Alfonso Aguiló, “Soluciones inteligentes”, Hacer Familia nº 62, 1.IV.1999

Ya hemos dicho en otras ocasiones que, por lo general, el problema de la mayoría de las personas no es que carezcan de recursos. Su principal dificultad suele ser que carecen del necesario control sobre los recursos personales que ya poseen.

Acudamos a una comparación. El director de una película, o de un reportaje televisivo, puede obtener efectos muy distintos de una misma realidad que está filmando. El ángulo y el movimiento de la cámara, el tipo de música de fondo y su volumen, el color y la calidad de la imagen, etc., pueden crear en el espectador impresiones enormemente diferentes. Hay todo un conjunto de detalles que influye mucho en los sentimientos que una misma realidad puede generar en quien la vive o la presencia.

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Alfonso Aguiló, “¿A qué puedo llegar?”, Hacer Familia nº 61, 1.III.1999

Imaginemos una persona convencida de que no sirve para algo determinado. Por ejemplo, se ha convencido de que es un mal estudiante. Con esa expectativa de fracaso, ¿qué proporción de sus recursos personales será capaz de movilizar? Parece obvio que la mayor parte de su potencial quedará inactivo. Esa persona ya se ha dicho así mismo que no sabe, que no se le da bien eso de estudiar, que nunca podrá ser un estudiante brillante. Lo malo es que el problema se agrava con su primera consecuencia: si comienza las clases o las horas de estudio con esas perspectivas, ¿qué actitudes tomará? ¿Serán actitudes seguras, positivas, firmes, enérgicas? ¿Reflejarán sus verdaderas posibilidades? Lo más probable es que no.

Cuando una persona está convencida de que va a fracasar, ¿qué motivos tiene para poner un esfuerzo intenso y constante? Empieza con unas convicciones que subrayan lo que no puede hacer, y esas convicciones refuerzan actitudes de pasividad, de titubeo, de falta de firmeza. Movilizará una parte muy pequeña del potencial de sus recursos personales. ¿Qué resultados se derivarán de todo esto? Con toda seguridad serán unos resultados mediocres, en el mejor de los casos. Y esos resultados mediocres muy posiblemente reforzarán su convencimiento negativo inicial, la mala valoración que esa persona hace de sí misma, que estuvo en el origen del problema: no sirvo para estudiar, y esto no cambiará.

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Alfonso Aguiló, “La admiración”, Hacer Familia nº 60, 1.II.1999

Como ha escrito Miguel Angel Martí en su ensayo titulado “La admiración” (Eunsa, 1997), todo hombre, por el mero hecho de serlo, se siente llamado a interpelarse y a interpelar la realidad que le rodea; y sin admiración, su vida se convierte en algo anodino, termina perdiendo sentido.

No es la vida quien enseña, lo que realmente enseña es la lectura que nosotros hagamos de ella. No es suficiente ver las cosas, es necesario mirarlas bien para descubrir ese algo de nuevo que siempre llevan consigo, y se necesita tener un alma joven y una sensibilidad bien cultivada para mantener el espíritu receptivo a esos guiños con que la realidad nos sorprende de continuo.

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Alfonso Aguiló, “¿Por qué esperar?”, Hacer Familia nº 59, 1.I.1999

«Pienso así desde que tenía 14 años. Por aquel entonces ya había observado adónde llevaba la frivolidad sexual a bastantes de mis compañeros de escuela.

»Desde mi adolescencia pensé que la libertad sexual que yo más deseaba es la de estar un día felizmente casada. Y pensé que tenía que guardarme para el matrimonio, y nunca he tenido la más mínima duda sobre mi decisión.

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Alfonso Aguiló, “La prueba del dolor”, Hacer Familia nº 58, 1.XII.1998

«Yo siempre he sido considerado en mi ambiente profesional —me decía no hace mucho un viejo amigo— como una persona muy exigente. Me he exigido siempre mucho a mí mismo y he exigido también siempre mucho a los demás.

»Me costaba mucho comprender que había gente a la que no le era posible seguir mi ritmo, y a veces, tengo que reconocerlo, los maltrataba. Y en casa me pasaba un poco igual. Echaba en cara las cosas a mi mujer y a mis hijos con muy poca consideración.

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Alfonso Aguiló, “Repertorio emocional”, Hacer Familia nº 57, 1.XI.1998

Para establecer una relación positiva con los demás, y poder así decirse las cosas de forma fluida y sin acritud, es preciso cultivar toda una serie de capacidades destinadas a combatir la negatividad y a establecer una relación no defensiva con los demás.

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Alfonso Aguiló, “Balance de la propia vida”, Hacer Familia nº 56, 1.X.1998

Hay vidas llenas de aparente éxito que son profundamente infelices y están dominadas por el desencanto ante ese estilo de vida, quizá espléndido en sus resultados, pero que se percibe como suplantador del que se hubiera debido tomar.

A muchas personas les cuesta abordar esa pregunta tan sencilla y tan crucial como es ¿por qué y para qué vivo?, ¿qué sentido debe tener mi vida? Tienden a eludir esa cuestión, a aplazarla continuamente, como esperando a que la misma vida se lo acabe descubriendo.

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Alfonso Aguiló, “Explicaderas y entenderas”, Hacer Familia nº 55, 1.IX.1998

Todos hemos observado cómo algunas personas poseen unas cualidades que les hacen conectar más fácilmente con los demás. No me refiero a los grandes líderes, o a esas personalidades geniales que poseen un carácter tan singular que poco podemos aprender de ellos las personas corrientes. Me refiero más bien a esas personas que viven a nuestro alrededor y tienen una buena capacidad de congeniar con los demás, saben captar sus sentimientos y logran mantener una buena relación habitual con casi todo el mundo.

La capacidad que las personas tienen de entenderse guarda una profunda relación con la educación afectiva, pues las personas no expresamos verbalmente la mayoría de nuestras ideas o sentimientos, sino que emitimos continuos mensajes emocionales no verbales, mediante gestos, expresiones de la cara o de las manos, el tono de voz, la postura corporal, o incluso los silencios, tantas veces tan elocuentes. Cada persona es un continuo emisor de mensajes afectivos del más diverso género (de aprecio, desagrado, cordialidad, hostilidad, etc.) y, al tiempo, es también un continuo receptor de los mensajes que irradian los demás.

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Alfonso Aguiló, “Miedo a la intromisión”, Hacer Familia nº 53-54, 1.VII.1998

«Aquel episodio —pensaba para sí la protagonista de aquella novela de Susanna Tamaro— vuelve a presentarse a menudo en mis pensamientos porque es el único momento en que tuve la posibilidad de hacer que las cosas cambiaran.

»Ella —su hija— había roto a llorar, me había abrazado: en ese momento se había abierto una grieta en su coraza, una hendidura mínima por la que yo hubiera podido entrar. Una vez dentro habría podido actuar como esos clavos que se abren apenas entran en la pared: poco a poco se ensanchan, ganando algo más de espacio. Habría logrado adentrarme un poco en su intimidad y convertido quizá en un punto firme en su vida.

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Alfonso Aguiló, “Sentido de autoridad”, Hacer Familia nº 52, 1.VI.1998

El mes pasado hablábamos de los diversos modos de ejercer la autoridad, y de cómo, aunque las personas y las situaciones sean muy distintas, hay bastantes rasgos de carácter que casi siempre confieren autoridad y son muy positivamente valorados por casi todo el mundo.

Por ejemplo, son importantes la paciencia, la sensibilidad y la consideración con los demás. O la disposición a aprender de otros, que hace que actuar con clara conciencia de que no solemos tener todos los datos, ni todos los puntos de vista, ni todas las experiencias que pueden aportarnos los demás. O la aceptación de las personas como son, sin pretender que todos tengan los mismos gustos y preferencias que nosotros. O la corrección en el trato, ajena a actitudes habitualmente tensas o cortantes.

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