Joseph Ratzinger, “Fe, verdad, toleracia”, Alfa y Omega, 11.IX.03

Nuevo libro del cardenal Ratzinger Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe En un mundo globalizado, multicultural, el diálogo entre las religiones se ha convertido en el punto más candente para la teología», reconocía el cardenal Joseph Ratzinger en su última visita a España, hablando desde la Universidad Católica San Antonio, de Murcia. En el nuevo contexto, se ha extendido la opinión, según la cual, todas las religiones no son más que variaciones de un único e idéntico tema, que asume formas diferentes según la cultura y la historia. Surge entonces la pregunta: ¿es posible proponer hoy el cristianismo como verdad, como camino de salvación? ¿No constituye un gesto de arrogancia intolerante? Las religiones, ¿son todas iguales? Quienes conocen al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, su espíritu inquieto y su disponibilidad para afrontar sin tapujos los interrogantes que afectan más de lleno a nuestros contemporáneos, han visto en su último libro su contribución personal y lógica al debate.

En realidad Fe, verdad, tolerancia – El cristianismo y las religiones del mundo, volumen de algo menos de 300 páginas, que acaba de publicarse en italiano (Fede, verità, tolleranza – Il cristianesimo e le religioni del mondo, editorial Cantagalli), es una colección reeditada de conferencias que el cardenal bávaro ha ido pronunciando sobre el argumento en la última década. Con una excepción: la primera contribución constituye un artículo publicado en 1964, en el que, tras hacer un estudio fenomenológico de las religiones, presenta con un lenguaje sorprendentemente actual la diferencia específica del cristianismo.

En el fondo, el libro no hace más que responder a los interrogantes más comunes que se plantea toda aquella persona que hoy día es capaz de trascender los condicionamientos de la sociedad consumista y tecnicista. He aquí algunos de ellos y, en pinceladas, las respuestas que ofrece Ratzinger: La diferencia cristiana El cristianismo, ¿no es en el fondo una religión como cualquier otra? ¿No es más que una visión de Dios a la europea? Recordando que el cristianismo no nació en Europa, ni está ligado exclusivamente a Europa, el cardenal comienza demostrando cómo en realidad el cristianismo se diferencia radicalmente del resto de las religiones. De hecho, aclara que no todas las religiones son iguales (ni mucho menos). En el fondo, esta afirmación surge de la ignorancia de quien desconoce de la manera más elemental qué era la religión de los antiguos aztecas, el voodoo, el budismo, el hinduismo, o las religiones monoteístas.

En el monoteísmo (en particular el judaísmo y el cristianismo) –demuestra–, Dios aparece como persona, en contraposición a las religiones asiáticas (místicas), en las que se anula la diferencia entre los seres. En el monoteísmo el fundamento es el tú de Dios y el yo de la criatura, que crea una relación personal, única e irrepetible. En las primeras, el único camino posible es el de la búsqueda interior, el de los iniciados. En el segundo, Dios se revela. En las primeras, sólo los iniciados alcanzan la experiencia de lo divino. El resto reciben la religión de segunda mano. En el judaísmo y el cristianismo el encuentro con Dios es de primera mano.

«Para la fe cristiana –concluye–, la historia de las religiones no es el cíclico retorno de lo que siempre es igual, de lo que nunca llega a la verdad, que permanece fuera de la Historia. Quien es cristiano considera que la historia de las religiones es una historia real, una senda cuya dirección significa progreso, y cuyo camino significa esperanza. Éste debe desempeñar su servicio como quien espera, sabe imperturbablemente que el final de la Historia, si bien está atravesado por todos los fracasos y contiendas de los hombres, se realiza».

Pluralismo religioso Si no todas las religiones son iguales, entonces surge la pregunta: ¿cuál es la relación entre el cristianismo y el resto de las religiones con las que convive? Tres respuestas se han dado a este interrogante, como recoge Ratzinger.

Ante todo, destaca el exclusivismo, según el cual sólo la fe cristiana puede salvar: las religiones no serían caminos de salvación. Ahora bien –aclara Ratzinger–, exponentes de esta respuesta distinguen entre religión y fe, y conciben únicamente el cristianismo como fe, dejando a un lado la religión, es decir, las manifestaciones externas de la relación con Dios. «Desde mi punto de vista –explica en el libro–, el concepto de un cristianismo sin religión es contradictorio e irreal. La fe debe expresarse también como religión y en la religión, aunque obviamente no puede quedar reducida a ésta».

Otra respuesta para explicar la relación entre el cristianismo y las religiones es el inclusivismo, según el cual el cristianismo estaría presente en todas las religiones, o viceversa, todas las religiones, sin saberlo, estarían orientadas hacia el mismo. Según esta visión, Cristo es el único salvador. Ahora bien, reconoce en las religiones un valor de salvación, en la medida en que es tomado en préstamo de Cristo. Esta visión justifica la misión, aunque de manera menos radical que la primera, pues Cristo sería quien purifica las religiones y las lleva a alcanzar su más íntima aspiración.

Por último, se da la respuesta pluralista, sumamente actual, según la cual la diversidad de religiones ha sido querida por el mismo Dios. Todos son caminos de salvación, aunque ciertamente el de Cristo desempeña un papel privilegiado (no exclusivo).

Ratzinger considera que estas respuestas a la pregunta por la relación entre cristianismo y religiones constituyen un camino equivocado. En realidad –explica–, se basan en una comprensión superficial de las religiones, «que en realidad no conducen ni mucho menos al hombre hacia la misma dirección y que, incluso en sí mismas, no son uniformes». Pone, como ejemplo, el Islam, en el que conviven «formas destructivas y otras en las que nos parece reconocer una cierta cercanía al misterio de Cristo». Además, «¿debemos encontrar una teoría sobre el modo en que Dios salva sin dañar la unicidad de Cristo?», pregunta. El hombre, «¿no debe ponerse en búsqueda, empeñarse por tener una conciencia purificada y de este modo acercarse –¡al menos esto!– a las formas más puras de religión?» El dogma del relativismo En el nuevo mundo sin dogmas, hay un dogma que se impone, el del relativismo, según el cual todas las opiniones son verdaderas (aunque sean contrapuestas) y, por tanto, todas las religiones son verdaderas (o lo que es lo mismo, si se es lógico, todas son falsas). «Este relativismo, que hoy, como sentimiento fundamental de la persona iluminada se extiende ampliamente incluso dentro de la teología, es el problema más grande de nuestra época», considera Ratzinger. Desde esta perspectiva, la época moderna sería la del fin de las religiones.

«Las religiones, en un mundo históricamente en movimiento, no pueden quedarse simplemente como eran o son. La fe cristiana lleva consigo la herencia de las religiones y, al mismo tiempo, la abre al Logos. La auténtica razón podría conferirle a su más profunda naturaleza una nueva consistencia y, al mismo tiempo, hacer posible esa auténtica síntesis entre racionalidad técnica y religión, que puede lograrse no huyendo en lo irracional, sino sólo a través de la apertura de la razón en toda su auténtica extensión».

Según el cardenal, aquí se encuentran «las grandes tareas del momento histórico presente. Sin duda, la misión cristiana debe comprender las religiones y acogerlas de manera más profunda de lo que ha hecho hasta ahora, pero las religiones, para que siga viviendo lo mejor de ellas, tienen necesidad a su vez de reconocer su carácter de Adviento, que les refiere a Cristo. En este sentido, si seguimos las huellas interculturales en la búsqueda de la verdad, una y común, tendrá lugar algo inesperado».

Esto –explica– ilustra mejor el desafío lanzado por Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio. Citando un artículo publicado por el semanario alemán Die Zeit –en general, alejado de la Iglesia–, el cardenal explica que sin teología y metafísica, el pensamiento se ha hecho «no sólo más libre, sino también más restringido», es más, habla de «abobamiento por incredulidad o falta de fe». Y afirma: «En el momento en que la razón se ha alejado de las cuestiones últimas, se ha hecho indiferente y aburrida, se ha convertido en incapaz de afrontar las cuestiones vitales del bien y del mal, de la muerte y la inmortalidad».

Inculturación ¿Cómo anunciar el cristianismo a personas de cultura en los que éste no ha echado raíces? Éste es otro de los grandes debates de la teología contemporánea. Con frecuencia, se responde a esta pregunta con el confuso término de inculturación. En realidad –constata el cardenal Ratzinger–, «no existe una fe sin cultura y, a excepción de la moderna civilización técnica, no existe una cultura sin religión. Pero sobre todo no se logra comprender cómo dos organismos, en sí mismos totalmente extraños, pueden en un determinado momento convertirse en una totalidad vital, en un trasplante que les mutila a los dos». Ratzinger propone más bien hablar de encuentro de las culturas. «Cuanto más es conforme una cultura a la naturaleza humana, cuanto más elevada es, más aspirará a la verdad, que hasta un cierto momento le había sido cerrada, será capaz de asimilar esa verdad y de ensimismarse en ella». Y añade: «Esto no significa uniformidad; por el contrario, sólo cuando tiene lugar la oposición puede convertirse en complementariedad». Con toda claridad, se expresa así el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: «Ésta es la gran pretensión con la que entró en el mundo la fe cristiana: implica la obligación moral de poner a todos los pueblos en la escuela de Cristo, dado que Él es la verdad en persona y por ello el camino para ser hombres».

Jesús Colina. Roma Revista Alfa y Omega, Nº 367/11-IX-2003