La investigación médica de los últimos tiempos está consiguiendo resultados diagnósticos y terapéuticos magníficos y todavía es mayor la esperanza que se abre para el futuro casi inmediato. Prácticamente se han erradicado la mayoría de las infecciones, se han logrado avances enormes en las enfermedades cardíacas e incluso el hasta ahora inexpugnable cáncer está experimentando un cambio sustancial, con curaciones que superan ya la mitad de los casos.
La investigación sobre el genoma humano abre unas perspectivas muy luminosas, hasta el punto de que merezca comentarios tan eufóricos como el de William Haseltine , presidente del Human Genoma Sciencies, que manifestaba: “la muerte es una serie de enfermedades evitables”. Nadie dice que la inmortalidad es el objetivo de la medicina – ya Zeus castigó con la muerte al gran médico Asclepío (o Esculapio), hijo de mujer y del dios Apolo, por pretender la eternizar la vida de sus enfermos -, pero si parece influir en los planes de la ciencia médica. La idea de un progreso indefinido se enfrenta a la valoración de los cuidados paliativos de los enfermos crónicos o terminales. No hay que olvidar que en determinadas situaciones la medicina tiene que cuidar y no pretender erradicar la muerte.
“La comunidad científica debería ver su enemigo en la muerte prematura, no en la muerte en sí. El objetivo no debe ser aumentar la longevidad indefinidamente, sino permitir una vida suficientemente larga, que abarque desde la infancia hasta la vejez. Después, la prioridad ha de ser cuidar, no curar”, dice Daniel Callahan, del Hastings Center -institución de investigación bioética – el Internacional Herald Tribune del 6 de abril pasado.
Impedir la muerte no es una meta razonable. Lo sensato es luchar contra la enfermedad crónica, las deficiencias psíquicas y físicas y la invalidez. Estos son los grandes enemigos. La muerte tiene que llegar y la medicina debe ayudar al hombre a enfrentarse a ella en unas condiciones físicas mejores, cuidando a la persona para dar ese último paso en la vida de una manera que pueda afrontarse con la madurez y dignidad más propias del hombre.