Alfonso Aguiló, “La dinámica del rencor”, Hacer Familia nº 192, 1.II.2010

«El odio aparecía, con su aliento ardiente y hediondo, en medio de cualquier conversación, en la boca de la gente, derramándose sobre los demás, como si se hubiera abierto por descuido la puerta de la hirviente caldera del infierno.

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Alfonso Aguiló, “Pensamientos originales”, Hacer Familia nº 191, 1.I.2010

Son bastantes los que apenas leen nada y se consideran muy originales en su pensamiento. Les parece que están poco influidos por lo que dicen los demás y que, por eso, casi todo lo que dicen ellos es producto de su deducción personal. Hacen con rotundidad unas afirmaciones aparentemente propias, pero la realidad es que repiten frases que han cazado al vuelo en el comentario a una noticia, o en una conversación, y esas ideas les han seducido de tal manera que, sin demasiada reflexión, las han incorporado a su equipaje intelectual y las repiten sin apenas análisis crítico.

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Juan Manuel de Prada, “Antiabortistas a la cárcel”, ABC, 19.XII.2009

Pues ahí lo tenemos: el aborto convertido en derecho; esto es, en bien jurídico amparado por la ley, que a partir de hoy se ocupará de velar por su protección efectiva y de remover cualquier obstáculo que trate de impedir su libre ejercicio. ¿Y qué son los médicos que invocan la objeción de conciencia para negarse a perpetrar un aborto o las universidades que se niegan a enseñar las técnicas para perpetrarlo, sino obstáculos que la ley se encargará de remover? Sospecho que ni siquiera los detractores de la nueva ley son capaces de vislumbrar su verdadero alcance: un médico que, a partir de hoy, rechace su participación en un aborto invocando la libertad de conciencia se convertirá ipso facto en un delincuente; y lo mismo le ocurrirá a una universidad que invoque la libertad de cátedra para excluir de su programa académico la enseñanza de las técnicas abortivas. Porque ni la libertad de conciencia ni la libertad de cátedra pueden ser baluartes contra el ejercicio de un derecho; y eso es el aborto a partir de hoy: el derecho a exterminar vidas inocentes porque nos da la real gana, en un acto de libre disposición. Y quien se oponga a la consecución de ese derecho será llamado, desde hoy, criminal.

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Alfonso Aguiló, “La importancia de un momento”, Hacer Familia nº 190, 1.XII.2009

«Entonces, no sé cómo, estallé. El secreto que me había jurado a mí misma llevarme a la tumba subió hasta mis labios. Apenas salió ya estaba arrepentida, quería volver a tragármelo, hubiera hecho cualquier cosa por no haber dicho esas palabras, pero era demasiado tarde…

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Alfonso Aguiló, “Estudiantes brillantes”, Hacer Familia nº 189, 1.XI.2009

«Un día Matt y yo vimos a una pequeña araña que intentaba sacar un insecto tres veces más grande que ella de un hoyo que había en la arena. La arena estaba seca, y cada vez que la araña remontaba la pendiente, los bordes del hoyo cedían y la araña volvía a caer al fondo. Lo intentaba una y otra vez, sin cambiar de ruta ni aflojar el ritmo. Matt me dijo: “La pregunta es la siguiente, Kate: ¿es muy tozuda o tiene tan poca memoria que olvida lo que ha pasado hace dos segundos y siempre cree que lo está intentando por primera vez?”.

»Estuvimos observándola casi media hora y, al final, para gran alivio nuestro, lo consiguió, así que decidimos que no sólo era muy tozuda, sino también muy lista. »

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Juan Manuel de Prada, “Afrentosos crucifijos”, ABC, 9.XI.2009

Por paradojas del azar, la conmemoración de la caída del murito de Berlín ha coincidido con una sentencia del sarcásticamente llamado Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que ordena la retirada de los crucifijos de las aulas. La caída del murito de Berlín supuso, según nos martillea la propaganda, la «victoria de la libertad»; y las consecuencias de esa libertad victoriosa las contemplamos por doquier. La retirada de los crucifijos quizá sea la más aparente, por lo que tiene de simbólica; pero detrás de esa retirada está el suicidio de Occidente, que ha decidido, como los alacranes asediados, inyectarse el veneno de su propio aguijón. Y, en su arrebato de autodestrucción, disfrazado con los bellos ropajes de la libertad, reniega de los logros que han fundado su identidad.

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Alfonso Aguiló, “Sembradores de cizaña”, Hacer Familia nº 188, 1.X.2009

“Astérix y la cizaña” es quizá uno de los mejores álbumes de Astérix el Galo, ese simpático personaje creado por René Goscinny y Albert Uderzo hace ya más de medio siglo. Esta vez, la historia está protagonizada por Detritus, un curioso hombrecillo que tiene la extraña habilidad de lograr que, allá donde está, las personas se enfadan y discuten entre sí. Es un sembrador constante de discordia que, con sus continuas intrigas, viene a turbar la paz que reinaba en el pueblecito galo. Nada más llegar, consigue enemistar a Astérix con Abraracúrcix, y después con Obélix. Luego, organiza otro malentendido para hacer creer a los habitantes de la aldea que Astérix ha revelado el secreto de la poción mágica y ya la tienen los romanos.

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Juan Manuel de Prada, “Nadadores a contracorriente”, ABC, 17.X.2009

Escribía Chesterton que sólo quien nada a contracorriente sabe con certeza que está vivo. Se trata, desde luego, de un ejercicio nada plácido, pues la energía que el nadador a contracorriente emplea en cada brazada no se corresponde con un avance proporcional; y basta con que flojee en su ímpetu para que la tentación del desistimiento haga mella en él. Quien nada a favor de la corriente, en cambio, no tiene que molestarse en bracear; y ni siquiera es preciso que esté vivo, pues la corriente seguiría arrastrándolo como si tal cosa. Las grandes batallas del pensamiento, las conquistas que han ensanchado el horizonte humano, siempre se han librado a contracorriente; y, con frecuencia, quienes se atrevieron a protagonizarlas fueron contemplados por sus contemporáneos como retrógrados, incluso como peligrosos delincuentes. Pero, junto al rechazo o incomprensión de su época, estos pioneros que osaron contrariar el «espíritu de los tiempos» pudieron proclamar con orgullo que estaban vivos; y con su sacrificio irradiaron vida en un mundo acechado por la muerte, convocaron a la vida a quienes por cobardía, por estolidez, por conformidad con las ideas establecidas nadaban a favor de la corriente.

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Alfonso Aguiló, “Ignorar la realidad”, Hacer Familia nº 187, 1.IX.2009

«La chica mentía. Cada palabra que pronunciaba era una gran mentira. Y su madre conocía demasiado bien a su hija para no saber que todo lo que estaba diciendo eran puros embustes.

»Pero no intentó llevarle la contraria. Parecía como si quisiera ayudarla a que siguiera mintiendo: “Mejor no saber que saber demasiado”, solía decir. En el fondo, toda su vida había adoptado el sistema que estaba practicando en aquellos momentos. Cualquier cosa antes que provocar escándalos o fomentar malos humores. Lo esencial para ella siempre había consistido en aceptar, en fingir que comprendía: dejar que la incertidumbre o la ofensa de sentirse engañada se aplacara sola y seguir la trayectoria dialéctica que le marcaban los demás.

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Alfonso Aguiló, “Prevenir la propia debilidad”, Hacer Familia nº 185-186, 1.VII.2009

Después de pasar una larga temporada en el palacio de Circe, Ulises emprende definitivamente el camino a Ítaca. La diosa, antes de dejarle partir, le había adelantado algunas de las aventuras que iba a vivir en los días siguientes. La primera de ellas era el encuentro con las sirenas.

Desde su nave, Ulises divisa el peñasco de las sirenas. La isla aparece rodeada de cadáveres cuya carne se pudre al sol sobre la arena. Los muertos son aquellos que han cedido a la seducción del canto. Al pasar por delante de aquel lugar en que los navegantes quedaban embaucados y acababan estrellándose contra los arrecifes, Ulises pide a sus hombres que todos se tapen con cera los oídos, y que a él le aten con cuerdas a un mástil del barco. Les ordena que no le suelten por mucho que luego lo pida: “Amigos, atadme con dolorosas ligaduras para que permanezca firme allí, junto al mástil; que me sujeten bien las amarras, y si os suplico o doy órdenes de que me desatéis, apretadme todavía con más cuerdas”.

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