Leonardo Mondadori es presidente del principal grupo editorial italiano. En un libro titulado Conversione. Una storia personale, publicado por su propia editorial, la famosa Editrice Mondadori, cuenta su extraordinaria experiencia religiosa: de ateo sin remedio a creyente que ha decidido vivir en castidad. Su testimonio público de fe católica ha revolucionado el ambiente laico de la cultura italiana. Otro converso, Vittorio Messori, ha sido su interlocutor en un libro-entrevista que se ha convertido en un best-seller en Italia.
No es frecuente que una figura de la jet society hable en público de cuestiones espirituales. Menos aún, que cuente su conversión. Pero lo que más ha sorprendido es que detrás de todo no haya ningún episodio extraordinario, sino un largo y pacífico proceso que le ha hecho redescubrir, con la fe, los sacramentos, la oración, la dirección espiritual, la castidad… Todo ello a los 55 años y después de muchas peripecias personales a lo largo de su vida.
El cambio empezó en 1992 y se inició cuando su empresa se disponía a publicar Camino, en el año de la beatificación de su autor, Josemaría Escrivá de Balaguer. Con este motivo entró en contacto con algunos miembros del Opus Dei, y poco a poco se produjo su conversión. Ahora, diez años después, ha decidido que valía la pena dar a conocer a otros ese itinerario suyo personal. Al principio, pensaba hacerlo mediante un ensayo que diera respuesta a las objeciones más frecuentes que las personas de su ambiente suelen poner a la fe. Pero cuando envió el borrador del libro a Vittorio Messori, para pedirle su parecer, el escritor le sugirió que lo mejor era que simplemente contara su experiencia. “Como dice Evagrio Pontico -un monje del siglo IV-, a una teoría se le puede contraponer otra teoría, pero ¿quién puede contradecir a una vida?”. Y así surgió el libro Conversione. Una storia personale, firmado por ambos.
Una de las cosas que más llama la atención del libro, en el que Messori hace de cronista, intercalando también su propia experiencia personal de converso, es precisamente la fuerza de la experiencia vivida. Algo que se hace particularmente evidente cuando Mondadori habla del divorcio y de su vida de divorciado, y subraya sin empacho la sabiduría de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, “y lo hago basándome en lo que he padecido y he hecho padecer”.
El motivo por el que ha querido hacer públicos esos aspectos de su intimidad, a pesar de los comentarios sarcásticos que tal vez pueda producir, es la constatación de que en el Evangelio se encuentran las verdaderas “instrucciones de uso” para el hombre. “Habré logrado mi objetivo solo con que uno de los lectores encuentre en las páginas del libro un poco de luz”.
Ahora va a misa todos los domingos, tiene un director espiritual, frecuenta habitualmente los sacramentos y en particular la confesión, y por último, ha decidido -él, divorciado dos veces, hombre con fama de donjuán-, vivir soltero en castidad.
Entrevista de Michelle Brambila, Corriere della Sera, Milán.
-Doctor Mondadori, ¿por qué ha decidido hacer pública esta experiencia suya? ¿Se da cuenta de que entre los intelectuales, escritores y editores algunas de sus palabras –por ejemplo las que se refieren a la obediencia al Magisterio– están terriblemente fuera de moda? -Claro que me doy cuenta. De no hacerlo sería un inconsciente. Pero lo que me da miedo no es el riesgo de ser considerado pasado de moda. Lo que temo es no ser comprendido. Habrá quien diga: «Ya está, seguro que tiene un tumor, está a punto de morir, y entonces se entrega a la religión…».
-Sí, el tumor: otro tema delicado y personalísimo que usted no duda en revelar…
He tenido dos tumores: uno en el tiroides y un carcinoma en páncreas e hígado. Hoy para este mal existe una terapia muy eficaz. No, la enfermedad no tiene nada que ver con la conversión.
-En resumen: usted ha tenido que afrontar escarnios y perfidias. Y aun así, ha decidido salir al descubierto. ¿Por qué? -Porque si un solo lector encuentra, en las páginas de Conversión, un poco de luz, habré conseguido mi objetivo.
-Vittorio Messori, otro converso, escribe en el libro que su vida cambió tras una experiencia particular, tal vez –hace intuir– tras algo que se parece a una experiencia mística. ¿También a usted le ha sucedido algo similar? -No, ninguna experiencia mística. Para mí ha sido un continuum, una sensibilidad que ha ido creciendo. Con muchas caídas, entendámonos. Pero también con la voluntad de volver a levantarse siempre.
-Habrá un día, un encuentro, un rostro, un lugar, en fin, un hecho del que todo haya comenzado. ¿O no? -Sí, recuerdo un desayuno con Pippo Corigliano, responsable de Relaciones públicas del Opus Dei. Hablo de 1992, y yo, en aquella época, no me interesaba lo más mínimo por la religión, ni mucho menos por la Iglesia. Pero sentía que mi vida estaba, ¿cómo decir?, llena de errores. Llevaba ya a mi espalda dos divorcios, tres hijos de mujeres distintas… Corigliano me impactó mucho. Decidí encontrarme con él otras veces. Empecé a pedirle algún consejo. Fue muy discreto. Me dijo: «Si estás abierto a estas cosas, te propongo que vayas a hablar con un sacerdote que conozco».
-¿Y acudió a él? -Naturalmente. Un sacerdote excepcional. Me tuvo un gran respeto. Empecé a fiarme de él, a seguir sus sugerencias. Y, poco a poco, siguiendo lo que me decía, me di cuenta de que encontraba las respuestas que buscaba. Fui presa de un gran entusiasmo, quería cambiar mi vida de golpe. Y él, con gran realismo, me frenaba: «No tengas prisa –me decía–, Dios no te pide imposibles, procede con calma». No he dejado nunca a este sacerdote, que es en este momento mi director espiritual.
-¿Qué le ha convencido de que el cristianismo es verdadero? -La constatación de que el Evangelio es realmente el libro de instrucciones para el uso del hombre; que Jesucristo es de verdad la respuesta a todos nuestros interrogantes; que sólo quien sigue a Cristo se realiza plenamente. Ésta ha sido la primera prueba que he hallado. A ella se le añadió después otra prueba más: la oración. He experimentado que, cuando se pide algo a Dios con sinceridad y con intención recta, siempre se es atendido.
-Usted en el libro cuenta con emoción el retorno a la confesión.
-Sería más apropiado decir el descubrimiento de la confesión. Sí, fue un gozo inmenso. Me recordó cosas que había reprimido. Y también me sentí en paz con Dios. Feliz. Feliz como lo fui en mi verdadera Primera Comunión, en Nueva York, la vigilia de Navidad de 1993.
-Hoy son muchos los que vuelven a la religión escogiendo un camino personal, una especie de relación privada con Dios. Usted en cambio ha escogido la mediación de la Iglesia. ¿Por qué? -Es una cuestión sobre la que nunca he tenido dudas. La Iglesia ha quedado como el último baluarte contra las locuras de nuestro tiempo. Sé que paso por ser una persona un poco extravagante cuando, por ejemplo, hablo de castidad pre-matrimonial. Pero, ¿acaso darse por entero a sí mismo por primera vez sólo después de la boda no es un cemento extraordinario para un matrimonio? ¿Es que la lógica de hoy, por la cual todo está permitido en este campo, ha hecho a los hombres más felices? También aquí la realidad, la vida, me ha demostrado que quien sigue la ortodoxia católica presente desde hace 2.000 años no es defraudado.
-¿Tiene aún miedo a la muerte? Tengo miedo de la muerte física, es decir, me da miedo pensar en el momento en que moriré. Pero me digo: ¿por qué Jesús se hizo crucificar? O el cristianismo es un engaño, o bien en la crucifixión está nuestra salvación.
-¿No teme que sea un engaño? No. Yo, la prueba de que Jesús existe, la tengo. Y si está ahora, estará también después de nuestra muerte. Cómo será este después yo no lo sé. Pero estoy cierto de que, para quien está en paz con Dios, será muy hermoso.