Fragmentos de “El diablo propone un brindis”.
“En ese prometedor país [habla el demonio], el espíritu del “soy tan bueno como tú” [i. e., la envidia, despojada de sus connotaciones de pecado] se ha convertido ya en algo más que una influencia generalmente social. Empieza a abrirse camino en su sistema educativo… El principio básico de la nueva educación debe ser que a los zopencos y a los gandules no se les debe hacer sentirse inferiores a los alumnos inteligentes y trabajadores. Eso sería “antidemocrático”. Estas diferencias entre los alumnos (pues son obvia y crudamente diferencias individuales) deben ser disimuladas. Esto puede hacerse a varios niveles. En las universidades, los exámenes deben plantearse de forma que casi todos los estudiantes tengan buenas notas. Los exámenes de ingreso deben ser trucados de tal forma que todos o casi todos los ciudadanos puedan ir a las universidades, tengan o no alguna capacidad (o deseo) de beneficiarse de la educación superior. En las escuelas, los niños que sean demasiado estúpidos o perezosos para aprender idiomas, matemáticas y ciencias elementales pueden dedicarse a hacer las cosas que los niños acostumbraban a hacer en su tiempo libre. Dejarles, por ejemplo, hacer pasteles de lodo y llamarle a eso modelar. Pero en ningún momento debe producirse la más leve insinuación de que son inferiores a los niños que están trabajando. Sea cual fuere la tontería a la que se dediquen, deben tener (creo que los ingleses emplean ya esa expresión) “paridad de estima”. No es imposible un plan más drástico todavía. Los niños aptos para pasar a una clase superior pueden ser retenidos artificiosamente, porque los demás podrían contraer un “trauma” (¡Belcebú, qué palabra más útil!) al quedarse rezagados. El alumno inteligente permanece así democráticamente encadenado a su propio grupo de edad a lo largo de toda su carrera escolar, y un chico que sería capaz de abordar Esquilo o Dante tiene que sentarse a oír a sus coetáneos tratando de deletrear UN GATO SENTADO EN UNA ALFOMBRA.
En una palabra, podemos esperar razonablemente la virtual abolición de la educación cuando el “soy tan bueno como tú” se haya impuesto completamente. Todos los incentivos a aprender y todos los castigos por no aprender desaparecerán. A los pocos que podrían querer aprender se les impedirá; ¿quiénes son ellos para superar a sus semejantes? Y, en cualquier caso, las maestras (¿o debería decir niñeras?) estarán demasiado ocupadas tranquilizando a los zopencos y dándoles palmaditas en la espalda para perder el tiempo en enseñar de verdad. Ya no tendremos que planear y trabajar para difundir entre los hombres un engreimiento imperturbable y una ignorancia incurable. Los pequeños gusanos mismos lo harán por nosotros.”