Caso práctico de Educación del carácter nº 4

SITUACIÓN:

Tomás es un gran empresario, hecho a sí mismo. Empezó con muy poco, y ahora, con menos de cuarenta años, tiene ya un patrimonio nada despreciable. Eso sí, le lleva un trabajo enorme. Viaja mucho, come y cena casi siempre fuera de casa y, la verdad es que apenas puede pasar tiempo con su mujer y sus dos hijos.

De vez en cuando piensa en que las cosas no deberían ser así, pero casi nunca esas ideas le duran mucho. La urgencia de atender miles de compromisos le hace olvidarlas pronto. Lo que sí advierte es que se enfría cada vez más la relación con su mujer y sus hijos. Se hablan poco, viven como indiferentes unos de otros. Se ha creado un clima de individualismo, de mucho consumo y poca preocupación por los demás, y los roces surgen de modo inevitable a la menor ocasión.

Un día, al volver a casa, palpa esa realidad de un modo muy doloroso. Además, durante las últimas semanas ha sufrido varios reveses importantes en sus negocios, a causa de unas operaciones importantes que han fallado por la deslealtad de uno de sus socios. Tomás siente una gran sensación de fracaso vital, una frustración que jamás había imaginado que pudiera llegarle a él, tan acostumbrado siempre a triunfar: “He sacrificado casi todo por el trabajo, y ahora se me hunde, y me encuentro sin ilusión por trabajar, y además veo que, por mi culpa, estoy sin el cariño de mi mujer y de mis hijos”.

OBJETIVO:

Recuperar el buen clima familiar.

MEDIOS:

Tener una clara jerarquía de valores.

MOTIVACIÓN:

Poner ilusión en las cosas de la casa y de la familia, para manifestar con hechos el cariño y para que todos también se sientan queridos.

HISTORIA:

Tomás estaba muy abatido. Por suerte, se encontró durante esos días con un viejo amigo, al que confió todas sus preocupaciones. Aquel desahogo le alivió de una forma sorprendente y clarificó mucho las ideas en su cabeza.

En aquella conversación sacó varias conclusiones, pero la primera y más clara es que debía empezar por reconocer su error, y así lo hizo. Nada más volver a casa, habló largamente con su mujer y le pidió perdón por las innumerables desconsideraciones que había tenido con ella a causa de su excesiva dedicación al trabajo durante todos esos años.

Su mujer no se lo esperaba, y lo acogió muy bien. Ella también le pidió perdón, pues –decía– “hemos sido todos los que nos hemos deslizado por esa pendiente del egoísmo, de refugiarnos cada uno en nuestro trabajo, de tener mucho de todo pero pensar poco en los demás”.

Aquella conversación con su mujer fue decisiva. Los dos supieron estar a la altura de las circunstancias, y gracias a eso las cosas cambiaron bastante en poco tiempo. Se dieron cuenta de que aquel fracaso económico podía ser providencial, pues había facilitado que cayeran en la cuenta de muchos de sus errores. Comprendieron la necesidad de unirse más en la familia y de tener una clara jerarquía de valores, tanto en sus intereses personales como en el empleo de su tiempo.

Tomás comprendió que había caído en la trampa del exceso de actividad, del dejarse absorber por el ajetreo y el torbellino de la vida, en el afán de trabajar cada vez más, y trepar más rápido por la escalera del éxito, para descubrir al final que… la escalera estaba apoyada en una pared equivocada.

No fue fácil cambiar el ambiente de la casa, pues las inercias siempre pesan mucho, y cuesta trabajo superar todo ese cúmulo de pequeños egoísmos que se habían hecho habituales. Procuraron hablar mucho, decirse las cosas con lealtad y cariño, y ser muy constantes en su empeño por mejorar el clima familiar.

RESULTADO:

Las cosas cambiaron bastante en unos meses, y pocos años después todos veían aquel revés económico como lo mejor que les había sucedido en mucho tiempo. La familia estaba mucho más unida –también era mayor, pues tuvieron dos hijos más–, y aunque los ingresos no eran los de antes, disfrutaban mucho más lo que tenían.

Comprobaron que el éxito en la vida no está en ganar mucho dinero, tener muchas cosas, o hacer muchas cosas, sino en hacer lo que estamos llamados a hacer, y establecer una juiciosa distribución de nuestro tiempo, en el que tenga cabida el trabajo, la familia, las amistades, la propia formación, la atención de otras obligaciones, etc.