La adolescencia siempre ha sido considerada una época de la vida propicia a las dificultades inherentes a la propia naturaleza del desarrollo de la persona. Hace ya seis siglos, con palabras muy ricas, el poeta Dante la dibujó de esta manera: “Es acrecentamiento la vida (…) nuestra alma atiende al crecimiento y hermoseamiento del cuerpo, y de ahí los muchos y grandes cambios que operan en la persona”. A los conflictos específicos de la edad -inseguridad, dificultades de relación, ambivalencia emocional, falta de autoestima y tantos otros- se añaden nuevos factores familiares y sociales, propios del tiempo que toca vivir a nuestra sociedad, que contribuyen sin duda a agravar el estrés. Muchos adolescentes se encuentran perdidos o desencantados al carecer de puntos de referencia sólidos, ya que las propuestas de futuro que les ofrecen los adultos no son ni halagüeñas ni entusiasmantes. Los adolescentes se han acostumbrado a tener más, a disponer de más medios, pero no encuentran en esa riqueza la felicidad, ni siquiera la esperanza. También son factores frecuentes de estrés las dificultades emocionales -y materiales- derivadas de los conflictos o de la separación conyugal de los padres y de los propios problemas de pareja por relaciones sexuales prematuras, así como del paro y desempleo familiar. Igualmente son factores de desasosiego y ansiedad los que se crean en torno a la moda y actitud de adquisición de bienes de consumo para vestir, divertirse, desplazarse, cuidar la propia figura o desarrollar al máximo las posibilidades de preparación profesional. La falta de comunicación con los padres y familiares, aludida en todas las épocas al tratar de la adolescencia, se acrecienta por el trabajo y la menor permanencia de éstos en la casa, así como por los factores distorsionantes de la relación -televisión, walkmans, etc -. Los vínculos interpersonales con compañeros y amigos también están dificultados por circunstancias peculiares del momento actual, derivadas de la enorme competitividad en los estudios ante el futuro de los puestos de trabajo, que favorecen la falta de compañerismo y el aislamiento. En fin, los problemas son numerosos y sólo se han enunciado algunos de los más acuciantes. Se podrían sintetizar, a juicio del Prof. Ángel Rodríguez González, catedrático de Psicología Social de la Universidad de Murcia, en que desde niños se van aprendiendo, en la familia y en el ambiente, dos principios responsables de la insatisfacción y principales fuentes de estrés: “El primero es de tipo psicológico individual, la comparación social. Sólo nos sentimos inteligentes, ricos o guapos si nos consideramos más que los demás; aunque nademos en la abundancia, nos sentimos miserables si los demás tienen más que nosotros”. El segundo principio es de carácter social: “ Preferimos tener a ser, es decir, que la medida de nuestra valía son los bienes materiales que poseemos. Cuanto más tenemos, más necesitamos para lograr una imagen positiva de nosotros mismos”. La violencia y el suicidio crece entre los adolescentes, detrás de ello hay una realidad familiar y social subterránea de la que ellos no son culpables, sino víctimas. Y con esta perspectiva los adultos deberíamos afrontar otro de los más importantes defectos que aquejan a la sociedad que estamos construyendo.