontrar soluciones justas, una vía hacia la verdad práctica, se prostituye al convertirse en una herramienta de superficial contemporarización: la verdad se dulcifica, se ablanda, se amortigua hasta convertirse en algo amorfo que vale para todos porque ya nada vale.

    La veracidad es el presupuesto objetivo del diálogo.

    Un riesgo: el deseo de ser claros, de darnos a entender, de estar al día, de ser “políticamente correctos”, de comprender al interlocutor, prevalece sobre el afán de ser veraces, por manifestar las cosas como son.

    Es muy clara la afirmación de Tomás de Aquino: “En nada se perfecciona mi entendimiento sabiendo qué deseas o qué piensas tú, sino sólo sabiendo lo que pertenece a la verdad de las cosas”.

    El diálogo es una actividad interpersonal en la que la mutua comprensión se basa en un interés común por la verdad.

    ¿Qué es la persuasión? Alusión constante a dos obras de Claudio Magris: “el Microcosmos” y “el Danubio”, en las que de diferentes maneras habla de la persuasión.

    Dice Magris: “El desarrollo de la civilización occidental ha privado al individuo de la persuasión, o sea, de la fuerza de vivir poseyendo plenamente el propio presente y, por tanto, la propia persona…”.

    “El presente para bastarse a sí mismo debe apoyarse en valores, pero el polvillo de fines y obligaciones convencionales…. ofusca y tapa esos valores, eso si no los destruye; impide al pensamiento detenerse en lo esencial.

    “La leyenda que hace desembocar el Danubio en el Adriático revela el deseo de disolver las escorias del miedo, obsesiones, pudores, delirios de defensa, en la gran persuasión marina, distendido abandono, puro presente de la vida que se basta a sí misma y no se consume en la carrera hacia metas que alcanzar, en el ansia de hacer, de haber hecho ya y ya vivido, sino que es felicidad sin meta y sin agobio, eternidad y autosuficiencia del instante”.

    Marisa Madieri, esposa de Magris, escribe: “No me gusta el declinar del año, el transcurrir demasiado rápido de las estaciones. Quisiera un tiempo que no pasa, la hora de la persuasión, porque sé que no me espera nada más hermoso que el presente que vivo”.

    La nueva complejidad Lo propio de esta nueva complejidad es que nos deja perplejos, es, como dice Habermas una “nueva inabarcabilidad”.

    La sociología actual viene a coincidir en que las variadísimas manifestaciones patológicas de la actual complejidad pueden sintetizarse en cuatro: Segmentación: es una especie de fragmentación o fraccionamiento creciente de los procesos y de las situaciones sociales.

    Efectos perversos: Se multiplican las consecuencias equívocas o no pretendidas.

    Anomia: Es la carencia de reglas y normas indiscutibles o, simplemente, vigentes. El hombre anómico es espiritualmente estéril, concentrado sobre sí mismo, no responsable ante nadie. Se burla de los valores de otras personas..

    Implosión: Es la explosión seca, producida por el vaciamiento interior, por la pérdidas de la esencia propia y de los proyectos genuinos. Es significativo que las instituciones más frecuentemente afectadas por la implosión sean las más primitivas, las más originarias como la familia o la universidad.

    Mi propuesta discurre por una descarga de la complejidad indeseada, que no es más ni menos que una desburocratización y una desmercantilización de la sociedad a favor de la iniciativa y la responsabilidad social.

    La rápida historia de esta mutación hasta planteamientos humanistas, queda reflejada en un interesante proceso, aún en curso, que puede sintetizarse en cinco parámetros: Organizativo: En una empresa como institución, la organización es sólo instrumental y, por lo tanto versátil y flexible.

    Relacional: Las organizaciones están ahora esencialmente orientadas hacia el cliente o usuario, hasta el punto que consideran que forma parte de la compañía.

    Motivacional: Se entiende la corporación, en términos antropológicos, como una institución vital que se constituye en torno a valores, el motivo predominante es la efusividad, la necesidad de aportar, compartir y crear.

    Cognoscitivo: A medida que la complejidad ha ido creciendo, los profesionales de la empresa han necesitado un espectro más amplio de conocimientos.

    Ético: En este ámbito empresarial se registra un mundo ético de pensar que critica duramente al pragmatismo y actualiza el concepto clásico de virtud. Basta reflexionar sobre las virtudes que se requieren en la función directiva: para el diagnóstico: la prudencia; la decisión exige audacia y magnanimidad, y la ejecución fortaleza y confianza en los demás.

    En la nueva empresa más valioso que tener “poder” es tener “peso”. El que obedece también manda, según Leonardo Polo. Porque al ejecutar una orden está devolviendo otra orden a quien emitió la primera.

    ¿Emergencia o colonización? Hay dos grandes posibilidades que se abren ante nosotros: a)La colonización. Es la intromisión del Estado, el mercado y los medios de comunicación en el ethos ciudadano.

    b)La emergencia. Es la aportación de sentido que va desde las personas y sus relaciones originarias hasta la estructura político-económica y de la comunicación colectiva.

    La colonización es descendente y alienadora, la emergencia es ascendente y personalizada. El humanismo civil y empresarial es emergencia.. Se trata de pasar del Estado del Bienestar a la sociedad del bienestar. Ese cambio tiene dos vertientes: a) El peso se traslada desde el Estado-mercado y mass media a la sociedad. b) El concepto de bienestar cambia, deja de ser pasivo y cuantitativo para ser cualitativo y activo, empieza a llamarse calidad de vida.

    Lo que hoy llamamos postmodernidad es el mundo de lo radicalmente humano: el mundo de las solidaridades primarias, de las iniciativas sociales, de las relaciones cívicas, la sustancia misma del ethos o cultura en sentido radical. La postmodernidad puede llegar a representar una síntesis de clasicismo y modernidad.

    Si consideramos el humanismo como emergencia, entonces la personalización no está reñida con la eficacia. Todo lo contrario: en una organización compleja y viva, la eficacia sólo se puede lograr a través de la personalización.

    Organizaciones inteligentes Sólo las instituciones capaces de operar de manera corporativamente inteligente serán capaces de navegar en el espacio del conocimiento abierto por la nueva sociedad.

    Personas cultas, habitar sabio, reticularidad compleja, espontaneidad vital … Son rasgos que nos hablan que la sociedad está volviendo a adquirir un sentido humanista.

    Para cruzar los umbrales de la sociedad postindustrial necesitamos una silenciosa sabiduría práctica.

    La primera confusión que hemos de evitar es creer que el conocimiento se identifica, sin más, con la información.

    Lo que nos permiten los ingenios cibernéticos es descargarnos de las tareas rutinarias de buscar información, almacenarla y, en alguna medida, organizarla y procesarla. Quedamos a sí en franquía para ponernos a realizar esa misteriosa operación de la que sólo nosotros, los seres humanos, somos capaces: pensar.

    Las únicas corporaciones adaptadas a la sociedad del conocimiento son las “organizaciones inteligentes”.

    Seis propuestas para la sociedad del conocimiento Primera: Trabajar es aprender, dirigir es enseñar. Lo importante no es enseñar, lo importante es aprender. La única finalidad de la enseñanza es el aprendizaje, así como el único objetivo de la dirección es la mejora de la calidad del trabajo.

    Segunda: Una organización inteligente es una comunidad de investigación y aprendizaje. Todos tienen la responsabilidad de no dejar de indagar, de reforzar sus ocurrencias acertadas y de cuidar de que sus innovaciones no tropiecen con rigideces burocráticas o con autoritarismos formales.

    Tercera: Las organizaciones inteligentes entienden la profesionalidad como dominio de un “oficio”. Un profesional es quien resulta capaz de dar fe pública de sus conocimientos. La organización inteligente permite y fomenta que exista la creatividad, y esto sólo lo logra quien domina la técnica o el arte que le es propia..

    Cuarta: Una organización inteligente posee una ineludible dimensión ética. Según Millán Puelles “la moral es la lógica de la libertad”, es la urdimbre de toda convivencia… La tolerancia institucional de mentiras o medias verdades es letal para una organización inteligente.

    Quinta: Una organización inteligente ha de cultivar una profunda cultura corporativa. La capacidad para adquirir saberes nuevos no se puede restringir a unos pocos especialistas o a un departamento de innovación, sino que tiene que empapar la empresa de arriba a bajo. Esto es lo que debemos llamar hoy cultura corporativa. Una empresa culta es la que está llena de proyectos, más que de realidades logradas.

    Sexta: En las organizaciones inteligentes investigación y gestión se identifican. La propia acción directiva consiste en poner a todos los miembros de la organización a pensar en lo que cada uno está haciendo.

    Antonio María Rouco, “Los derechos de Dios, garantía de los derechos del hombre”, 29.V.01

    Discurso de ingreso del Cardenal Antonio Mª Rouco en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

    El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, pronunció anteayer su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con el título Los fundamentos de los derechos humanos: una cuestión urgente. Después de analizar la utilidad de la fundamentación de los derechos humanos, afirmó que a la altura del año Dos Mil, la implantación real de todos los derechos humanos, desde los más primarios —los derechos civiles y políticos— hasta los más sociales, económicos y culturales, atraviesa un momento innegablemente crítico. Diría más, crucial. Más adelante señaló que el análisis de los múltiples y complejos factores que están interviniendo en la situación por la que atraviesan los derechos humanos, en el presente panorama político y social del mundo, tan delicada y dramática, apunta directamente a una carencia ética fundamental: a una verdadera crisis moral de la Humanidad. El diagnóstico podría resumirse en una doble constatación: está en juego el futuro mismo de la Humanidad en paz, justicia y libertad. Está en juego el hombre mismo. He aquí una síntesis del discurso: La crisis político-jurídica de los derechos humanos va acompañada y está envuelta en una crisis social que se manifiesta en la aparición generalizada de fenómenos de violaciones sistemáticas de los mismos y del apoyo que encuentran, explícita o implícitamente, en sectores de la sociedad, de amplitud y arraigo notorios, aunque siempre, poderosos. Citemos algunos casos especialmente flagrantes y dolorosos: el terrorismo, el tráfico con las personas —"la trata de blancas", la venta y explotación de niños para los más variados fines, "el comercio" con los emigrantes ilegales, el tráfico de armas y el narcotráfico—. Todos ellos alcanzan una dimensión mundial. Todos estos fenómenos delatan una radical inmoralidad e inhumanidad: la del desprecio al hombre mismo y la de la brutal negación de la dignidad de las personas, que encuentra en los atentados terroristas su más perversa y odiosa expresión. El olvido de Dios e, incluso, su desprecio, que se esconde objetivamente en estas actitudes, es igualmente radical y no tiene paliativos. Lo más preocupante, con todo, reside en ese insidioso efecto secundario de un debilitamiento progresivo del fondo de la verdad de la conciencia moral colectiva: de que el miedo se acostumbre a vivir con el crimen, primero; para pasar, luego, a comprenderlo; y, finalmente, quizá, a justificarlo. La crisis política y social de los derechos humanos se manifiesta en toda su hondura moral y en su transcendencia crucial para el futuro del hombre, a través del nuevo planteamiento del derecho a la vida, que ha precedido, acompañado y seguido a los cambios legislativos en torno al aborto. A lo largo de las tres últimas décadas, en la práctica totalidad de los ordenamientos jurídicos, tanto de los países no democráticos —por ejemplo, de los Estados comunistas de la Europa Central y Oriental hasta la caída del Muro de Berlín, y posteriormente—, como de los democráticos de todo el hemisferio Norte, se ha generalizado una nueva valoración jurídica del derecho a la vida, que equivale, en el fondo, a un cuestionamiento de sus bases antropológicas. Un papel pionero lo jugó, sin duda alguna, la nueva interpretación constitucional de tal derecho en los Estados Unidos de América, que abrió el camino de lo que se denominará la despenalización del aborto o, en términos de un aséptico eufemismo, la interrupción voluntaria del embarazo. Pronto se simultaneó, para captar jurídicamente el mismo supuesto de hecho en fórmula más positiva y, por ello, menos odiosa, con la expresión o categoría de legalización del aborto, que se sirve del apoyo teórico de un supuesto ético-jurídico —el derecho de la mujer a disponer libremente de su propio cuerpo— y de un pre-supuesto biológico-antropológico de que el ser concebido en sus entrañas es una parte del organismo materno. EL DERECHO A LA VIDA ¿La debilidad formal-jurídica con la que nace, al final de la segunda guerra mundial, el sistema de protección de los derechos humanos en el seno de la entonces recién creada Organización de las Naciones Unidas, no esconderá, además de una manifiesta debilidad política, una debilidad ética inicial, no superada hasta el día de hoy? ¿Incluso, no adolecerá de una deficiente base antropológica en el orden del pensamiento y en el orden de la vida? El hecho sorprende tanto más llamativamente cuanto que, en la memoria de muchos contemporáneos, se encuentran todavía vivos los recuerdos de la terrible experiencia histórica, que está en el origen inmediato de la iniciativa de las Naciones Unidas, de su Carta fundacional y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: la experiencia de la segunda guerra mundial de la que surgió una toma de conciencia universal respecto a la urgente necesidad de buscar los cauces adecuados que impidiesen para siempre el estallido de una nueva conflagración bélica que, a la vista del potencial destructivo del armamento atómico disponible, devendría inevitablemente apocalíptica. A nadie se le ocultaba que en el Estado y en la doctrina política del nacionalsocialismo no había cabida para los derechos humanos. (…) Así se explica la esterilización forzosa por indicación eugenésica de personas en un número total aproximado de 350.000 individuos, en aplicación inmediata de "la ley para la prevención de descendencia enferma hereditaria" de 14 de julio de 1933; y los más de 200.000 enfermos —especialmente los pacientes de sanatorios psiquiátricos— que fueron eliminados en las clínicas alemanas entre 1939/1940 y 1945. Y, luego, la tremenda tragedia de la Soah, del holocausto judío, acompañada de eliminaciones masivas de otros sectores de la población en los territorios ocupados por conquista de guerra, con una incidencia singularmente grave y cruel en los países del Este de Europa. Teoría y praxis del nacionalsocialismo habían demostrado, en férrea sintonía histórica, cómo la negación sistemática de los derechos del hombre conducen a la Humanidad —al hombre mismo— hacia un abismo sin retorno. La crisis del positivismo jurídico y la apuesta por el Derecho natural se vio reforzada por el fenómeno histórico-espiritualmente y políticamente paralelo del marxismo-leninismo estalinista, que después de la victoria sobre las potencias del eje impone, en toda la Europa ocupada por las tropas soviéticas, un férreo sistema político articulado con una implacable consecuencia en torno al principio de la dictadura del proletariado o, más exactamente, de la dictadura del Partido Comunista y de su Secretario General. En las Constituciones de la Unión Soviética y de sus Estados satélites no había lugar para una verdadera teoría de los derechos humanos y, mucho menos, para una praxis política respetuosa de los mismos. En los primeros años de la postguerra se presenta la doctrina del Derecho natural como un instrumento, extraordinariamente valioso y fecundo, por no decir imprescindible, para la renovación moral y espiritual de las sociedades convulsionadas por la guerra y para una reconstrucción democrática del Estado, basada en el reconocimiento y garantía de los derechos humanos y en lo que se viene a designar pronto como el principio del Estado social de Derecho. Su aceptación se va a generalizar, más allá de los límites de los círculos académicos y profesionales del Derecho y de la política, forzosamente minoritarios, en el ancho campo de la cultura popular y de la opinión pública. Su influencia es innegable en la naciente República Federal de Alemania; pero también en los países del llamado mundo libre occidental, sin excluir a España y Portugal, con sus conocidas peculiaridades. EL DERECHO NATURAL En el panorama de las causas que han incidido en una deficiente concepción de los derechos humanos está el liberacionismo de los años setenta, que consideraba el derecho natural como instrumento ideológico de dominio. Esta propuesta enlaza con el propósito de desarrollar una doctrina teológica eficaz en la lucha por la liberación de la pobreza, en la que yacía inmersa una gran parte de la Humanidad, como fruto del Evangelio del Reino, ya operante en la Historia y que camina a su revelación y realización plenas, llevó a algunos de los cultivadores de estas corrientes teológicas al reconocimiento del valor hermenéutico de la metodología marxista para el análisis de la realidad social y de sus estructuras injustas, y a su uso científico y político. La consecuencia en relación con la concepción de la Iglesia fue definirla y organizarla como una institución crítica de la sociedad, y, también, precisar y cualificar el ejercicio de su misión como específicamente social e histórico. Entre los efectos teóricos y prácticos que de ahí se derivaron, es obligado señalar el de la minusvaloración de la doctrina social de la Iglesia (sobre todo en orden a la praxis), el cuestionamiento radical del Derecho natural, al que se declara incapaz de encauzar el proceso liberador, iluminándolo, discerniéndolo e impulsándolo, así como un inevitable relativismo axiológico de la doctrina socio-política y jurídica de los derechos humanos a modo de marco de referencia éticamente indispensable para la realización de la justicia. Quien ciertamente parece haber salido indemne de la crisis global de 1989 es el progresismo liberal y su humanismo relativista. Lo más preocupante, sin embargo, diez años después, es el panorama de una Humanidad herida por una violación de los derechos humanos más elementales, que no cesa, ni retrocede. Frente a esta nueva versión del materialismo antropológico, radical como pocas en la historia de la filosofía, pero tan fascinante por el ropaje científico y por la alianza con el supuesto progreso de la Humanidad con la que se presenta, se ha vuelto a insistir y a profundizar en el carácter personal de lo humano: en la persona como la categoría de su definición específica. El hombre es cualitativamente más que una simple unidad biológica de interacción, con capacidad para interactuar con otros seres; es infinitamente más que una cosa. El hombre es alguien, un ser libre, libre de todo determinismo: biológico, psíquico, social, económico y cultural. El hombre es constitutiva innovación libre. Dotado de conciencia, y de conciencia responsable, es capaz de conocer la verdad y de discernir el bien. El hombre —cada hombre— es un ser irrepetible y único. CUATRO VÍAS Hay cuatro irrenuciables vías de acceso a la fundamentación de los derechos humanos: la vía jurídica, la sociológica, la filosófica y la teológica. Es evidente que una cultura y praxis mínimamente asegurada de respeto a los derechos humanos exige que, por su lugar en la jerarquía normativa de los ordenamientos jurídicos de los Estados, se garantice su observancia y cumplimiento eficaz. Que sean incluidos en las leyes constitucionales o fundamentales como norma normans de todo el sistema constitucional, que habrá de salvaguardarlos con medios procesales y orgánicos adecuados: los propios de lo que se configura institucionalmente como Estado de Derecho. Es más, la experiencia histórica más reciente enseña que no basta ya para una garantía eficaz de los derechos humanos, como propios y personales de cada hombre, las medidas previstas en los ordenamientos constitucionales internos de los Estados, sino que se ha hecho cada vez más urgente y apremiante el que intervengan con los instrumentos normativos y de procedimiento más oportunos el derecho internacional y los organismos internacionales. La vía sociológica aporta la necesaria efectividad en el orden práctico de cara a la salvaguarda de los derechos. La vía filosófica nos recuerda que en el desarrollo de su vida, en el proceso de su existencia, el hombre se debe de tratar a sí mismo, y los hombres se deben de tratar entre sí —y se les debe de tratar por cualquier instancia social—, como persona, a la que le son inherentes unos bienes y valores esenciales para su realización: la vida, la verdad, la libertad, la asignación de los productos y medios materiales necesarios para su subsistencia, la posibilidad del matrimonio y de la familia, la capacidad de la relación y participación social y política, la posibilidad de formación y acción cultural, la salud y la capacidad de realizarse religiosamente. Y la vía teológica nos permite dar cuenta del fundamento preciso de la dignidad personal de cada hombre al saber teológicamente que cada ser humano ha sido querido y creado directa e inmediatamente por Dios, con su propio nombre; mostrar realmente la capacidad de su libertad —de su voluntad libre— para respetar y cumplir lo que unos deben a los otros como personas igualmente queridas por Dios, en virtud de su gracia que redime, sana y eleva a todo hombre para un proyecto de existencia marcado por el don y la exigencia del amor y del servicio; y perfilar los contenidos y la forma de cada uno de los derechos humanos y su intrínseca interdependencia como expresiones de una superior justicia al servicio de una realización plena de la persona humana, vista en la perspectiva integral de su último destino. Lo que podría estimarse como la aportación más valiosa, y de algún modo exclusiva, de la vía teológica a la fundamentación de los derechos humanos, es la de introducir intelectualmente a la persona en una experiencia humana de lo que significa, para la teoría y para una praxis de la vida completa en sus dimensiones objetivas y subjetivas, la experiencia espiritual, efectuada en la luz y en la fuerza del Espíritu. Los "derechos superiores de Dios", en frase del Vaticano II y que el Papa Juan Pablo II ha glosado tan bellamente en señaladas ocasiones, representan el apoyo primero y último, a la vez que la garantía inquebrantable, de los derechos del hombre.

    Johannes Rau, “¿Irá todo bien? Por un progreso a medida humana”, Berlín, 18.V.2001

    Discurso del Presidente Federal, Johannes Rau, 18 de mayo de 2001.
    Salón de Actos Otto Braun de la Biblioteca Nacional de Berlín.

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    Angela Aparisi, “Objeción de conciencia en la píldora del día siguiente”, PUP 18.VI.01

    En la historia de los derechos humanos ocupa un lugar preliminar el reconocimiento de la libertad de conciencia. Quizás una de sus manifestaciones más claras sea el derecho a la objeción de conciencia. Las demandas que, históricamente, se han ido acogiendo a la objeción de conciencia han sido muy variadas. Podemos citar, en el pensamiento griego, el caso de Antígona, que se negó a obedecer las órdenes del rey por respetar los dictados de su conciencia. Otro ejemplo podemos encontrarlo en Tomás Moro, ejecutado por orden de Enrique VIII en la Inglaterra del siglo XVI. Su negativa a acatar una decisión del monarca se fundamentó en que ésta agredía profundamente su conciencia. Decía: “En mi conciencia, este es uno de los puntos en que no me veo constreñido a obedecer a mi príncipe… Tenéis que comprender que en todos los asuntos que tocan a la conciencia, todo súbdito bueno y fiel está obligado a estimar más su conciencia y su alma que cualquier otra cosa en el mundo”.

    También merecen destacarse, en el siglo XVII, las reclamaciones de los cuáqueros, al negarse a empuñar las armas por razones de conciencia. En nuestros días quizás las demandas más frecuentes han sido las referentes a exención de la prestación del servicio militar y la objeción de conciencia a la práctica del aborto.

    La libertad está por encima de los Estados, salvo en los autoritarios A pesar de la diversidad de supuestos que, históricamente, se han acogido a la objeción de conciencia, en la base de todos ellos encontramos un mismo presupuesto: el poder (lo detente quien lo detente) no puede ordenar cualquier cosa, sobre todo, si ello agrede gravemente la conciencia de los ciudadanos. De este modo, la objeción de conciencia implica siempre el incumplimiento de una obligación de naturaleza jurídica cuya realización produciría en el individuo una agresión grave a la propia conciencia. Lo bien cierto es que desde los orígenes del Estado de Derecho se ha entendido que el respeto a la conciencia es uno de los límites más importantes del poder, ya que la dignidad y la libertad humanas se encuentran por encima del propio Estado. Por el contrario, el rechazo del derecho a la libertad de conciencia se encuentra, entre otros rasgos, en la base de todos los autoritarismos. Ciertamente, una de las características más frecuentes de los Estados autoritarios es que pretenden invadir y dirigir la conciencia de los ciudadanos.

    Esta realidad, la importancia que en un sistema democrático tienen la libertad ideológica y de conciencia de las personas, pretende ser negada en la actualidad a ciertos sectores de la población. Al menos, ello es lo que se deduce del debate actual sobre la dispensación por los farmacéuticos de la píldora del día siguiente.

    Por un lado, resulta muy lógico que a un profesional, formado en el respeto a la vida y la promoción de la salud, le provoque un grave daño a su conciencia tener que participar en la eliminación de un embrión humano. No obstante, desde ciertos sectores se está intentando presionar para negar la posibilidad de que el farmacéutico pueda acogerse a la objeción de conciencia. Frente a ello, es evidente que el farmacéutico, como cualquier otro sanitario, posee una formación y capacitación específica que le permite tomar decisiones, en ciencia y en conciencia, y ser responsable de ellas. Impedir esta capacidad es negarle, no sólo su lugar como profesional del ámbito de la sanidad, sino también un derecho humano básico, el de actuar según su conciencia. No se trata de un asunto baladí, por cuanto que la dispensación de la píldora del día siguiente afecta al bien jurídico más importante de nuestro ordenamiento e incluso de nuestra sociedad, la vida humana.

    Angela Aparisi, Directora del Instituto de Derechos Humanos Universidad de Navarra.

    José López Guzmán, “La objeción de conciencia de los farmacéuticos”, Diario Médico, 20.VI.01

    En las últimas semanas se ha suscitado un amplio debate social con respecto a la comercialización de la píldora del día después (ppd). Uno de los focos de discusión gira en torno a la posibilidad de que ciertos farmacéuticos se nieguen a facilitar esta especialidad. Sobre este asunto me gustaría aportar algunos puntos de reflexión.

    Primero. Resulta muy lógico que a un profesional que se ha formado en el respeto a la vida y a la promoción de la salud le provoque un daño a su conciencia el tener que participar en la eliminación de un embrión humano. No obstante, desde ciertos sectores se está intentando cercenar la posibilidad de que el farmacéutico pueda acogerse a la objeción de conciencia.

    Segundo. Se ha producido una situación de desigualdad de los farmacéuticos de distintas comunidades autónomas. Ciertamente, varios colegios oficiales de farmacéuticos se han declarado a favor de la defensa de sus colegiados, mientras que otros se han abstenido de pronunciarse o han manifestado su decisión de dejar desamparados a los posibles objetores. Y esto, aunque el Código Deontológico de la profesión farmacéutica, de reciente aprobación, dice textualmente en su punto 33 que “el farmacéutico podrá comunicar al colegio de farmacéuticos su condición de objetor de conciencia a los efectos que considere pertinentes. El colegio prestará el asesoramiento y la ayuda necesaria”.

    Tercero. Tras la pretensión de limitar la capacidad de decisión de¡ farmacéutico por parte de algunos colegios profesionales subyace una postura muy clara: la profesión, que debe cuidar y promocionar, no tiene más horizonte que el cumplimiento de la prescripción de un médico sin atender a otras razones directamente relacionadas con su formación y capacitación. Frente a esta actitud cabría responder que el farmacéutico, como cualquier otro sanitario, posee una formación y capacitación específica que le permite tomar decisiones, en ciencia y en conciencia, y ser responsable de ellas. Impedir esta capacidad es negarle no sólo su lugar como profesional en el ámbito de la sanidad, sino también un derecho humano básico: el de actuar según su conciencia.

    Cuarto. La actitud contraria al reconocimiento de la objeción de conciencia parece ir en contra de uno de los mayores logros de nuestra sociedad: el reconocimiento de la libertad de conciencia. En la base a todos los supuestos que se acogen a la objeción de conciencia (Mozos al servicio militar, médicos al aborto, etcétera) encontramos un mismo presupuesto: el poder (10 detente quien lo detente) no puede ordenar cualquier cosa, especialmente si ello agrede gravemente la conciencia de los ciudadanos.

    De este modo, la objeción de conciencia implica siempre el incumplimiento de una obligación de naturaleza jurídica, cuya realización producida en el individuo una agresión grave a la propia conciencia. Lo cierto es que desde los orígenes del Estado de Derecho se ha entendido que el respeto a la conciencia es uno de los límites más importantes del poder, ya que la dignidad y la libertad humana se encuentran por encima del propio Estado. Por el contrario, el rechazo del derecho a la libertad de conciencia se encuentra, entre otros rasgos, en la base de todos los autoritarismos. Una de la características más frecuentes de los Estados autoritarios es que pretenden invadir y dirigir la conciencia ciudadana.

    Quinto. La postura del profesional sanitario es, en este caso, de máximo respeto al prójimo. Lo que se solicita no es una prohibición de distribución del preparado, sino que se permita no participar en el proceso, ya que la colaboración activa en un aborto le producirla una grave lesión moral.

    Por otra parte, para acceder a la pretensión del farmacéutico objetor no hay que crear ninguna figura legal. En este sentido, es importante recordar el contenido del articulo 16 de nuestra Carta Magna: ‘Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”. También deben tenerse en cuenta las sentencias del Tribunal Constitucional que han ido perfilando la objeción de conciencia.

    La conclusión que se desprende de los puntos anteriores es que impedir al farmacéutico la capacidad de objetar en conciencia a la dispensaci6n de la ppd es negarle no sólo su lugar como profesional en el ámbito de la sanidad, sino también un derecho humano básico: el de actuar según su conciencia. No se trata de un asunto baladí por cuanto que la dispensación de la ppd es algo que afecta al bien jurídico más importante de nuestro ordenamiento e incluso de nuestra sociedad: la vida humana.

    José López Guzmán Profesor de Deontología Farmacéutica de la Universidad de Navarra Diario Médico, 20.VI.01