Juan Luis Lorda, “No tan hereje: dialoguemos con rigor”, PUP, 1.II.2003

Recientemente un artículo titulado “Herejes”, de Tomás Yerro, salía en defensa del teólogo Tamayo, recordando lo que les pasaba a los herejes de otros tiempos. Es un mal argumento, además de muy sobado. Con la historia en la mano, sólo se puede demostrar lo brutos que han sido nuestros antepasados (los de todos) y lo poco que calaron en el mensaje cristiano. Pero no sirve para juzgar el presente. Es como si cada vez que hablara un socialista, se le mentase a Stalin. Y cada vez que hablara un alemán, se le recordara el Holocausto. Y cada vez que saliera un ilustrado, se le leyeran las horrorosas opiniones de Voltaire sobre la trata de esclavos (de la que era decidido partidario); o se le contara lo que pasó con los hijos de Rousseau. O cada vez que se menciona la izquierda española, se recordara lo que le sucedió al obispo de Barbastro durante la guerra civil. Esta retórica sirve para confundir los sentimientos, pero no aclara la razón.

Para aclararse, hay que atenerse a los datos. Los datos son que, en estos años, el señor Tamayo ha discrepado con frecuencia y duramente de la Iglesia. Y ha dejado claro que no piensa lo que la Iglesia piensa en muchos puntos. Cualquiera que haya leído el periódico en el que escribe, lo sabe. Esta vez sucede lo contrario y es la Iglesia la que discrepa públicamente de Tamayo. Y lo ha hecho en términos mucho menos agresivos, y con muchos menos miles de ejemplares.

Desde el punto de vista democrático, sin querer entrar en la cuestión religiosa, hay que respetar los derechos de las dos partes. Tamayo tiene el derecho de discrepar y no creer lo que cree la Iglesia. La Iglesia tiene el derecho de discrepar y no creer lo que cree Tamayo. Tamayo tiene el derecho de separarse de la Iglesia. Y la Iglesia tiene el derecho de separarse de Tamayo. En un debate público, todos los derechos que se le concedan a Tamayo se le deben conceder a la Iglesia, por el mismo título.

Pero si se quiere entrar en la cuestión religiosa, nos encontramos con un problema doctrinal, que es preciso resolver con criterios doctrinales. Aquí lo que está en juego es que la Iglesia tiene dos mil años de existencia, una confesión de fe y un Catecismo de la Iglesia Católica. Y esa Iglesia, que sabe algo de lo que dice, declara que Tamayo no dice lo mismo. Ante tal discrepancia, Tamayo tiene varias posibilidades: aceptar que no dice lo mismo y corregirse; demostrar que dice lo mismo y no corregirse; demostrar que tiene razón y corregir el Catecismo; hacer su propio Catecismo y fundar otra iglesia. Sólo a esto último se le llama herejía. Y sólo si Tamayo lo hace, puede ser considerado un hereje; no porque lo diga la Iglesia, sino porque lo dice el Diccionario de la Real Academia.

De momento, aparte del señor Yerro, nadie ha llamado hereje al señor Tamayo. La Iglesia no se dedica a ofender a las personas, sino a defender su doctrina. Es seguro que todo el proceso se habrá hecho con mucha delicadeza, probablemente mucha más de la que usa Tamayo cuando le da por discrepar. No sé cuáles serán los sentimientos de Tamayo: si se sentirá mal o se sentirá bien. Si esto le hará feliz o le causará pesar. Si la publicidad gratuita que ha conseguido le resultará ofensiva o la agradecerá por lanzarle a la fama y permitirle vender masivamente sus libros. Si es el momento más bajo o el más alto de su carrera. Si le gusta sentirse un cristiano como todos, o prefiere ser el héroe transgresor que se opone al Catecismo. Cada uno tiene un margen para elegir el papel que quiere jugar en la vida y en la Iglesia. Pero, como en el matrimonio, cuando se trata de dos, la otra parte también tiene derecho a decir algo.

A Tomás Yerro, que compara a Tamayo con San Juan de la Cruz, le reconforta “saber que, en una sociedad cada vez más narcotizante del pensamiento, aún pueden surgir intelectuales disidentes, insumisos, rebeldes, réprobos y heterodoxos”. Cree que hacen falta herejes de la política, la economía, la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura. Para Yerro, Tamayo ya ha conseguido ser hereje de la doctrina católica. Hoy por hoy, es lo más fácil y lo menos arriesgado. Ahora debería intentarlo con la economía y convertirse en disidente, insumiso, rebelde, réprobo y heterodoxo con la declaración de hacienda. A ver qué pasa.

Juan Pablo II, “No hay lugar en el sacerdocio para quienes dañan a los jóvenes”, 25.IV.2002

Con palabras rotundas y gesto severo, Juan Pablo II advirtió ayer a los cardenales norteamericanos y al mundo que «no hay lugar en el sacerdocio ni en la vida religiosa para quienes dañan a los jóvenes». En su encuentro con los purpurados de EE.UU. el Papa les pidió «reforzar las medidas para que esos errores no se repitan».

ROMA. El presidente de la conferencia episcopal norteamericana, monseñor Wilton Gregory, reconoció ayer que «durante toda la mañana, el ambiente fue muy serio, casi sombrío. Pero, al final, el Papa nos reconfortó». Aunque su discurso fue exigente, Juan Pablo II les manifestó su plena confianza en que conseguirán erradicar la pederastia y prestar un gran servicio a la Iglesia del siglo XXI. La reunión urgente para hacer frente al escándalo terminará hoy con el debate sobre nuevas directrices y un almuerzo final con el Papa.

En su primer encuentro con los trece cardenales norteamericanos, los tres directivos de la conferencia episcopal y los máximos cargos de la Curia romana, el Papa manifestó que «también a mí me ha dolido profundamente el hecho de que algunos sacerdotes y religiosos hayan causado tanto sufrimiento y escándalo a los jóvenes. Debido a ese gran daño hay desconfianza en la Iglesia, y muchos se sienten ofendidos por el modo en que han actuado los responsables eclesiásticos».

Para disipar cualquier duda sobre la gravedad del problema, el Santo Padre señaló que «los abusos que han causado esta crisis son inicuos desde todo punto de vista y, con justicia, la sociedad los considera delito. Son también un pecado horrendo ante Dios. Quiero expresar a las víctimas y sus familias mi profundo sentimiento de solidaridad y mi preocupación».

Decisiones erróneas Con toda sencillez, el Papa reconoció que durante muchos años, la falta de conocimiento científico sobre la pederastia y una excesiva confianza de los psiquiatras en sus terapias «llevó a los obispos a tomar decisiones que, posteriormente, se demostraron erróneas». Admitido el fallo, el Santo Padre recordó a los 24 prelados que este encuentro extraordinario de dos días en Roma debe precisamente «establecer criterios más fiables para que esos errores no se repitan». Las nuevas directrices, que serán presentadas hoy, acelerarán el cese de los culpables, la información a las autoridades, la ayuda a las víctimas y la transparencia.

En tono rotundo, el Papa afirmó que «no hay lugar en el sacerdocio y la vida religiosa para quienes dañan a los jóvenes». La seriedad en erradicar la pederastia permitirá recuperar la confianza de los fieles mientras que, al final, «toda esta pena y todo este dolor debe llevar a un sacerdocio más santo, a un episcopado más santo y a una Iglesia más santa». Si el virulento problema americano se abrió como una herida, su tratamiento y cura pueden terminar siendo un bien, y el Papa incluyó una nota positiva: «Debemos tener confianza en que este tiempo de prueba traera una purificación a toda la comunidad católica, una purificación que es necesaria y urgente para que la Iglesia predique más eficazmente el Evangelio de Jesucristo con toda su fuerza liberadora».

Juan Pablo II considera que «el abuso de los jóvenes es el grave síntoma de una crisis que afecta no sólo a la Iglesia sino a la sociedad entera». Por lo tanto, «haciendo frente al problema con claridad y determinación, la Iglesia ayudará a la sociedad a entender y resolver la crisis que atraviesa». De hecho, la incidencia de pederastia entre el clero católico, aunque inadmisible, es numéricamente más baja que en cualquier otra categoría social, cultural o profesional en Estados Unidos. El modo en que la jerarquía católica aborda el problema puede servir de ejemplo a otras instituciones y a la sociedad en su conjunto.

Confianza en la jerarquía Tras el llamamiento a la severidad y a la fortaleza, el Papa quiso manifestar su confianza en la jerarquía norteamericana recordando «el inmenso bien espiritual, humano y social que realizan la gran mayoría de sacerdotes y religiosos en los Estados Unidos», así como los misioneros americanos en el mundo. «A todos ellos -dijo- va el sentido agradecimiento de la Iglesia católica y el agradecimiento del obispo de Roma».

El daño causado por un pequeño porcentaje de sacerdotes y religiosos -cuyos delitos fueron cometidos sobre todo hace una o dos décadas- es horrendo, pero es necesario contemplar la Iglesia americana en su conjunto, y el Santo Padre recurrió a un ejemplo muy gráfico: «Una gran obra de arte, aun con alguna rotura, sigue siendo bella. Y esto lo reconoce cualquier crítico intelectualmente honrado». Al término de la primera jornada, el problema quedó identificado y valorado. El desafío, ahora, es resolverlo.

Los cardenales americanos proponen «tolerancia cero» contra la pederastia La reunión especial de los cardenales norteamericanos con los máximos cargos de la Curia romana está avanzando hacia una política de «tolerancia cero» frente a los casos de pederastia de sacerdotes y la formación de consejos disciplinarios que incluyan miembros laicos.

Como presidente de la Conferencia Episcopal norteamericana, monseñor Wilton Gregory está decidido a cortar por lo sano. Por eso, aun teniendo presente el comentario del Papa sobre la posibilidad de «conversión», interpreta que su mensaje de que «no hay lugar en el sacerdocio para quienes dañan a los jóvenes» como un respaldo a la política de «tolerancia cero», que la mayoría de los cardenales norteamericanos ven como única salida a la crisis.

Algunos prelados formulan la nueva línea con una frase tomada del béisbol -donde se expulsa al jugador al tercer fallo-, pero en versión mucho más severa: «Una falta, y fuera del partido». A monseñor Wilton Gregory le parece lo más indicado para los casos de abuso de menores, pero el cardenal de Chicago, Eugene George, advirtió de que no se deben meter todos los deslices sexuales en un único cajón de sastre.

No hay consenso Según el cardenal arzobispo de Chicago, en estos momentos, «no hay consenso sobre la tolerancia cero. Una cosa es un monstruo como John Geoghan (el ex-sacerdote de Boston que abusó de 130 niños durante tres décadas) y otra muy distinta un sacerdote que, con algunas copas, tiente a una mujer y ésta le devuelva el afecto. La misma ley civil establece las diferencias». Tampoco hay consenso en cuanto a la exclusión de seminaristas con tendencias homosexuales. El cardenal de Filadelfia los excluye a rajatabla, mientras que el cardenal de Chicago dijo ayer que lo más importante no es la orientación sexual sino el comportamiento.

Tanto Gregory, el primer obispo negro que preside la Conferencia Episcopal, como el cardenal George se manifestaron a favor de que las diócesis creen comisiones para estudiar las denuncias de abusos sexuales.

Según el presidente de la Conferencia, «quizá lo mejor es que el obispo no decida solo. Debe haber unos consejos, con laicos e incluso con participación de las propias víctimas». Dos días antes de venir a Roma, el cardenal Roger Mahony, anunció que el consejo sobre abusos sexuales de su archidiócesis de Los Ángeles pasará de los nueve miembros actuales a un total de quince, de los cuales tan sólo tres serán sacerdotes. Para el titular de la mayor diócesis americana, «resulta claro que una parte demasiado grande de todo este asunto se ha llevado hasta ahora dentro de círculos clericales cerrados. Obtenemos un servicio mucho mejor cuando implicamos a gente laica».

El cardenal George manifestó que el celibato de los sacerdotes salió a colación en el encuentro de ayer tan sólo para estudiar modos de que se viva mejor, y recordó que «por los datos que tenemos, tan sólo un 1,5 por ciento de sacerdotes ha fallado en este punto». George señaló que «la dimisión del cardenal Bernard Law no se mencionó» y reveló que la noche del lunes, los cardenales y obispos americanos se reunieron para preparar la sesión de ayer con el Papa y la Curia. «Law nos dijo que no estaríamos aquí si él no hubiese cometido algunos errores tremendos, y pidió disculpas. No dijo nada de una posible dimisión, y nadie le preguntó».

Juan Vicente Boo, ABC, 24.IV.02 Texto del discurso de Juan Pablo II Queridos hermanos: 1. Permitidme que os asegure ante todo mi gran aprecio por el esfuerzo que estáis realizando para mantenernos informados a la Santa Sede y a mí personalmente sobre la compleja y difícil situación que ha surgido en vuestro país en los meses recientes. Confío en que estas discusiones vuestras den mucho fruto para el bien de los católicos de Estados Unidos. Habéis venido a la casa del sucesor de Pedro, cuya tarea consiste en confirmar a sus hermanos obispos en la fe y en el amor, y en unirles en torno a Cristo al servicio del Pueblo de Dios. La puerta de esta casa está siempre abierta para vosotros. En particular, cuando vuestras comunidades se encuentran en el dolor.

Al igual que vosotros, yo también he quedado profundamente apenado por el hecho de que sacerdotes y religiosos, cuya vocación es la de ayudar a la gente a vivir la santidad según Dios, han provocado ellos mismos estos sufrimientos y escándalos a jóvenes. A causa del grave daño provocado por algunos sacerdotes y religiosos, la Iglesia misma es vista con desconfianza, y muchos se han ofendido por la manera en que han percibido la acción los líderes de la Iglesia en esta materia. El tipo de abuso que ha causado esta crisis es en todos los sentidos equivocado y justamente considerado como un crimen por la sociedad; es también un espantoso pecado a los ojos de Dios. A las víctimas y a sus familias, dondequiera que estén, les expreso mi profundo sentimiento de solidaridad y preocupación.

2. Es verdad que una generalizada falta de conocimiento de la naturaleza del problema y el consejo de expertos clínicos llevó en ocasiones a los obispos a tomar decisiones que, según los acontecimientos sucesivos, se han demostrado erróneas. Vosotros estáis trabajando ahora para establecer criterios más fidedignos para asegurar que este tipo de errores no se repitan. Al mismo tiempo, incluso reconociendo el carácter indispensable de estos criterios, no podemos olvidar el poder de la conversión cristiana, esta decisión radical de abandonar el pecado y de regresar a Dios, que alcanzar las profundidades del alma de una persona y que puede producir un cambio extraordinario.

Tampoco deberíamos olvidar el inmenso bien espiritual, humano y social que la gran mayoría de los sacerdotes y religiosos en Estados Unidos han hecho y siguen haciendo. La Iglesia católica en vuestro país siempre ha promovido los valores cristianos con gran vigor y generosidad, de manera que ha ayudado a consolidar todo lo que hay de noble en el pueblo estadounidense.

Un gran obra de arte ha sido manchada, pero conserva su belleza; es una verdad que toda crítica intelectualmente honesta reconocerá. A las comunidades católicas en Estados Unidos, a sus pastores y miembros, a religiosos y religiosas, a los profesores de las universidades y escuelas católicas, a los misioneros estadounidenses en todas las partes del mundo, se dirige el profundo agradecimiento de toda la Iglesia católica y la gratitud personal del obispo de Roma.

3. El abuso de jóvenes es un grave síntoma de una crisis que está afectando no sólo a la Iglesia, sino a la sociedad en su conjunto. Es una profunda crisis de moralidad sexual, incluso de las relaciones humanas, y sus primeras víctimas son la familia y los jóvenes. Al afrontar el problema del abuso con claridad y determinación, la Iglesia debe ayudar a la sociedad a comprender y afrontar esta crisis en su corazón.

Debe quedar totalmente claro a los fieles católicos, y a toda la comunidad, que los obispos y los superiores están preocupados, ante todo, por el bien espiritual de las almas. La gente necesita saber que no hay lugar en el sacerdocio y en la vida religiosa para quienes dañan a los jóvenes. Tienen que saber que los obispos y los sacerdotes están totalmente comprometidos en la plenitud de la verdad católica sobre asuntos de moral sexual, una verdad tan esencial a la renovación del sacerdocio y del episcopado, como a la renovación de la vida matrimonial y familiar.

4. Tenemos que confiar que este tiempo de prueba traerá una purificación de toda la comunidad católica, una purificación necesitada urgentemente si la Iglesia quiere predicar de manera más efectiva el Evangelio de Jesucristo en toda su fuerza liberadora. Ahora vosotros tenéis que asegurar que allí donde abunda el pecado, la gracia sobreabunda (Cf. Romanos 5:20). Tanto sufrimiento, tanta tristeza debe llevar a un sacerdocio más santo, a un episcopado más santo, a una Iglesia más santa.

Sólo Dios es la fuente de la santidad, y tenemos que dirigirnos sobre todo a él para pedir perdón, curación y la gracia de afrontar este desafío con un aliento sin compromisos y con armonía de intentos. Al igual que el Buen Pastor del Evangelio del último domingo, los pastores deben ser entre sus fieles y su gente hombres que inspiran profunda confianza y que les llevan hacia aguas donde pueden descansar (Cf. Ps 22:2).

Pido al Señor que les dé a los obispos de Estados Unidos la fuerza para construir la respuesta a la crisis actual sobre sólidos cimientos de fe y sobre una genuina caridad pastoral hacia las víctimas, al igual que a los sacerdotes y a toda la comunidad católica en vuestro país. Y pido a los católicos que estén cerca de sus sacerdotes y obispos, y que les apoyen con sus oraciones en estos momentos difíciles.

Zenit, 24.IV.02 El Vaticano afronta un escándalo en curso por primera vez en su historia La revisión de la condena a Galileo requirió el paso de varios siglos y el trabajo de una comisión pontificia durante una década. La petición de perdón en el Año Jubilar fue más facil, pero se limitó a las culpas del pasado. Juan Pablo II ha vuelto a romper moldes pidiendo excusas por errores de sacerdotes y prelados, por primera vez en tiempo real.

La velocidad de crucero de la Iglesia y su cercanía a la sociedad civil están cambiando gracias, paradójicamente, a los errores cometidos por algunos obispos norteamericanos. El vaticanista italiano Luigi Accatoli, señalaba ayer que «algo nuevo está sucediendo en el Vaticano: se afronta directamente un escándalo en el momento en que se está produciendo, y se habla de él en público. Se trata de un acontecimiento extraordinario».

El veterano vaticanista -que intuyó una de las líneas maestras de Juan Pablo II y publicó el libro «Cuando el Papa pide perdón» ya en 1997-, subraya que acabamos de ver «un acontecimiento inédito incluso respecto a los «mea culpa» del Año Santo y que los supera, puesto que reconocer un escándalo en marcha requiere mucho más coraje que el reconocimiento de los pecados de épocas anteriores».

Mientras numerosos eclesiásticos leían y releían las tajantes palabras del Papa sobre la exclusión de los pederastas del sacerdocio y la vida religiosa, el jurista italiano Pietro Scoppola señalaba que «Karol Wojtyla ha antepuesto la coherencia del Evangelio a la defensa de la imagen de la Iglesia, rechazando la hipocresía y aceptando el riesgo de actuar en público». El profesor de Derecho señala que «entre los motivos por los que el problema sale a la luz se cuenta el cambio de cultura que la Iglesia ha favorecido: el menor de edad, el niño, no es una cosa sino una persona, que merece todo el respeto precisamente por su propia fragilidad. La dignidad de la persona humana es un quicio de la enseñanza de la Iglesia sobre el que ha insistido sin descanso Juan Pablo II».

Respeto a la ley civil El ventarrón del escándalo americano ha mejorado, de repente, el sentido del respeto a la ley civil en ambientes eclesiásticos que hasta ahora defendían a rajatabla exenciones e inmunidades. Juan Pablo II declaró que la pederastia no sólo es un «pecado horrendo», sino que además «la sociedad lo considera, con toda justicia, un delito». La versión contemporánea de «dar al César lo que es del César» se tradujo ayer en la insistencia en colaborar con las autoridades civiles para investigar y resolver ese tipo de delitos. El cardenal de Los Ángeles, Roger Mahony, manifestó que «casi todos los prelados americanos mencionamos la necesidad de colaborar estrechamente con las fuerzas del orden». El cardenal James Francis Stafford, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, señaló hace unos días que «cuando el obispo es responsable, los fiscales no tienen que preocuparse. Los problemas surgen cuando falta liderazgo eclesiástico».

Igualmente novedoso resulta el crear comisiones nacionales o diocesanas sobre abuso sexual de las que formen parte fieles laicos y expertos en psicología o derecho incluso en abrumadora mayoría, como la de doce sobre un total de quince miembros en la archidiócesis de Los Ángeles. Naturalmente, los obispos americanos tendrán que evitar que las comisiones de vigilancia se conviertan en tribunales de la Inquisición, por cuyos errores pasados pidió perdón el Papa en el año 2000. La paranoia respecto a la pederastia dificulta resolver el problema.

Estudio de la pederastia La histórica reunión en el Vaticano acelerará los estudios clínicos y sociológicos sobre una patología -el abuso sexual de menores- cuya incidencia se conoce poco. Los prelados americanos confían en que sus errores terminen por traer mejoras a la sociedad y que la «tolerancia cero» se extienda a otras profesiones de servicio a los jóvenes.

La Iglesia debe ser transparente» El secretismo y la política del avestruz han dado frutos amargos. En sus primeras palabras al encuentro en el Vaticano, el cardenal Secretario de Estado, Ángelo Sodano, precisó que «nuestra tarea es reflexionar sobre los problemas con gran apertura de espíritu, sabiendo que la Iglesia debe ser transparente. La Iglesia ama la verdad, que debe siempre poner en práctica con caridad». El llamamiento a la transparencia era superfluo para la mayoría de los cardenales americanos -pioneros en abrir sus puertas a los fieles y a la Prensa-, pero resultaba oportuno para los obispos anclados todavía en la cultura del secreto innecesario. Incluso una parte de la Curia romana prefería que el Papa no convocase a los cardenales norteamericanos, o que no hiciese público su discurso. Así como el secretismo agravó los daños causados por los sacerdotes pederastas, la transparencia y la confianza en los fieles laicos ayudarán a remediar el problema.

Se expulsará a los pederastas según criterios de máxima severidad Para erradicar la pederastia, los cardenales norteamericanos y la Santa Sede elaborarán sistemas rápidos de expulsión de los sacerdotes reincidentes en abusos de menores o que, a juicio del obispo, presenten el riesgo de hacerlo después del primer caso. Todos los delitos serán comunicados inmediatamente a las autoridades.

Al cabo de una jornada agotadora, los cardenales norteamericanos y la Curia romana anunciaron anoche las medidas para solucionar el escandalo de pederastia.

El comunicado final del encuentro de los 26 prelados durante dos días comienza subrayando que el abuso sexual de menores es un delito, y el presidente de la Conferencia Episcopal, Wilton Gregory, reiteró que «la responsabilidad de abordarlo corresponde a las autoridades civiles», por lo que las diócesis deben informar en cuanto reciban las primeras acusaciones.

Con independencia de que la diócesis intente esclarecer los hechos, la investigación preliminar para clarificar si hubo abusos corresponde ya, según Gregory, «a las autoridades civiles».

Pocos casos de «pederastia» Aunque los considera graves, el comunicado precisa que los casos de «verdadera pederastia», es decir, abuso de niños o niñas que no han llegado a la pubertad, «son pocos». Según los datos reunidos, «casi todos los casos han implicado a adolescentes y, por lo tanto, no son casos de verdadera pederastia». La gran mayoría son incidentes de homosexualidad ejercitada abusivamente con muchachos, aunque hay también algunos abusos de muchachas.

El cuadro clínico requiere, según los prelados, pedir a la Santa Sede una Visita Apostólica (inspección) de todos los seminarios y casas de formación de religiosos en Estados Unidos, revisando los requisitos de admision.

No a «homosexuales activos» El obispo Wilton Gregory reiteró que la Iglesia americana intentará cumplir de una vez la orden de no admitir en los seminarios jóvenes con inclinaciones homosexuales. Sin embargo, el cardenal de Washington, Theodore McCarrick, apostilló que deben excluirse solo a «los homosexuales activos», lo cual es un criterio diferente.

Hay acuerdo, en cambio, en pedir a Roma «un proceso especial para expulsar del estado clerical a los sacerdotes que, en casos notorios, son culpables de abusos sexuales repetidos de menores». Si este punto se refiere a delitos ya cometidos, el siguiente propone establecer, para el futuro, «un procedimiento especial de expulsion de sacerdotes que abusen de menores, incluso en casos poco notorios, si el obispo considera que el sacerdote es una amenaza para los niños y los jóvenes, con vistas a evitar graves escándalos en el futuro».

El farragoso lenguaje esconde la politica de «una falta y fuera» o de «tolerancia cero» para los casos graves. Si el obispo ve peligro de reincidencia, podrá tramitar la reducción al estado laical por la vía rápida. Tan solo este proceder garantiza la seguridad de los niños. Naturalmente, los sacerdotes expulsados conservan el derecho de apelar a la Santa Sede.

Principales medidas El cardenal de Washington anunció que las medidas para solucionar la pederastia consistirán en «ofrecer ayuda a las víctimas, separar al sacerdote acusado de su tarea mientras se investiga el caso, informar a las autoridades civiles, ofrecer tratamiento médico al sacerdote implicado y crear comisiones sobre abusos sexuales».

Según Theodore McCarrick, «las comisiones deben estar compuestas mayoritariamente por laicos: madres de familia, psicólogos, abogados, víctimas de abusos o parientes de las víctimas, etc. que estudien los casos y hagan recomendaciones al obispo. Los laicos tendrán un papel mayor, a nivel diocesano y a nivel nacional».

El presidente de la Conferencia Episcopal, Wilton Gregory, insistió en este punto subrayando que «uno de los problemas de los obispos es que hemos intentado tomar decisiones solos, sin la participación de gente experta» que valore los problemas desde el punto de vista del ciudadano honrado, en contacto con la realidad diaria y los problemas de criar a los hijos.

El cardenal James Francis Stafford, antiguo arzobispo de Denver y actual presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, añadió que «aunque no figura en el comunicado, en todos nuestros debates se aludió continuamente a los laicos. Fue una expresión sincera y espontánea de confianza en los fieles laicos».

Recuperar a los fieles Las nuevas normas permitirán a los obispos hacer limpieza en la propia casa y recuperar la confianza de los fieles si se ve que las aplican con eficacia.

Pero ayer se notaba un nuevo problema: muchos sacerdotes americanos se sentían ofendidos por las sospechas. Para calmar los ánimos, los cardenales les dirigieron una carta de petición de perdón: «Sentimos que la supervisión de los obispos no haya sido capaz de evitar este escándalo a la Iglesia de Cristo».

Juan Vicente Boo, ABC, 25.IV.02 Sacerdotes pederastas El escándalo de los sacerdotes pederastas de Estados Unidos ha sacudido no sólo a la sociedad norteamericana y mundial, sino sobre todo al conjunto de la comunidad católica. El estallido del escándalo se produjo casi al mismo tiempo que el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaraba inconstitucional la prohibición de la pornografía infantil virtual por Internet, lo cual es una paradoja sólo aparente, porque pone de manifiesto la especial ejemplaridad que se espera del clero católico, también en una sociedad que anda moralmente tan desorientada como las demás de Occidente. Y por eso mismo la gravedad de los hechos ahora descubiertos es infinitamente mayor, y mucho más dramático el terremoto moral experimentado en el mundo católico. Esto ocurre siempre que los llamados a dar ejemplo incumplen clamorosamente sus obligaciones específicas.

El Papa Juan Pablo II ha demostrado, con su inmediata reacción de afrontar el gravísimo problema, cuánta razón le asiste cuando dice, aludiendo a sus dificultades al andar, que la Iglesia no se gobierna con los pies, sino con la cabeza. Su llamada a Roma a los cardenales estadounidenses y su importante y vigoroso discurso significan, entre otras muchas cosas valiosas, que los graznidos que reclaman su dimisión (sobre todo desde el seno mismo de la Iglesia) carecen no sólo de una mínima fe en el Espíritu Santo, sino también de fundamento humano razonable, al menos hasta el día de hoy.

Lo ocurrido en Estados Unidos -y seguramente en otros lugares, porque USA no tiene por qué ostentar la exclusiva, desde luego- es muy grave, y hay que reflexionar sobre las causas profundas de esta evidente pérdida del sentido sobrenatural del sacerdocio y de la aspiración al seguimiento fiel de Jesucristo en esos clérigos desventurados. Pero una cosa aparece, a mi entender, con toda claridad: el modo de ayudar a que estos hechos no se repitan no será ni suprimiendo el celibato sacerdotal, ni permitiendo la ordenación de las mujeres, ni adoptando esta panoplia de medidas que sectores de la propia Iglesia han elegido como bandera de su contestación a la autoridad del Papa, como se comprueba sin ninguna dificultad con sólo echar un vistazo a la pederastia en el mundo. Aprovechar este episodio tremendo para insistir en la abolición del tesoro que representa el celibato de los sacerdotes católicos no es más que un torpe ejercicio de oportunismo demagógico.

Ramón Pi, ABC, 25.IV.02 El Vaticano extenderá las normas antipederastia al resto de países Las normas para erradicar la pederastia, elaboradas por los cardenales norteamericanos y la Curia romana, se extenderán con rapidez al resto del mundo puesto que cuentan con el apoyo del Papa y solucionan un problema no sólo odioso, sino también costosísimo en los Estados con leyes avanzadas.

El secretario general de la Conferencia Episcopal mexicana, Abelardo Alvarado, manifestó ayer que los obispos de México adoptarán las normas de máxima severidad elaboradas en Roma y aplicarán con mayor rigor los procedimientos normales previstos en el Código de Derecho Canónico para expulsar del estado clerical a los sacerdotes pederastas.

Al día siguiente de la petición de perdón de los cardenales americanos en Roma, el cardenal Wilfred Napier, primado de África del Sur, manifestó en Capetown que «si bien la mayoría de nuestros sacerdotes vive delicadamente el celibato, la Iglesia de Suráfrica admite que algunos de sus sacerdotes han sido acusados de abuso sexual de menores. Todo abuso, pero especiamente el abuso de poder y el abuso sexual, es condenable, y tomaremos todas las medidas necesarias para que no se repita».

Aunque la doble circunstancia de sufrir los escándalos más graves y contar, al mismo tiempo, con la Justicia y la Prensa más eficaces ha puesto al episcopado norteamericano al frente de la lucha contra la pederastia, el problema afecta también a Irlanda y Gran Bretaña, que se disponen a seguir el ejemplo. En medios vaticanos se prevé que, por su propio peso, las nuevas normas serán asumidas espontáneamente en los países afectados por escándalos similares como Francia, Polonia e Italia.

Autonomía de los obispos La necesidad de respetar la autonomía de los obispos obliga a que las nuevas medidas -expulsar del sacerdocio a los pederastas al primer incidente, informar a las autoridades, separar de la tarea a los acusados mientras dura la investigación, crear consejos supervisores con fieles laicos, etc…- sean debatidas en la reunión plenaria de la Conferencia Episcopal norteamericana a mediados del mes de junio en Dallas.

A los cardenales americanos y la Curia romana les hubiese gustado establecer las normas como vinculantes, pero en Estados Unidos hay 195 diócesis, y ni los cardenales ni el presidente de la Conferencia, monseñor Wilton Gregory, que realizó un espléndido trabajo en la reunión de Roma, pueden decidir por el resto. El itinerario formal será que la asamblea plenaria de Dallas las proponga al Vaticano y Roma las apruebe en un plazo brevísimo puesto que ya las ha estudiado.

El Código de Derecho Canónico prevé la expulsión del estado clerical por delitos graves, y que cada obispo nombre en su diócesis un tribunal de tres miembros para juzgarlos y decidir por mayoría. Los miembros del tribunal tienen que ser licenciados en Derecho Canónico, pero pueden ser diáconos permanentes o laicos, tanto hombres como mujeres. También pueden serlo los instructores, por lo que el «déficit» de laicos que los cardenales norteamericanos lamentaron y prometieron resolver era debido a la inercia clerical y no a limitaciones canónicas.

Comisiones supervisoras Aparte de los tribunales diocesanos, que tienen competencia general, las diócesis que todavía no lo han hecho constituirán comisiones supervisoras sobre abusos sexuales compuestos fundamentalmente por madres y padres de familia, y expertos en derecho, medicina, psicología, etc…, por lo que serán muy accesibles a los fieles que deseen informarse o comunicar abusos, lo cual ayudará a recuperar la confianza.

Juan Vicente Boo, ABC, 26.IV.02 Fidelidad a la enseñanza moral de la Iglesia La crisis que han vivido los católicos en Estados Unidos a causa de los escándalos de sacerdotes exige vivir y predicar con plena fidelidad las enseñanzas de la Iglesia, especialmente en el campo moral, afirmaron los cardenales y obispos reunidos en Roma para afrontar el argumento. Así lo afirman los participantes estadounidenses en el encuentro, que tuvo lugar entre el 23 y el 24 de abril, en un comunicado final en el que revelan propuestas que presentarán a la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, que tendrá lugar en Dallas del 13 al 15 de junio.

El documento, utilizando tonos muy duros contra los pecados de pederastia de sacerdotes, establece: «los pastores de la Iglesia necesitan promover claramente la correcta enseñanza moral de la Iglesia y reprender públicamente a los individuos que la contradicen y a los grupos que presentan enfoques ambiguos de la atención pastoral».

Para alcanzar este objetivo, los purpurados estadounidenses y los directivos de la Conferencia episcopal anuncian que presentarán a revisión de la Santa Sede «un conjunto de medidas» en las que «se establezcan los elementos esenciales de la política que hay que seguir para afrontar el abuso sexual de menores en las diócesis y en los institutos religiosos en Estados Unidos».

Expulsión del ministerio sacerdotal En particular, los participantes en el encuentro proponen «un proceso especial para la expulsión del estado clerical de los sacerdotes de quienes se sepa que son culpables de abuso sexual de menores repetido y agresivo».

No sólo, anuncian que sugerirán también «un proceso especial» de reducción al laicado para aquellos sacerdotes que, aunque no sean conocidos, podrían representar según sus obispos «una amenaza para la protección de los niños y los jóvenes».

«Visita apostólica» a los seminarios y casas de formación Los lugares de formación de futuros sacerdotes tienen un papel decisivo a la hora de evitar estos escándalos. El documento final propone una «visita apostólica», es decir, un profundo examen de los «seminarios y casas de formación religiosa». Esta «visita apostólica» deberá prestar atención en especial, explican en el comunicado, «a la necesidad de la fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, especialmente en el área de la moral, y de un estudio más profundo de los criterios de idoneidad de los candidatos al sacerdocio».

Celibato, «don de Dios» A diferencia de lo que había escrito la prensa estadounidense en las vísperas del encuentro, la respuesta de los cardenales y obispos no pasa por el relajamiento de la propuesta católica (la prensa hablaba de la posibilidad de replantear el celibato o incluso el sacerdocio femenino). Por el contrario, el comunicado final afirma: «Dado que la relación entre celibato y pederastia no puede ser sostenida científicamente, la reunión reafirmó el valor del celibato sacerdotal como un don de Dios a la Iglesia».

Un sacerdocio más santo Como dijo en su discurso el Papa, los prelados norteamericanos consideran que esta dura crisis constituye una oportunidad que debería llevar «a un sacerdocio, a un episcopado y a una Iglesia más santos». Al mismo tiempo, insisten en que «es necesario comunicar a las víctimas y sus familiares un profundo sentido de solidaridad y ofrecerles la asistencia apropiada para que recuperen la fe y reciban atención pastoral».

Como propuesta conclusiva, los cardenales y representantes del episcopado proponen establecer una «jornada de oración y penitencia» en el país «para implorar la reconciliación y la renovación de la vida eclesial».

Zenit, 25.IV.02

Jesús Bastante, “La mayoría de los sacerdotes defienden el celibato”, ABC, 6.IV.2002

La mayoría de los sacerdotes católicos considera de plena validez la norma del celibato presbiteral (vigente en la Iglesia católica de rito latino desde el siglo IV) como signo de una «entrega total» a su vocación.

Algunos colectivos eclesiales han solicitado una reforma que permita la existencia de curas casados. Sin embargo, la doctrina oficial de la Iglesia católica a lo largo de los siglos ha subrayado la importancia del celibato sacerdotal como signo de cercanía a Jesús y como modo de dedicarse plenamente al ejercicio de la labor pastoral de los presbíteros. En el Catecismo de la Iglesia católica se recoge que los sacerdotes son «llamados a consagrarse totalmente al Señor y a sus cosas», que se entregan «enteramente a Dios y a los hombres». «El celibato es un signo de esa vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia».

Como ha subrayado el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Darío Castrillón Hoyos, «se ha hecho un problema de algo que en sí no lo es. En el mundo hay 450.000 sacerdotes que viven su celibato con alegría. Frente a éstos, hay una minoría, porcentualmente insignificante, que se rebela contra esta ley del celibato, o que en algún momento de debilidad producida por múltiples causas, ha tomado la decisión de abandonar esta forma de vida».

Desde su experiencia personal, el cardenal Castrillón revela que «el celibato es un don, que se acoge como un amor de entrega, de donación, con un amor generoso hacia Dios y hacia los hombres como Cristo los amó. Sólo así se puede comprender el celibato».

Para el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco, «el sacerdocio exige un estilo de vida de total desprendimiento, por lo que el celibato es lo mejor». «Se pide ser célibe -añade- para ser sacerdote; el que no quiera ser célibe, no vale para ser sacerdote».

Por su parte, el obispo de Osma-Soria y director nacional de Obras Misionales Pontificias, Francisco Pérez, señaló que «para mí, el celibato es la gracia más hermosa que guardo en mi corazón y en mi vida sacerdotal. Le doy gracias a Dios por darme este carisma. Cuanto más pasa el tiempo, más enamorado estoy de él». Para monseñor Pérez, «el celibato me ayuda a amar más a Dios y a los seres humanos, embellece mi vida y la vida de la Iglesia». Sobre el debate acerca del celibato opcional, afirma que «el celibato sigue teniendo sentido, pese a las dificultades y las debilidades».

El celibato es opcional «La reivindicación del celibato opcional parece un sinsentido, porque nuestro celibato es opcional», indica Manuel María Bru, sacerdote desde 1989 y en la actualidad delegado de medios de comunicación del arzobispado de Madrid. «Nadie nos ha obligado a ser célibes, ni se nos ha pasado por la cabeza otra forma de entender nuestra vocación sacerdotal que como vocación también al celibato».

Para el sacerdote madrileño «mi vocación no es una profesión, sino la necesidad de seguir a Cristo siendo otro Cristo. Él vivió para los demás, yo pido la gracia de vivir para los demás. Él vivió célibe para cumplir su misión, yo pido la gracia del celibato para cumplir mi misión». Desde su experiencia como sacerdote en la parroquia de San Jorge, Bru añade que «he comprobado cómo la fidelidad al celibato no es una conquista, sino una gracia. El gran enemigo del celibato es la soledad, la exclusión social de una cultura laicista que nos mira y nos presenta como bichos raros, y la tentación al desánimo cuando no vemos la cosecha de nuestra siembra».

De la misma opinión es Ernesto Bilbao Solozábal, ordenado hace 11 años y que en la actualidad tiene a su cargo 56 pueblos de la Ribagorza oriental, cercana a Lérida. Para él, los recientes escándalos protagonizados por sacerdotes «me llevan a procurar rezar y desagraviar al Señor» y «verme capaz de cualquier cosa si me abandono». Sobre su postura frente al celibato, estima que «es un regalo del sacerdote a la Iglesia y a toda la comunidad», por lo que «hay que protegerlo con fidelidad y lealtad, con madurez y responsabilidad». Bilbao, ferviente partidario de vestir sacerdotalmente («manifesta mi entrega y disponibilidad las 24 horas del día»), opina que «hay que promover la fidelidad y la lealtad a los compromisos adquiridos, pero no sólo entre los curas, también en el matrimonio y en la vida social».

Iglesias de rito oriental Uno de los aspectos que sostienen la tesis de los partidarios de la existencia de sacerdotes casados está en que las Iglesias de rito oriental (en comunión con Roma) sí admiten esta figura. En este sentido, el Catecismo, en su artículo 1580, reconoce que «en las Iglesias orientales, desde hace siglos, está en vigor una disciplina distinta: mientras los obispos son elegidos únicamente entre los célibes, hombres casados pueden ser ordenados presbíteros y diáconos». Esta práctica, a juicio de la Iglesia católica, «es considerada como legítima desde tiempos remotos». No obstante, se subraya cómo «en Oriente como en Occidente, quien recibe el sacramento del Orden no puede contraer matrimonio».

Teófilo Moldovan es sacerdote rumano (de la Iglesia Ortodoxa de rito bizantino), está casado y trabaja en el secretariado de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal. «Personalmente, tuve la bendición de Dios y la suerte de tener un apoyo moral y práctico en grado sumo por parte de mi esposa y mis dos hijas en mi larga trayectoria de vida sacerdotal». Sobre la postura de las Iglesias orientales, el padre Moldovan sostiene que «siempre manifestamos un profundo respeto de la disciplina celibataria en la praxis de la Iglesia católica latina. La norma celibataria merece todo respeto y aprecio, por la total entrega de la vida al servicio de Cristo y de la Iglesia».

Respecto a la polémica suscitada en nuestro país, el sacerdote opina que «con la secularización, el indiferentismo religioso y el sensacionalismo que se busca, resulta difícil la vida sacerdotal de los orientales casados y de los célibes latinos». A su juicio, «todo dependerá, en buena medida, de las personas y su responsabilidad moral y de conciencia ante Dios y el mundo, que asumieron la gran y exigente tarea divino-humana del sacerdocio».

«En nuestra Iglesia -abunda monseñor Virgil Bercea, obispo de Oradea Mare de los Rumanos- el 20 por ciento de los sacerdotes de rito greco-católico están casados, mientras que los otros viven el celibato. En mi diócesis tengo sacerdotes casados y con hijos y, en general, tienen más problemas que los demás, pues los célibes pueden dedicarse a la misión a tiempo completo, mientras que los casados tienen que entregar una parte de su tiempo y de sus preocupaciones a guiar y sostener a su familia».

El celibato en la historia de la Iglesia Aunque ya San Pablo subrayaba que «el célibe se ocupa de los asuntos del Señor, mientras que el casado de los asuntos del mundo», durante sus primeros siglos de existencia, el Cristianismo ordenaba como sacerdotes a hombres casados. No fue hasta la celebración del Concilio Provincial de Elvira (Toledo) en el año 325, cuando la Iglesia católica no comenzó a regular la cuestión del celibato. En 385, San Siricio abandonó a su esposa para convertirse en Papa, decretando que los sacerdotes pudieran «dormir con sus esposas». En el siglo VI, el segundo Concilio de Tours establecía que todo clérigo que sea hallado en la cama con su esposa «será excomulgado por un año y reducido al estado laico». El punto de inflexión respecto a este asunto surge con el cambio de milenio. En 1074, Gregorio VII dice que toda persona que desea ser ordenada debe hacer primero voto de celibato Los dos primeros Concilios de Letrán, del siglo XII, confirman que «los matrimonios clericales no son válidos». Finalmente, el Concilio de Trento (1563) establece que celibato y virginidad son superiores al matrimonio. En el siglo pasado, Pablo VI, en su encíclica «Caelibatus Sacerdotalis», subrayaba que el celibato «es un estímulo para que todos alcen la vista a las cosas que están allá arriba, en donde está Cristo».

Entrevista a Joaquín Navarro-Valls, “El Papa no es un anciano”, El Mundo, 27.III.1999

Entrevista realizada por Ana Romero.

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Juan Domínguez, “Abusos sexuales y celibato en África”, Aceprensa, 25.IV.2001

Cuando se habla de la difusión del SIDA en África se hace hincapié sobre todo en la pobreza y en las deficiencias de los sistemas sanitarios. Sin negar esto, cada vez es más claro el papel que tiene la promiscuidad sexual y la falta de respeto a la mujer en la extensión de la epidemia en el África subsahariana.

En Sudáfrica, según cálculos de Naciones Unidas, una de cada ocho personas de 15 a 49 años está infectada. Pero un dato más impresionante es que entre las chicas de 15 a 19 años el 21% tienen el virus, proporción superior a la de los chicos de la misma edad.

Este mayor riesgo es en buena parte consecuencia de los abusos sexuales que sufren las mujeres en un clima de promiscuidad.

Un reciente informe de una ONG norteamericana, Human Rights Watch (HRW), revela cómo en Sudáfrica esa cultura de abuso contra las mujeres ha anidado también en los colegios, donde abundan los casos de violaciones y acosos sufridos por chicas a manos de alumnos y profesores. Voluntarios de HRW, que contaron con la asistencia de representantes de ONG locales, visitaron ocho centros públicos de tres provincias distintas, pudiendo entrevistar privadamente a 36 víctimas de abusos. Los resultados del estudio (disponibles en Internet: www.hrw.org), coinciden en subrayar el desvalimiento de las menores que sufren el acoso de compañeros de clase o alumnos de mayor edad. No son sólo incidentes aislados, sino un fenómeno extendido: “Hemos encontrado que chicas de todos los niveles sociales y de todos los grupos étnicos sufren violencia sexual en la escuela”, dice el informe.

El estudio denuncia la falta de rigor disciplinario de las autoridades educativas para perseguir y sancionar estas conductas. La situación de permisividad provoca que las chicas teman denunciar los abusos ante la posibilidad de generar el rechazo de su entorno escolar. Es sabido que para una mujer sudafricana no es fácil sustraerse a la voluntad del varón en materia sexual, produciéndose verdaderas violaciones en el entorno de las relaciones entre jóvenes y también en las de alumnas con profesores. A partir de la proliferación del SIDA, la conducta sexual de los varones no ha dudado en buscar sexo seguro en las más jóvenes.

Las sanciones a penas de cárcel por estas conductas son rarísimas, sobre todo porque las escuelas prefieren tratar los abusos sexuales contra alumnas como asuntos internos. Lo habitual es que las autoridades escolares tiendan a minimizar la importancia de las denuncias. La expulsión de un profesor o de un alumno implicado en casos de violencia sexual es muy rara. Se dan casos en que las víctimas de los abusos reciben a cambio de su silencio la promesa de mejores calificaciones o una modestísima cantidad de dinero. Es llamativo que este informe de Human Rights Watch apenas haya tenido eco en la prensa, con excepción de The Economist (31III2001). Más sorprendente si lo comparamos con la cobertura informativa que poco antes se dedicó a las investigaciones emprendidas por el Vaticano sobre abusos sexuales a monjas en África por parte de sacerdotes del clero local. Sin duda, el tema era noticia. Otra cosa es su utilización e interpretación. En España, sin aportar nuevos datos, un periódico como El País dedicó varios artículos a achacar este problema a los males que provoca el celibato sacerdotal. Las mujeres víctimas de estos abusos desaparecieron rápidamente de la información.

La sensibilidad por este problema tendría que llevar a centrar la información en estas mujeres, sean o no monjas, sean los que sean los agresores. Ciertamente, ni los profesores ni los compañeros que abusan de las escolares sudafricanas están comprometidos a vivir el celibato. Así que el problema debe de tener otros orígenes en la cultura de estos países. Quizá lo entenderíamos mejor si no instrumentalizáramos los problemas africanos para montar polémicas teológicas sobre el celibato de los curas.