Robert Spaemann, “Ninguna ciencia puede dar razón última del mundo”

¿Qué dice el filósofo sobre la felicidad, el sufrimiento, la verdad, la sabiduría? Robert Spaemann conversa con Susanne Kummer, periodista del diario austríaco Die Presse Los Derechos Humanos son, para Robert Spaemann, la única forma por la que la dignidad humana puede sobrevivir en una civilización técnico-científica. DIE PRESSE: La cuestión de dónde venimos y a dónde vamos ocupa una cierta cantidad de literatura científica. Dios vuelve a ser de interés, también para la ciencia de la naturaleza. ¿Sabrá ésta encontrar a Dios? Robert Spaemann: Los científicos de la naturaleza encontrarán a Dios, pero las ciencias de la naturaleza nunca. En realidad, no se han desarrollado para eso. Las ciencias se mueven en el campo de lo creado (así al menos lo llama el creyente). Sin embargo, la causa de la creación se sustrae a la observación científico-natural. No sabemos si la explosión inicial –el big bang– constituye el comienzo o se trata exclusivamente de un suceso dentro de una cadena interminable de universos en expansión que se contraen entre sí. La ciencia natural vuelve a preguntarse por el principio e intentará comprender las condiciones físicas de la explosión inicial. Quizás lo consiga, o quizás no. Ahora bien, la cuestión última de por qué existe el mundo no la puede contestar, por razones de principio. DIE PRESSE: ¿Qué quiere decir con eso? Spaemann: Quisiera aclararlo valiéndome de en una imagen. Imagínese que está Vd en el cine y está viendo una película sobre leones. Se ve un cachorro de león cuya madre proviene de otra madre, y así sucesivamente. La película tiene un principio y un fin. Pero el principio y el final de la historia no coinciden con el principio y el final de la película. El presupuesto de toda la historia de los leones, es decir, el proyector, no se ve. Pero la película la puedo ver sólo porque existe un proyector. Mas él no aparece en la película. La contemplación científico-natural del mundo puede describirse de modo análogo. Dios no aparece en el mundo. Él es, sin embargo, su condición, por lo que la ciencia de la naturaleza no puede dar respuesta alguna. Entiendo que no debe forzarse la mezcolanza entre teología y ciencia natural. Esto no convenció a Teilhard de Chardin ni tampoco a los fundamentalistas protestantes que toman al pie de la letra el relato de la creación. ¿Es lícito hacer todo lo que la técnica permite? DIE PRESSE: Hoy la praxis nos pone frente a la cuestión de si es lícito hacer todo lo que se puede hacer con la técnica… Spaemann: Yo veo el criterio correctivo en la ética, en especial, en los derechos humanos. La propia ciencia natural no puede imponerse a sí misma limitaciones éticas. Lo que al hombre le está permitido hacer ya no es una reflexión matemática ni de tipo médico, ni siquiera de carácter científico-natural, sino una cuestión de orden ético. Ética fundamentalmente significa ajustarse a la realidad. Esto hoy significa que tenemos que asumir una nueva relación con la naturaleza, y por tanto también con nosotros mismos. DIE PRESSE: Hallar una nueva relación con la naturaleza quiere decir apartarse de la vieja. ¿En qué piensa Vd al decir esto? Spaemann: En la limitación de las pretensiones de la ciencia contemporánea. Su motivación primaria es el dominio de la naturaleza. Conocer algo, decía Thomas Hobbes, significa “saber lo que podemos hacer con una cosa cuando la poseemos” (to know what we can do with when we have it). En el origen de la ciencia moderna encontramos el gran pathos de la liberación del hombre: superar las fuerzas de la naturaleza con las que ésta nos domina. Este pathos ha caído en una profunda crisis, y con razón. DIE PRESSE: Pero al mismo tiempo nadie quiere renunciar a los hallazgos de las ciencias naturales en medicina y técnica… Spaemann: Naturalmente que no. El reverso de la moneda es tan sólo éste: Todo lo que podemos hacer para dominar la naturaleza proviene asimismo de nuestra posibilidad de dominar al hombre. Observamos que el hombre es crecientemente sometido a manipulación. Así, su dignidad nunca se ha visto tan amenazada como ahora. Si Vd me pregunta por una solución, ésta sería la siguiente: Tenemos que redefinir el puesto de las ciencias naturales lejos del cientifismo, que hoy reclama para la ciencia una falsa pretensión de totalidad. La ciencia no puede convertirse en algo “suave” –esa exigencia de los movimientos de la New Age la considero utópica– sino que como hombres, precisamente para movernos en el terreno científico, hemos de definirnos de una forma distinta a como lo hace la ciencia. DIE PRESSE: ¿Cuál sería el primer paso? Spaemann: Más confianza en nuestra capacidad natural de autocomprensión, y una más ajustada percepción de lo que realmente es la ciencia. La ciencia contemporánea se constituye como una investigación de las condiciones: muestra cómo funciona algo, pero no lo que es ese algo. Que algo sea en sí mismo significa que se emancipa de sus condiciones originales. La dignidad humana DIE PRESSE: Muchos perciben la “dignidad del hombre” de una forma más sentimental que teórica, como algo vacío de contenido. ¿Qué piensa Vd de esto? Spaemann: Por dignidad entiendo el carácter del hombre como un incondicional fin en sí mismo. Apreciamos el valor o bien la irrelevancia que para nosotros tienen las cosas. Cada valor tiene su precio. El hombre, en cambio, no tiene precio, ya que él es valioso por sí mismo, esto es, él mismo constituye la condición o supuesto de cada valor. Esto es lo que hemos de respetar. Si considero a un hombre sólo bajo el aspecto de lo que sea para mí y de lo que puedo hacer con él, en ese caso no lo estoy considerando bajo el aspecto de que él mismo es alguien, que quiere algo y que quiere hacer algo. Este respeto incondicional hacia el hombre es lo que se preceptúa en el concepto de dignidad humana. DIE PRESSE: ¿Ve Vd en la dignidad del hombre asimismo el fundamento para una concepción universal de los derechos humanos, transversal a todas las culturas? Spaemann: Pienso que los derechos humanos constituyen la única forma en la que la dignidad humana puede sobrevivir en una civilización científico-técnica. Por eso Europa y América –esto es, los continentes en los que ha surgido la civilización científico-técnica– tienen el derecho y el deber de exportar los derechos humanos fuera de sus fronteras. A menudo hoy se dice que los derechos humanos son tan sólo una idea europea, y se reprocha como injusto “eurocentrismo” la pretensión de hacer felices con ellos a personas de orígenes culturales distintos. “Exportar” nuestros valores Spaemann: Sobre esto yo diría: A una cultura arcaica, todavía encerrada en sí misma –que en realidad apenas ya existe– se le debe dejar en paz con nuestras ideas sobre los derechos humanos. Cada cultura posee su propia consideración de la dignidad humana. Pero allá donde exportemos nuestra civilización técnico-científica también habremos de exportar las ideas acerca de los derechos humanos. Los países que dentro de la ONU se oponen a la exportación europea de los derechos humanos importan, en cambio, con mucho gusto nuestra civilización técnico-científica. No obstante, no quieren importar a la vez el “antídoto”. Hemos de insistir en que una cosa no se puede recibir sin la otra. DIE PRESSE: ¿Qué piensa Vd sobre el argumento de que cada cultura posee su propia ética y no puede haber, por principio, una ética universalmente válida? Spaemann: De ningún modo esto es así. Detrás de ese argumento se oculta una ilusión óptica. Las diferencias nos llaman la atención con más fuerza porque las similitudes se nos presentan como algo natural. Además, esas similitudes entre las convicciones éticas de las personas de diversa extracción cultural son precisamente mayores que las diferencias. En todas las culturas se percibe la idea de que existen deberes mutuos entre padres e hijos. En todas partes la palabra “agradecimiento” suscita aprobación; en todas partes se considera despreciable al avaricioso y se aprecia al generoso, así como se valora la valentía y la bondad y se menosprecia la envidia y la traición. Cuando se cuenta la historia del padre Maximilian Kolbe a los pigmeos australianos, éstos se sienten tan conmovidos como cualquier europeo. ¿Qué cabe deducir de esto? ¿Que tan sólo se trata de normas triviales? ¿Qué esos comportamientos son puramente biológicos, o socialmente útiles? Quien arguye de esta manera no ha comprendido qué es la ética. La conducta ética es exactamente aquella que corresponde a la naturaleza del hombre, a su más profundo ser, y de ahí que le haga más humano. DIE PRESSE: Vd se ha descrito en alguna ocasión como “fundamentalista” de la dignidad del hombre. La palabra fundamentalismo es para Vd un término sugestivo. ¿Por qué? Spaemann: Encuentro que esa expresión se emplea con frecuencia de un modo inadecuado. Originariamente, la noción de “fundamentalismo” procede de un determinado movimiento protestante americano que sostenía, frente a la arbitrariedad del protestantismo liberal, que la Biblia debe ser tomada literalmente. Más tarde este concepto se politizó. Hoy en día se designan como fundamentalistas, por un lado, a los grupos terroristas –aquí radica la confusión– y de otra a personas que sencillamente están convencidas de algo. A las personas que poseen convicciones se les asocia a menudo con los terroristas. DIE PRESSE: ¿Tener convicciones y ser terrorista no es meterlo todo en un mismo saco? Spaemann: Exactamente. Por lo demás, una persona que carece de toda convicción es alguien en quien ordinariamente no confiamos. Si se dice de alguien: “Para éste nada es sagrado”, eso significa: ¡Cuidado! Si hay algo sagrado para alguien, eso quiere decir que hay cosas que según él no están a la libre disposición. La cuestión es: ¿Hemos de relativizar todas nuestras convicciones? DIE PRESSE: ¿Hemos de ser igualmente intransigentes con la convicción de que la paz es deseable? Spaemann: Nunca es necesario abandonar esa convicción, excepto en el caso de que alguien esté convencido de que se debe aniquilar o vejar a alguien por sus convicciones. DIE PRESSE: Es decir, ¿hay que aprender a convivir con el conflicto? Spaemann: En cierto modo, sí. Si tengo la convicción de que la ablación femenina es algo malo, en ese caso consideraré falsa la convicción contraria, y la combatiré. ¡De lo contrario no podría considerar mi convicción como tal! DIE PRESSE: ¿Cómo puede impedirse entonces que las convicciones se asocien con la intolerancia? Spaemann: Una parte de mi convicción es precisamente esa: que no se puede forzar a otras personas en cuestiones de convicción. Las convicciones son teóricamente intolerantes. Sin embargo, la intolerancia teórica no implica una intolerancia práctica. Si le recomiendan a Vd un medicamento que Vd no quiere tomar, no le pueden obligar a tomarlo. Quien se lo recomienda, ciertamente puede tener la convicción añadida de que no debe obligar a tomarla a ninguna otra persona. DIE PRESSE: Uno de sus libros está dedicado al tema “felicidad y benevolencia”. Vd trata de aclarar la cuestión de las condiciones para lograr una vida feliz. ¿A qué conclusión llega Vd? Spaemann: Hoy se confunde a menudo la felicidad con un estado de ánimo. Pero la felicidad es más que estar “happy”, o que “encontrarse bien”. De lo contrario, el hombre más feliz habría de ser aquel al que se le mantuviese narcotizado durante un par de decenios, dejándole en un estado de euforia artificial a base de suministrarle sustancias estimulantes mediante hilos conectados al cerebro. Pero ¿quién de nosotros querría cambiarse por él? Nadie. Preferimos la vida real. Pues la felicidad tiene algo que ver con la realidad. Eso es exactamente lo que la ética pone de relieve. No existe una felicidad es virtual DIE PRESSE: Crear mundos de ensueño que compensen la dureza de la realidad. ¿Dónde reside la inflación de ilusión en nuestro tiempo? Spaemann: Hoy nos encontramos en una situación muy parecida a la del siglo XVIII. El racionalismo, el pensamiento técnico y la reflexión sobre los estados de ánimo van de la mano. El hombre no es feliz cuando su atención se dirige primariamente a sí mismo. La felicidad no puede lograrse o gestionarse de una manera directa. La felicidad se halla en el encuentro con la realidad –personas y cosas–, no en simulacros, mundos virtuales o situaciones de enajenación. La orientación monográfica hacia la propia situación significa la huída a la fantasía, a los mundos artificiales hasta llegar al cibersexo. DIE PRESSE: ¿Dónde está el meollo de la ética? ¿En una vida personalmente satisfactoria? ¿En una convivencia satisfactoria? Spaemann: Ambas cosas se asocian de manera inseparable. La ética es el comportamiento que tiene en cuenta al otro por sí mismo, y no simplemente desde el punto de vista de lo que significa para mí. Alguien que tiene la preocupación de que su mujer regrese sana y salva de un viaje tiene un comportamiento parecido al que siguen los animales: no quieren perder algo que les pertenece. La pegatina del automóvil con el lema “¡Piensa en tu mujer: conduce con prudencia!” fundamentalmente contiene el núcleo de la ética, a saber, mira a los demás no sólo como una parte de tu mundo, sino mira que tú mismo seas parte del mundo del otro. La felicidad tiene que ver algo con el salir de uno mismo, con la trascendencia. DIE PRESSE: En su opinión, ¿qué es lo que más se echa en falta en la humanidad de hoy? Spaemann: Saber sufrir. La aceptación no es posible sin la capacidad de aceptar el sufrimiento. La condición fundamental de la felicidad es asumir e integrar en mi propia realidad todo aquello que no depende de mí. Yo no hago el mundo tal como es; eso es algo que se me da. En relación con esto me viene siempre a la mente lo que Matthias Claudius escribía a su hijo: “La verdad, hijo mío, no se dirige hacia nosotros, sino que somos nosotros los que tenemos que ir hacia ella”. Aquí hay una gran sabiduría: un hombre es feliz si realiza lo que quiere y lo que puede, pero desde luego no de forma ilimitada, sin fronteras, sino solamente cuando es capaz al mismo tiempo de aceptar los hechos reales, la realidad tal como viene dada, e igualmente cuando es capaz de aceptarse a sí mismo y a los demás. Traducción del alemán: José María Barrio Maestre. Entrevista publicada el 5 de febrero de 1999. Robert Spaemann nació en Berlín en 1927. Después de cursar estudios de filosofía, teología y filología románica en Alemania, Francia y Suiza, se hizo docente en Münster y, más tarde, en 1973, fue nombrado catedrático de Filosofía en München, donde impartió su enseñanza hasta su jubilación en 1992, año en que fue designado Profesor emérito. Spaemann, que ya en su momento se manifestó públicamente en contra de la energía nuclear, el trabajo dominical, el aborto y la eutanasia, es considerado uno de los filósofos más significativos e importantes de su tiempo. Su reflexión sobre “Los conceptos morales fundamentales” (1983) ha sido traducida a doce idiomas. No es ninguna novedad que Robert Spaemann es un auténtico artesano del pensamiento filosófico. El hilo conductor de sus trabajos lo constituye la “defensa de la ilustración contra su propia interpretación”. Spaemann no es partidario de apartarse de la modernidad, sino de “proteger de sí misma a la Ilustración, la emancipación, los Derechos Humanos, la Ciencia y el Dominio de la naturaleza”. Siguiendo las huellas de la experiencia personal y del contacto con el mundo de la vida –lejos de lucubración experta de la ciencia autorreferencial–, Spaemann intenta devolver al concepto de ética su plenitud. Su obra “Personas. Ensayos sobre la diferencia entre algo y alguien”, de 1996, culmina su discusión con las provocativas tesis del bioético Peter Singer. Con motivo de la Conferencia Simon-Wiesenthal, organizada por el Instituto vienés de las Ciencias Humanas, Robert Spaemann disertó en diciembre [de 1998] sobre “las fuentes del odio”.