Angel García Prieto, “Literatura, psicoterapia y confesión”, PUP, 13.I.01

Literatura, psicoterapia y confesión, caminos hacia la verdad sobre uno mismo. La consulta de un psiquiatra está llena de angustias – en ocasiones sólo disfraz de la culpa moral, “el pecado” – y que igualmente los confesionarios serán mudos testigos de “pecados” que no lo son: ideas obsesivas, manías, fobias u otras manifestaciones de ansiedad patológica. Hay, o puede haber, un solapamiento, un terreno común, un área confusa entre la angustia y la culpa que cabe tratarse adecuadamente según la competencia de cada cual, y sobre la que en ocasiones el profesional de la psiquiatría y el sacerdote pueden y deben colaborar. De igual manera que una lectura o una escritura es, en ocasiones, un buen consejo terapéutico. Pero ni el tratamiento psíquico, ni la lectura o escritura de un cuento consiguen perdonar pecados, de la misma manera que el sacramento de la penitencia tampoco cura psicosis, ni debe ser una manifestación creativa literaria. Cada cosa en su sitio, aunque la unidad del hombre y las más íntimas entretelas de su alma nos hagan valorar las cosas desde perspectivas aparentemente tan dispares – una novela, un consultorio, un rincón del templo – que se demuestran a veces tan cercanas en la realidad.

“El acto de escribir – sigue diciendo Tabucchi – es también una manera más o menos oblicua, de hacer una confesión. Como es bien sabido en la religión católica este sacramento consiste en un acto de contrición por algo que se ha hecho (…). Al psicoanalista y al sacerdote hay que decirles toda la verdad, porque si no, no vale. En la literatura, en cambio, no es necesario expresar la verdad al primer nivel, se puede enmascarar perfectamente detrás de algo; la escritura nos permite intrínsecamente una mayor libertad de expresión”. Literatura, confesión y psiquiatría: tres modos de afrontar la verdad sobre uno mismo. Tenemos tema en el que ahondar mañana (no se trata de una pausa para la publicidad, es el peaje que reclama la brevedad del medio cibernético).

Hemos hablado de la angustia patológica y de la angustia moral, propia del “pecado”. La charla con el psiquiatra, con un amigo o, como dice Tabucchi, “el acto de escribir es una manera más o menos oblicua de hacer una confesión. En todos los casos el hombre se enfrenta con su verdad y se libera de su culpa”. Es cierto que la escritura tiene un efecto beneficioso para la salud mental del hombre, y la lectura puede abrir muchas ventanas que aireen de miasmas los cerebros oscurecidos, y puertas que dejen entrar sugerentes visitas o salir a encaminar ilusionados viajes. Pero no hay culpa moral que pueda verse anulada ni por la más genial página jamás escrita. Sólo “los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa, tienen como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a la que acompaña un profundo consuelo espiritual” – dice el Catecismo de la Iglesia Católica.

Es verdad que “hay que añadir – continúa dicho Catecismo- que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones, se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación”, por eso hay que dar a la confesión católica también un valor adicional nada desdeñable, que de alguna manera lo asocia con esos otros aspectos que se relacionan estrechamente con lo psicológico y lo social.