Educación sexual

El amor sólo se da
entre personas virtuosas
Aristóteles ¿Cómo se logra la naturalidad? La educación sexual es algo que debe darse fundamentalmente en casa, que compete en primer lugar a los padres. Una tarea de la que no debes desentenderte. No digas que es cosa de ella; ni tú, que de él.

—Pero yo no sé explicarme bien. Es un tema muy delicado y será mejor dejarlo en manos de alguien experto…

No importa que no seas un gran orador ni un gran experto. Eres su padre, o su madre, y eso es lo importante, porque a los padres corresponde abordar estos temas y dar una respuesta oportuna y clara a las cuestiones que el chico plantee.

Además, no es tan difícil. En este libro aprenderás un poco, pero hay muchas más formas de aprender. Te saldrá mejor de lo que imaginas. Será fácil si has sabido ganarte la amistad de tu hijo.

—Es que, mira, precisamente ése es uno de los problemas…

Pues ésta es una forma de empezar a resolverlo, porque hablándole de cosas serias, que le interesan, aumentará tu confianza con él. Puede ser un paso importante en ese afianzamiento de vuestra amistad.

—Pues yo creo que cuando hable con mi hijo de estas cosas le va dar bastante apuro expresarse con naturalidad…

A lo mejor tienes tú más apuro que él, y quizá seas tú quien se encuentre un poco incómodo si no tienes costumbre de hablar de estos temas con naturalidad. Los niños muestran curiosidad desde pequeños por las cosas relacionadas con el origen de la vida, y hacen preguntas en ese sentido. Son los mayores quienes proyectan lo turbio de su propia sexualidad en la pregunta del niño, en la que normalmente no hay sino curiosidad sencilla, pasmo, sorpresa o, como mucho, una ligera picardía.

Si los mayores no obran con naturalidad, el chico caza al vuelo que en su pregunta hay algo raro, que no se le contesta de la misma manera que otras veces, e incluso a veces no se le contesta. Entonces la curiosidad aumenta, y como sabe que en sus padres no va a encontrar respuesta adecuada, pregunta por otro sitio. Y le llega el descubrimiento a través de otras personas que, casi siempre, lo hacen de forma maliciosa, o ruda, causándole una impresión que será difícil borrar y que, en muchos casos, puede influir negativamente en su vida afectiva y moral.

Hay que saber ponerse a su nivel, contestar a todas sus preguntas, y facilitarle que hable con confianza. A esta edad está muy receptivo ante estas cosas, y muy interesado. No rehuirá –al contrario– una conversación orientadora al respecto.

La táctica del silencio en estos temas es siempre deplorable.

Te recomiendo también que, como es algo tan vinculado al mundo afectivo de cada persona, lo trates de modo individual. Y cuando hay que entrar en más detalle, nadie mejor que papá para explicar todo al chico, con palabras que entienda, y mamá a la chica. De modo personal, a la edad adecuada y con naturalidad.

—¿Y cuándo? Aprovecha las ocasiones más favorables.

Y las ocasiones más favorables de ordinario se presentan cuando el niño hace preguntas sobre estos temas.

A lo largo de este capítulo irán saliendo ejemplos. Si tienes dudas, trata el tema con el preceptor o tutor del chico, o con otra persona sensata y de buen criterio que le conozca. Si esa persona tiene ascendiente sobre él, te podrá ayudar a completar esa conversación…; pero sólo completar, no quieras desentenderte de esa responsabilidad como padre o como madre.

No seas ingenuo: es mayor de lo que parece Es curioso observar con qué facilidad algunos padres olvidan los problemas sexuales de su propia infancia y ven a sus hijos como almas cándidas e inocentes, libres de todo peligro o tropiezo. Son quizá poco conscientes del desarrollo sexual de sus hijos y de cómo han cambiado las cosas en las últimas décadas.

Se ha pasado en poco tiempo de una época en la que se daba poca o ninguna información sexual, al extremo contrario, en el que es raro encontrar un chico de diez o doce años que no haya contemplado numerosas escenas eróticas fuertes que sin duda le habrán impresionado y abierto muchos interrogantes.

Por eso es importante llegar a tiempo y adelantarse a las explicaciones poco recomendables que pueda recabar por otros sitios. Ya hemos dicho que si el chico no obtiene de forma natural, en casa y por boca de sus padres, lo que su curiosidad infantil le plantea, pronto lo comentará con algún compañero algo enteradillo, o acudirá a fuentes de aún mayor riesgo.

—El problema es que a mí no me pregunta. Alguna vez preguntó a su madre, pero no ha vuelto a sacar el tema… Debe ser muy tímido.

No estés tan seguro. Adelántate.

—¿Cómo? Busca la ocasión oportuna. Siempre hace preguntas que pueden dar lugar a entrar en materia, salvo que le retraigas de hacerlas por culpa de la parquedad de tus respuestas o por el aire de misterio que pones.

—¿Y si no encuentro ninguna oportunidad…? Entonces se puede crear la oportunidad. Ojo, no vaya a resultar que el tímido seas tú. Sal con él a la calle, invítale a tomar un helado, y dile que como ya es mayor vais a hablar de cosas serias. Y le explicas todo bien, y le haces preguntar. Si le ves un poco retraído, pregúntale si le da vergüenza hablar de eso; seguro que te dice que no, y se lanzará. Es importante que pregunte, porque te puedes pasar una hora soltando un discurso y el chico no enterarse de nada.

—Tampoco soy tan inútil…

No me refiero a eso. El problema es que puedes emplear palabras que el chico no entienda. Empieza por traducirle el argot a términos más correctos, y todo irá mejor. Háblale con precisión, sin evadirte y sin faltar a la verdad.

—Bueno, a lo mejor las preguntas me resultan un poco comprometidas…, y no sé bien cómo explicarme. No tengo mucha práctica.

Si te atrancas, puedes emplazarle para una conversación posterior, que luego no debe diferirse.

—¿Y si pregunta algo que corresponde a una edad mayor? No sucede. El niño a cada edad siente curiosidad y se plantea preguntas precisamente sobre los temas que es necesario aclararle, no más.

El hecho de que se plantee una cuestión es señal de que está ya en edad de contestarle.

Y eso aunque quizá en algún caso no sea necesario excesivo rigor o profundidad en la explicación. Si son pequeños, no hace falta explicarlo todo, pero sí importa ajustarse siempre a la verdad. Y desde luego, en ningún caso se debe mentir.

—¿Y hasta qué detalle hay que descender? Háblale con adecuación a su edad, a su capacidad de asimilación y al ambiente en que vive. Debemos orientar su curiosidad y enseñarle a relacionar los hechos y a sacar consecuencias para su comportamiento.

Es cuestión de graduar la profundización en las explicaciones, que aunque deben ser prudentes, han de dejarle satisfecho.

—¿Y con qué palabras? Se me hace un poco violento…

Precisamente ese amor a la verdad del que hablábamos lleva a muchos a procurar emplear desde el principio con él las palabras que se emplean en anatomía y fisiología para determinar los miembros y actos relacionados con el sexo. Al ser la información progresiva, puede ser positivo que se dé cuenta que desde el principio ha sabido bien las cosas. Cuando lea u oiga hablar de estas cuestiones, le alegrará comprobar que no le han ocultado nada y que ya lo sabía todo, incluso con las mismas palabras. Esto contribuye a evitar curiosidades tontas y a resolver sus dudas en casa.

El síndrome del manual de instrucciones Hablábamos de informarle con verdad, a fondo, incluso con los términos más exactos que sea posible. Pero no es cuestión sólo de explicarle todo de modo aséptico, como si fuera una información técnica, haciendo las veces de una enciclopedia.

Tan grave es el angelismo de las explicaciones irreales e ingenuas, como el error opuesto, que se limita a un biologismo puramente técnico, como quien hablara de la síntesis de la glucosa en el hígado o de la circulación de la sangre. Es evidente que son temas que requieren un tratamiento distinto.

No podemos reducir la formación afectiva y sexual del chico a una instrucción sobre el comportamiento fisiológico de los órganos sexuales, como si se tratara de una simple información biológica sobre el aparato sexual masculino y femenino y de su funcionamiento, y de cómo se origina el ser humano, o cómo nace.

Para eso hace falta poco ingenio. Hay que hacerlo, desde luego, pero quedarse en eso sería olvidarse de la trascendencia de su maduración afectiva, por la que llegará a ser dueño de sí y aprenderá a comportarse correctamente en sus relaciones con los demás. Lo que requiere arte y tiempo es formar correctamente, no simplemente informar.

—Pero será bueno que reciba una información científica, neutra…

Depende que cómo se le dé. Para empezar, no está claro que exista un enfoque “neutral”. Luego, cabría considerar si esa supuesta neutralidad es positiva, porque sería como reducir la educación a leerle un manual de instrucciones.

Vender a la juventud la idea de la sexualidad desligada de la educación en el amor, es un engaño.

—De acuerdo, pero también es que antes había mucho tabú…

Es verdad, pero sería una pena pasar del error del tabú de la época victoriana al extremo opuesto, porque es difícil saber qué saldría peor. No hay que olvidar que precisamente en los ambientes de mayor desinhibición sexual es donde aparecen más trastornos o desequilibrios psíquicos y afectivos.

A esos desequilibrios contribuyen algunos textos escolares o libros divulgativos de información sexual que, al presentar cruda y torcidamente la realidad, producen en el chico fuertes impresiones y curiosidades, para las que no está preparado y que fácilmente le conducen a costumbres negativas para su educación sexual. Por ejemplo, uno de los textos escolares más difundidos a estas edades, facilita a los jóvenes lectores todo género de detalles y recomendaciones sobre las prácticas sodomíticas, defendiendo que “no son de ordinario permanentes ni dañinas”. Y los chicos se ven obligados a estudiar y memorizar estos textos, y son evaluadas sus respuestas en los exámenes.

—Bueno, pero en el colegio al que va mi hijo no existen esos textos. Yo no tengo esa preocupación.

Sí, pero eso no quita que debas preocuparte de su educación sexual, porque probablemente reciba muchas otras influencias. Pueden llegarle a través de la televisión, de las revistas que tienes en casa o que le enseñan sus amigos, o de muchos otros sitios.

Son imágenes y fantasías sexuales que le llegan con frecuencia y que acaban por hacer sentir su peso. A partir de ellas, el chico elabora su patrón de comportamiento sexual, tomando como modelo esas imágenes que ha visto en las películas o cintas de vídeo, en internet, en una revista pornográfica, o a través de lo que recuerda de los personajes de un libro o cómic que ha leído.

Hay que proteger un poco al chico del asedio de la pornografía, porque, como veremos, tiene una relación bastante directa con el comportamiento sexual.

Qué debía haberte preguntado ya. Un breve repaso Repasemos rápidamente las preguntas sobre el sexo y el origen de la vida que suele hacer un niño desde sus primeros años hasta la edad que estamos tratando. Empezamos por el principio por si acaso has cometido el error de apenas hablar de estas cosas con él.

A los tres o cuatro años el niño ya ha comenzado a reparar en la diferencia de sexo y ha nacido ya en él el sentido del pudor. Se le debe responder sobre estos temas con naturalidad, como al resto de las cien preguntas que puede hacer en un día. Deben ser respuestas que no infundan recelo ni especial misterio sobre el sexo, aunque sí ese cierto pudor natural que deben adquirir.

Quizá entonces preguntó ya por qué engordaba tanto mamá, o esa vecina, o aquella amiga de la familia. Y al tiempo, pidió explicaciones sobre cómo nacía el hermanito, o su primito, o él mismo. Sería un error empezar a hablar de cigüeñas, de que vienen de París o de simplezas por el estilo, que son cobardes estrategias para escapar de las dificultades que lleva consigo la educación sexual. La naturaleza humana aspira a la verdad y el niño, por pequeño que sea, tiene derecho a ella.

—Hasta que un día pregunta que por donde sale el hermanito…

Puede hacer esa pregunta en el momento más insospechado. Quizá a los cinco o seis años, o antes. Se le puede decir que nace por el mismo sitio por el que el padre sembró su semilla, el semen, para que naciera el hermanito. No suele llamarle excesivamente la atención. De hecho, muchas veces lo olvida y vuelve a preguntarlo al cabo de un tiempo.

Los más despiertos o preguntones empiezan a plantearse cómo se engendra materialmente el hijo, incluso a los seis o siete años. Es más normal que sea hacia los ocho o nueve. ¿De dónde saca papá esa famosa semilla? ¿Cuántas hacen falta para tener un hijo…, o basta con una para toda la vida…? Quizá piensan –por las películas– que es algo que tiene que ver con los besuqueos.

—¿Y si, a pesar de todo, no preguntara nada? Entonces tendrás que comenzar tú, porque, aunque no pregunte, sigue siendo necesario llegar a tiempo. Márcate una fecha tope. Como muy tarde, antes de los diez años.

Preguntas propias de la edad. ¿No será ya tarde? Un día puede llegar diciendo: “Oye, papá, ¿qué es un homosexual?”. Y otro día, quizá a raíz de una noticia de la televisión, la pregunta puede ser: “Mamá, ¿qué es una violación?”, o “¿qué es un maníaco sexual?”, o “¿qué es la prostitución?”.

No conviene eludir esas preguntas, ni dar respuestas evasivas, ni demasiado simples. Son ocasiones excelentes para iniciar una conversación clarificadora, que puede continuarse más adelante, si el momento en que lo plantea no permite entrar en más profundidades.

—Y sobre eso que salía antes de los maníacos, ¿crees que conviene alertar al chico, o es mejor no meterle miedo? Depende de cómo sea su carácter y de los posibles riesgos que haya. Habrá que buscar un equilibrio. Puedes decirle que hay hombres pervertidos o enfermos que a veces intentan seducir a los niños, y que es algo antinatural, y que está castigado por las leyes civiles. No está de más prevenirle –de modo realista más que dramático– del peligro de que un desconocido intente encariñarse con él a base de promesas o regalos, o le invite al cine o a cualquier otra cosa. Debe estar advertido de que es mejor no escucharle y alejarse rápidamente.

Otro día puede venir diciendo, por ejemplo, que por qué no pueden casarse dos hombres, o dos mujeres.

—Sí que lo ha preguntado, pero hace ya tiempo.

Es una pregunta que parece ingenua, pero que puede hacer porque, aunque ya se le haya explicado de dónde vienen los hijos, quizá no lo entendió bien, o lo ha olvidado.

Habrá que recordarle cómo la mujer guarda en su vientre durante nueve meses al futuro hijo, en una bolsa llamada matriz, y que va creciendo hasta nacer. Si no hay madre, no puede haber hijos. Y sin el semen del padre, tampoco. Tiene que haber un hombre y una mujer. Con una aclaración sencilla se desvanecerán sus dudas, pues suele tener en su cabeza una imagen muy natural de la familia.

—Una vez, con diez años, después de una película en la que una chica soltera estaba embarazada, no lo entendía bien y me preguntó qué era eso de una madre soltera. “¿Cómo va a tener un hijo sin tener padre?”, decía.

Sí. Hay un momento en que hace el descubrimiento que se puede tener un hijo fuera del matrimonio. Puede que hasta entonces no se lo hubiera planteado o –sin saber por qué– no le pareciera posible.

Es una buena ocasión para aclararle bien todo, y quizá para hablarle de lo que debe ser una familia, del sentido de la fidelidad entre los esposos, del derecho de los hijos a nacer en una familia normal y unida, etc.

También cabe darle, además, una explicación más profunda y explicarle cómo lo natural –querido por Dios y válido para todos los seres humanos– es que los hijos nazcan siempre dentro del matrimonio y que éste sea monógamo, y cómo el sexo es algo noble y bueno cuyo uso debe reservarse para traer hijos al mundo dentro de una familia legítimamente constituida.

—Otra vez me preguntó qué diferencia había entre un padre verdadero y un padre adoptivo. Eso también es difícil de explicar sin entrar en materia.

Es que hay que entrar en materia. No quedará satisfecho si no le explicas en qué consiste realmente la diferencia entre un padre y otro, y que el padre verdadero es el que aporta el semen para el nacimiento del hijo. Puedes, según las circunstancias, explicarlo más o menos a fondo, hablándole de cómo se realiza la unión entre óvulo y espermatozoide. Hazlo con tus palabras, aunque te parezca que no sabes explicarte. Te saldrá bien.

—Sí, pero en esta explicación, tarde o temprano surge la pregunta de: “Oye, papá, no entiendo eso del semen. ¿De dónde se saca?” Como ves, son preguntas que no se pueden eludir fácilmente.

Es que no hay que eludirlas. Es más, una pregunta de ese estilo muestra que las cosas marchan bien. Si no existiera confianza, al chico le daría apuro preguntarlo y se enteraría por otros medios, siempre peores. Explícaselo de la forma más correcta posible. Te repito que te saldrá bien.

Y como la explicación debe ser cierta y realista, no dejes de hacer alusión a la intervención de Dios en el origen de esa nueva vida.

—Oye, pero yo quisiera dar a mis hijos una explicación más neutra, ya te he dicho, sin tanto nombrar a Dios, que creo que no hace falta. ¿No es ponerse un poco pesado? Es que hablar de Dios en el origen de una nueva vida no es algo secundario. No se trata de aprovechar la ocasión para colocarle un pequeño sermón. Se trata de no cercenar la verdad. Si crees en Dios, sería poco coherente no aludir a su intervención: sería tan poco razonable como decirle que los niños vienen de París. No quieras educar de modo tan aséptico, que es peor.

—Bueno, bueno. De todas formas yo me adelanté, como tú dices, y hemos hablado algunas veces de estos temas, pero hace ya dos años que le digo a mi chico que me pregunte todo lo que quiera sobre esto… pero ya no pregunta nada.

No es extraño que no pregunte. Ya dijimos que debías haber tú hablado espontáneamente de esos temas hasta que el chico se sintiera con suficiente confianza y pudierais hablarlo con fluidez. Ten cuidado, porque se te puede hacer tarde.

—Eso es lo que me preocupa. Le he oído cosas que no me gustan nada, y veo cómo se sonríe maliciosamente al contarlas. Ha cambiado los chistes marrones por los verdes. Lo sé, porque he escuchado por casualidad algunas conversaciones con sus amigos. Cuenta esos chistes con grandilocuencia y entre grandes risas, aunque estoy seguro de que casi ni los entiende. Una vez estuve a punto de interrumpirles y echarles un broncazo allí mismo, pero me contuve.

Creo que hiciste bien en contenerte. No resolverás este problema a base de broncas.

—Algunos amigos me dicen que todo eso es normal en los hijos a esta edad, y que no me preocupe. Otros, me dicen que espabile y que, si no, luego no me queje. Un compañero del trabajo me contaba hace poco que ha puesto llave al armario de la televisión después de descubrir que su hijo, de la misma edad que el mío, se levantaba de madrugada a ver películas porno; ahora su mujer es quien administra la televisión, y dice que aprovechan mejor el tiempo y los chicos están menos perezosos.

No me parece mala idea, puesto que buena parte del éxito en educar está en protegerle de algunas influencias perjudiciales. Si no, sería como afanarse en curar una gripe a base de medicación pero siguiendo habitualmente expuesto al frío.

Te recomiendo que no dejes pasar el asunto. Aunque fuera ya algo tarde, si lo retrasas, cada vez lo será más. El éxito ya no es tan fácil como cuando se plantea bien, con más antelación, pero debes buscar la ocasión adecuada para hablar a fondo con él.

Los chicos saben razonar cuando se les dan razones.

A lo mejor lo retrasas porque no sabes bien cómo empezar la conversación, o como llevarla, y vas dando largas al asunto. Tú, que a lo mejor has solido mantenerte tan digno y distante, quizá ahora te humilla tener que carraspear e intentar captar la atención del insolente infante de doce años para iniciar una conversación delicada que, en esta situación, puede incluso rehuir. Pero ya verás como, una vez comenzada, todo es más fácil de lo que parece.

Atención a la prepubertad. ¿Le afecta o no le afecta? Explícale ya lo que es la pubertad. Adviértele de los próximos cambios que se obrarán en él, para que luego no se extrañe. Háblale de cómo aparecerán transformaciones en su cuerpo: el estirón del crecimiento, la aparición de vello, el cambio de voz, el desarrollo y primera actividad de los órganos genitales.

Puedes hablarle de su primer derrame, que se producirá de forma natural un día, probablemente durante el sueño.

Debe ya ir comprendiendo que seguirá creciendo y se convertirá en un hombre, con todas sus consecuencias. En su organismo se desarrollará la capacidad para procrear, es decir, para traer al mundo nuevos seres humanos.

La grandeza de esa realidad le llama poderosamente la atención y es probable que escuche muy atento.

Háblale de cómo los chicos y las chicas, sobre todo a partir de cierta edad (se puede decir que en las chicas es un poco antes, a lo mejor a los once o doce años, y en ellos hacia los trece o catorce), experimentan impulsos y deseos hasta entonces desconocidos para ellos.

Ellas se sienten atraídas por los chicos y éstos se sienten turbados delante de ellas. Se trata de algo natural, puesto por Dios en nuestro interior para formar una familia y perpetuar la especie, y es algo muy bueno siempre que no se pervierta. Poco a poco irá creciendo en ellos el deseo de buscar pareja, de fundar una nueva familia, de tener hijos.

Es una ocasión para referirse de nuevo a la explicación del sentido del matrimonio y la procreación, como antes apuntábamos. La educación de la afectividad cobra aquí una especial importancia. Se le debe explicar con profundidad la naturaleza del amor, tan importante para afrontar con éxito la etapa adolescente.

Cuando llega la temida pubertad, muchos padres que antes apenas habían hablado con sus hijos, posiblemente entonces no consiguen franquear la barrera de su intimidad. Porque entre los sentimientos nuevos que experimentan los adolescentes está el de no querer dejar entrar a nadie fácilmente en ella.

Sólo hablarán de sus cosas –y aún con dificultad– si sus padres supieron ganarse antes su confianza, si supieron mostrarse en toda ocasión comprensivos y abiertos al diálogo.

Saca experiencia y actúa, ahora que estás a tiempo, que luego de poco vale lamentarse.

No se puede irrumpir en su intimidad: hay que ganarse la entrada.

Puedes explicarle con un poco de profundidad en qué consiste la transformación sexual. Por ejemplo, que las glándulas que cumplen la función sexual en el varón son los testículos, y que si, por accidente, un niño perdiera esas glándulas, al hacerse mayor no tendría voz varonil, ni le crecería la barba, ni podría tener hijos.

Cuéntale cómo dentro de poco sus glándulas sexuales se desarrollarán y producirán un líquido que se llama semen, que es la semilla de la que brotará algún día una nueva vida.

Al explicarle el acto conyugal, puedes hablarle también de cómo Dios ha querido otorgar un placer (puede que él aún no sepa que existe, ni de qué naturaleza es), que va unido a ese acto, como si fuera una pequeña compensación al sacrificio y la entrega que exige educar y criar los hijos.

Sé positivo en la explicación, pero adviértele de que sería antinatural buscar ese placer egoístamente, aislado de la función generadora humana. Puedes decirle que esos actos –como la masturbación, por ejemplo–, son antinaturales y suponen un daño a uno mismo, además de una ofensa a Dios.

Debes explicárselo bien, para que no vaya a pensar que todo lo relacionado con el sexo es pecado. Pero sí debe comprender que ese mandato de Dios es importante para la felicidad humana.

Debe entender que el desorden en lo relativo al sexo supone un deterioro para la persona, que conlleva un importante daño a uno mismo.

—Pero si mi hijo tiene una cara angelical…; no creo que pase por su cabeza nada parecido.

No olvides que a los doce años, la mayoría de los chicos de esta generación saben sobre el sexo diez veces más que los de la anterior a la misma edad. Recuerdo habérselo oído explicar con mucha gracia a una madre en una reunión de matrimonios: aseguraba que su hijo de once años sabía ya sobre estos temas más que ella misma cuando se casó.

Si en estos años no has estado atento y el chico no ha recibido una buena orientación, a estas alturas es fácil que tenga, por ejemplo, un vicio arraigado de masturbación.

—Imposible, mi hijo no.

Eso es lo que piensan casi todos los padres. A esta edad, si no tienen una formación sexual adecuada, no será infrecuente que los chicos practiquen la masturbación a solas, o a veces en grupos. En colegios de bajo ambiente moral, es noticia a la orden del día, incluso en presencia de compañeras.

Y no son casos aislados. Hace poco me hablaba horrorizado un profesor de un colegio público de cómo había visto a niños y niñas de ocho años jugar al acto conyugal.

Es algo que ya pasaba hace años, pero que ahora pasa más. El chico sufre un acoso mucho mayor que antes. Le entra por los ojos. Aparte de lo ya mencionado de la televisión y el cine, piensa, por ejemplo, en los frecuentes espectáculos de impudor de muchas playas…

—Pero es algo a lo que los chicos ya están acostumbrados. Después de contemplar tanto nudismo, apenas les debe afectar.

Eso creo que es también un poco ingenuo por tu parte. Claro que les afecta, como sucede a todo aquel que tenga aún un poco de sensibilidad. Por eso conviene pensar en el tono moral de los lugares a donde vamos.

Si alguien, con la mano en el corazón, asegurara que ya está acostumbrado a esas cosas y que no afectan a su modo de pensar o de vivir, es probable que se haya sumergido en una peligrosa espiral de permisividad. Muy parecida a la de aquél que piensa que no le afectan tres o cuatro copas, porque para él son lo normal, las que toma cada día; y no se da cuenta de que está cerca de alcoholizarse, de ser un enfermo crónico.

El mundo interior. Algunos peligros La imaginación del niño tiene una prodigiosa capacidad de entrada en su voluntad, pues su inhibición es restringida.

Toda idea que pasa por su cabeza tiende a traducirse en acto.

La excitación desordenada de las pasiones, sin control de la razón, contribuirán a hacer realidad aquel viejo adagio castellano de que “quien las imagina las hace”.

El corazón sigue fácilmente a la mirada. Existen, por tanto, poderosas razones que llevan a comprender la necesidad de guardar una cierta disciplina mental. Como ha señalado Antonio Orozco, la mirada puede despertar elevados sentimientos y encender pasiones magníficas; pero también puede embrutecer el alma y disparar las pasiones de un modo sórdido. De ahí la importancia ética de seleccionar en lo posible los objetos del mirar.

En algún momento apropiado, se puede hablar al chico de los peligros de una posible falta de autocontrol sobre lo que se mira y se piensa. Y hacerle ver que hay imágenes y recuerdos que pueden llegar a tomar gran protagonismo en su memoria y obsesionarle. Si se lo sabes explicar bien (por ejemplo, con ocasión de dejar de ver una película que resulta ser inmoral, o al evitar un lugar poco recomendable), el chico entenderá lo sensato que es no entretenerse mirando determinadas cosas.

Si ha aprendido a esforzarse por hacer lo que entiende que debe hacer, y no tiene el me apetece como norma de vida, comprenderá la necesidad de luchar contra la tentación y de acostumbrarse a decir que no a lo que no le conviene. Así se curtirá y vencerá los impulsos desordenados de la pasión. Si no aprendiera a controlarlos, se desequilibraría su vida afectiva y eso le llevaría también a ser menos libre.

No se trata de hablarles obsesivamente de los peligros de mujeres malas, ni de plantearlo como prohibiciones negativas.

Se trata de hacerles vislumbrar la relación entre el sexo y el amor a la mujer que será madre de sus hijos.

Si no domina sus pensamientos, es muy probable que acabe claudicando, porque es evidente que quien se entretiene con pensamientos o deseos inmorales acaba cayendo en actos y episodios inmorales, tarde o temprano.

Otra cuestión sobre la que quizá no pregunte, pero que puede ser interesante tratar, son las erecciones espontáneas. A esta edad se producen con facilidad, muchas veces por causas extrasexuales desconcertantes para él: quizás al trepar por una cuerda o practicar un deporte que le supone un esfuerzo físico importante; otras, sin aparente motivo externo; y algunas veces responderán directamente a una excitación sexual provocada por una conversación, pensamientos o miradas que desencadenan un efecto inmediato: debe entonces comprender la conveniencia –ya lo hemos dicho– de mantener la imaginación bajo su propio dominio y no dejarse arrastrar a su merced.

—Otra cosa. ¿Es verdad que esta edad es propicia para desviaciones de algún tipo? Es una cuestión extensamente estudiada por psicólogos y psiquiatras. No es incorriente que un chico de esta edad experimente una confusa atracción por ambos sexos. No suele tener importancia. Puede ser incluso una simple curiosidad mal contenida. El peligro está en que esas leves tendencias infantiles cristalicen en algo serio por culpa de su falta de capacidad de corregirlas, cosa que puede suceder si no tiene cierto dominio sobre su propio impulso sexual. “Una prueba más –en palabras del doctor Vallejo-Nájera– de lo sanísimo de la educación de la castidad y de lo que ayuda a superar los problemas de la edad. En cambio, la pretendida libertad sexual, ésa sí que llena de pacientes la consulta del psiquiatra.” No sólo sabias recomendaciones. ¿Censura? Casi todos los padres piensan que dan buen ejemplo a sus hijos en esta materia, pero cabría analizar varios detalles en los que puede haber discrepancias entre lo que intentan inculcar al chico y lo que luego él ve.

Por ejemplo, ¿qué niño no protesta si se le impide ver una película no tolerada mientras sus padres siguen ante el televisor? Es fácil que el chico se enfade, quiera verla terminar, y se organice una pequeña trifulca doméstica.

Algunas de esas películas serán tan inconvenientes para el niño como para los padres; otras, no. Pero, desde luego, si el padre o la madre apagan la televisión o cambian de canal, es seguro que el chico no rechistará y asumirá un criterio moral claro al respecto.

También interesa preguntarse por las revistas y publicaciones que entran en la casa. Hay bastantes de ellas que dedican muchas páginas a reportajes nada recomendables para los chicos, por la inmoralidad, el sensacionalismo y, a veces, la pornografía. Y se compran, y están por la casa, y se leen.

¿Qué pensará el niño, con su agudo y penetrante sentido crítico, sobre nuestras sabias recomendaciones sobre el sexo…? “Que son sermones de papá o de mamá, pero que, bueno, no será para tanto; que parece que lo malo es sólo malo para los niños; otra manía más, igual que la de que no les grite y luego ellos me gritan, o de que pida las cosas por favor y luego ellos tampoco lo hacen…, o sea, que ni caso”.

Para que haya coherencia en la educación, los padres deben cuidarse de filtrar todo lo que entra en la casa y queda al alcance del chico: periódicos, revistas, televisión, vídeo, libros, etc. Y, por supuesto, las películas cuando va al cine.

—Oye, que eso es censura.

Sí. ¿Y qué tiene de terrible preservar a la familia de lo que puede hacerle mal? Igual que no dejas las tijeras al alcance del pequeño, o que escondes las medicinas para que no se las tome todas y se intoxique, de modo semejante debes cuidar de que no intoxique su cabeza y su corazón con inmoralidades.

—¿Y qué dices sobre el pudor? En la educación sexual, el pudor es también más importante de lo que parece. Aunque efectivamente a esta edad el instinto sexual no sea aún muy intenso, unas costumbres inadecuadas en este aspecto pueden ser un fuerte lastre para el futuro.

El pudor es un instinto natural, presente de modo universal a lo largo de los siglos, que protege espontáneamente la propia intimidad. Los hijos lo aprenden en el hogar casi sin que los padres se lo propongan. Es cuestión de dar ejemplo, y aprenderán a ser sensibles, a respetar como deben al otro sexo, a ir correctamente vestidos por la casa, a vivir el pudor cuando se bañan o al cambiarse de ropa, etc.

Ese natural recato, protección de la propia intimidad, es importante porque su descuido provoca el estímulo extemporáneo de la pasión genital. El vestido no es una simple exigencia climatológica, sino que es necesario para que las relaciones hombre-mujer sean propiamente humanas y personales. De lo contrario, normalmente despertarían pasiones inoportunas o inadecuadas.

Ya lo sabe todo. ¿Es suficiente? Es ésta una pregunta que el lector quizá se haga al ir avanzando en este capítulo. No quisiera dejar la idea de que con explicar al niño todo lo relativo al sexo queda el problema resuelto. No es así de simple. La formación sexual es una parte de la educación integral de la persona, y está unida a todos los demás aspectos. Como cuando se sacan cerezas de un cesto, que nunca suele salir una sola.

Llenar su corazón de afectos adecuados y fortalecer su voluntad, son dos aspectos decisivos para una correcta educación de la sexualidad.

Hay una estrecha relación entre una acertada educación sexual y el avance en las virtudes, y más concretamente con las virtudes de la fortaleza y la templanza.

Ya hemos dicho que informar correctamente no es difícil. Lo difícil e importante es crear en los hijos hábitos que les fortalezcan personalmente para actuar de modo correcto.

Ten en cuenta que no basta con la información solamente, aun suponiendo que se haya dado muy bien.

Hay multitud de chicos que lo sabían todo muy bien a través de sus padres desde temprana edad pero, después,

  • por haber descuidado la educación de sus sentimientos;
  • por no haber fortalecido su voluntad;
  • por no haber desarrollado en ellos las virtudes necesarias;
  • por no haberse acostumbrado a luchar;
  • adquirieron hábitos viciosos y sus vidas fueron un desastre.

    A un chico que ha logrado un buen nivel de autodominio, que ha consolidado las virtudes de la fortaleza y la templanza, no le costará mucho comprender que es él quien debe tomar las riendas de su impulso sexual, y no al revés. Y no sentirá envidia de quienes están dominados por el sexo y se consideran por eso más hombres. Percibirá enseguida que es todo lo contrario, que la falta de dominio sobre ellos mismos es la que hace que esas personas realicen, como consecuencia de su débil voluntad, actos sexuales como puede hacerlo cualquier insensato o cualquier animal. Sólo las personas de mayor calidad humana, de mayor fortaleza, de mayor autodominio, es decir, los hombres y mujeres fuertes, llevan de verdad las riendas de su vida, en este aspecto como en otros.

    Se trata de dar una visión positiva, de fortalecer el espíritu, de dar un alto concepto de la dignidad humana y de la realidad sexual.