Alejandro Llano, “Dios a la vista”, La Gaceta, 4.XI.2006

No sólo los americanos del norte, también nosotros —a nuestro modo— confiamos en Dios.

La nuestra es una época sedienta de Dios. La desertización provocada por el intento de expulsarle de la sociedad y de la cultura está provocando un contraefecto que no acontece por primera vez en la historia de los países occidentales. Ortega y Gasset lo anunció a comienzos del siglo pasado, cuando insistió en que no se puede pensar con radicalidad si se abandona la insoslayable referencia al Absoluto. Dios volvía a aparecer en el horizonte, ya se le divisaba. Y otro tanto sucede ahora, incluso por contraste. Continuar leyendo “Alejandro Llano, “Dios a la vista”, La Gaceta, 4.XI.2006″

Eleuterio Fernández, “El horizonte del hombre y Dios”

Se recoge a continuación una serie de tres artículos sobre la relación del hombre con Dios: primero la relación del hombre con sus semejantes (El hombre horizontal), después la relación del hombre con Dios (El hombre vertical) y, por último, un, a modo, de las dos cosas pero con el verdadero sentido de esta relación (El horizonte vertical del hombre).

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Enrique Monasterio, “Los guarrománticos”

Según Kloster, el Romanticismo ha sido el peor virus político, artístico y literario de nuestra historia reciente. Empezó a reblandecer las meninges de Europa a comienzos del XIX, y desde entonces el mundo no ha levantado cabeza. -Nos hemos vuelto gemebundos y moqueantes, amigo mío -me explicaba con su peculiar facundia-. Los suspiros han acabado con los héroes. Malos tiempos para la épica.

Le respondí que, sin romanticismo, nos habríamos perdido a Rousseau, a Goethe, a Brahms, a Bécquer…, pero él apostilló que también habríamos perdido a Bisbal, a Bustamante, la new age y Pasión de Gavilanes. -Y lo malo -concluyó- es que lo peor está aún por venir. Es cierto: los grandes temas del romanticismo clásico -la pasión libertaria, el gusto por lo esotérico, el culto a la naturaleza y, sobre todo, la hipertrofia de los sentimientos- han alcanzado tal crédito social y cultural que nadie cuestiona su primacía sobre cualquier otro valor.

– ¡Mamá, has herido mis sentimien tos…! – clamaba enfurecida Vanesita Ramírez, empleando una expresión oída en un telefilme que le había gustado mogollón-.

Y la sicóloga Cuquita R. Williams, aconsejaba a una atribulada estudiante de bachillerato: -Si sientes algo especial, no temas; libérate de tabúes, corre al encuentro de “él”, y entrégate sin tasa.

El lenguaje de Cuquita es mohoso, pero su doctrina está al día: “sentir algo especial” es suficiente para legitimar cualquier comportamiento.

Hubo un tiempo en que a los niños nos decían cosas terribles como esa de que “los hombres no lloran”. Hoy, por el contrario, llorar es obligatorio. Hay que gimotear, dar rienda suelta a los lagrimales sin miedo a asperger a los vecinos. En el triunfo y en el fracaso, cuando ganamos Operación Triunfo y cuando fallamos un penalti, cuando declaramos nuestro amor y nos lo declaran, nada mola más que una lacrima sul viso.

– ¡Es tan mono! -decía Jessica a su hermana-. Cuando me pidió salir, lloraba como un niño…

-Y tú, ¿hacías pucheros? -¡Ay,sí…! Un día llegó lo inevitable: el romanticismo y el hedonismo se encontraron; comprendieron que habían nacido el uno para el otro y se unieron en solemne concubinato. Al fin y al cabo, entre la exaltación de los sentimientos y la glorificación del placer casi no hay distancia. El hedonismo aportó al romanticismo el aspecto práctico: convirtió el amor en una cuestión química de intercambio de fluidos, desechando su dimensión espiritual. El romanticismo, por su parte, envolvió en un celofán de suspiros las toscas exigencias hedonistas, y renunció a hablar de amor eterno, de fidelidad y de otras obscenidades semejantes. En nombre de los sentimientos -que todo lo justifican- convirtió las urgencias sexuales en actos virtuosos, en lírica pura. Y nacieron los guarrománticos.

Los guarrománticos están por todas partes: hay culebrones guarrománticos, música guarromántica, literatura y hasta poesía guarromántica. Y telefilms, videojuegos, comics… Pero hay, sobre todo, demasiadas víctimas del virus. Pienso en los más jóvenes: miles de chicos y chicas corrompidos, que no se merecían estar así.

Después de charlar con uno pensé escribir estas líneas. Y escribiré algunas más sobre los viejos guarrománticos y sobre los cobardes que no hemos sabido detener la epidemia. Hablaremos también de la vacuna.

Ignacio Sánchez Cámara, “Más allá del multiculturalismo”, Gaceta, 11.X.06

No hay sociedad sin comunidad de valores. El multiculturalismo radical conduce a la disociedad El mal que nos acecha es aún peor que el que denunciaban los críticos del multiculturalismo. Así lo atestiguan sucesos recientes que afectan a nuestra relación con el Islam radical: desde las caricaturas de Mahoma a Idomeneo; de las declaraciones de Jack Straw a “moros y cristianos”.

La amenaza consistía en la imposición de la dictadura de la corrección política, especialmente a través de la degradación de los planes de estudio a manos del relativismo cultural, el feminismo y la deconstrucción, y en la anomia social y la generación de guetos. Entre la cruda asimilación que desprecia la cultura y los derechos ajenos, y un multiculturalismo rampante que imposibilita la integración, debilita los propios valores occidentales e instaura la marginación, cabe optar por la integración. No hay sociedad sin comunidad de valores, ideas y creencias. El multiculturalismo radical conduce a la disociedad. El modelo inglés, muy respetuoso con las otras culturas, no es genuinamente multiculturalista, pues se basa en la confianza en que los inmigrantes, aún manteniendo sus pautas culturales de origen, se integren en el modelo de vida inglés.

Pero esta amenaza multiculturalista es ya cosa menor. El peligro es mayor. No se trata sólo de que se nos invite a un mosaico multicultural en el que, al menos, la cultura occidental sea una más que pueda coexistir con las otras, sino que está llamada a extinguirse por obra de una tolerancia frenética y unidireccional. La coartada es el respeto debido a las convicciones religiosas ajenas; desde luego, nunca a las cristianas. Y claro que deben ser respetadas todas las convicciones religiosas, y no sólo las foráneas, pero no es posible imponer ese respeto por la vía penal sin cercenar la libertad de expresión. En eso consiste precisamente la tolerancia: en soportar lo que se considera erróneo o malvado, no en aceptarlo como bueno. La presión islamista radical no aspira sólo a que se respeten todas sus formas y manifestaciones en Occidente, aunque conculquen sus principios más fundamentales, sino en transformar las instituciones occidentales en favor del respeto a las creencias exóticas.

En este sentido, ya no basta con tolerar la discriminación de la mujer u otras prácticas ilegales, sino que se exige la renuncia a la libertad de expresión. Entonces el problema no consiste ya en tolerar, por ejemplo, el uso del velo, que va de suyo, sino en reprimir toda manifestación crítica hacia él. Así, la fiesta de moros y cristianos es amputada de su mitad sarracena en pro de la convivencia. El imperialismo y el racismo son siempre occidentales. Imperialismo es lo que hicimos nosotros; lo que hacen ellos es simple expresión de su forma de vida. Si los musulmanes invadieron España, estaban en su derecho. Si los españoles conquistan América son imperialistas. Si los españoles recuperan la Hispania perdida, son imperialistas. Si los criollos americanos se rebelan contra la metrópoli, son libertadores.

Decía Alain Touraine que la convivencia entre culturas no es posible mientras no renuncien todas ellas a la posesión de verdades absolutas. No lo creo así; basta con que renuncien a imponer a los demás por la fuerza esas verdades. En cualquier caso, hoy por hoy, bien sabemos quién exhibe sus verdades absolutas y, sobre todo, quiénes están dispuestos a imponerlas a los demás mediante la violencia. No faltan demócratas de pacotilla que piensan que cualquier cosa es democrática mientras cuente con la adhesión de la mayoría. Pues no. La democracia no consiste sólo en el respeto a la decisión de la mayoría, sino en un complejo sistema de derechos, libertades y controles al poder. Si la mayoría renuncia a esos derechos, libertades y controles, lo que resultará no será una democracia.

La voluntad de la mayoría puede eliminar la democracia. Y esta última advertencia no es sólo una premonición alusiva a eventuales mayorías antioccidentales en el seno de Occidente, sino que, por desgracia, ya se ha visto corroborada en el pasado. La amenaza no procede tanto del exterior como de la debilidad, la cobardía y la indigencia intelectual de un sector de las sociedades occidentales, acaso el más poderoso e influyente.

Juan Manuel de Prada, “Sobre la vocación profesional”

Transcripción de una conferencia. Continuar leyendo “Juan Manuel de Prada, “Sobre la vocación profesional””

Alejandro Llano, “Sociedad del conocimiento”, La Gaceta, 19.X.2006

En esta temporada pre-electoral, nuestras ciudades ofrecen un aspecto que hace dudar de si nos encontramos ante urbes en construcción o ante ruinas tras un bombardeo. El cemento, el hormigón y el asfalto son las cartas credenciales para presentarse a la reelección. Estamos donde estábamos, no muy lejos de un embobamiento ante las obras públicas que quizá hemos heredado de los romanos.

En cambio, ni en los discursos políticos ni en la realidad ciudadana se divisan signos de interés por la innovación, no digamos por la investigación y la enseñanza. Como se maliciaba Unamuno, al español le gusta el bulto, la cosa mostrenca, lo máximamente concreto, mientras que desconfía de los conceptos, sospecha de las ideas y nunca ha manifestado especial amor por la ciencia. Hasta en la Unión Europea, donde no abundan los linces, se han dado cuenta de esta querencia hispana y nos han recomendado que invirtamos la actual tendencia y gastemos la mitad en infraestructuras y el doble en investigación. Continuar leyendo “Alejandro Llano, “Sociedad del conocimiento”, La Gaceta, 19.X.2006″

Alejandro Llano, “El futuro de la familia”, La Gaceta, 5.X.2006

Una tendencia común a todas las épocas parece ser la proclividad a considerar que ese tiempo que en cada caso se está viviendo tiene algo de excepcional. Siempre tiende a pensarse que es el final de una etapa ya completamente superada y la inauguración de un período radicalmente nuevo, en el que será posible despedirse definitivamente de las viejas costumbres.

Por ejemplo, desde mediados del siglo XVIII se da al cristianismo por muerto y enterrado. Pero el cristianismo entierra a sus enterradores y renace de sus cenizas como el Ave Fénix. También aquí vale lo del clásico del teatro español: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Para desesperación de los secularistas a ultranza, es preciso seguir contando con la religión, porque una mayoría de la población mundial continúa estimándola como indispensable. Algo de eso está sucediendo hoy con la familia, a la que algunos —confundiendo quizá su deseo con un pensamiento— dan por disuelta y acabada. No es la primera vez ni será la última. Continuar leyendo “Alejandro Llano, “El futuro de la familia”, La Gaceta, 5.X.2006″

Ignacio Aréchaga, “La religión en Harvard”, Aceprensa, 1.XI.06

La religión en Harvard y en la escuela española ¿Se puede ser un hombre o una mujer educados hoy día sin tener conocimientos religiosos? En una universidad de elite como Harvard se lo acaban de plantear ante una reforma del plan de estudios. En la escuela pública española, que no destaca precisamente por su excelencia, parece que lo moderno es mantener las mentes de los alumnos lo más alejadas posible de la cultura religiosa. Continuar leyendo “Ignacio Aréchaga, “La religión en Harvard”, Aceprensa, 1.XI.06″

José María Barrio, “Antropología del hecho religioso”, 1.XI.06

Tal como se dice en la Presentación, “este libro trata de poner de relieve la influencia positiva que ha tenido la religión en el desarrollo de la civilización humana”. Para ello el autor –Profesor Titular de la Universidad Complutense– recorre un itinerario que pasa por tres fases: la descripción del hecho religioso desde la antropología filosófica y cultural, una breve relación de las principales tradiciones religiosas, tanto de las antiguas religiones orientales como de los tres grandes monoteísmos históricos y, por fin, un análisis de la respuesta al desafío que para la razón humana supone la propuesta religiosa.

La religión sale al paso de los grandes interrogantes acerca del origen y sentido de la vida humana, el problema del mal y la necesidad que el hombre experimenta de salvarse, a menudo de salvarse de sí mismo. Pero ante todo surge del saberse criatura, del radical no deberse a sí mismo y la consecuente actitud del agradecimiento. En algún momento de su vida, todo ser humano se tropieza inevitablemente con estos interrogantes y con la necesidad de darles alguna respuesta para hacer su vida más habitable y vivirla inteligentemente. Ya decían los griegos que no es humana una vida inanalizada.

Aunque el fenómeno religioso se ubica primeramente en la interioridad de cada ser humano que se vive instado a dar una respuesta a la cuestión del sentido, igualmente trasciende a la esfera social y pública a través del lenguaje verbal y gestual, mediante la palabra y el rito. “Quienes pretenden reducir la religión –o la ética– a la dimensión exclusivamente ‘privada’ de la existencia humana, no han entendido lo que es la religión, o la ética. Aristóteles sí lo entendió. Ninguna de estas dos cosas puede privatizarse”. En efecto, según el autor, la religión, por su propia naturaleza, tiende a profesarse, a declararse –naturalmente en formas muy variadas– pues constituye uno de los argumentos esenciales de la conversación humana realmente significativa. Por otro lado, toda cultura se constituye y articula, en sus elementos principales, en referencia al núcleo religioso de la misma. El fenómeno y la vivencia religiosa puede rastrearse en numerosas expresiones artísticas, filosóficas, sociales, institucionales, etc., que, sin esa referencia básica, simplemente serían ilegibles. Además de ser un elemento dinamizador esencial de toda cultura, de hecho no se conoce ninguna cultura atea o agnóstica. (Hay, por supuesto, individuos ateos, agnósticos o indiferentes a lo religioso en todos los espacios culturales, pero ninguna cultura, como tal, puede explicarse sin la religión que la ha constituido. Esto no es una hipótesis metafísica, sino una evidencia, digamos, empírica para la antropología cultural).

El autor pone de manifiesto cómo la religión se hace cultura, pero sin reducirse a ella. Ante todo ha de entenderse desde su dimensión cultual. Se analizan los elementos fundamentales del credo y el culto en las grandes religiones históricas. El libro dedica un capítulo especial a la aportación del cristianismo a Europa, donde hoy se cuestiona la presencia pública de lo religioso por parte de las instancias que detentan el poder cultural en beneficio de una laicidad entendida injustamente. A menudo se olvida: 1º) que la laicidad es precisamente un invento cristiano (“Dad al César lo que es del César”, pedía Jesucristo a sus seguidores); la laicidad cristiana promueve la libertad religiosa, entendiendo por ella no sólo la libertad de cada ciudadano para profesar la religión que crea verdadera sino también la “libertad frente a la religión” de quien no desee profesar ninguna; 2º) es enteramente inevidente que la profesión de una fe religiosa suponga un agravio para quienes profesan otro credo o para quienes no profesan ninguno; 3º) está aún por demostrar que el ateísmo o el agnosticismo sean “terreno común” para establecer a partir de ahí un diálogo social significativo en el que todos los ciudadanos puedan entenderse. La razón que aducen quienes pretenden hacer creer a todo el mundo –y enseñarlo a los niños y jóvenes en la escuela– que Europa nace con la revolución francesa es que el cristianismo ha sido la causa de mucha violencia e intolerancia en la historia europea. Pero pretender reducir la influencia cristiana en Europa tan sólo a eso exige, a su vez, obviar otros numerosos elementos mucho más positivos que ha aportado y, sobre todo, que en la historia contemporánea europea los mayores episodios de violencia política se han debido precisamente al influjo de las ideologías anticristianas.

La última parte del libro reivindica el carácter racional de las creencias religiosas y expone los principios básicos del diálogo entre fe y razón. Las creencias religiosas, y muy en particular las creencias monoteístas, afirman a Dios como “Logos” creador, y que la creación responde a un diseño inteligente, no al azar ni la casualidad. La inteligibilidad del mundo –idea que ha hecho posible la ciencia tal como la conocemos en Occidente– responde a la creación de un Dios sabio, que no “juega a los dados” cuando crea el mundo. El actual Papa católico se ha referido en numerosas ocasiones a Dios como alguien a cuya naturaleza repugna actuar contra la razón. Es sabido el revuelo que en ciertos sectores del mundo musulmán causaron las palabras que en este sentido pronunció Benedicto XVI en la Universidad de Regensburg.

Como apéndice, el libro incluye la versión castellana del diálogo que en enero del 2004 mantuvieron en torno al tema “Fundamentos morales prepolíticos del Estado liberal” el entonces Cardenal Joseph Ratzinger y el profesor Jürgen Habermas en la Academia Católica de Baviera. Se trata de una de las discusiones intelectuales más interesantes que se han producido últimamente. El autor incluye la presentación que hizo de los contertulios el director de la Academia, Dr. Florian Schuller y algunos comentarios de la prensa alemana de esos días, que ponen de manifiesto la sorpresa que en muchos ambientes produjo el discurso de Habermas. Referente fundamental de la tradición frankfurtiana y del pensamiento “postmetafísico” y postreligioso en Europa, el filósofo reconoce aquí que la supervivencia del Estado democrático y liberal únicamente será posible merced a ciertas actitudes y aptitudes morales y cívicas que hoy en día tan sólo atesoran las tradiciones religiosas, y en Europa particularmente el cristianismo. Por otro lado, afirma de manera inequívoca que es contrario a la esencia misma del Estado democrático y liberal promover el laicismo desde el poder político.

Francis Collins: He encontrado a Dios

El científico que lideró el equipo que descubrió el genoma humano ha publicado un libro en el que explica por qué ahora cree en la existencia de Dios y está convencido de que los milagros existen. Francis Collins, director del Instituto Nacional Estadounidense de Investigación del Genoma Humano reivindica que hay bases racionales para un Creador y que los descubrimientos científicos llevan al hombre “más cerca de Dios”.

Su libro, “El lenguaje de Dios”, reabre el antiguo debate sobre la relación entre ciencia y fe. “Una de las grandes tragedias de nuestro tiempo es esta impresión que ha sido creada de que la Ciencia y la Religión tienen que estar en guerra”, lamenta Collins, de 56 años.

Para Collins, aclarar el genoma humano no creó un conflicto en su mente. En su lugar, le permitió “vislumbrar el trabajo de Dios”. “Cuando das un gran paso adelante es un momento de regocijo científico porque tú has estado en esta búsqueda y parece que lo has encontrado”, explica. “Pero es también un momento donde, al menos, siento cercanía con el Creador en el sentido de estar percibiendo algo que ningún humano sabía antes, pero que Dios sí sabía desde siempre.” “Cuando has tenido por primera vez delante de ti estos 3.1 billones de letras del ‘libro de instrucciones’ que transmite todo tipo de información y todo tipo de misterios acerca de la humanidad, eres incapaz de contemplarlo página tras página sin sentirte sobrecogido. No puedo ayudar, sino admirar estas páginas y tener una vaga sensación de que eso me está proporcionando una visión de la mente de Dios”, reconoce.

Collins se une así a una línea de científicos cuyos descubrimientos han contribuido a reafirmar su fe en Dios. Isaac Newton, cuyo descubrimiento de las leyes de la gravedad “reorganizó” nuestra manera de entender el universo, fue uno de ellos. Newton aseguró que “el sistema más bello sólo podría proceder del dominio de un ser inteligente y poderoso”. Otro de ellos fue Einstein, que revolucionó nuestro entendimiento del tiempo, de la gravedad y de la conversión de la materia en energía. Einstein creía que el universo tenía un Creador: “Quiero saber cómo creó Dios el universo, quiero conocer Sus pensamientos; el resto son detalles”, escribió.

Collins fue ateo hasta los 27 años, cuando como un joven doctor, quedó impresionado por la fortaleza que la fe daba muchos de sus pacientes más críticos. “Tenían terribles enfermedades de las que con toda probabilidad no iban a escapar, y todavía, en lugar de quejarse a Dios, parecían apoyarse en su fe como una fuente de consuelo”, explica. “Fue interesante, extraño e inquietante”.Por eso decidió visitar una Iglesia metodista y le dieron una copia del libro de C. S. Lewis “Mere Christianity”, que argumenta que Dios es una posibilidad racional. El libro transformó su vida. “Era un argumento que no estaba preparado para oír”, dijo. “Estaba muy feliz con la idea de que Dios no existía y de que no tenía interés en mí. Y todavía al mismo tiempo, no podía alejarme”.

Collins cree que la Ciencia no puede ser usada para refutar la existencia de Dios porque está confinada a su mundo “natural”. Bajo esta luz, el director del Instituto Nacional Estadounidense de Investigación del Genoma Humano cree que los milagros son una “posibilidad real”.

Tomado de http://www.caminayven.com/modules.php?name=News&file=article&sid=619