Caso práctico de Educación del carácter nº 2

SITUACIÓN:

Raúl tiene 15 años y es el pequeño de tres hermanos. Sus padres no saben bien por qué, pero desde hace varios meses muestra una creciente tendencia a criticar a todo el mundo. Demuestra tener una notable agudeza para captar los defectos de los demás, y se siente impulsado a manifestar lo que él considera flagrantes faltas coherencia.

Sus padres procuran decirle que no está bien criticar con tanta dureza a la gente, que debe ser más comprensivo, etc. Ante esas razones, Raúl suele indignarse más aún, y dice cosas como “¿por qué no voy a decirlo si es verdad?”, o “me parece una hipocresía callarse lo que uno piensa: si no es verdad, que me lo demuestren”.

OBJETIVO:

Reconducir de modo constructivo el sentido crítico.

MEDIOS:

Enseñarle a comprender mejor a los demás, ponerse en su lugar, y saber corregir de modo oportuno, positivo e inteligente.

MOTIVACIÓN:

Favorecer un ambiente familiar en el que todos tengan la tranquilidad de saber que cuando hagan algo mal se lo dirán los demás lealmente y de modo privado, sin criticarle a sus espaldas.

HISTORIA:

Raúl lleva varios días un poco más acelerado de lo normal. Su sentido crítico está en plena efervescencia, y le lleva a una agresividad que produce tensiones fuertes a su alrededor. En su clase le están pagando con la misma moneda, y de los conflictos que produce sale a veces bastante malparado.

Hoy ha llegado a casa malhumorado y hundido. Ha debido pasar algo. Sus padres llevan tiempo preocupados, pero no saben bien qué más decirle. “Estoy pensando —concluía su padre cuando lo comentaba por la noche con su mujer— que tendría que hablar con él con un poco de calma. Veo que siempre hablamos de estas cosas en unas circunstancias negativas, a raíz de escuchar sus críticas y tener que atajarlas. Como he visto que hay estos días una feria de últimas tecnologías multimedia, que a él le encantan, igual que a mí, voy a proponerle que me acompañe, a ver si encontramos después un buen momento para charlar”.

RESULTADO:

A Raúl le hizo ilusión el plan. Quedaron en aprovechar el mediodía, que siempre hay menos gente, y después comer allí juntos en plan rápido unas hamburguesas, cosa que a Raúl le gustaba casi más que la informática. Durante el trayecto no pararon de hablar sobre ordenadores. Su padre se esforzó en escuchar. A raíz de los comentarios del chico, salían también sus opiniones sobre otros temas muy diversos, expresados siempre con gran rotundidad.

El tiempo de la visita se pasó en un suspiro y llegó la hora de comer. Su padre pensó que había ya un ambiente adecuado para hablar con más confianza sobre el carácter de su hijo. De todas formas, no le resultaba fácil sacar el tema. Pensó en dejarlo para otra ocasión, pero se dio cuenta de que era por pura pereza: “He quedado con mi mujer en hablar con él de esto —pensaba para sí—; no puedo volverme sin hacerlo”.

Sacó por fin el tema, con el mejor tono que supo. Intentó hacer un enfoque positivo. “Mira, Raúl, me gustaría que habláramos en plan serio y constructivo. No quiero ahora recriminarte nada, estate tranquilo. Más bien quiero pedirte ayuda.” Raúl le miraba con asombro: “¿De qué se trata? Nunca te había visto con tanto misterio…”.

“Se trata —le explicó— de que veo que tienes talento para ver lo que los demás hacemos mal. Y eso es un don con el que puedes ayudarnos mucho, si lo empleas bien. Pero si lo empleas mal puedes hacer sufrir mucho también.”

Raúl escuchaba con interés. Era bastante consciente de casi todo lo que le pasaba, pero se veía superado por sus frecuentes sentimientos de rebeldía y de indignación. Solía acabar manifestándolos ásperamente, y luego se pasaba horas dándole vueltas en la cabeza a los motivos por los que él tenía razón. Con frecuencia también le dolían luego las cosas que había llegado a decir en esos momentos de enfado, y se sentía culpable.

Su padre le encontró receptivo, y pudo hablarle con calma de cómo todos tenemos muchos defectos, y que lo mejor era ayudarnos entre todos a superarlos, en vez de recriminárselos unos a otros en los momentos de enfado o indignación, que es cuando todos estamos menos ponderados para hablar y menos receptivos para escuchar. Hablaron de la maravilla de poder actuar con naturalidad, sabiendo que tenemos las espaldas guardadas por los demás, que nos dirán lealmente, a la cara y con cariño, las cosas que hagamos mal.

Hablaron bastante, de manera que tuvieron luego que salir a toda prisa para no llegar tarde al trabajo y a clase respectivamente. Raúl quedó contento, y reconoció que su actitud hipercrítica le estaba dando malos resultados, pues le había alejado de algunos de sus compañeros y ahora tenía que recuperar mucho terreno en sus relaciones de amistad. Sabía que le iba a costar, pero había visto las cosas claras y había llegado a un acuerdo con su padre para hablar de estas cosas con calma al menos una vez cada semana.