La Universidad Católica de San Antonio, en Murcia, es de las pocas que cuenta con dos claustros: uno, de profesores, y otro del siglo XVII. Enclavada en el monasterio de San Jerónimo, es el segundo monumento más importante de Murcia tras la catedral. Su presidente, José Luis Mendoza, neocatecumenal y padre de catorce hijos, logró levantar la universidad a golpe de tesón, fe y osadía. «Siempre he llevado una vida intensa», asegura.
A continuación recogemos una entrevista a José Luis Mendoza, presidente de la Universidad San Antonio de Murcia, realizada por Alex Navaja y publicada en el diario La Razón el 6.III.02.
– Usted ha sido misionero con toda su familia en la República Dominicana, ha levantado una universidad, tiene 14 hijos No parece muy amigo de la vida tranquila.
– Desde niño he llevado una vida intensa, de trabajo y estudio. Cuando era pequeño, las monjas me enseñaron a amar a Dios y a la Virgen, y eso quedó en mi corazón. Hay cosas que ocurren en la infancia y que después se reflejan en el futuro. En 1979 estudié la carrera de Medicina, y quise crear en Murcia una clínica de rehabilitación para enfermos con problemas psíquicos y psicomotores, pero en Murcia no había profesionales. Fui a Madrid y pedí permiso al Consejero de Sanidad para formar profesionales.
– ¿Y qué le respondió? – Me dijo que era un osado, pero mi padre me prestó un edificio que poseía y tuve 350 estudiantes el primer año. Después llegaron los convenios con la universidad de Alicante, Albacete, y otras, y llegamos a tener 10.000 alumnos por toda España.
– Entonces, ¿cuándo se fue de misionero? – En una charla, un sacerdote dijo que el Papa había pedido familias misioneras. Mi mujer y yo nos miramos y asentimos. En 1991, en el Camino Neocatecumenal, al que pertenecemos, nos preguntaron si estábamos dispuestos a irnos tres años a la República Dominicana. Así que cogí a mis ocho hijos y a mi mujer embarazada del noveno, y nos fuimos. Éramos la familia misionera del mundo con más hijos.
– ¿Y sus escuelas de medicina? – Cerré todo. Indemnicé a todos mis trabajadores y nos fuimos a la República Dominicana, en donde vivíamos sin agua corriente ni luz. Fueron años de convivir con la miseria y de ver a Cristo en los pobres. Cogí todas las enfermedades. Me levantaba a las cinco para rezar con los seminaristas; después me iba a evangelizar con mi mujer embarazada. Fueron años de sufrimiento, porque recibía amenazas de muerte de las sectas, que son puros negocios, pero creamos una parroquia que dio muchas vocaciones. Llegué a orinar sangre por el sufrimiento.
– Pero cuando volvió a España, no tendría nada…
– Efectivamente. Volví sin trabajo, y vivimos de la caridad. Tenía un patrimonio familiar importante, pero no me ofrecían ni el 20 por ciento de su valor. Así que empecé una escuela de Formación Profesional, y fue un éxito total.
– ¿Cuándo se embarcó en el proyecto de la Universidad Católica de Murcia? – Salió la carta apostólica de Juan Pablo II «Ex Corde Ecclesiae», que habla sobre las universidades católicas. Pensé que, tras los años de misión, ya tenía suficiente madurez para crear una universidad, y fundé la Universidad Católica de San Antonio de Murcia en 1996. Fue la primera creada por un laico con el apoyo de su obispo. Es una institución docente y evangelizadora, porque mi mujer y yo sólo nos hemos dedicado a evangelizar en los últimos veinte años. Los tres pilares de la universidad son la docencia, la investigación y la evangelización, y ya hemos ganado varios premios nacionales de investigación. En la actualidad tenemos 350 profesores, 150 miembros de personal administrativo y casi 6.000 alumnos.
– ¿Y logran evangelizar en la universidad? – Teología y ética son materias obligatorias en todas las carreras, y tenemos una capellanía universitaria que organiza peregrinaciones, atiende a los alumnos, etc. Han surgido dos vocaciones al Carmelo y una al seminario, y varias chicas no han abortado por las clases de bioética que se imparten.
– ¿Qué es más difícil: dirigir a 14 hijos o a 6.000 universitarios? – ¿Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios! Yo, por mí, no habría tenido más de dos hijos. Pero esto es como la parábola de la perla: hay que vender todo para poder comprarla. Yo hipotequé todo para comprar mi perla. Si el plan es de Dios, saldrá adelante, porque Él lleva con cada persona una historia de amor. La casualidad no existe en la vida de un cristiano: mis 14 hijos son 14 regalos del cielo.
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