Francesc Castelló: Testimonio de un ingeniero químico poco antes de su martirio

Poco antes de su martirio, Francesc Castelló escribe a sus seres queridos: “Si tuviera mil vidas, las daría por Cristo”.

Fue beatificado el 11 de marzo por Juan Pablo II, en la beatificación más numerosa de la historia de la Iglesia, entre los mártires de la fe durante la guerra civil española. Tenía 22 años y trabajaba como ingeniero químico en la fábrica Cros, S.A., de Lérida. Antes de morir, el 29 de septiembre de 1936, escribe tres cartas, que ofrecemos en esta página, a su novia, María Pelegrí (Mariona), a sus dos hermanas y su tía, y a D. Román Galán, su director espiritual.

“Si ser católico es delito, acepto gustosamente ser delincuente, ya que la mayor felicidad del hombre es dar la vida por Cristo, y si tuviera mil vidas, sin dudar, las daría por Él”. Así confesó Francesc Castelló ante el tribunal que lo condenó a muerte, tras invitarle a apostatar de su fe si quería salvar la vida. Antes, había confortado a sus compañeros de martirio, cantando el Credo.

Francesc de P. Castelló i Aleu nace en Alicante, el 19 de abril de 1914. A los dos meses muere su padre, Francesc Castelló Salué; su viuda, Teresa Aleu Andreu, se traslada a Lérida, buscando el amparo de su familia. Teresa ejerce de maestra nacional, en Juneda (Lérida), y muere cuando Francesc, el pequeño de sus tres hijos, ha cumplido 15 años. A partir de entonces, su tía María Castelló, hermana de su padre, hará de madre solícita de Francesc y sus hermanas Teresa y María. Acabado el Bachillerato en los Maristas de Lérida, Francesc marcha a Barcelona para proseguir sus estudios en el Instituto Químico de Sarriá. Forma parte de la Congregación Mariana, y de la Acción Católica; posteriormente, se integra en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. En 1935 está ya en la ciudad de Lérida, trabajando como ingeniero químico en la fábrica Cros, S.A. La guerra civil le sorprende mientras realizaba el servicio militar. Denunciado por uno de los comandantes, fue condenado por un tribunal popular a ser fusilado.

La misma entereza de Francesc confesando su amor a Cristo ante aquel tribunal, tras profesar su fe católica junto con sus compañeros de martirio, la mostraría ante sus verdugos, aquel 29 de septiembre de 1936, perdonándolos con amor y diciéndoles que les espera en el cielo. Pocas horas antes de su ejecución, había escrito a su novia, Mariona -dos hermanos de ella también murieron por Cristo-, a sus hermanas y a su tía, y a su amigo y padre espiritual: A María Pelegrí Platería, 39 – 1º Querida Mariona: Nuestras vidas se han unido y Dios mismo ha querido separarlas. A Él le ofrezco con toda la sinceridad posible mi amor hacia ti, un amor intenso, puro y sincero. Siento tu desgracia, no la mía. Estés orgullosa de mí: dos hermanos y tu novio. Pobre Mariona. Me pasa una cosa extraña: no puedo sentir ninguna pena por mi suerte. Una alegría interna, intensa, fuerte… llena todo mi ser. Quisiera escribirte una carta triste, de despedida, pero no puedo. Estoy pleno de alegría como un presentimiento de la Gloria. Quisiera hablarte de lo mucho que te habría amado. De cuánta ternura tenía reservada para ti, de lo felices que habríamos sido. Pero para mí todo esto es secundario. He de dar un gran paso. Una última cosa: cásate, si es tu parecer. Yo desde el cielo bendeciré tu matrimonio y tus hijos. No quiero que llores. No lo quiero. Que estés orgullosa de mí. Te quiero. No tengo tiempo para más.

Francesc A mis hermanas Teresa y María Castelló i Aleu, y a mi tía: Queridas: Acaban de anunciarme la pena de muerte y jamás he estado tan tranquilo como ahora. Tengo la seguridad de que esta misma noche estaré con mis padres en el cielo. Allí os esperaré a vosotras. La Providencia de Dios ha querido elegirme a mí como víctima por los errores y pecados que cometemos. Voy con gusto y tranquilidad a la muerte. Jamás tendría tanta probabilidad de salvación. Se terminó ya mi misión en esta vida. Ofrezco a Dios todos los sufrimientos de esta hora. De ninguna manera lloréis por mí. Es lo que os pido. Estoy muy, muy contento. Os dejo con pena a vosotras que tanto amaba, pero ofrezco a Dios este afecto y todo cuanto tenía en el mundo. Teresina: ¡Que seas valiente! No llores. Yo soy el que ha tenido tanta suerte que no sé cómo agradecer a Dios. He cantado el himno: “Amunt, que és sols camí d’un dia!” (¡Ánimo, que el camino es sólo de un día!) con toda intensidad. Perdona las penas o sufrimientos que involuntariamente te pueda haber causado. Siempre te he querido mucho. María: mi pobre hermana… Si Dios te da hijos dales un beso de mi parte, de su tío que les amará desde el cielo. Un fuerte abrazo a mi cuñado. De él espero que será vuestra ayuda en esta tierra y sabrá sustituirme. Tía: En este momento siento un profundo agradecimiento por usted y por todo cuanto ha hecho por nosotros. Dentro de unos años nos encontraremos en el cielo. Desde el cielo pedirá por usted éste que tanto la quiere. Recuerdos a todos los amigos de la Federación; a todos los amigos decidles que muero contento y que me acordaré de todos ellos desde la otra vida.

Francesc Al sacerdote D. Román Galán Querido padre: Le escribo estas letras estando condenado a muerte y faltando unas horas para ser fusilado. Estoy tranquilo y contento, muy contento. Espero poder estar en la gloria dentro de poco rato. Renuncio a los lazos y placeres que puede darme el mundo y al cariño de los míos. Doy gracias a Dios porque me da una muerte con muchas probabilidades de salvarme. Tengo una libreta en la que apuntaba las ideas que se me ocurrían (los inventos). Haré por que se la manden a usted. Es mi pobre testamento intelectual. Le estoy muy agradecido y rogaré por usted.

Francisco Castelló Fuente: Alfa y Omega