Alfonso Aguiló, “La evitabilidad del desastre”, Hacer Familia nº 21, 1.XI.1995

Jorge, como casi todos los que han pasado por ese calvario, empezó por curiosidad, para saber qué era eso de la droga, en qué consistía, qué se experimentaba. También porque le parecía necesario para afirmarse ante el grupo de amigos en el que estaba, y porque estaba de moda en el ambiente en que se movía. Procede de una familia desestructurada, se sentía frustrado por muchas cosas. Ansiaba nuevas vivencias, que le hicieran sentirse libre, olvidar tanto dolor.

El caso es que a Jorge no le faltaba información sobre el destrozo que las drogas hacían en una persona. «¿Pero cómo es posible que cayeras en la droga si sabías que iba a ser tu ruina?», le preguntan ahora sus amigos. Él había tenido mucho tiempo para pensar en ello, durante aquellos meses eternos de rehabilitación, y lo explica con mucha claridad: «Es muy sencillo. Con la droga te evades. La sociedad no te gusta y quieres salirte de ella, o fabricar otra distinta que no sea así, o simplemente escaparte de ella de un modo fantástico.

»El paso por las drogas es además todo un rito, un misterio, algo que te permite alejar el sufrimiento y el dolor, desterrar momentáneamente los sentimientos de fracaso y de frustración que te tienen hundido.

»Lo sabes, sabes que es tu ruina, pero cierras los ojos, miras para otro lado. Aunque a otro nivel, es lo mismo que les pasa a todos esos que quieren dejar de fumar y no lo consiguen, o que no son capaces de sujetarse a un régimen de comida, y fracasan una y otra vez, por mucho que sepan que con su debilidad van arruinando su salud.

»La droga es como un paraíso artificial. Cuando te drogas, piensas: no hay nada que me interese, todo me da igual, todo me deja indiferente. En estado normal veo las cosas tal y como son; una vez drogado, las veo como quisiera que fuesen. Caer en las drogas no es cuestión, normalmente, de falta de información, porque el principal problema no son las drogas en sí mismas, sino el ambiente que te introduce en la droga, la frustración que te lleva a refugiarte en ella. Y esto parece que no acaban de comprenderlo quienes tienen el poder en la sociedad, quienes imponen las modas y los estilos de vida, quienes mandan en los principales medios de comunicación.» Aunque ahora Jorge parece ya una persona serena y sin quebrantos interiores, por dentro pasa por unas luchas tremendas. Es muy duro ver cómo dentro de uno mismo la droga se ha convertido en un dueño fanático y devorador, en un dictador que uno ha creído ya mil veces muerto, pero que se resiste a perder su dominio, que se resiste a devolverte la libertad que te había robado, que no quiere renunciar a la sumisión incondicional que había logrado de ti.

El impulso a seguir consumiendo ya no es tan irresistible como era antes, pero aún mantiene bastante poder. Aparece siempre, seductor, cada vez que sobrevienen momentos difíciles, situaciones complejas o acontecimientos adversos.

Jorge es un gran conversador, y una persona a la que estos años de forja en su salida de la droga han convertido en alguien admirable. Lo malo es que la gran mayoría no logran salir. Él es un afortunado, aunque parte de su fortuna es, como siempre, hija de su esfuerzo y su tenacidad. Jorge es un ejemplo de la evitabilidad del desastre, por muy bajo que uno ya se encuentre o se considere. Si la decadencia humana fuera inevitable, no merecería la pena ni hablar de ella, pero lo que interesa es precisamente hablar de su evitabilidad, de la posibilidad de salvarse de esas amenazas inminentes pero que aún no están totalmente cumplidas. Hablar de exigirse uno mismo, de hacer lo que se puede y se debe hacer, y lo mejor posible, aunque sea con recursos modestos. Tengo una fe ilimitada en las personas modestas que hacen todo lo que pueden.

 

Alfonso Aguiló, índice artículos “El carácter”