El extraño e inusual fenómeno que denominamos posesión demoníaca está a caballo entre la psiquiatría, la física y la teología. José Antonio Fortea lleva investigando cuidadosamente casos de posesión en colaboración con médicos, psicólogos y psiquiatras desde hace bastantes años y si a los pocos fenómenos de posesión que ha presenciado les hubiera podido encontrar una explicación meramente psiquiátrica lo hubiera aceptado sin ninguna reticencia. José Antonio Fortea es sacerdote y practicó el exorcismo narrado en El Mundo la semana pasada. El tema es mucho más complejo e intrincado de lo que se puede suponer y algunas veces son los propios psiquiatras quienes nos remiten casos que no entienden. El quid de la cuestión reside en la pregunta ¿existe el espíritu o todo es materia? Porque si existe un algo que no es materia, eso que los romanos llamaron “spiritvs”, entonces el fenómeno de la posesión es posible.
Si un psiquiatra no supiera nada de posesiones, los síntomas que observaría en un poseso típico le llevarían a ver una esquizofrenia paranoide, una fobia específica (hacia lo sagrado), un desorden disociativo de la personalidad (cuando emerge la personalidad maligna) y una crisis de convulsiones propia del gran mal de la epilepsia (esto sólo durante el exorcismo). Como se ve, un complejo conjunto de enfermedades, todas en un mismo sujeto. Todo ello nos lleva a rechazar las clasificaciones simplistas de aquellos que, sin haber visto un caso real, sentencian que se trata de tal o cual enfermedad mental.
Este cuadro sintomatológico, corroborado por la esencia de la literatura exorcística, define un síndrome tan especial que no se puede encuadrar sin más en uno u otro apartado de la patología psiquiátrica. Si uno no quiere admitir una causa demoníaca, al menos debe admitir que todos los testimonios llevan a la conclusión de que nos encontramos, no ante un desorden mental simple, sino ante un síndrome para el que hay que buscar un lugar específico dentro de la catalogación médica.
Si un escéptico no quiere aceptar la posibilidad de posesión, deberá al menos admitir la especificidad de este síndrome descrito. De todas maneras, ¡curioso síndrome que desaparece para siempre con una oración litúrgica! Psiquiátricamente, en todo caso, lo que debería provocar es un proceso de reforzamiento de la sugestión al encontrar el enfermo un entorno que le confirma en su paranoia y en su personalidad disociada. Y los síntomas deberían agravarse al encontrar en el marco del exorcismo un marco óptimo para el despliegue de su fantasía delirante. Sin embargo, la oración litúrgica logra todo lo contrario: la desaparición completa, de por vida y sin recaídas del cuadro. ¿En qué patología de disociación de la personalidad se logra la curación perfecta con sólo dos o tres sesiones? En ninguna. Si eso ya es difícil con cualquier desorden psiquiátrico severo mucho más inexplicable es en estos enfermos.