Alfonso Aguiló, “Cambiar es posible”, Hacer Familia nº 206, 1.IV.2011

Ha fallecido en New York a los 84 años Bernard Nathanson, aquel famoso doctor que fue conocido como el “rey del aborto”. Lo llamaban así porque practicó más de setenta mil abortos y porque fue uno de los que más promovió los cambios legislativos a favor del aborto en Estados Unidos a comienzos de los años setenta.

Nathanson estudió medicina en Montreal y allí se enamoró de Ruth, una joven y guapa judía con quien tenía planes de matrimonio. La joven se quedó embarazada y cuando Bernard le escribió a su padre para consultarle la posibilidad de contraer matrimonio, éste le envió cinco billetes de cien dólares junto con la recomendación de abortar. Bernard convenció a Ruth para que abortase. Conoció entonces el siniestro mundo del aborto y cuando acabó sus estudios se dedicó plenamente a ello. Años después, en 1968, fundó junto con otras personas una liga nacional para revocar las leyes sobre el aborto en Estados Unidos, y en 1973 ya lo habían conseguido. Él mismo describió tiempo después las tácticas que emplearon. La primera, convencer a los medios de comunicación de que la causa del aborto era propia de un liberalismo progresista. La segunda fue decir que había un millón de abortos clandestinos anuales, aunque en realidad apenas superaban los cien mil, pero repitieron esa cifra hasta que fue para todo el mundo una realidad indiscutible. La siguiente fue denigrar sistemáticamente a la Iglesia Católica, calificando de retrógradas sus ideas y señalándola como opositora principal. Por último, se esforzaron en ignorar cualquier evidencia científica de que la vida comienza con la concepción.

“He abortado —se lamentaría amargamente años después— a hijos de amigos, colegas, conocidos e incluso profesores. Llegué incluso a abortar a mi propio hijo (…) Ella quería seguir adelante con el embarazo pero me negué y yo mismo realicé el aborto”. Pero poco a poco las cosas empezaron a cambiar. Una nueva tecnología, los ultrasonidos, irrumpió en el ámbito de la medicina. Un día pudo observar el corazón del feto en los monitores electrónicos y comenzó a plantearse por vez primera “qué era lo que estábamos haciendo verdaderamente en la clínica”. Decidió reconocer su error en un artículo en la revista The New England Journal of Medicine y aquello provocó una enorme reacción. Tanto él como su familia recibieron incluso amenazas de muerte.

En 1984 Nathanson pidió a un amigo suyo, que practicaba de quince a veinte abortos diarios, que colocase un aparato de ultrasonidos sobre la madre, grabando la intervención: “lo hizo, y cuando vio las cintas conmigo, quedó tan afectado que ya nunca más volvió a realizar un aborto”. Aquello dio origen a un documental titulado “El grito silencioso”, que llenó de admiración y de horror al mundo entero. Nathanson, pese a ser ateo de formación y de convicción, fue cambiando también en esto, de modo que en 1996 se convirtió al catolicismo y fue hasta su muerte un convencido creyente.

Un cambio tan meridiano como el de Bernard Nathanson es una muestra de que toda persona, por muy inmersa que esté en el error, puede cambiar. Todos podemos mejorar, podemos salir de cualquier error, aunque sea muy grave y de muchos años. La naturaleza siempre emite señales que nos lo advierten, y cualquiera, por muy obcecado que esté en determinados momentos, puede captar esos mensajes y, si hay la suficiente honestidad personal, abrirse al cambio. Además, quien más metido está en el error sabe mejor que nadie sus tristes consecuencias, la sordidez en que nos envuelve, las cadenas con que nos esclaviza. Y quizá por eso quienes salen de lo profundo de un error tienen más fácil luego advertir a los demás de sus engaños.

Bernard Nathanson cambió porque supo ser fiel a la voz de su conciencia aunque se sintiera prisionero de la inercia de una vida llena de tantos errores. Y cambió también porque hubo quienes tuvieron el valor de mantener la comunicación con él pese a lo equivocado de sus posturas y supieron tenderle la mano. Esta es otra importante enseñanza: hemos de procurar no perder la paciencia con nadie, por equivocado que esté, y hemos de esforzarnos por hacernos entender mejor, por entenderles a ellos, por superar las barreras que impiden ese cambio que quizá está más cerca de lo que pensamos.

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”